Los desastres naturales son precisamente los que permiten ver con mayor claridad en las naciones, donde funciona y no funciona el desarrollo, y también donde funciona y no funciona la política y una parte importante de ella la solidaridad.
Lo hemos visto repetidamente y últimamente desde India pasando por Haití, Estados Unidos, Argentina y ahora Chile.
Porque el desastre, al no tener causal política y ser un simple aunque brutal test, se convierte quizás en el único mecanismo de evaluación del desarrollo, descontaminado de la matriz política. Golpea e indica qué funciona y qué no.
También es una oportunidad de medir el funcionamiento de la cobertura mediática del desastre, especialmente aquellos que llevan la información al límite de la distorsión y de la ética, sin preservar con más sigilo la información como un preciado bien público, ha sido notorio.
Por mucho que los medios, especialmente los más atractivos y competitivos, hayan tenido la predisposición para entrar en la óptica del show noticioso que asegura la fórmula rating=rentabilidad, el tema central de este terremoto, sus consecuencias y el manejo, sigue siendo el nivel del desarrollo en Chile expresado en su capacidad de respuesta al desastre físico y el drama humano.
A juzgar por la prensa extranjera de mayor jerarquía y menos ideologizada, como The New York Times, The Guardian, Le Figaro, Corriere della Sera, por mencionar algunos periódicos, con este terremoto y tsunami se presentó en Chile el fenómeno de un devastador desastre natural y el manejo institucional más que adecuado de la emergencia.
“Este manejo chileno destacado por la prensa internacional, se produce en un país con años desarrollando instituciones, que son probadas y que no surgen de la noche a la mañana para enfrentar una emergencia”, dice Marta Maurás, la socióloga chilena con una vasta experiencia en emergencias trabajando para la ONU.
Ella apuntaba a esa cualidad institucional en Chile como un gran patrimonio que se expresa justamente en las circunstancias posteriores al duro golpe de la madrugada del viernes.
“Esta cualidad se observó con claridad en la Directora de la ONEMI, Carmen Fernández, cuando en su primer contacto con la prensa se veía que había una persona a cargo” agrega Marta Maurás.
La cautela del comienzo para declarar oficialmente el fenómeno del Tsunami que algunos círculos han reclamado, responde también al mecanismo de no causar un pánico anticipado en la población, y forma parte del manejo institucional.
También hubo una demostración de esa cualidad, en las primeras declaraciones del encargado comunicacional de la empresa distribuidora de electricidad Chilectra, Juan Pablo Larraín, informando, explicando y aconsejando.
No se observó la misma diligencia en el consorcio comunicacional de VTR que escondió la cabeza como el avestruz según muchos usuarios.
Esa solvencia institucional que se ha impuesto afortunadamente en el manejo de la emergencia, coexiste en un país excesivamente politizado y de una temperatura mediática tendiente a grados superiores.
Estos dos últimos factores distorsionan porque tanto medios como intereses políticos, funcionan sobrecargados por sus propias agendas que les obstruye la visión para lograr los objetivos del bien público.
Es así que este desastre natural se cruza con el momento que político que vive el país a 10 días del cambio de mando presidencial.
Todo parecía muy quieto en el frente político, extrañamente calmo. De repente la catástrofe en el verano.
La transición de un gobierno con una pretendida ideología hacia otro con otra pretendida ideología, se observaba como el ejercicio de una colegiada disputa política de las dos fuerzas que han monopolizado el sistema democrático post dictadura.
Divergencias e historias aparte, esas fuerzas mal que mal montaron un sistema político con muchos defectos, pero aceptado por la mayoría de los que votan.
A 13 días del cambio de mando, el peor terremoto en 50 años obligaba a las dos coaliciones que se desgañitaban 45 días atrás para derribar al otro, a funcionar unidos en pos de la reconstrucción.
En la “hermandad política” de coadministradores del sistema, cualquier divergencia anterior pasaba a segundo plano.
La naturaleza con su terremoto se convertía en el agente más político, sin diseño previo y como factor inesperado. Es la especial política de la naturaleza que no está en los manuales políticos.
A pesar de ese buen manejo institucional, a pesar de la buena intención política de dos fuerzas antagónicas a unirse en la desgracia nacional, ese estilo mediático una vez más incita a que el debate esquiva los puntos centrales, aunque las desigualdades sean patentes y estimulen la misma pregunta: “Por qué será siempre igual, que el desastre golpea peor a los más pobres”.
Entonces la premisa de que “la política de la naturaleza es apolítica” no es cierta.
Foto: Chile, Terremoto. / Autor: XINHUA
Lo hemos visto repetidamente y últimamente desde India pasando por Haití, Estados Unidos, Argentina y ahora Chile.
Porque el desastre, al no tener causal política y ser un simple aunque brutal test, se convierte quizás en el único mecanismo de evaluación del desarrollo, descontaminado de la matriz política. Golpea e indica qué funciona y qué no.
También es una oportunidad de medir el funcionamiento de la cobertura mediática del desastre, especialmente aquellos que llevan la información al límite de la distorsión y de la ética, sin preservar con más sigilo la información como un preciado bien público, ha sido notorio.
Por mucho que los medios, especialmente los más atractivos y competitivos, hayan tenido la predisposición para entrar en la óptica del show noticioso que asegura la fórmula rating=rentabilidad, el tema central de este terremoto, sus consecuencias y el manejo, sigue siendo el nivel del desarrollo en Chile expresado en su capacidad de respuesta al desastre físico y el drama humano.
A juzgar por la prensa extranjera de mayor jerarquía y menos ideologizada, como The New York Times, The Guardian, Le Figaro, Corriere della Sera, por mencionar algunos periódicos, con este terremoto y tsunami se presentó en Chile el fenómeno de un devastador desastre natural y el manejo institucional más que adecuado de la emergencia.
“Este manejo chileno destacado por la prensa internacional, se produce en un país con años desarrollando instituciones, que son probadas y que no surgen de la noche a la mañana para enfrentar una emergencia”, dice Marta Maurás, la socióloga chilena con una vasta experiencia en emergencias trabajando para la ONU.
Ella apuntaba a esa cualidad institucional en Chile como un gran patrimonio que se expresa justamente en las circunstancias posteriores al duro golpe de la madrugada del viernes.
“Esta cualidad se observó con claridad en la Directora de la ONEMI, Carmen Fernández, cuando en su primer contacto con la prensa se veía que había una persona a cargo” agrega Marta Maurás.
La cautela del comienzo para declarar oficialmente el fenómeno del Tsunami que algunos círculos han reclamado, responde también al mecanismo de no causar un pánico anticipado en la población, y forma parte del manejo institucional.
También hubo una demostración de esa cualidad, en las primeras declaraciones del encargado comunicacional de la empresa distribuidora de electricidad Chilectra, Juan Pablo Larraín, informando, explicando y aconsejando.
No se observó la misma diligencia en el consorcio comunicacional de VTR que escondió la cabeza como el avestruz según muchos usuarios.
Esa solvencia institucional que se ha impuesto afortunadamente en el manejo de la emergencia, coexiste en un país excesivamente politizado y de una temperatura mediática tendiente a grados superiores.
Estos dos últimos factores distorsionan porque tanto medios como intereses políticos, funcionan sobrecargados por sus propias agendas que les obstruye la visión para lograr los objetivos del bien público.
Es así que este desastre natural se cruza con el momento que político que vive el país a 10 días del cambio de mando presidencial.
Todo parecía muy quieto en el frente político, extrañamente calmo. De repente la catástrofe en el verano.
La transición de un gobierno con una pretendida ideología hacia otro con otra pretendida ideología, se observaba como el ejercicio de una colegiada disputa política de las dos fuerzas que han monopolizado el sistema democrático post dictadura.
Divergencias e historias aparte, esas fuerzas mal que mal montaron un sistema político con muchos defectos, pero aceptado por la mayoría de los que votan.
A 13 días del cambio de mando, el peor terremoto en 50 años obligaba a las dos coaliciones que se desgañitaban 45 días atrás para derribar al otro, a funcionar unidos en pos de la reconstrucción.
En la “hermandad política” de coadministradores del sistema, cualquier divergencia anterior pasaba a segundo plano.
La naturaleza con su terremoto se convertía en el agente más político, sin diseño previo y como factor inesperado. Es la especial política de la naturaleza que no está en los manuales políticos.
A pesar de ese buen manejo institucional, a pesar de la buena intención política de dos fuerzas antagónicas a unirse en la desgracia nacional, ese estilo mediático una vez más incita a que el debate esquiva los puntos centrales, aunque las desigualdades sean patentes y estimulen la misma pregunta: “Por qué será siempre igual, que el desastre golpea peor a los más pobres”.
Entonces la premisa de que “la política de la naturaleza es apolítica” no es cierta.
Foto: Chile, Terremoto. / Autor: XINHUA
Fuente:Argenpress
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