16 de enero de 2011

COLECTIVO CULTURAL

LIBROS
El libro "Presidentes: voces de Latinoamérica", que narra las vidas de varios mandatarios de la región, "representan la historia de sus pueblos", aseguró su autor, el senador Daniel Filmus.

La obra que cuenta con un soporte audiovisual emitido por los canales Encuentro y la TV Pública, editada por Aguilar.

"Como dijo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los presidentes se parecen cada vez más a sus pueblos, y por eso tenemos a obreros, de los pueblos originarios, ex-obispos, médicos", subrayó Filmus en declaraciones a la prensa.

Filmus contó sobre "lo díficil que es tener sentados" a los jefes de Estado y lograr una conversación en un plano humano, alejada de las presiones del cargo y en las que puedan recordar sus vidas e historias familiares.

"La vida de ellos es la historia de los pueblos" sintetizó el senador por la ciudad de Buenos Aires, al destacar que cada uno de los jefes de Estado entrevistados recorrió un camino muy parecido al de cualquier persona del pueblo.

Resaltó de todos modos que si hay algo en lo que todos coinciden es en "privilegiar a los países de la región para lograr una integración con soberanía".

El libro de Filmus está basado en una serie de entrevistas que realizó con once mandatarios latinoamericanos, en el que narra los encuentros en los que logró que hablen con naturalidad de temas alejados de la coyuntura política.


SILENCIO POR SANGRE
de Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli

El libro Silencio por Sangre inicia la colección de investigación periodística de Miradas al Sur.
Silencio por Sangre es un libro urgente, resultado de una larga y exhaustiva investigación –parte de la cual fue publicada por Miradas al Sur durante el último año– que aún continúa, pero escrito contra reloj.

Su objetivo es explicar cómo, durante la última dictadura, los dueños y directivos de los tres diarios más importantes de la Argentina se apropiaron, en complicidad con el Estado terrorista, de la empresa que les permitiría monopolizar la producción del papel de diario. Esa maniobra de apropiación formó parte de la alianza estratégica entre la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 y los representantes de los grupos económico-mediáticos más grandes del país. Los grupos económicos concentrados necesitaban a los militares para eliminar a la disidencia política y social que se oponía a sus intereses. Los dictadores, por su parte, exigían no sólo una prensa silenciada mediante la censura, sino medios cómplices de sus políticas y de sus acciones. Esa misión la cumplieron Clarín, La Nación y La Razón y, a cambio de ello, recibieron el monopolio del papel de diario, una suerte de dictadura contra la libertad de expresión.
Entre fines de 1976 y la primera mitad de 1977, el Grupo Graiver fue despojado ilegalmente de Papel Prensa S.A., en una operación que –más allá de sus motivaciones políticas y económicas– desnudó el feroz antisemitismo de los militares en el poder. Para lograr sus objetivos, los dictadores utilizaron presiones, amenazas, secuestros, desapariciones, torturas y asesinatos. Paralelamente –y en pleno conocimiento de la utilización de estos instrumentos del terrorismo de Estado–, los propietarios de los tres diarios crearon una empresa fantasma con la única finalidad de quedarse con las acciones de Papel Prensa que los herederos y socios de David Graiver fueron obligados a entregar.



HOMENAJES
1989 -17 de Enero- 2011:
Alfredo Zitarrosa a 22 años de su adiós
Por Juan M Bougnet 
Cuando vinieron a decirme aquella tarde de enero, que habías muerto, hice bien en no creerles, vos ibas a vivir en el corazón de tu pueblo, y yo no te iba a dar por muerto. Aunque los rumores se confirmaran y todos me hablaran de tu silencio, para mi lo de tu muerte no era algo tan cierto. Recuerdo que solo sentí un dolor en el pecho que se me iba a la garganta y esa angustia profunda que nace de los dolores, de las distancias, entonces me pregunte, y ahora a mi pueblo ¿quien le canta? .

Alfredo Zitarrosa fue perseguido en su propia tierra por la dictadura militar y por cuanta dictadura de aquella América Latina de los años 70, tan oprimida y desbastada, sumida en los terrorismos de estados que tanta muerte sembraron. Razón que lo llevo a refugiarse en España y luego en Méjico para poner a salvo su vida.

El destierro lo alejo de su gente, de sus raíces, de sus afectos, y yo creo que lo fue matando en vida, de apoco, como matan las distancias y las ausencias. Cuando volvió a la Argentina allá por el año 84 para actuar en el Estadio Obras dijo; "…el exilio es duro, la ausencia ha sido larga, mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, ojala esta noche ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra" Así era don Alfredo de respetuoso con su pub

lico, semejante cantor, pedía autorización para seguir cantando. Creo que además de ser un gran cantor popular, fue un militante de la vida, un hombre al que le dolían las injusticias y se comprometía con su tiempo. Le canto a sus amores, a los dolores del alma, a los hombres y mujeres del pueblo, a los más pobres y humillados, a los que trabajan y pelean, a los caídos y a los levantados, a los que luchan y sueñan.

De ahí nace mi admiración y respeto por este tipo al que aprendí a querer tanto y a recordarlo, por sus convicciones, por su compromiso, porque lo sentí siempre uno de los nuestros, un compañero, un hermano. "tengo un canto que me canta, tal vez para que me asombre, cuando canto soy un hombre, con un pueblo en su garganta" "nací en tierras de estancieros, y ya me se de memoria, que aquí se escribe la historia, según valen los terneros" "si alguien conoce el secreto, supongo que me dirán, porque donde falta el pan, siempre sobran los decretos". Había nacido en Montevideo, Uruguay, un 10 de marzo de 1936 y su primer disco se llamo "Canta Zitarrosa". Fue considerado uno de los más reconocidos representantes de la canción popular y de protesta latinoamericana.

Mi humilde reconocimiento a modo de homenaje a don Alfredo Zitarrosa, a 22 años de su partida, no tiene otra razón de ser que la de rescatar a ese enorme cantor popular que vive en el corazón de tantos uruguayos, de tantos Argentinos y de esa patria grande Latinoamericana a la que le canto y soñó unida y liberada. ¡Si te levantaras Alfredo y la vieras hoy, aceptarías al menos que tu canto no ha sido en vano! , y si escucharas las palabras del Pepe Guerra, aquella tarde en la que te llevaron a tu ultima morada, la mas triste despedida; "Era un río de gente silenciosa, yo te lo cuento para que lo sepas, vos que siempre te creíste poca cosa. Hoy mas serio que nunca, se que vas sereno, meditando, instalado en la memoria de este pueblo que quisiste tanto.

Los humildes cantores te saludan con respeto, emocionados" Yo solo te voy a pedir, querido Alfredo, que no te calles nunca, que sigas cantando desde el cielo aquellas canciones que tanto nos cobijaron y abrigaron nuestras almas. Te dejo un Hasta Siempre y un fraterno abrazo de hermano.
Fuente:LaAutenticaDefensa

Candombe del olvido
Alfredo Zitarrosa
(Alfredo Zitarrosa es el autor de la letra y Juan Descrescencio compuso la música con la colaboración del propio Zitarrosa Candombe)

Dónde estarán los zapatos aquellos*
que tuve y anduve con ellos,
dónde estarán mi cuchillo y mi honda,
el muchacho que fui que responda.

El candombe del olvido,
tal vez si yo le pido un recuerdo,
me devuelva lo perdido.

Coro
El candombe del olvido,
tal vez si yo le pido un recuerdo,
me devuelva lo perdido.

Ya no recuerdo el jardín de la casa,
ya nadie me espera en la plaza.
Suaves candombes, silencios y nombres
de otros; se cambian los rostros.

El candombe del olvido,
corazón dividido en candombes,
no recuerda haber nacido.

Coro
El candombe del olvido,
tal vez si yo le pido un recuerdo,
me devuelva lo perdido.**

Quién me dará nuevamente mi voz inocente,
mi cara con lentes.
Cómo podré recoger las palabras habladas,
sus almas heladas.

El candombe del recuerdo
le pone un ritmo lerdo al destino
y lo convierte en un camino.

Coro
El candombe del olvido,
tal vez si yo le pido un recuerdo,
me devuelva lo perdido.

Qué duros tiempos, el ángel ha muerto,
los barcos dejaron el puerto.
Tiempo de amar,de dudar, de pensar y luchar,
de vivir sin pasado.

Pero el candombe no olvida,
y renace en cada herida
de palo del tambor, con alma y vida.

Coro
El candombe del olvido,
tal vez si yo le pido un recuerdo,
me devuelva lo perdido.

Tiempo raudal, una luz cenital
cae a plomo en la fiesta de Momo,
tiempo torrente que fluye;
por Isla de Flores llegan los tambores.

Fuego verde, llamarada,
de tus roncos tambores
del Sur, techos de seda bordada.

Coro
Fuego verde, llamarada,
de tus roncos tambores
del Sur, techos de seda bordada.

Rueda y rueda al infinito,
el candombe no es un grito,
se canta y no se baila, lailaraila...

Coro
Que se baila y no se canta,
el candombe es una planta que crece,
y hasta el cielo se estremece.

Sólo canta porque puede
y olvida lo que quiere,
la copla no lo mata ni lo hiere.

Coro
Flor azul en una lata,
relámpago de plata,
la vida no lo hiere ni lo mata.

Vuelve a amar y no se cansa,
la vida no le alcanza,
la muerte es una ingenua adivinanza.

Coro
Fuego verde, llamarada,
de tus roncos tambores del Sur,
techos de seda bordada.
Lalalailala, lailaraila ...
* En la segunda versión (Montevideo, 1984), en lugar de decir “Dónde estarán los zapatos aquellos”, dice “Dónde andarán los zapatos aquellos”.
** En las primeras ediciones, probablemente por razones de falta de espacio en el disco, no aparecen las tres estrofas siguientes.



La creatividad de Walsh
Lic. Juanita Inés Marún - Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Profesora de la UNSJ.
Piénsame como en la fotografía:/ con mi perfil rondando tu apellido/ Brizna desmemoriada que ha crecido/ al lado de tu voz, amiga mía.// Yo soy aquella fiebre de papeles/ que por los corredores de la escuela/ admiraba tu mundo de acuarela/ y la política de tus pinceles.// Soy el antaño de tu mediodía/ y aquel afán donde te reconoces;/ quien buscaba tu voz entre las voces/ y quien tanto lloró porque sufrías.// Mi corazón en todo te comprende/ -desde su cerradura o con su llave- / pero perdónalo porque no sabe/ en donde acabas tú y empieza el duende.../

Manuelita, enjugó su última lágrima y una ronda infantil se calló de pronto... por decreto mismo de la vida María Elena Walsh dejó este mundo y con ella se fue la gran poeta argentina, la dramaturga, la escritora, la narradora que hizo vivir a

muchos niños su fantasía propia. Tal vez se detuvo "en la sombra transparente que cielos pastorales derramaban"; mientras la soledad seguramente la hirió con su horizonte al volar hacia el infinito.

"Quizás huyó definitivamente su voz de todos los espejos y dijo con el lenguaje del silencio lo que decir no pueden las palabras".

Hoy su savia nutrirá la tierra que le seguirá nombrando y donde se multiplicará en las voces que no buscarán el olvido. Muchos textos pueden elegirse para despedir con un hasta siempre; de la rutinaria existencia a María Elena Walsh, pensadora, creativa, Sol que iluminó muchos senderos.

He elegido "Otoño Imperdonable", una de sus obras editada en 1947 y por la que recibió el aplauso unánime de Neruda, Juana Ibarbouru, Ezequiel Martínez, Estrada, entre otros.

Ahí brotaban con esplendor sus utopías y ahí se encontraba con el centro de si misma.

Habría una ruta que nunca fue fácil y que la hizo elegir a los niños como sus destinatarios predilectos, sin olvidar a los jóvenes y a los adultos en quienes sembró su ideario a veces transformado en cruda ideología. Así perduró casi intacta con su corazón embellecido en muchas generaciones argentinas dejando su palabra de ardoroso asombro. No hay adiós para los que perduran en el arte porque viven en sus obras que deben ser analizadas con el germen vivificante de quien fructificó su vida en un trabajo infatigable hasta un final donde siempre habrá puntos suspensivos.
Fuente:DiariodeCuyo


FAMOSO TEXTO DE MARIA ELENA

Por María Elena Walsh
Desventuras en el País Jardín-de-Infantes
La escritora María Elena Walsh publicó en pleno año '79 un artículo en el suplemento cultural de Clarín.
Si alguien quisiera recitar el clásico "Como amado en el amante / uno en otro residía..." por los medios de difusión del País-Jardín, el celador de turno se lo prohibiría, espantado de la palabra amante, mucho más en tan ambiguo sentido.

Imposible alegar que esos versos los escribió el insospechable San Juan de la Cruz y se refieren a Personas de la Santísima Trinidad. Primero, porque el celador no suele tener cara (ni ceca). Segundo, porque el celador no repara en contextos ni significados. Tercero, porque veta palabras a la bartola, conceptos al tuntún y autores porque están en capilla.

Atenuante: como el celador suele ser flexible con el material importado, quizás dejara pasar "por esa única vez" los sublimes versos porque son de un poeta español.

Agravante: en ese caso los vetaría sólo por ser poesía, cosa muy tranquilizadora.

El celador, a quien en adelante llamaremos censor para abreviar, suele mantenerse en el anonimato, salvo un famoso calificador de cine jubilado que alcanzó envidiable grado de notoriedad y adhesión popular.

El censor no exhibe documentos ni obras como exhibimos todos a cada paso. Suele ignorarse su currículum y en que necrópolis se doctoró. Sólo sabemos, por tradición oral, que fue capaz de incinerar La historia del cubismo o las Memorias de (Groucho) Marx. Que su cultura puede ser ancha y ajena como para recordar que Stendhal escribió dos novelas: El rojo y El negro, y que ambas son sospechosas es dato folklórico y nos resultaría temerario atribuírselo.

Tampoco sabemos, salvo excepciones, si trabaja a sueldo, por vocación, porque la vida lo engañó o por mandato de Satanás.

Lo que sí sabemos es que existe desde que tenemos uso de razón y ganas de usarla, y que de un modo u otro sobrevive a todos los gobiernos y renace siempre de sus cenizas, como el Gato Félix. Y que fueron ¡ay! efímeros los períodos en que se mantuvo entre paréntesis.

La mayoría de los autores somos moralistas. Queremos —debemos— denunciar para sanear, informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar. Y decirlo todo con nuestras palabras, que son las del diccionario. Y con nuestras ideas, que son por lo menos las del siglo XX y no las de Khomeini.

El productor-consumidor de cultura necesita saber qué pasa en el mundo, pero sólo accede a libros extranjeros preseleccionados, a un cine mutilado, a noticias veladas, a dramatizaciones mojigatas. Se suscribe entonces a revistas europeas (no son pornográficas pero quién va a probarlo: ¿no son obscenas las láminas de anatomía?) que significativamente el correo no distribuye.

Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o "desaconsejables". Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas. Y el oyente no sabe por qué su autor preferido tartamudea, vacila y vierte al fin conceptos de sémola chirle y sosa.

Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: "¿Nosotros qué éramos...?"

El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional.

La autora firmante cree haber defendido siempre principios éticos y/o patrióticos en todos los medios en que incursionó. Creyó y cree en la protección de la infancia y por lo tanto en el robustecimiento del núcleo familiar. Pero la autora también y gracias a Dios no es ciega, aunque quieran vendarle los ojos a trompadas, y mira a su alrededor. Mira con amor la realidad de su país, por fea y sucia que parezca a veces, así como una madre ama a su crío con sus llantos, sus sonrisas y su caca (¿se podrá publicar esta palabra?). Y ve multitud de familias ilegalmente desarticuladas porque el divorcio no existe porque no se lo nombra, y viceversa. Ve también a mucha gente que se ama —o se mata y esclaviza, pero eso no importa al censor— fuera de vínculos legales o divinos.

Pero suele estarle vedado referirse a lo que ve sin idealizarlo. Si incursiona en la TV —da lo mismo que sea como espectador, autor o "invitado"— hablará del prêt-à-porter, la nostalgia, el cultivo de begonias. Contemplará a ejemplares enamorados que leen Anteojito en lugar de besarse. Asistirá a debates sobre temas urticantes como el tratamiento del pie de atleta, etcétera.

El público ha respondido a este escamoteo apagando los televisores. En este caso, el que calla —o apaga— no otorga. En otros casos tampoco: el que calla es porque está muerto, generalmente de miedo.

Cuando ya nos creíamos libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico no nombrar para que no exista. A ese orden pertenece la más famosa frase de los últimos tiempos: "La inflación ha muerto" (por lo tanto no existe). Como uno la ve muerta quizás pero cada vez más rozagante, da ganas de sugerirle cariñosamente a su autor, el doctor Zimmermann, que se limite a ser bello y callar.

Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores. Esa triste España donde había que someter a censura previa las letras de canciones, como sucede hoy aquí y nadie denuncia; donde el doblaje de las películas convertía a los amantes en hermanos, legalizando grotescamente el incesto.

Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabernos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué.

Es verdad que no toda censura procede "de arriba" sino que, insisto, es un antiguo deporte de amanuenses intermedios. Pero el catonismo oficial favorece —como la humedad a los hongos— la proliferación de meritorios y culposos. Unos recortan y otros se achican. Y entre todos embalsamamos las mustias alas de cóndor de la República.

Nuestra historia —con sus cabezas en picas, sus eternos enconos y sus viejas o recientes guerras civiles— nos ha estigmatizado quizás con una propensión latente represiva-intervecinal que explota al menor estímulo y transforma la convivencia en un perpetuo intercambio de agravios y rencores.

No es ejemplo actual sino intemporal, digamos, el del taxista calvo que "fusilaría a los muchachos de pelo largo". El del culto librero que una vez, al pedirle un libro feminista, me reprochó: "Vamos, no va a ponerse a leer esas cosas..." ("Nena, eso no se toca.") O el del director de una sala que exigió a un distinguido coreógrafo que no incluyera "danza demasiado moderna ni con bailarinas muy desvestidas". ("Nene, eso no se hace.")

Quienes desempeñan la peliaguda misión de gobernarnos, así como desterraron —y agradecemos— aquellas metralletas que nos apuntaban por doquier en razón de bien atendibles medidas de seguridad, deberían aliviar ya la cuarentena que siguen aplicando sobre la madurez de un pueblo (¿se acuerdan del Mundial?) con el pretexto de que la libertad lo sumiría en el libertinaje, la insurrección armada o el marxismo frenético. Y si de aplacar la violencia se trata, ¿por qué no se retacean las series de TV o se sanciona a los conductores que nos convierten en virtuales víctimas y asesinos?

Creo necesario aunque obvio advertir que en las democracias donde la libertad de expresión es absoluta la comunidad no es más viciosa ni la familia está más mutilada ni la juventud más corrompida que bajo los regímenes de exagerado paternalismo. Más bien todo lo contrario. Delito e irregularidad son desgraciadamente productos de nuestra época (y de otras) y se dan en casi todos los países excepto los comunistas. ¿Son ellos nuestro ideal?

Aun la pornografía —que personalmente detesto, en especial la clandestina y la española— y las expresiones llamadas de vanguardia, pasado un primer asalto de curiosidad, son naturalmente relegadas a un gueto: barrios, salas, círculos. Y allí va a buscarlas el adulto cuando tiene ganas, así como va a sintonizar debates sobre temas vigentes durante el horario de protección al menor.

Se supone que, en cuanto el censor desaparezca, los primeros en aprovechar del recreo serán los descomedidos de siempre, que reflotarán una grosera contra-cultura. Pero a la larga resultarían relegados siempre que una debida promoción (que hoy tampoco existe) de los honestos los lleve a ocupar las posiciones más evidentes.

El abuso puede ser controlable mediante una coherente reglamentación, pero es preferible mil veces correr los riesgos que entraña la libertad, por lo mucho de positivo que engendra, que asustamos a priori para ser pobres pero honrados, niños pero atrasados, que no es lo mismo que puros.

En cambio los tortuosos mecanismos que paralizan preventivamente la cultura sí contaminan y achatan a toda la familia social y no sólo le vedan el acceso a las grandes ideas sino que generan fracaso, reyertas e hipocresía... vicios poco recomendables para una familia.

En lugar de presentar certificados de buena conducta o temblar por si figuramos en alguna "lista" creo que deberíamos confesar gandhianamente: sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra cuenta, asumir la adultez y actualizamos creativamente, por peligroso que les parezca a bienintencionados guardianes.

Veinticinco millones, sí, porque los niños por fortuna no se salvan del pecado. Aunque se han prohibido libros infantiles, los pequeños monstruos siguen consumiendo historias con madrastras-harpías, brujas que comen niños, hombres que asesinan a siete esposas, padres que abandonan a sus hijos en el bosque, Alicias que viajan bajo tierra sin permiso de mamá. Entonces ellos, como nosotros, corren el riesgo de perder ese "sentido de familia" que se nos quiere inculcar escolarmente... y con interminables avisos de vinos.

Ésta no es una bravuconada, es el anhelo, la súplica de una ciudadana productora-consumidora de cultura. Es un ruego a quienes tienen el honor de gobernarnos (y a sus esposas, que quizás influyan en alguna decisión así como contribuyen al bienestar público con sus admirables tareas benéficas): déjennos crecer. Es la primera condición para preservar la paz, para no fundar otra vez un futuro de adolescentes dementes o estériles.

Como aquella pobre modista negra llamada Rosa Parks, encarcelada por haberse negado a cederle el asiento a un pasajero blanco en un autobús según la obligaba la ley, la autora declararía a quien la acusara de sediciosa: "No soy una revolucionaria, es que estaba muy cansada".

Pero Rosa Parks, en un país y una época (reciente) donde regían tales leyes en materia de "derechos humanos", era adulta y, ayudada por sus hermanos de raza, pudo apelar a otro ámbito de la justicia para derrotar a la larga la opresión y contribuir a desenmascarar al Ku Klux Klan.

Nosotros, pobres niños, a qué justicia apelaremos para desenmascarar a nuestros encapuchados y fascistas espontáneos, para desbaratar listas que vienen de arriba, de abajo y del medio, para derogar fantasmales reglamentos dictados quizás por ignorancia o exceso de celo de sacristanes más papistas que el Papa.

Sólo podemos expresar nuestra impotencia, nuestra santa furia, como los chicos: pataleando y llorando sin que nadie nos haga caso.

La autora "está muy cansada", no por los recortes que haya sufrido porque volverán a crecerle como el pelo y porque de ellos la compensa el infinito privilegio de integrar la honorable familia de sus compatriotas, sino por compartir el peso de la frustración generalizada. Porque es célula de todo un organismo social y no aislada partícula. Porque más que la imagen del país en el exterior le importa y duele el cuerpo de ese país por dentro.

Y porque no es una revolucionaria pero está muy cansada, no se exilia sino que se va a llorar sentada en el cordón de la vereda, con un único consuelo: el de los zonzos. Está rodeada de compañeritos de impecable delantal y conducta sobresaliente (salvo una que otra travesura). De coeficiente aceptable, pero persuadidos a conducirse como retardados y, pese a su corta edad, munidos de anticonceptivos mentales.

Todos tenemos el lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro. Pataleamos y lloramos hasta formar un inmenso río de mocos que va a dar a la mar de lágrimas y sangre que supimos conseguir en esta castigadora tierra.
Clarín, 16 de agosto de 1979. [Reproducido en Desventuras en el País Jardín-de-Infantes, Buenos Aires: Sudamericana, 1993. 13-18. Versión digital preparada por Marina Herbst.]© José Luis Gómez-Martínez
Fuente:LaVentana




TEATRO
CECILIA ROSETTO-CAMINO
LOS CAMINOS DE ROSSETTO

“La gente conoce más mi nombre que mi persona. Si no fuera por el almuerzo de Mirtha Legrand nadie me conocería”, ironizó Cecilia Rossetto al repasar el singular vínculo que mantiene con los medios argentinos que se asoman poco y mal a su impactante trayectoria artística.
El 20 de marzo de 2000, Legrand le criticó a Cecilia su “politización” y ella le respondió que hablaba de política porque tenía un marido desaparecido durante la última dictadura (Hugo González Castresana) y que era lamentable que los medios no la tuvieran en cuenta mientras que muchas otras “que les praticaban la `fellatio` a los genocidas siguen saliendo en las tapas de las revistas”.
El comentario por aquel retruque fue más sonoro que la incesante actividad artística que desplegó en escenarios locales pero también en Latinoamérica y Europa donde, en la mayoría de los casos, montó espectáculos gestados por ella misma.
“No es nada fácil el camino de inventar cosas, dirigirlas, buscar la producción y conciliar con otros artistas, pero es algo que hago porque por lo general no me aparecen ofertas apasionantes o interesantes”, confesó Cecilia a Télam.
Como ejemplo de esa decisión de sumarse a proyectos de otros, contó que “protagonicé `La ópera de cuatro cuartos`, de Bertold Brecha y Kurt Weill en versión de Calixto Bieito, que giró por París, España y Alemania y estuve fascinada”.
En esa cuerda, la creadora nacida el 16 de julio de 1950 recordó la experiencia de “Pareja abierta”, con Adrián Ghío y dijo que “es hermosísimo poder confluir en un proyecto tan interesante, pero eso es algo que no sucede tan a menudo”.
Fuente:Telam



CUENTOS
HÉCTOR GERMÁN OESTERHELD
Héctor Germán Oesterheld nació el 23 de julio de 1919 en Buenos Aires, en una familia de ascendencia alemana con buen nivel económico. Cuando cursaba todavía el nivel primario, la familia sufrió un traspié que la llevó a la bancarrota. Oesterheld, afecto a la lectura desde niño, leía clásicos y también obras de la literatura griega. Eligió la carrera de Ciencias Naturales y aún siendo estudiante trabajó en la exploración geológica, en la búsqueda de petróleo. Mientras estudiaba para obtener su doctorado, se iniciócomo corrector.
Sus primeros cuentos infantiles fueron escritos durante su carrera y muchos de esos trabajos fueron publicados por diversas editoriales. Trabajó con los dibujantes Alberto Breccia y Hugo Pratt. Tiras comoBull Rockett y Sargento Kirk comenzaron a tener mucho éxito.
Oesterheld trabajaba para la editorial Columba en el marco de una sociedad maltratada por los constantes golpes de estados militares.. Él y sus hijas comenzaron a militar activamente en Montoneros. Nadie en el ambiente editorial lo sabía, aparentemente tampoco su esposa. Con la llegada de la dictadura, Oesterheld debió ocultarse. Escribe otra versión de El Eternauta, para la editorial Record. Tal vez se adelantó a su propio destino en esas líneas, ya que fue atrapado en 1977 y paseado por diversos centros clandestinos.
Héctor Germán Oesterheld tenía casi 60 años, en los campos de concentración lo llamaban “el viejo”. Con él también desaparecieron sus cuatro hijas.

El árbol de la buena muerte
María Santos cerró los ojos, aflojó el cuerpo, acomodó la espalda contra el blando tronco del árbol.
Se estaba bien allí, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la luz rojiza del sol.
Carlos, el yerno, no podía haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaños.
Todo el día anterior había trabajado Carlos, limpiando de malezas el lugar donde crecía el árbol. Y había hecho el sacrificio de madrugar todavía más temprano que de costumbre para que, cuando ella se levantara, encontrara instalado el banco al pie del árbol.
María Santos sonrió agradecida; el tronco parecía rugoso y áspero, pero era muelle, cedía a la menor presión como si estuviera relleno de plumas. Carlos había tenido una gran idea cuando se le ocurrió plantarlo allí, al borde del sembrado.
Tuf-tuf-tuf.
Hasta María Santos llegó el ruido del tractor. Por entre los párpados entrecerrados, la anciana miró a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la máquina, al lado de Carlos. El brazo de Marisa descansaba en la cintura de Carlos, las dos cabezas estaban muy juntas: seguro que hacían planes para la nueva casa que Carlos quería construir.
María Santos sonrió; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para Marisa. Suerte que Marisa no se casó con Laico, el ingeniero aquel; Carlos no era más que un agricultor, pero era bueno y sabía trabajar, y no les hacía faltar nada.
¿No les hacía faltar nada?
Una punzada dolida borró la sonrisa de María Santos.
El rostro, viejo de incontables arrugas, viejo de muchos soles y de mucho trabajo, se nubló.
No. Carlos podría hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tenía 18 años y estudiaba medicina por televisión.
No, nunca podría hacerla feliz a ella, a María Santos, la abuela...
Porque María Santos no se adaptaría nunca —hacía mucho que había renunciado a hacerlo— a la vida en aquella colonia de Marte.
De acuerdo con que allí se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se vivía mejor que en la Tierra; de acuerdo con que allí, en Marte, toda la familia tenía un porvenir mucho mejor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora muy dura... De acuerdo con todo eso; pero, ¡Marte era tan diferente!...
¡Qué no daría María Santos por un poco de viento como el de la Tierra, con algún "panadero" volando alto!
—¿Duermes, abuela? —Roberto, el nieto, viene sonriente, con su libro bajo el brazo.
—No, Roberto. Un poco cansada, nada más.
—¿No necesitas nada?
—No, nada.
—¿Seguro?
—Seguro.
Curiosa, la insistencia de Roberto; no acostumbraba ser tan solícito; a veces se pasaba días enteros sin acordarse de que ella existía.
Pero, claro, eso era de esperar; la juventud, la juventud de siempre, tiene demasiado quehacer con eso, con ser joven.
Aunque en verdad María Santos no tiene por qué quejarse: últimamente Roberto había estado muy bueno con ella, pasaba horas enteras a su lado, haciéndola hablar de la Tierra.
Claro, Roberto, no conocía la Tierra; él había nacido en Marte, y las cosas de la Tierra eran para él algo tan raro como cincuenta o sesenta años atrás lo habían sido las cosas de Buenos Aires —la capital—, tan raras y fantásticas para María Santos, la muchachita que cazaba lagartijas entre las tunas, allá en el pueblito de Catamarca.
Roberto, el nieto, la había hecho hablar de los viejos tiempos, de los tantos años que María Santos vivió en la ciudad, en una casita de Saavedra, a siete cuadras de la estación.
Roberto le hizo describir ladrillo por ladrillo la casa, quiso saber el nombre de cada flor en el cantero que estaba delante, quiso saber cómo era la calle antes de que la pavimentaran, no se cansaba de oírla contar cómo jugaban los chicos a la pelota, cómo remontaban barriletes, cómo iban en bandadas de guardapolvos al colegio, tres cuadras más allá.
Todo le interesaba a Roberto: el almacén del barrio, la librería, la lechería... ¿No tuvo acaso que explicarle cómo eran las moscas? Hasta quiso saber cuántas patas tenían... ¡Cómo si alguna vez María Santos se hubiera acordado de contarlas! Pero, hoy, Roberto no quiere oírla recordar: claro, debe ser ya la hora de la lección, por eso el muchacho se aparta casi de pronto, apurado.
Carlos y Marisa terminaron el surco que araban con el tractor. Ahora vienen de vuelta.
Da gusto verlos: ya no son jóvenes pero están contentos.
Más contentos que de costumbre, con un contento profundo, un contento sin sonrisas, pero con una gran placidez, como si ya hubieran construido la nueva casa. O como si ya hubieran podido comprarse el helicóptero que Carlos dice que necesitan tanto.
Tuf-tuf-tuf...
El tractor llega hasta unos cuantos metros de ella; Marisa, la hija, saluda con la mano; María Santos sólo sonríe; quisiera contestarle, pero hoy está muy cansada.
Rocas ondulantes erizan el horizonte, rocas como no viera nunca en su Catamarca de hace tanto. El pasto amarillo, ese pasto raro que cruje al pisarlo, María Santos no se acostumbró nunca a él. Es como una alfombra rota que se estira por todas partes: por los lugares rotos afloran las rocas, siempre angulosas, siempre oscuras.
Algo pasa delante de los ojos de María Santos.
Un golpe de viento quiere despeinarla.
María Santos parpadea, trata de ver lo que le pasa por delante.
Allí viene otro.
Delicadas, ligeras estrellitas de largos rayos blancos...
¡"Panaderos"!
¡Sí, "panaderos", semillas de cardo, iguales que en la Tierra!
El gastado corazón de María Santos se encabrita en el viejo pecho: ¡"Panaderos"!
No más pastos amarillos: ahora hay una calle de tierra, con algo de pasto verde en los bordes, con una zanja, con veredas de ladrillos torcidos... Callecita de barrio, callecita del recuerdo, con chicos de guardapolvo corriendo para la librería de la esquina, con el esqueleto de un barrilete no terminando de morirse nunca, enredado en un hilo de teléfono.
María Santos está sentada en la puerta de su casa, en su silla de paja, ve la hilera de casitas bajas, las más viejas tienen jardín al frente, las más modernas son muy blancas, con algún balcón cromado, el colmo de la elegancia.
"Panaderos" en el viento, viento alegre que parece bajar del cielo mismo, desde aquellas nubes tan blancas y tan redondas...
"Panaderos" como los que perseguía en el patio de tierra del rancho allá en la provincia.
¡"Panaderos"!
El pecho de María Santos es un gran tumulto gozoso.
"Panaderos" jugando en el aire, yendo a lo alto...
Carlos y Marisa han detenido el tractor.
Roberto, el hijo, se les junta, y los tres se acercan a María Santos.
Se quedan mirándola.
—Ha muerto feliz... Mira, parece reírse.
—Sí... ¡Pobre doña María!...
—Fue una suerte que pudiéramos proporcionarle una muerte así.
—Sí... Tenía razón el que me vendió el árbol, no exageró en nada: la sombra mata en poco tiempo y sin dolor alguno, al contrario...
—¡Abuela!... ¡Abuelita!...
Fuente:ArtesaniasLiterarias



MEMORIA
ESPAÑA:
Familiares de desaparecidos e investigadores aficionados luchan al margen de la industria editorial para que la represión franquista no se olvide
Memoria autoeditada
D. Barcala / P. Campelo

Son artesanos de la memoria. Escritores aficionados, investigadores ocasionales o familiares de víctimas que sobreviven al margen de la industria editorial para pelear con sus propios ahorros para que sus recuerdos no caigan en el olvido que el franquismo siempre buscó para la historia negra de España. Centenares de estos luchadores se han apoyado en los últimos años en pequeñas imprentas, editoriales de asociaciones e incluso en internet para evitar el olvido de la barbarie franquista.
"Quiero que dentro de mil años todo el mundo sepa quiénes fueron los asesinos de mi padre en Uncastillo (Zaragoza)". Ese es el motivo por el que Jesús Pueyo, de 93 años, escribió en 2004 Del infierno al paraíso. En una pequeña imprenta de un amigo de Irún, lanzó unos pocos ejemplares para enviarlos al rey, al presidente del Gobierno y demás autoridades pidiendo ayuda para encontrar a su padre, desaparecido desde aquel día de agosto de 1936 cuando, con 13 años, fue a buscarlo al campo "porque le llamaba la Guardia Civil". "Los falangistas mataron a siete familiares", recuerda vía telefónica desde su casa de Hendaya (Francia).

Las familias de La Barranca se reunieron en los setenta en la enorme fosa riojana para evitar unas obras, como cuenta Jesús Vicente Aguirre en 'Aquí nunca pasó nada'.


Desde 1978 no ha parado de buscar la verdad con los valores que le enseñó su padre. "En los pocos años que gocé de la dicha de tenerlo a mi lado, me inculcó su nobleza y valentía con la que defendió su derecho a poseer un pedazo de tierra para trabajarlo, sin saber que esa reivindicación le costaría la vida. Su recuerdo ha sido la brújula que me ha guiado durante toda mi vida", dice en la cuarta página de su libro, imprescindible para conocer de primera mano la represión en Uncastillo.

La dedicatoria del libro de Pueyo se repite en cada uno de los ejemplares de estos libros publicados al calor del movimiento de la memoria histórica en la última década. "A la memoria de los mártires por la República y la libertad. A sus viudas, hijos y demás familiares, por el miedo y el hambre padecidos". Así dedica el jubilado Antonio Ontañón, de 77 años, Rescatados del Olvido, editado por él mismo con 13.000 euros que todavía paga "a plazos".

Este ex empleado del Banco Bilbao decidió dedicar su jubilación a investigar las muertes del cementerio de Ciriego, en Santander. "No tengo ningún familiar fusilado allí. Aunque para mí es como si todos los que están enterrados allí fueran mis padres, porque murieron por sus ideas republicanas, que son las mías", explica. Ontañón recorrió los juzgados de toda Cantabria para poner nombre a cada una de las 850 personas asesinadas entre 1937 y 1948 en las tapias de Ciriego, que yacen en las zanjas del cementerio.

Un camión de muertos
"Investigando descubrí que cada día mataban a 16 personas porque era la capacidad del camión", recuerda. Una de las mayores recompensas que Ontañón ha recibido por el libro fue la carta de respuesta que José Saramago le envió desde Lanzarote, fechada el 1 de julio de 2003: "Gracias por el estremecedor libro que me enviaste. La justicia siempre llega tarde y esta ha tardado demasiado. Personas como tú hacen creer todavía en la posibilidad de un mundo justo".

Tengan familiares o no, los autores de estos humildes estudios están unidos por la búsqueda de la verdad de su tierra. "Siempre me ha interesado la Guerra Civil, aunque mi familia era de derechas. En 2002, tras visitar a 600 familias y después de cinco años de trabajo, me decidí a publicar el libro de la represión en La Rioja Aquí nunca pasó nadae_SDRq, explica el funcionario municipal y cantautor Jesús Vicente Aguirre que, en la década de los setenta, formó parte del conocido grupo folk Carmen, Jesús e Iñaki, que compuso La Barranca en homenaje a las 400 víctimas del fascismo enterradas en aquella dehesa riojana.


5.800 ejemplares
"Recogí el guante que habían lanzado algunos historiadores y utilicé más de 1.500 fotos", explica Aguirre. En su caso, sí consiguió una editorial que publicara su estudio. "En Ochoa me dijeron que me cubrían el coste, pero en ningún momento pensé que podría ganar dinero con el libro", reconoce tras haber vendido 5.800 ejemplares a 35 euros, gracias a las presentaciones en ateneos republicanos de toda España.

Aquí nunca pasó nada recoge investigaciones de historiadores locales junto con la experiencia de campo de Aguirre. En el capítulo de La Barranca recoge los testimonios de los centenares de viudas que "cada 2 de noviembre, día de los Difuntos, y después el 1 de noviembre, día de Todos los Santos", se reunieron desde 1976 para proteger la tierra donde estaban sus familiares de las inminentes obras de un aparcamiento.

"Mi madre me dijo que debíamos contarlo siempre. Mientras te reluzca el brillo en los ojos tienes que venir aquí todos los años'. Y aquí estaré hasta que ya no vea", explica en el libro Jacoba Escalona Díez, nieta de una de las víctimas, que, como las madres y abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, simboliza la resistencia contra el olvido.



Un valioso archivo fotográfico

Los autores de los libros autoeditados han recuperado un valioso archivo de fotografías familiares. La imagen superior corresponde a los afiliados de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) de Uncastillo (Zaragoza) el 25 de Mayo de 1935. Jesús Pueyo la expone en su libro ‘Del infierno al paraíso', que puede descargarse de manera gratuita en http://jesus.pueyo.pagesperso-orange.fr/. En la imagen inferior derecha, Darío Rivas, que publicó en Buenos Aires su autobiografía, observa la fosa común donde fue enterrado su padre. Al lado, Félix Herrán abraza los restos de su padre y su hermano enterrados en Sajazarra (La Rioja).
Fuente:Rebelion




POESÍA
Poemas de Mar y Madres
Silvia Loustau

XXVII
un plato vacío.

el canto de una mujer

acuna vida

en la desnudez de la noche


XXVI
no extenderán un sudario

sobre las ciudades invernales de la memoria.

no sembrarán olvido.

crecerán nomeolvides

en cada huesito.

en las telarañas de la muerte.

volverán sin mariposas negras

a dormir del lado de la dicha.


Silvia Loustau - Nacida en Mar del Plata, Silvia es Escritora, traductora, y coordinadora de Talleres Literarios. Ha obtenido varios premios, entre los que destacan: Primer Premio de Narrativa del Centro editor de América Latina, la Faja de Honor a Obra Inédita, otorgada por la S.E.P. Filial La Plata, 1º Premio del XVI Certamen Nacional de Cuento, . 1º Premio Nacional de Narrativa. Jurado de la S.A.D.E. Nacional, 1º Premio Nacional de Narrativa. Otorgado por Bibliotecas Populares de Punilla Centro y U.N de Córdoba. Primera Mención de Honor en Poesía por "Pajaros de Cristal". Su obra en un acto OSCURO HUÉSPED, es elegida por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Tandil para ser representada en conmemoración a los desaparecidos de La Noche de Los lápices. Dicha obra fue representada en Las Flores, La Plata y Mar del Plata, siendo seleccionada para el programa de estudio.

Su poema AMÉRICA, MI AMÉRICA es elegido por el jurado de FEDEFAM (Federación de Familiares de Desaparecidos, Venezuela) para la tarjeta Navideña de la Institución.
Es autora también de los poemarios Mandala, Espejo de los días, y el más reciente El Metabolismo de la Lágrima .Corresponsal en Argentina de la Revista Artesanías Literarias, e integrante de la Secretaría de Redacción. Sus poemas han sido traducidos al búlgaro y al catalán. Miembro Perteneciente a Poetas del Mundo.

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