4 de octubre de 2011

Beinusz Szmukler, histórico abogado en causas vinculadas a los derechos humanos.

Beinusz Szmukler, histórico abogado en causas vinculadas a los derechos humanos
“Nunca tuvimos una Corte con este nivel y se debe a una decisión del kirchnerismo”
Publicado el 2 de Octubre de 2011
Por Daniel Enzetti
Sostiene que el juez Raúl Zaffaroni es un provocador porque hace pensar y que “eso el poder no lo soporta”. A los 80 años, respetado por todos sus colegas, piensa en lo que hará mañana “porque me sobra el optimismo”.
Desde la adolescencia formó parte del Partido Comunista y después de un par de carreras frustradas se dedicó a la abogacía “porque necesitaba una herramienta para militar políticamente”. Defendió a presos durante varias dictaduras, integró la Gremial de Abogados en la época de los atentados de la Triple A y fue uno de los motores principales de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, la Asociación de Abogados de Buenos Aires y la Asociación Americana de Juristas.
En 1974, cuando las bandas de José López Rega asesinaron a Rodolfo Ortega Peña, Szmukler fue uno de los que protegió el cajón contra los que intentaron reprimir en el velorio del abogado y diputado peronista, acribillado a tiros. “Claro que teníamos miedo –dice–, pero seguíamos. De esa época me quedaron algunas conductas, casi inconscientes. Después de tres décadas de democracia, todavía hoy nunca me siento en un bar de espaldas a la puerta.” Hace pocos días, Osvaldo Bayer lo llamó a la casa. Le propuso que lo defendiera contra la familia Martínez de Hoz, que le hizo juicio al escritor, “ofendida” por la mención del abuelo del ex ministro de Economía de la dictadura en una película de Bayer sobre la Campaña del Desierto (ver recuadro).
Beinusz acaba de cumplir 80 años y todavía no entiende cómo fue tanta gente el pasado 24 de agosto al Centro Cultural de la Cooperación, cuando sus colegas, amigos e integrantes de distintos organismos lo homenajearon por su trayectoria. Escuchó incrédulo cómo hablaron de él Adolfo Pérez Esquivel, Nora Cortiñas, Alberto Pedroncini, Marta Vázquez, Ernesto Moreau, Eduardo Tavani. Y se emocionó con los saludos. “Sobre todo una carta de mi hija, periodista en Villa Gesell, leída por mi otra hija mayor. Un reconocimiento así te hace comprometerte más para futuro. Es raro que piense así alguien de 80 años (se ríe), pero bueno, soy un tipo optimista. El tiempo que me toque estar me gustaría vivirlo igual que como hasta ahora.”

–¿Cómo fue hasta ahora?
–Intenso. La mayor parte del trabajo la dediqué al resguardo de los Derechos Humanos, a la lucha por la autodeterminación de los pueblos y a la defensa de presos políticos, gremiales y estudiantiles. Me gradué tardíamente, a los 28, pero hice la carrera en cuatro años en la Universidad de La Plata.
–¿Ya militabas en el PC?
–Sí, desde la adolescencia. El título fue como la coronación de lo que venía haciendo en lo social. Después de recibirme, ingresé a la Comisión Jurídica de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y entré a la Asociación de Abogados de Buenos Aires. Siempre había sido jodido formar parte del PC porque, además de prohibiciones y represiones, estabas limitado para un montón de cosas. Empecé con la docencia en 1984. Hasta ese momento, salvo el período de la primavera camporista, era imposible que un comunista se planteara trabajar en la Universidad.
–Menos un comunista declarado.
–Nunca oculté esa pertenencia. Ni a los 15, cuando me llevaban preso y estaba en la Federación de Estudiantes Secundarios de Buenos Aires, ni en los momentos más difíciles de los ’70, en medio de una violencia inusitada.
–La época de la FESBA coincide con el antiperonismo del PC, y el partido dentro de la Unión Democrática en las elecciones de 1946. ¿Cómo te parabas frente a eso?
–Hay que decir que el comunismo, inmediatamente después del resultado electoral, hizo un viraje, declarando que no sería una oposición sistemática sino que apoyaría lo positivo y tendría una visión crítica hacia lo que consideraba equivocado. El PC, incluso, disolvió sindicatos importantes que dirigía en la madera, la construcción y la carne, para no poner palos en la rueda a la agremiación que impulsaba Perón con la CGT. Era un período de crecimiento para el partido en el país vinculado al desarrollo del comunismo internacional. Pensá que en 1955, con la Revolución Libertadora, el PC recupera ese protagonismo en el plano laboral, y encabeza el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical, MUCS. Me dedicaba a bloquear empresas.
–¿Qué era eso?
–Nos parábamos en la puerta de las empresas y las fábricas, y cuando salían los trabajadores les hablábamos, dábamos material, volantes, los invitábamos a participar de actividades o a afiliarse. Olfateabas un poco, veías las caras.
–Como la primera película de los hermanos Lumière, en aquella fábrica de Lyon.
–Exactamente, con la gente saliendo como hormigas (se ríe). Semblanteábamos un poco. Era importante estar en contacto con esos sectores, en un momento donde el país definía su papel dentro de la industrialización mundial. Pero no me quiero escapar al tema de la Unión Democrática. Hay que aclarar qué pensaba el partido de Perón: lo definía como un nacionalista burgués, pero reconocía que su base social eran los trabajadores, un hecho indiscutible y objetivo. Sin embargo, esa base estaba en contradicción permanente con los sectores de la derecha, y eso es lo que para el PC no terminaba de cerrar. Analizar eso medio siglo después es fácil, pero vamos a ponernos de acuerdo: en la época no hubo mucha gente que entendió el fenómeno del peronismo. Por otro lado, es imprescindible ubicar la aparición de la UD en el contexto de entonces: fin de la Segunda Guerra Mundial, triunfo de los aliados, desarrollo del campo socialista y de los países que rodeaban a la Unión Soviética, los republicanos en España. Es decir, un mundo muy distinto al actual. Insisto: era muy importante esa base popular, pero también es cierto que al mismo tiempo el peronismo tenía sectores facistoides en el campo de la cultura y la educación. Uno lo ve ahora y tal vez piensa que el PC debería haber tomado una postura más independiente, pero fue así. De cualquier manera, y más allá de la conducción, en el partido había distintas opiniones. En lo particular, me vinculé con compañeros peronistas durante toda mi vida.
–Es interesante lo de la derecha histórica en el peronismo porque siempre las referencias arrancan en los ’70, con José López Rega o el Comando de Organización, y se saltea lo anterior.
–La razón es que no hay mucha conciencia de eso, pero la contradicción existió siempre. Ahí está, por ejemplo, el papel de Guillermo Patricio Kelly en esos años, y la Alianza Libertadora Nacionalista. En la memoria popular quedó lo que más repercutió en la gente, avances indiscutibles como la distribución del ingreso, el desarrollo de las obras sociales, de la medicina, de la industria. En definitiva, una mejor vida para la gente, algo que es indiscutible. Y el mismo Perón tenía esa dualidad en la cabeza. Me hacés acordar que una vez, en el mensaje del 1º de Mayo, cerró el discurso diciendo: “Proletarios del mundo, uníos”, igual que el Manifiesto. En 1969, estaba preso con Sebastián Borro y Jorge Di Pascuale. En un momento, Jorge se me acerca a la celda y me muestra la carta que Perón le había dado de puño y letra. Y yo lo pinché: “Pero escuchame, a Rucci le dio una igual, ¿cómo me lo explicás?” “No importa, para mí, la única que vale es la que tengo yo”, me dijo enojado (se ríe). Y bueno, es como ironizaba siempre el viejo: “Peronistas somos todos.”
–Un tremendo animal político.
–Ah, eso no se discute. Es indudable que no hubo en el país otra figura como Juan Perón. Todavía hoy veo la entrevista filmada de Fernando Solanas y Octavio Getino, y digo este tipo está para cosas realmente grandes. Pero más importante que analizar a Perón es entender el fenómeno social del peronismo, y ahí está claro que las masas populares fueron y siguen siendo peronistas. No de la misma manera, porque hoy no es fácil llevar a la gente para cualquier lado, y nadie tiene los votos comprados. Pero el peronismo es la fuerza principal, sin la cual no es posible pensar para el país una transformación en serio.
–¿De qué manera te manejabas en la defensa de presos políticos durante los ’70, y en medio de la violencia posterior de la Triple A y el golpe del ’76?
–En la década del ’60 todos los días pasaba algo. En la Liga atendíamos dos abogados con turnos permanentes y nos faltaba tiempo. Los problemas pasaban por detenciones en las villas, despidos, razzias. Compartía mucho el trabajo con Atilio Librandi. Él se la pasaba en los barrios protegiendo a los compañeros, día y noche. Durante el gobierno de Arturo Illia, una vez allanaron todos los locales del PC de la Capital en una noche, hubo 700 detenidos. Después vinieron tareas más complicadas. Recuerdo la defensa de dos hermanas militantes del ERP, o el caso de Teresa Israel, una abogada comunista desaparecida en 1977.
–El PC rechazaba la creación de la Gremial de Abogados, integrada por profesionales peronistas vinculados a las organizaciones armadas. Pero sin embargo, vos te sumaste. ¿Por qué?
–Yo me opuse a la Gremial en un principio. La defensa de muchos compañeros pasaba por la Liga, y entendíamos que un nuevo organismo dividía el esfuerzo, lo que hacía más fácil los golpes de la dictadura. Y sosteníamos que la pelea de los colegas desde el punto de vista sindical había que darla en la Asociación de Abogados de Buenos Aires, donde con un grupo éramos oposición, enfrentados a la línea de Américo Ghioldi, que nosotros llamábamos “Norteamérico”. Pero finalmente decidí formar parte en lo personal, en solidaridad con muchos compañeros que estaban siendo agredidos. Conocí gente muy valiosa, como Rodolfo Ortega Peña, Mario Landaburu, el “Zambo” Lombardi, Raúl Aragón. Para mí, la Gremial fue la manera de compartir el compromiso con gente que estaba en la misma trinchera de lucha.
–¿Cómo eran tus días, la vida cotidiana? ¿Y el manejo del miedo?
–Una sola vez, en el medio de un proceso, un periodista extranjero me preguntó si tenía miedo. Y le dije que sí. Pero también le agregué que si no aprendíamos a manejar ese miedo estábamos destruidos. Tengo la convicción de que somos sobrevivientes. Me viene a la cabeza el brindis de fin de año de 1975, en una casa de Devoto. Levanté la copa y dije: “Compañeros, hay que cuidarse porque vienen tiempos durísimos.” No sabíamos si íbamos a estar vivos al día siguiente. Mirá, después de 28 años de democracia, todavía entro a un bar o a un restaurant, y jamás me siento de espaldas a la puerta. Es como un rechazo físico inconsciente.
–¿Qué balance se puede hacer de la justicia en las últimas décadas, y de los juicios por delitos de lesa humanidad?
–Antes habría que explicar aspectos que hacen a la composición histórica del Poder Judicial, integrado por gente acomodaticia que fue transformándose en su composición de clase. Hace un siglo, su columna vertebral provenía de los hijos de la oligarquía, pero con la aparición del peronismo ingresa la burguesía nacional, por llamarla de alguna manera, con apellidos italianos o judíos impensados en la década del ’30, por ejemplo. Aún existen sectores que critican la modificación de la Corte que hizo Perón, pero pregunto: si el peronismo no hacía esa modificación, ¿de qué manera se podría haber desarrollado una política social e inclusiva, con fueros netamente clasistas como los que había hasta ese momento? Los golpes militares volvieron a cambiar esa integración. Aclaremos que desde la Colonia para acá, siempre la justicia fue un instrumento de la clase dominante y del poder. Y no hablo del presidente circunstancial, sino del verdadero poder, el poder económico, el poder imperial. Raúl Alfonsín perdió una oportunidad histórica de cambiar para mejor el Poder Judicial en 1984. En ese momento participé de un congreso en Rosario organizado por la Federación Argentina de Colegios de Abogados, que aprobó por unanimidad la prohibición de integrar cualquier estamento judicial a aquellos que hubieran estado implicados con la dictadura. Es decir, limpiar en serio. Y Alfonsín tomó otro camino. Además, los jueces federales siempre fueron un botín reservado a las fuerzas políticas más importantes del Congreso. Un ejemplo fue lo que hizo Leónidas Saadi como presidente de la Comisión de Acuerdos en la década del ochenta.
–¿Y durante el kirchnerismo?
–El mejoramiento real vino en este último período, a partir de una decisión política. La renovación de la Corte Suprema es una expresión clara de esa decisión por tratar de construir una justicia diferente. Lamentablemente, ese proceso tiene muchas debilidades, como por ejemplo la casi llegada a la justicia federal de Juan Carlos Nacul. Pero hay otros casos, como el de Otilio Romano. ¿Cómo es posible que Romano, Luis Miret o Julio Petra hayan sido jueces después de casi tres décadas de democracia?
–Otro ejemplo es Juan Martín Romero Victorica.
–En un área como Casación, donde a partir de la designación de nuevos magistrados, por suerte, cambiará la cara. La mayoría de ese tribunal, ideológica y políticamente, constituye una traba para la justicia. Volviendo a la decisión política que tuvo este gobierno al renovar la Corte, reconozco que son medidas que, para tomarlas, hay que sentirse con fuerza. Insisto: la justicia es un sector que tiene lazos afianzados con los poderes reales y permanentes. Y los medios. Supongamos que mañana se conoce un proyecto para limpiar Casación, la justicia civil, la justicia comercial. ¿Qué dirían los grandes diarios al día siguiente?
–Harían referencia a la intromisión del Ejecutivo, a un atentado contra la independencia de poderes…
–Y no irían al fondo, que en realidad persigue y busca un mejoramiento integral, para que los derechos en distintos ámbitos sean realmente reconocidos como corresponde.
–En materia de Derechos Humanos, hay grupos que militan a favor de la impunidad y no tienen problema en declararlo. Como la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, o el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires de la calle Montevideo.
–Es bastante lógico. Existen y accionan. Ese Colegio es el reducto de los abogados de la oligarquía, la banca y las multinacionales, y ha defendido cuanta causa antinacional, fascista y antipopular hubo en el país. Es importante recalcar que la Corte actual es el fruto de la batalla que todos dimos por cambiarla. Y no hay que olvidarse que es un fenómeno sin comparación. En el continente no vi nada igual, y el tema lo conozco por intervenir en la Asociación Americana de Juristas. No existió nunca en estos países una iniciativa de estas características en material jurídica, y en la Argentina eso se logró por una decisión política de Néstor Kirchner y la continuidad mostrada por Cristina. Es más, como no habíamos tenido jamás una integración con este nivel, la Corte sin duda está muy por delante del resto del Poder Judicial. Hoy entrás al Palacio de Justicia y ves una exposición de fotos sobre centros clandestinos. Todo un símbolo. Agregale el trabajo sobre la problemática aborigen, las audiencias públicas sobre tierras, o las tareas vinculadas a la vivienda. Eran cuestiones impensadas en otras épocas.
FuentedeOrigen:TiempoArgentino
Fuente:Agndh

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante nota.Se soslaya un tanto la Union Democratica y la declaración del PC,en la etapa mas sangrienta de la dictadura,con la mayor cantidad de presos politicos y desaparecidos,afirmando que Videla era un general progresista.Ms alla de las individualidades que conformoraron la Liga,no asi otros organismos,la postura del PC,organicamente no realizó autocritica.Si tuvo rupturs que conformaron otras organizaciones.