26 de junio de 2012

A 10 AÑOS DE LA MASACRE DE AVELLANEDA.

Especiales A 10 años de la Masacre de Avellaneda 
El hecho histórico y la ética ineludible 
Por Pablo Solana* 
Muchos, millones, lo primero que conocieron de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron sus asesinatos televisados, el 26 de junio de 2002, a las 13.40 horas, en vivo y en directo. Las reiteradas imágenes del comisario a punto de dispararle por la espalda a Darío y de su cuerpo agonizante maltratado por los policías, generaron un inmediato repudio social. Por eso fracasó la maniobra represiva del entonces presidente Duhalde, que debió huir anticipadamente del gobierno. Los asesinatos de Darío y Maxi se convirtieron en uno de los hechos más importantes del año más conflictivo de las últimas décadas en Argentina. De ahí en más, cualquier intento de represión violenta a la protesta social sería desautorizado socialmente por la referencia ineludible a estos crímenes, agitando en la memoria colectiva aquellas dolorosas escenas. 


Desde entonces, mucha agua corrió bajo el puente. Y muchas otras movilizaciones se siguieron realizando sobre el puente, también. Tan importante como la conmemoración y el reclamo de justicia, es resaltar la vigencia de aquellas luchas que costaron vidas. Eran por trabajo, sí, pero también por un cambio social que haga realidad otro tipo de sociedad sin injusticias, sin oprimidos ni opresores. Como vehículo de aquellas luchas y aquellos anhelos de justicia, crecieron en estos años las organizaciones populares que ya se prefiguraban en los primeros Movimientos de Trabajadores Desocupados -MTDs-. En el caso de muchos de los compañeros de Darío y Maxi, junto a otros centenares de jóvenes, trabajadores y trabajadoras, estudiantes, colectivos militantes, buscamos dar forma a una herramienta superadora, el Frente Popular Darío Santillán. Se trata de una organización político-social que reivindica el trabajo de base y la democracia desde abajo, y busca proyectar, en nuestro país y en Nuestra América, el Poder Popular a todos los planos de disputa para cambiar desde la raíz este sistema injusto, el capitalismo (neoliberal antes, “en serio” ahora, pero fuente de injusticias siempre). Tras ese horizonte anticapitalista, que tomó nuevos bríos en las últimas décadas en distintos rincones de Latinoamérica pero también de Europa tras la contundencia de la crisis reciente, fue creciendo en nuestro país un espacio novedoso: la denominada “nueva izquierda independiente”, de la que la rebelión popular del 20 de diciembre de 2001 y la Masacre de Avellaneda son hitos imprescindibles, y la figura de Darío Santillán una referencia ética, política e ideológica que desborda las fronteras de tal o cual agrupamiento. Buscando escapar de los dogmas de una izquierda anquilosada en lógicas y métodos políticos que se demostraron inconducentes, este nuevo espacio político reafirma la convicción revolucionaria y la necesidad de un socialismo distinto a lo que se conoció durante el siglo XX: latinoamericanista, prefigurativo, desde abajo. Basta escuchar entrevistas grabadas a Darío Santillán para encontrar en sus palabras, correlato directo de sus hechos, semillas fundantes de este proceso que hoy cuenta en nuestro país con la Coordinadora de Organizaciones Populares Autónomas (COMPA) y otros espacios afines confluyendo en una coordinación política que eligió otra referencia de época para identificarse: el “Espacio 20 de diciembre”. 


Maxi y Darío se convirtieron en expresión de una juventud oprimida dispuesta a pelear por una sociedad más justa. Y, más específicamente, Darío Santillán se transformó en referente ineludible de una ética militante revolucionaria. Ambos son símbolos de lucha que el pueblo hizo propios después de sus asesinatos. La figura del mártir, la construcción del mito, inevitable -y necesaria- como alimento espiritual de cualquier proceso social o político, conllevó un riesgo para quienes quedamos marcados a fuego por aquella huella indeleble, que podía reservarnos el lugar de meros “custodios de la memoria”. Sólo una proyección política integral iba a superar aquel riesgo. A diez años, las organizaciones herederas de aquellas luchas piqueteras expresan un desarrollo social y político que excede a los movimientos barriales para extenderse a lugares de trabajo, colegios, universidades y poblaciones rurales, donde se construye día a día organización desde abajo y se alimenta una rebeldía transformadora. 


Los sucesos de Avellaneda serán recordados en la historia argentina y de la lucha de nuestro pueblo. La ética que emana la figura de Darío: guevarista, anticapitalista, prefigurativa de la sociedad que anhelamos, además, acompañará a las futuras generaciones como una referencia ineludible para quienes se decidan a enfrentar las injusticias en busca de la emancipación definitiva de la humanidad. 
* Referente del Frente Popular Darío Santillán 
FuentedeOrigen:Telam
Fuente:Agndh


MARIANO PACHECO
“Lo recuerdo como lo conocí, un pibe con inquietudes y muy empecinado en sus posiciones” 
Mariano Pacheco, uno de los autores de la biografía “Darío Santillán. El militante que puso el cuerpo”, y compañero de militancia, aseguró que “era un pibe de barrio que se había politizado y era empecinado, sí tenía una posición la discutía a muerte y era capaz de pelearse mal”. 


Pacheco recuerda que conoció a Darío a través de la tía de una amiga suya, profesora de Literatura, que lo preparó porque se había llevado esa materia. “Ella era a su vez profesora de Darío en el Piedrabuena, cursábamos en colegios diferentes, ahí lo conocí porque esta profesora lo puso en contacto con nosotros porque lo veía con mucha inquietud política, lo conocí el 24 de marzo de 1998, hicimos una actividad desde la agrupación que teníamos nosotros, llamada 11 de Julio, y él vino a esa actividad y a partir de ahí nos pusimos en contacto”.


El autor de la biografía sobre Darío cuenta que “tuvimos un recorrido de dos o tres años, nosotros hacíamos actividades más de tipo secundarios que van a un barrio, aunque teníamos una mirada más política porque pertenecíamos a una organización, el Movimiento La Patria Vencerá, teníamos la mirada de que queríamos hacer algo con los padres de esos pibes del barrio, pero teníamos entre 15 y 17 años y era muy difícil pasar de algo más que el apoyo escolar”. 


A sus actividades barriales, le agregaban las vinculadas a las gremiales en el sector secundario ya que “esos dos años coincidieron con la movilización y la lucha contra la Ley Federal de Educación” y entonces se dedicaron a organizar los centros y la federación de estudiantes de esa zona. Además, editaban folletines “que reivindicaban a los luchadores de los ´70, porque era una época en la que todavía estaba la discusión sobre la teoría de los dos demonios, nosotros reivindicábamos la identidad política de los compañeros y de los desaparecidos como desaparecidos”. 


En el año 1999 “Darío termina el secundario y a la vez algunos compañeros de la organización política impulsan un Movimiento de Trabajadores Desocupados en Lanús, en el barrio La Fe, lo que coincide con la decisión de Darío de volcarse a la militancia en ese sector”. 


El trabajo en ese barrio de Lanús comienza con una toma de tierras y según Pacheco, “Darío veía que estaba la posibilidad de formarse con compañeros más grandes, con más experiencia, que podía tomar una tierra y armarse su propia casa, eso y algunas discusiones de la edad, peleas, problemas con chicas, hubo un combo de cosas que hicieron que él decidiera irse a Lanús”. 


Pacheco relata que el libro le permitió “reconstruir lo que estuvo haciendo Darío en los años en los que no estuvimos juntos, accediendo a testimonios que nos permitieron conocer cosas que no sabíamos” y agregó “que lo que más me llamaba la atención de lo que decían es que a diferencia del resto, en él estaba la mirada de la organización política, de pensar la organización popular, no hacer las cosas por hacer, él tenía una mirada política de la mano de un colectivo que le daba formación y donde él ponía su palabra y podía discutir”. 


Retomando la secuencia cronológica, y si bien Mariano y Darío se reencontraron en varios ocasiones en las calles, no volvieron a militar en el mismo espacio. En cuanto al 26, “estaba la mirada de que iba a haber una represión, no imaginamos que iba a ser a nivel de muertos y eso no se discutió y ni siquiera a nivel de heridos de bala, ahora a nivel de nos van a reprimir, nos van a cagar a palos y nos van a meter en cana, sí, en ese sentido fuimos muy conscientes, nadie fue sin saber y la decisión era un poco con miedo, con dudas, pero pensábamos que si no le paramos la mano a eso no sabíamos cómo iba a terminar, ya venían meses de aprietes, golpizas y amenazas que iban subiendo de tono”. 


Consultado sobre cómo le pegó la noticia, dice que “en el caso de Maxi yo no lo conocía, no lo registraba, lo de Darío fue un golpe muy duro, yo me enteré recién a la noche, durante el día hubo actividades, sabíamos que había dos muertos pero no se sabía los nombres y los que sabían no estaban conmigo, entonces, bueno, me enteré a la noche, es una cosa que marca, me marca un antes y un después, una situación muy confusa, es algo muy diferente procesar un asesinato político así en abstracto y otra cosa es cuando te toca de manera directa y lo primero que hubo fue una especie de conmoción, de no saber bien qué decir, qué hacer, qué pensar…” 


En cuanto a Darío, para Pacheco “expresa un símbolo de época, en su actitud, en su comportamiento, sintetiza el comportamiento de un montón de militantes, no es una cosa excepcional, no es una especie de héroe individual, expresa un colectivo de gente joven que le puso el pecho a esa situación y que si bien no era masivo, sí tenía niveles de actividad política importantes y el 19 y 20 de diciembre eso se condensa en un hecho colectivo como símbolo de toda una generación. Su asesinato viene de alguna manera a clausurar, a detener ese proceso de los ´90 y de diciembre de 2001, y la forma en la que él enfrenta esa situación va a marcar a las generaciones que van a empezar a militar después”. 


Ahondando en estos 10 años transcurridos y en lo que representa Darío, señaló que “yo me veo haciendo lo mismo que ayer en otras condiciones, promoviendo toda una serie de ideales, de perspectivas políticas, pero en otro contexto totalmente diferente que nos interpela mucho más, nos obliga mucho más a tener mayor precisión en algunas definiciones, me encuentro formando parte del mismo proyecto, que por suerte tuvo continuidad y Darío expresa todo eso, el compromiso de la militancia de base pero con perspectiva política, pensar en la formación de un nuevo tipo de organización que no solo cuestione lo que se hace en términos de sistema sino también las viejas formas de hacer política de las izquierdas y en ese sentido sigue la búsqueda”. 


“Creo que a Darío hay que reactualizarlo cada día, no hay que ponerlo en un poster, por un lado por lo tenemos más cercano, es menos conocido y seguramente porque los que militamos con él tenemos también como militancia evitar que se transforme en un fetiche, creemos que sí tiene que ser un mito que movilice a grandes masas en pos de ese proyecto político por el cual el peleó”, afirmó Pacheco. 


Haciendo un balance sobre el día que lo mataron a su compañero, afirma que “el 26 de junio y el 3 de julio, que es la gran movilización de repudio a la Masacre de Avellaneda, cierran un círculo porque ponen el límite a las políticas de Estado, a qué puede hacer un Estado y que no y que tiene que hacer si quiere tener legitimidad, y el kirchnerismo expresa eso, expresa claramente el 2001, expresa que hay que tener una política de derechos humanos, un discurso progresista porque una sociedad movilizada como la que venía no soportaba un nivel de represión abierta”.  


“El 26 de junio expresa también por otra parte un disciplinamiento del movimiento popular y sobre todo de sus sectores más radicalizados”, aseguró y agregó que “lo del 3 de julio es el quiebre de la respuesta popular, bueno hasta acá no se puede avanzar más, pero estaba en pugna otro tipo de proyecto que se venía gestando y que encontró un tapón”. 
FuentedeOrigen:Telam
Fuente:Agndh


La impunidad contada desde adentro 
Año 5. Edición número 214. Domingo 24 de junio de 2012 
Por Eduardo Anguita 
eanguita@miradasalsur.com 
(PEPE MATEOS). 
Un funcionario que perteneció a Asuntos Internos de la Bonaerense cuenta cómo derribó la coartada del ex comisario Fanchiotti y revela un dato inédito: Carlos Leiva, condenado por las muertes de Kosteki y Santillán es hijo de un represor que participó en la Masacre de Fátima. Te puedo decir que cuando mataron a los chicos, llegó Juampi Cafiero al Ministerio y salió eyectado Genoud, luego premiado con un lugar en la Corte”, empieza el relato una fuente que conoció, desde adentro, algunos de los manejos de la Bonaerense sobre el crimen del Puente Avellaneda. Para situarse: el gobernador era Felipe Solá y el ministro de Justicia y Seguridad saliente Luis Genoud. En cuanto a la designación de Juan Pablo Cafiero por parte de Solá fue una medida valiente que, por supuesto, no contaba con el aval del entonces presidente Eduardo Duhalde ni mucho menos de la Bonaerense. Quien conversó con este cronista pasó a jugar un rol de confianza del nuevo ministro en la división Asuntos Internos. “De movida, (el ex comisario Alfredo) Fanchiotti pretendía decir que había disparado con cartuchos con postas de goma porque el cartucho era rojo. Como si todos los cartuchos rojos contuvieran postas de goma. Hubo un informe de la propia policía que lo avalaba y había fotos de los efectivos con cartuchos rojos en la cartuchera. Yo me fui al arsenal (subsuelo del Ministerio) y pedí un ejemplar de cada cartucho de escopeta Itaka que tuvieran, sin importar el color: de explosión, postas de goma y postas de plomo. Le llevé a Juampi 10 cartuchos. Como resultado, concluimos que había cartuchos de cualquier color con cualquier contenido. Ante la evidencia, volví al arsenal y uno de los jefes, ya medio cagado porque se le venía la noche, me dijo que las municiones eran brasileñas y que el color nada tenía que ver con el contenido: había cartuchos de explosión (usados en las canchas de fútbol habitualmente) de todos los colores, postas de goma de todos los colores y postas de plomo de todos los colores. El color dependía de la partida que venía, se compraban en Brasil, y, salvo que se encargara un color para un contenido en particular con mucha antelación, los brasileños le ponían el color que les pintaba (en el doble sentido) a los cartuchos”, relata quien, diez años atrás tuvo que meterse en el laberinto de los Asuntos Internos de la Bonaerense. 


Otro laberinto. “Luego había que identificar a un tipo vestido de civil con buzo rojo y azul que desde la caja de una camioneta policial tiraba con una (escopeta) Itaka en Avellaneda como si disparara contra patitos en una kermese”, sigue la fuente. “Llené mi oficina de legajos de efectivos de Avellaneda, había sacado fotos del verduguito ese de los videos de la TV, y, por comparación fotográfica, más legajos más videos, apareció el tipo que estuvo prófugo un año. En los últimos años cayó un par de veces en cana con autos afanados, por lo que hay que suponer que fue exonerado.” La fuente cuenta que, antes de entregarse, el ex policía había enviado a la esposa para negociar el cambio de calificación de la causa. “La desgastamos (a la esposa), la tuvimos como la zanahoria al burro, hasta que el tipo se entregó.” 


Los Leiva. Hubo una conexión entre la masacre de Avellaneda de 2002 y la de Fátima del 20 de agosto de 1976. Según relató esta fuente, aquel episodio, que pasó como represalia por alguna acción guerrillera, pero que en realidad fue en el marco de una interna entre marinos y verdes; es decir, entre los genocidas Emilio Massera y Jorge Videla. Pero, más allá del origen, la gente de Videla mandó dinamitar a 30 detenidos que estaban en la jefatura de la Policía Federal. Salvo dos de los dinamitados, el resto no pudo ser identificado por pericias en aquel momento. Muchos años después, el juez federal de Mercedes, Eduardo Pisoni, con competencia en Pilar, ordenó las pericias. Así fue que un grupo de antropólogos forenses se puso en la tarea. Todos los jueves salían desde el Centro Cultural San Martín –donde funcionaba la Secretaría de Derechos Humanos en tiempos de Raúl Alfonsín– y un camión de la Policía Federal los llevaba a Derqui, donde estaban sepultadas las víctimas. Iban un chofer, tres policías y los antropólogos. En el viaje, los policías se ocupaban de maltratar y asustar a los antropólogos. Había un policía que tenía un morbo particular, el sargento Leiva. Un día, los antropólogos se enteraron de por qué iba Leiva en el viaje: había estado de servicio en la Jefatura aquel 20 de agosto de 1976. “El prófugo de la Masacre de Avellaneda de buzo rojo que tiraba con una Itaka desde la caja de una camioneta policial, era el sargento primero Carlos Leiva, del servicio de calle de la 1ª de Avellaneda”, relata la fuente. Resulta que este Leiva, el de la Bonaerense, estaba prófugo y era quien tenía como enlace a la esposa para tratar de aliviar su carátula judicial. La esposa de Leiva le pidió directamente al gobernador Solá una audiencia, quien se la pasó a Cafiero y éste, a su vez, se la pasó a quien relata esta historia. “Yo recibo a la dama y me dice que quería negociar (cual Inodoro Pereyra): el marido se entregaba si se recaratulaba la causa por una calificación más liviana. Yo le dije que no podíamos ni debíamos, pero no cerré la tranquera, cosa de mantener contacto. Vivía en Berazategui y me dejó su teléfono. Cada mes, una llamadita o una entrevista pero siempre era lo mismo. Habrían transcurrido diez meses y la mujer me dice que una comisión policial (sin que yo supiera nada) había ido a hablar con el padre. Yo le pregunto: ¿tu suegro es policía? De la Federal, me dice.” En un santiamén, el contacto con los antropólogos de la Masacre de Fátima permitió cotejar las fotos entre los Leiva: eran idénticos. Eran padre e hijo. La próxima reunión con la esposa-mediadora tuvo un condimento distinto. La fuente de esta historia miró a los ojos a la mujer: “Mirá, no quedaría muy bien que en la tapa de los diarios apareciera que el padre del prófugo por el caso Kosteki - Santillán es un policía de la Federal que estuvo la noche de la Masacre de Fátima. La mujer no dijo nada pero acusó el golpe. El sargento Leiva (h) se presentó a la semana, alegando que estaba muy desgastado por no ver a su hijo hacía un año”. El investigador que contó esta historia, completamente confirmada por otras fuentes por este cronista, no volvió a cruzarse con la esposa de Leiva. Sin embargo, parece que Leiva (h) no estaba tan preocupado por darle buenos ejemplos al hijo que decía extrañar. Después de un trámite jurídico logró zafar de la cárcel. Eso sí, fue formalmente exonerado de las filas policiales. Eso no quiere decir que hubiera abandonado el mundo del delito en el que viven realmente muchos de los que visten el uniforme policial. Basta ver una de las tantas crónicas de hace tres años. Concretamente del 5 de junio de 2009. Una de ellas, la de Página/12, decía: “Carlos Leiva, uno de los policías condenados por la masacre de Avellaneda que había salido de prisión en el 2007 con el beneficio de la libertad condicional, fue descubierto mientras conducía un auto con la patente trucha, portando ilegalmente un arma de guerra con la numeración limada, una práctica usada por los delincuentes para no dejar huellas. Leiva es un ex sargento de la Bonaerense que el día de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán participó de la represión vestido de civil. Una cámara de televisión lo filmó disparando contra los manifestantes con balas de plomo; gracias a esas imágenes, en el juicio posterior pudo probarse su culpabilidad en tres tentativas de homicidio y lesiones contra otros desocupados. Según confirmaron fuentes de la investigación, ahora está detenido bajo la órbita de los tribunales de Morón. La Justicia deberá revisar si le revocan la libertad condicional”. La crónica policial seguía, con más información. La complicidad policial en el delito y los crímenes también sigue, con bastante cobertura política institucional. 


Entrevista. José Pepe Mateos. Fotógrafo 
Año 5. Edición número 214. Domingo 24 de junio de 2012 
Por Ana Laura Cleiman 
acleiman@miradasalsur.com 
“Vi a Darío al lado del cuerpo tirado de Maxi, y cómo los policías le tiraron” El 26 de Junio de 2002, José Pepe Mateos fue a cubrir para Clarín la marcha piquetera convocada para cortar el Puente Pueyrredón. Antes de salir con su equipo fotográfico, estuvo a punto de calzarse un par de zapatos, pero lo cambió por unas zapatillas. Supo que iba a tener que correr. Horas más tarde, la violenta represión por parte de la Bonaerense terminó con la vida de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Sus fotos  fueron incorporadas a la causa y acallaron las versiones que inculpaban de los asesinatos a las propias organizaciones piqueteras. 


–¿Cuál es la historia detrás de esa emblemática foto? 
–La historia de la foto es lo que pasaba en ese momento. Era Duhalde contra todos: cacerolas, piqueteros, ahorristas. Toda la semana anterior había habido reuniones entre el ministro del Interior, Aníbal Fernández y grupos piqueteros, que pedían planes y políticas sociales más amplias. El planteo de Duhalde era que no quería dejarse ganar más la calle; ese era el pedido de todo el arco político. El tema era no permitir que se cortara el puente. Y las organizaciones piqueteras no podían aceptarlo. Si bien había tensión, no se esperaba que la represión tenga un carácter tan violento. Aunque la del 19 y 20 de diciembre fue tremenda, se esperaban gases, palos, pero nada más. De alguna manera el clima de tensión estaba y todos podíamos presentir que no iba a ser fácil. Pero nadie fue pensando que podía terminar en muerte. 


–¿Cómo fue el momento en que hiciste la toma? 
–Lo tengo presente porque, por una cuestión u otra, lo tuve que rearmar muchas veces. He ido varias veces después a la estación, y me acuerdo bien de la sucesión de los hechos. Cómo veo el cuerpo tirado de Maxi, cómo llega Darío, que lo mira, y después los policías le tiran. Recuerdo los disparos, el sonido. Y todo lo que sigue después, la persecución. Sucedieron muchas cosas. De alguna manera, sabía el material que tenía porque estaba totalmente consciente de que habían muerto los dos, y que la policía había entrado a la estación. Pero en ese momento, estaba aturdido, muy conmocionado.Volví al diario a las dos de la tarde con unas 200 fotos. 


–¿Cómo viviste le repercusión que tuvieron en lo inmediato? 
–Yo con Clarín tengo montones de problemas. Pero me parece una banalidad absoluta decir que ocultó el material sin mirar los diarios del 27. El título “La crisis se cobró dos nuevas muertes” es infeliz, impreciso, uno de los peores títulos de la historia. Pero en la tapa está claramente la policía adentro de la estación; y en el interior del diario, le dedica 12 páginas al tema. Podemos coincidir o disentir, pero no decir que postergó la información. En el velatorio de Darío, cuando a uno de sus compañeros le preguntaron qué pasó, lo contó usando como pie las fotos publicadas en el diario, que relataban lo que había sucedido realmente. El día 28, lo que hace Clarín es ordenar todo el material y darle una lógica. Porque la confusión informativa de ese día fue tremenda. En la web, a las cinco de la tarde sale publicada la foto. El día 27, creo que el único que responsabiliza a la Bonaerense fue Página/12. En ese sentido sí se puede reprochar algo, pero no decir que no publicó material. 


–¿Creés que la fotografía por sí sola dice mucho más de la realidad de lo que puede llegar a decir un artículo periodístico? 
–Totalmente. Primero, por el efecto que tiene, el golpe visual de algo puesto ahí. Además, porque la foto tiene un carácter simbólico muy fuerte. Aunque puede ser engañosa también porque cada uno puede ver e interpretar algo distinto, el peso de la fotografía es muy grande. A veces, el artículo lleva una elaboración que es mucho más larga. 


–Personalmente, ¿cómo se sienten estos 10 años? 
–A mí me pega porque fue muy importante. Desde lo profesional tuvo una incidencia muy grande: sirvió para anular todo tipo de especulación política. Que el gobierno tuviera que decidir adelantar lo votación… es casi inédito que suceda algo así después de una foto. Por otro lado, desde lo humano: el enorme significado que tienen Maximiliano y Darío como militantes. Creo que con el tiempo uno valora más el significado de sus vidas y de las circunstancias en las que mueren. Darío y Maxi son referentes de pibes que en la adversidad social en la que vivimos tratan de encontrar una dignidad no sólo individualmente, sino con la militancia y el trabajo social. Crean sentido de dignidad para ellos y para el grupo social en el que trabajan. Sus muertes a manos de gente que representa algo tan innoble, oscuro, siniestro –y me refiero tanto los ejecutores concretos, como a los de detrás– me parece de una tristeza inmensa. 
FuentedeOrigen:MiradasalSur
Fuente:Agndh



LA RESPONSABILIDAD POLITICA, ARCHIVADA
Por ahora, condena social
Por Adriana Meyer
“No hay nada”, fue la respuesta del fiscal federal Miguel Osorio a Alberto Santillán, cuando le planteó el interrogante clave de la causa que investigó las responsabilidades políticas de la Masacre de Avellaneda. Fue en su último encuentro, antes de pedir el archivo del expediente, y luego de mostrarle una pieza con decenas de cuerpos del expediente y gráficos inmensos con los cruces de 220 mil llamadas. “Le pusimos todo el esfuerzo, pero no encontramos ningún teléfono importante”, repasa Osorio en diálogo con Página/12. Sin embargo, destaca que sí probaron una comunicación del mismo día de la represión entre el ex comisario Alberto Fanchiotti y alguien de la SIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado). Por su parte, el ex juez Mariano Bergés, abogado de Santillán, está convencido de que la SIDE “convenció a Eduardo Duhalde de que estaba en marcha un golpe por parte de los piqueteros con información falsa”. Y asegura que el ex presidente es el responsable de haber dado la orden de reprimir con tal magnitud.


“Es cierto que hubo luz verde, zona liberada”, afirma Bergés a este diario al referirse a la ferocidad de la cacería de los militantes de los movimientos de desocupados que aquel 26 de junio intentaron cortar el Puente Pueyrredón en reclamo de alimentos y planes de empleo. “La policía fue cebada, con orden de reprimir, no de prevenir; en el juicio oral se demostró que fueron a buscar armas para meter balas de plomo”, recuerda. Bergés rescata la labor del fiscal Osorio y comenta su hipótesis de lo sucedido: cree que el gobierno de Duhalde temió ser víctima de “otro diciembre de 2001”, y por eso la orden era no permitir que los piqueteros entraran a Capital y llegaran a la Plaza de Mayo. “Esa decisión se toma en base a información falsa que aportó el entonces jefe de la SIDE, el fallecido Carlos Soria, sobre un supuesto plan de desestabilización, un presunto golpe de Estado del cual, en realidad, no había ninguna prueba concreta”, dice. Se refiere al legajo que se le pidió a la SIDE durante el juicio oral, cuya entrega por parte de los espías había sido autorizada por el ex presidente Néstor Kirchner. “Eran dos carpetas de recortes de donde no surgía el menor indicio, era papel pintado, el único dato era lo de Gatica”, apunta en alusión a la Asamblea Piquetera Nacional del 22 y 23 de junio de 2002 en el estadio Gatica de Avellaneda.


Cuando declaró en el juicio oral, el propio Soria dijo que había enviado a sus agentes para que tomaran nota de los discursos de esa asamblea, y con ese material elaboró un informe en el que sostenía que los piqueteros estaban infiltrados por las FARC, en referencia a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. “Allí se habló de revolución, toma del poder, caos y volver al 19 y 20 de diciembre”, dijo. Y explicó que tomó esa iniciativa porque el ministro de Justicia Jorge Vanossi le había solicitado precisiones acerca de “si los acontecimientos que estaban ocurriendo en el país podían configurar algún tipo de delito contra la Ley de Defensa de la Democracia”. De hecho, con ese material, el 27 de junio el gobierno de Duhalde dio instrucciones al procurador Nicolás Becerra para que investigara a los piqueteros por presunta “sedición”. A estos hechos se refieren los familiares cuando hablan de un plan político, que habría sido exitoso si las crónicas y fotos periodísticas no hubieran desbaratado la versión oficial de “se mataron entre ellos”.


La decisión del fiscal Osorio y del juez federal Ariel Lijo de archivar este expediente, concretada hace un mes, no puede ser revertida mediante una apelación. La única posibilidad de reactivarlo sería con la presentación de nuevos elementos de prueba y en esto trabajan los abogados de los familiares. Osorio y Bergés coincidieron en marcar que quedó un cabo suelto: ambos le pidieron al juez el allanamiento de la Secretaría de Inteligencia de la provincia de Buenos Aires, pero como la medida se hizo mediante un oficio y no con un operativo sorpresivo no hay garantía de que los espías provinciales no hayan ocultado algo. Las razones para buscar allí tienen que ver con que el propio Fanchiotti declaró que un día antes de la masacre los jefes de inteligencia fueron informados del plan “para aplicar represión con el objetivo de restablecer el orden con precisión quirúrgica”. Y en la causa está acreditado que la mañana del 26 los jefes policiales repasaron el operativo durante su desayuno junto a un agente de la SIDE al que conocían como tal, aunque no su identidad. El fiscal también cuestionó las respuestas que recibió de la SIDE, que calificó de “mediocres”, y agregó que no hubo un trabajo serio de Asuntos Internos de ese organismo. Sobre el contenido de la llamada que habría hecho “un empleado” de la SIDE a Fanchiotti, contestaron que había sido “para averiguar qué había sucedido” el 26 de junio durante la represión. El ex comisario declaró durante tres días como testigo en la fiscalía de Osorio, pero sonó a defensa tardía. 


Del contenido de las conversaciones de aquella jornada respondió con evasivas.
La causa 14.215 “Ruckauf y otros s/homicidio” del Juzgado federal Nº4 había sido iniciada por Mabel Ruiz, la madre de Maximiliano Kosteki, fallecida en septiembre de 2010. “Hubo una decisión de que no avanzara esta investigación, por eso a Duhalde le transmitimos la condena social por los asesinatos y lo escrachamos en cada uno de los lugares donde se presenta”, dice Federico Orchani, querellante en la causa y miembro del Frente Popular Darío Santillán.
Fuente:Pagina12

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