8 de febrero de 2011

LOS JUZGA UN TRIBUNAL LOS CONDENAMOS TODOS.

ESTHER BERNAL, TORTURADA EN EL SI, OFRECIO UN TESTIMONIO CONTUNDENTE
"El sótano era un lugar siniestro"
Fue secuestrada por una patota de 15 represores. "Quiero que
tengas el valor de mirar a quien sobrevivió a tus torturas", le dijo a Marcote -uno de los acusados- y le arrojó un vaso de agua.
Por Sonia Tessa.
Esther Cristina Bernal viajó desde Misiones.Imagen: Gentileza Graciela Borda Osella.

Esther Cristina Bernal viajó desde Misiones, donde vive, para contar de su secuestro y el de su hija de 3 años, el 17 de agosto de 1977. Detalló las torturas que sufrió desde el mismo momento en que le arrancaron a su hija de los brazos, imploró a los jueces que hagan justicia, manifestó su desazón porque los imputados están en libertad y reivindicó su identidad política peronista. Cuando terminó, se paró frente a uno de los imputados, Mario Alfredo Marcote, y lo increpó: "Quiero que me mires, que tengas el valor de mirar a quien sobrevivió a tus torturas". El torturador conocido como "El Cura" se mantuvo imperturbable, sin levantar la vista. Mientras los gendarmes se acercaban a la testigo para cumplir con la orden de desalojarla, Bernal atinó a vaciar el agua del vaso del abogado defensor sobre el cuerpo de Marcote. Más de uno de los presentes en la sala se levantaron a aplaudir la actitud. Por eso, al retomar la audiencia, cuatro personas del público no pudieron reingresar. El relato de Bernal, el primero del día de la reanudación de las audiencias por la causa Díaz Bessone en el Tribunal Federal Oral número 2 fue desgarrador. Tuvo unas palabras para la actual jueza federal Laura Inés Cosidoy, cuyo comportamiento calificó de "macabro" como "defensora oficial entre comillas", cuando ella estaba presa en la cárcel de Devoto.

A Bernal la secuestraron en su casa, junto a su hija. La llevaron al Servicio de Informaciones, y una vez en la sala de torturas, le arrancaron a la niña. "El momento más terrible es cuando tiran de mi hija, que se aferró a mí y yo a ella, hasta que decido soltarla porque la estaban lastimando", relató. También contó que recién hace dos días -cuando hablaron ante la inminente declaración judicial supo qué había vivido su hija durante las horas (entre 24 y 48) que estuvo retenida ilegalmente en el SI. En cambio, Bernal pasó cinco años y medio privada de su libertad.

A secuestrarla fue una patota de más de 15 personas, comandada por el Vasco, apodo de Ovidio Marcelo Olazagoitia. Entre sus torturadores, recordó a "Managua" (Ernesto Vallejo), "El Sargento" (Ramón Rito Vergara, uno de los imputados en la causa), "El Ciego" (José Rubén Lofiego, otro imputado), Marcote, otro que ella mencionó como "Carlitos Baravalle", y que podrían ser dos personas diferentes, así como "el Armero". El jefe de la patota, Feced, presenció la tortura con picana eléctrica y golpes. El objetivo de los tormentos era que firmara una declaración que ya estaba elaborada. Tras la picana, la llevaron a una habitación donde Feced, Lofiego y Marcote la interrogaron a cara descubierta. La alojaron en la rotonda, en el SI. Luego, la llevaron al sótano, al que recordó como "el lugar más siniestro que alguien pueda idear o imaginar". "Estaban los torturadores, bajaban, subían, había gente que estaba colaborando con ellos, como el Pollo (Héctor Baravalle) y la mujer (Graciela Porta). No se sabía quién era quién. Era algo totalmente macabro. De ahí se salía para la visita entre la gente que estaba tirada, escuchábamos cuando se torturaba y también cuando la patota festejaba porque había traído una persona", rememoró Bernal.

Lo que recordó como "el summun" fue el día que "Feced organizó un banquete". Era el 5 o 6 de septiembre, en vísperas del día del montonero. "Bajó al sótano, les pidió a todos los presos que le pidieran bebidas y comidas a los familiares. Iba a hacer una cena para celebrar el triunfo sobre la subversión, y nos obligó a los presos a estar presentes. Dijo que había vencedores y vencidos, que él era el vencedor y nosotros, los presos, los vencidos. Pero faltaba algo más, que iba a coronar su triunfo, y era el fusilamiento de siete compañeros", fue el impactante relato de Bernal. Más tarde, recordó por qué estaba segura de que había sido así: habían llevado a un hombre mayor, por error, que fue testigo de los fusilamientos. En tanto, contó: "Era una rutina tremenda que cada vez que pedían ropa era porque estaban por bañar a alguien porque lo iban a fusilar. Ese día nos pidieron ropa para siete. Nos pidieron que nos retiráramos para bañarlos, que era la rutina de todo fusilamiento. No aparecieron nunca más", siguió la testigo. Entre los desaparecidos de ese día estuvieron Finkelman y Esteban, con quienes Bernal había compartido cautiverio en la rotonda.

En la extensa declaración, la testigo hizo más de una apelación al estado de libertad de los imputados. Les preguntó a los jueces cuántas personas tenían que declarar para condenarlos. También describió la actuación de la actual jueza Cosidoy, al contar que presionaba a sus familiares para que la obligaran a ella -presa en la cárcel de Devoto a firmar un arrepentimiento. Les decía que era la forma de conseguir la libertad, o al menos mejores condiciones de detención. Porque Bernal se negaba a arrepentirse, estuvo "cinco años y medio" sin tocar a su pequeña hija. "Este plan sistemático ilegal tenía otras patas, como la justicia. Una pata muy fuerte era Cosidoy", dijo la testigo.

Cuando habló de los efectos de la represión ilegal sobre su hija, fue un momento especialmente conmovedor. "Me enteré hace dos días adónde estuvo mi hija, porque hace 34 años que mi hija no puede hablar de esto", dijo la testigo, que hizo un largo silencio porque lloraba. "¿Qué les puedo ofrecer para curar las heridas a mi hija y a todos los que sufrieron como ella? Yo creo que este daño tiene que ser evaluado por el Tribunal".

Antes de irse, se acercó a Marcote, le gritó que la mirara a los ojos, y le tiró agua. Norma Ríos, Inés Cozzi y Mónica Garbuglia, que estaban en el público, se pararon a aplaudir. Pablo Alvarez gritó "cagón".
Fuente:Rosario12


DECLARACION DE BORDA OSELLA
Feced, su tío
Graciela Borda Osella es infaltable en la puerta de los Tribunales Federales, cada uno de los días de audiencias por la causa Díaz Bessone. Con paciencia, documenta con fotos los "aguantes", el espacio de acompañamiento a los testigos que sostienen integrantes del Espacio Juicio y Castigo. Después las sube a la red social facebook. Ayer, muy temprano a la madrugada, escribió en su muro: "Esperé 33 años y por fin es hoy". Poco después de las 12, fue su turno para sentarse en el tribunal. Contó que era sobrina del entonces interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, ya que el represor era primo hermano de su padre. Graciela estaba embarazada de dos meses cuando fue secuestrada junto a su esposo y Mercedes Sanfilippo, a la que recordó como "una hermana". Cuando fueron a buscarlos a su casa, ella dijo del parentesco con el mandamás del Servicio de Informaciones. Por eso, la llevaron con mejores modales. Una vez en el centro clandestino de información, dijo que estaba embarazada, y le dieron una silla. "La escuchaba a Mercedes que gritaba que nos dejaran tranquilos, que no teníamos nada que ver", relató ayer, para contar que luego la mantuvieron en la rotonda, donde estuvo con su amiga y Cristina Bernal, la otra testigo de ayer. A las pocas horas de estar en el lugar perdió el embarazo.

"A la noche me llevaron a ver a mi tío, que se cansó de hablar mal de mi padre, de decir todo lo que le iba a hacer. Me preguntó por Mercedes y me dijo que cómo me metía con esa gente. Yo le dije: 'Pero tío, cuando fue el golpe la tuviste 48 horas detenida y después la largaste, no me digás que es guerrillera'", relató ayer su surrealista relato con el represor, al que siempre llamó "mi tío".

Feced despotricó contra el padre de la testigo, le dijo que era comunista. "'Tío, si vos te afiliaste con él a la Juventud Comunista'", le dijo Borda Osella. "Yo haciéndome la que no entendía nada. Creo que me creyeron, no sé. Me pasaron a una habitación con mi marido", continuó su relato. Estuvieron detenidos 6 días. Antes de ser liberada, se le acercó un hombre que hablaba como cura, que le decía que su detención había sido un error y que no se lo contara a nadie para no tener más problemas. Casi una amenaza. Sin embargo, ella le dijo que era la primera persona que la trataba bien, y le pidió verle la cara. El hombre le bajó la venda. Según contó ayer la testigo, en 1984 vio una foto del sacerdote Eugenio Zitelli en el diario La Capital, y era "idéntico" a aquel que le habló en el SI.

Junto a su marido, Graciela fue liberada el 25 de agosto a la madrugada. "Teníamos un miedo tremendo, porque habíamos oído hablar de que mataban gente simulando la fuga", relató ayer. Durante mucho tiempo, un represor que había conocido en el SI -"el Picha" la "visitó" en distintos lugares para hablar. Según relató ella ayer, fue él quien le contó que "a (Jorge Luis) Francesio lo habían fusilado en enero en Santa Fe". Francesio está desaparecido desde septiembre de 1977. Aunque Borda Osella no mencionó ayer más que el nombre de pila del represor, se trata de Eduardo Dogour.

Cuando se iba, Graciela se paró frente a los represores que siguen el juicio en la sala -Vergara, Marcote y Ricardo Chomicky y les gritó: "Encantada de verlos acá".
Fuente:Rosario12



SANTA FE
El taller de José

Gonzalo Fernández Bruera tenía 16 años el 1º de junio de 1977, cuando la patota irrumpió en su casa de Laprida 1877. Los encontraron a él y a su padre, José Esteban, pero buscaban a Rodolfo, uno de sus hermanos. Los represores, de civil, estuvieron en su casa durante unas horas y después se llevaron al padre, que tenía 60 años y era propietario de un taller de fotograbado, el proceso previo a la impresión, que no tenía máquinas para imprimir. Gonzalo supo que si su hermano llegaba durante las horas de permanencia de la patota, sería hombre muerto, así que aprovechó un descuido para escaparse y advertirle. La suerte quiso que pudiera avisarle antes de llegar a la casa, y Rodolfo pudo escapar.

Pero su padre fue llevado como rehén al Servicio de Informaciones, donde permaneció durante 40 días, lapso que la patota aprovechó para destruir el taller. "Siempre lo quisieron tener para que se entregara mi hermano. Sabía mi papá que la entrega significaba muy probablemente la muerte de mi hermano. Lo mejor que pudo pasar fue que él pudiera escapar. Gracias a la circunstancias o el destino, todos seguimos vivos después", dijo ayer Fernández Bruera, quien recordó que el interventor de la policía rosarina, Agustín Feced, amenazó a su padre con quemarlo dentro de su taller. Esa amenaza fue gravitante para que, una vez en libertad, el hombre decidiera abandonar el comercio.
Fuente:Rosario12


“Estoy acá para acusarlos”

"Soy una sobreviviente y estoy acá para acusarlos”, dijo Esther Bernal, una testigo en la causa Díaz Bessone. Ayer declararon tres sobrevivientes del centro clandestino de detenciones que funcionó en el Servicio de Informaciones (SI) de la policía de Rosario ante el Tribunal Oral Federal 2 de Rosario, que juzga delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en esa ciudad. Bernal, Graciela Borda Osella y Gonzalo Fernández Bruera relataron ante los jueces Jorge Venegas, Beatriz Baravani y Otmar Paulucci los pormenores de sus secuestros y posteriores torturas en el SI, el principal centro clandestino del sur de la provincia de Santa Fe y por donde se estima que pasaron entre 1800 y 2000 detenidos-desaparecidos.
Fuente:Pagina12


07/02/2011
Juicio Díaz Bessone
“Estoy aquí para acusarlos”

Las sobrevivientes del SI Graciela Borda, Laura Ferrer y Cristina Bernal.


Este lunes se reanudaron las audiencias del juicio Díaz Bessone en el Tribunal Oral Federal Dos (TOF2), donde se juzgan delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar de Rosario. Esther Cristina Bernal, Graciela Borda Osella y Gonzalo Fernández Bruera relataron ante los jueces Jorge Venegas, Beatriz Baravani y Otmar Paulucci los pormenores de sus secuestros y posteriores torturas en el Servicio de Informaciones de la policía (SI).


Con una potente introducción, Bernal puso negro sobre blanco algunos de los porqués de la dictadura, y plantó su identidad política como la principal razón de su secuestro y el genocidio vivido por su generación: “Fui secuestrada el 17 de agosto de 1977 , soy peronista, nací en un hogar peronista, mis padres fueron los primeros afiliados al PJ en Misiones. Afiliado a Empleados de Comercio, en el golpe del 55´ vi a mi padre esconder el cuadro de Perón. Mi madre se negó a votar hasta que no volviera Perón. Entendí que el peronismo más allá q una palabra es una doctrina, una idea en la cabeza y una llama en el corazón. Este plan de aniquilamiento no logró quebrarme en mi identidad política, a pesar de las torturas, de las rejas, de la presión familiar. Estoy aquí para acusarlos, y para decir lo que muchos de mis compañeros no pudieron.

La ex diputada provincial y ex funcionaria de la provincia de Misiones brindó un contundente testimonio que se inició con la historia política de su familia en el justicialismo -”el peronismo es una idea en la cabeza y una llama en el corazón”, dijo- hasta llegar al 17 de agosto de 1977, cuando fue secuestrada junto con su hija de tres años y medio, y un grupo de amigos, en Rosario.

Bernal recordó que por entonces militaba en la Juventud Peronista y estudiaba en la Facultad de Odontología de esta ciudad, y que la madrugada que cayó en manos de la dictadura fue a su domicilio “una patota de 15 personas comandada por El Vasco”.
“Me golpean y me dicen: `En la parrilla vas a hablar`”, recordó la sobreviviente, y explicó que en un primer momento la separaron del grupo, pero llevó consigo a su hija.

“El momento más terrible fue cuando me separan de mi hija, nos tironearon hasta que la dejé porque era peor y me llevan a no sé dónde”, añadió. Sobre la tortura que sufrió Bernal relató: “Me desvisten, me llevan a una camilla, me atan las manos con gomas y me ponen un trapo en la boca, mientras que colocan una pinza de metal de la que colgaban cables”.

“Uno pide la picana de 110 (voltios) y luego la de 220 y me torturan aproximadamente durante 7 u 8 horas; cuando uno se cansaba le pedía a otro que continuara”, precisó la testigo. Identificó a sus torturadores por los apodos Managua, El Ciego, Carlos Baravalle (un detenido que se convirtió en represor y se suicidó hace unos años en Italia antes de ser capturado), el Sargento; y el ex comandante de Gendarmería Agustín Feced, jefe de policía de Rosario en aquellos años.

“Me torturaron en todo el cuerpo, en los ojos, en la vagina, en la boca”, puntualizó Bernal, para luego contar que fue trasladada durante cinco horas a otro sitio que no reconoció y fue llevada nuevamente al SI, al lugar conocido como El Sótano.
“Ahí me ponen en una pieza y estoy dos días sin comer ni beber nada, y me dijeron que si me daban agua iba a reventar como un sapo”, añadió la sobreviviente.

Según contó Bernal, “El Sótano era lo más siniestro que alguien pueda idear o imaginarse, se convivía con el horror, estábamos sin vendas y bajaban a cada rato los torturadores”.

Por último, la mujer relató que el 7 de septiembre, el Día del Montonero, “el comandante Feced organiza un banquete con comida que nos hace pedir a nuestros familiares”.

“Nos dijo que iba a ser la cena del triunfo sobre la subversión, que iba a festejar su triunfo porque había vencedores y vencidos, y que él había ganado”, relató.

Además, contó que para celebrar la fecha “adelantó el fusilamiento de siete compañeros”. Feced no está imputado en la causa porque falleció en la década del 80.

El Tío Feced
Después de Cristina declaró Graciela Borda, quien dejó perplejos a los jueces al contar la particular historia que le tocó vivir, siendo sobrina del máximo represor del SI, Agustín Feced, y habiendo sido secuestrada y recluida junto a su marido y una compañera en aquel centro clandestino de detención.

El testimonio de Graciela fue largamente reflejado en un artículo que publicó en 2001 el mensuario El Eslabón y que reproducimos en Redacción Rosario (Ver nota aparte).

Luego de Graciela fue el turno de Gonzalo Fernández, quien fuera secuestrado junto a su padre en el marco de un operativo en el que buscaban a su hermano Rodolfo, el “Gallego”, un militante de Montoneros que gracias a una audacia de Gonzalo –que se pudo escapara en una primera oportunidad de los represores– logró escapar de las garras de los terroristas de estado. Rodolfo declarará este martes a las 9 en el TOF2.

Los acusados en la causa son el ex comandante del Segundo Cuerpo del Ejército, Ramón Genaro Díaz Bessone; los ex policías José Rubén Lofiego (El Ciego); Mario Alfredo Marcote (El Cura); José Carlos Scortechini y Ramón Rito Vergara; y el civil Ricardo Miguel Chomicky.
Fuente:RedaccionRosario                       


lunes 7 de febrero de 2011
Juicio Díaz Bessone: El Tío Feced
Por Juane Basso.
En agosto de 2001 se publicaba en el periódico El Eslabón, por primera vez, la historia de Graciela Borda, la sobrina del máximo represor de la dictadura en Rosario, Agustín Feced –ya fallecido*–. Este lunes Graciela declaró en el juicio en el que se juzga a una parte de la patota que operó en el Servicio de Informaciones a donde ella, una compañera y su marido fueron llevados ilegalmente, y donde perdió un embarazo.

El 1 de julio de 2001, camino hacia el escrache que H.I.J.O.S. Rosario realizó ese día al represor Juan Daniel Amelong –en la actualidad condenado a prisión perpetua por los crímenes cometidos en el circuito represivo de la Quinta de Funes–, este cronista pasó por un kiosco con unos volantes que convocaban a esa actividad. Los panfletos dispararon un fugaz debate entre la concurrencia. “Hay que hacerlo cagar a ese hijo de puta”, dijo un señor muy bien vestido que después se retiró a su casa a pasar un sábado en familia. Enseguida la señora que atendía el kiosco se me acercó y en voz baja dijo: “Yo estuve detenida en jefatura y me interrogó mi tío, Agustín Feced”. Ahí nomás le propuse pasar otro día para que me relate esa historia. Saludé, pagué mi “sanguchito” y salí rumbo al escrache móvil.

Un viaje de ida. Margarita Feced y Calvo era una joven maestra catalana que vivía con su hermano menor, Blas. Su padre había fallecido cuando chicos y el resto de la familia se embarcó hacia Argentina a probar suerte, al igual que millones de europeos que llegaron a estos pagos los primeros años del siglo pasado. Margarita prácticamente crió a su hermano, tenía un carácter imponente, por ella Blas también se convirtió en maestro. En 1910 arriba al país el barco Principesa Mafalda trayendo en su vientre a los dos hermanos que habían quedado en Barcelona.
"El tío Blas se radicó en Campana, era un tiro al aire –relató detrás del mostrador de un kiosco que supo tener hace ya varios años, Graciela Borda–, llegó a ser director de escuela y fue un afiliado del Partido Comunista. Tuvo dos hijos, Raúl y Agustín. Mi abuela se fue a trabajar de maestra rural en medio de dos estancias en San Cristóbal, murió a los 103 años en el ‘79."

Un amigo del Che. El doctor Martín Agustín Borda fue un traumatólogo no muy conocido en el país pero muy prestigioso en el exterior. Él mismo se amputó el apellido de la madre cuando su primo Agustín asumió la jefatura de Policía de Rosario. Es uno de los hijos de Margarita Feced y el padre de Graciela.
El doctor Borda, estudió medicina en la Facultad del Litoral en Rosario –todavçia no habçia sido fundad la Universidad Nacinal de Rosario (UNR)–. En ese entonces conoció e hizo amistad con Ernesto Guevara Linch. Al igual que su tío fue miembro del Partido Comunista y en 1960, luego de un congreso en los Estados Unidos, se cruzó a la isla Caribeña para "conocer esa revolución" de la que tanto se empezaba a hablar. Allí se reencontró con su amigo, ya conocido mundialmente como el “Comandante Che Guevara”.
Graciela cuenta orgullosa esa entrevista de su padre con el guerrillero: "El Che le dijo ‘necesitamos médicos, si querés venir te pagamos un pasaje a vos y tu familia y te hacemos un contrato por dos años’".
La familia Borda vivió en Santiago de Cuba desde enero de 1962 hasta abril de 1964. "Yo tenía catorce años –recuerda Graciela– y esa experiencia me marcó con valores e ideas como la solidaridad, en la noción de que la vida, si va a ser de una forma egoísta, pensando nada más en vos, mejor no la vivas”.

“La única forma que no te maten es que te agarren en casa”. Estas son las palabras que usó la sobrina del comandante en aquellos días de 1977 para convencer a su amiga Mercedes que se esconda en su casa. María de las Mercedes Sanfilippo era militante de la organización Montoneros. Los militares habían matado a su marido Victor Bie, y ella corría serio peligro. Vivía con un compañero de militancia y un día, que este no llegó a la casa –señal que en clave de vida en la clandestinidad significaba levantar todo y tomarse el pique–, Mercedes rajó para lo de Graciela. Las dos amigas pensaron que como Graciela era sobrina del jefe de la policía de Rosario no se animarían a caerle en su domicilio.
La mañana del 19 de agosto de 1977 una Grupo de Tareas se metió en el domicilio donde vivían Graciela con su marido Silvio Paganini, en el segundo piso de Roca 1339. Secuestraron a Mercedes y a Silvio. Su hijo de cinco años, quien vio cómo se llevaban a su padre vendado en medio del revoltijo, fue dejado con unos vecinos.
Graciela estaba en la oficina del trabajo cuando un compañero le avisa que la buscan unos tipos de informaciones. “El comandante quiere hablar con vos”, le dice uno. “Ah, mi tío... No sabés qué quiere”, contestó astuta y rápida Graciela dejando pensativos a los secuaces de Feced que ante la noticia del parentesco no se animaron a tocarle ni un pelo. “En el auto actué con naturalidad, haciendo como si conociera a los monos desde siempre para que pensaran: o esta es una boluda o no anda en nada. Además quería verles bien la cara para denunciarlos en el futuro”.
“Sí, el Comandante es primo hermano de mi viejo, estudiaron juntos”, continuaba Graciela aferrada a la estrategia de la inocencia.

Cinco días en el infierno. Cuando llegaron al servicio de informaciones le vendaron los ojos, dieron unas vueltas, bajaron una escalerita, le llevaron las manos atrás, la pusieron contra una pared y empezaron las preguntas: “¿Qué son los derechos humanos?: ‘Creo que algo de la constitución’ –contestaba Graciela–. No te hagás la boluda”, le decían los tipos que todavía no sabían hasta dónde tenían que llegar con esta mina que decía ser la sobrina del Comandante. “¿Quién es Érica?”, inquirían. “Qué sé yo”, decía mientras pensaba qué estarían haciendo con su marido y su amiga.
Cuando la interrogaban, alcanzó a escuchar a Mercedes que estaba siendo torturada muy cerca de ella. “Ellos no tienen nada que ver, déjenlos tranquilos”, decía su amiga a los gritos, en referencia a ella y Silvio su esposo.
Graciela estaba embarazada de dos meses, todavía no lo sabía porque esperaba el resultado del estudio, pero estaba casi segura. El segundo día de encierro tuvo pérdidas a causa de los nervios. Una vez afuera, se enteró que el análisis le había dado positivo.
Graciela permaneció varias horas parada en el mismo lugar donde la habían interrogado, hasta que empezó a gritar: “Voy a perder mi embarazo”. Al rato le trajeron una silla. “Fijate como fueron conmigo –analiza desde el presente–, que hasta me dijeron sacate el anillo y guardalo vos en la cartera. Como mi tío no había llegado no se animaban a hacer nada.”
La llevaron a otra habitación donde había más gente. Estaba Cristina Bernal llena de moretones en las piernas. “Ahí me encuentro con mi marido que me pregunta ¿qué te hicieron?; y yo le digo al oído: callate que estoy haciendo teatro”, explica Graciela. Luego la trajeron a Mercedes llena de golpes, sangrando, con marcas de picana.
Más tarde volvieron y subieron para interrogarla nuevamente. Ahora sí estaba Feced que le realizó varias preguntas. “Pero tío si vos fuiste del Partido Comunista con papá” –le dijo Graciela delante de unos cuántos de sus hombres porque así lo tenía entendido ella. (Según Graciela los tres primos fueron afiliados cuando eran estudiantes).
“Yo no soy tu tío” –dijo Feced– y le metió un “mamporro en la cabeza” como respuesta.
—Como te vas a meter con esta mina, no sabés que...
—Pero tío –interrumpió ella–.
—Yo no soy tu tío..., remató el comandante.
Después de ese día, estuvieron otros dos –Graciela y Silvio– en la parte de arriba hasta que los legalizaron y los pasaron al sótano.
“En el sótano había más gente que ahora no recuerdo –hace memoria Graciela–. Había una nena de tres años, Mercedes me dijo que a la madre le decían Bety y que la habían matado. En el grupo de mi esposo estaba el Pollo Baraballe y en el mío estaba su mujer.”
Cuando quedaban solas, Graciela cuidaba a su amiga que estaba muy herida. Pero cuando había alguien de jefatura, hacían teatro, se peleaban como si Mercedes fuera la culpable de que ellos estuvieran secuestrados. “Mercedes me decía: vos tenés que salir y me daba información para compañeros que tenía afuera.”

Un santo oficio. Cuando el matrimonio Paganini estaba por salir de jefatura, “un señor muy correcto” la invitó amablemente a Graciela –que todavía estaba vendada– a que “mejor se olvide de todo lo que había pasado, que si no comentaba nada, si se quedaba callada, no le iba a pasar nada”.
Graciela le dijo: “Usted es el único que me trató bien me gustaría conocerlo”, y entonces el hombre le destapó la vista. Años más tarde encontró ese mismo rostro impreso en un diario que daba la noticia que el presbítero Eugenio Zitelli era nombrado Monseñor por el Vaticano. “Este era el hijo de puta”, expresó Graciela.

Las memorias de vida individuales pueden ser a veces una pequeña muestra de ADN histórica. De la suerte corrida por una familia, una generación, un pueblo, una nación o todos estos núcleos juntos, que se meten uno dentro del otro como las mamushkas rusas. Las historias personales de gente común, muchas veces desdeñadas por los historiadores, suelen ser el refugio de las realidades subterráneas, esas que en nuestra Argentina, han quedado tapadas con los sedimentos arrojados por años de olvido que intentaron impedir que los ríos de las verdades colectivas emerjan y busquen su destino.

Así concluía la nota publicada en El Eslabón por aquellos turbulentos y sufridos días de 2001. A diez años de aquella primera vez que en El Eslabón se contó la historia de Graciela, y por más necio que se pueda ser para distinguir dos momentos históricos diferentes –no son pocos los que pretende hacer creer que todo sigue igual desde el 2001–, podemos decir que algo ha cambiado. Entre otras cosas, hoy estas memorias están cumpliendo con una misión histórica, que con gran valentía están llevando adelante los sobrevivientes, en cada testimonio que brindan en la justicia.

*El cuento del tío. En torno a la muerte de Feced existen fundadas dudas, el día oficial del fallecimiento del siniestro Comandante es el 21de julio de 1986. La supuesta muerte clausuró la causa que llevaba su mismo nombre y que apuntaba a los responsables militares, políticos y económicos de la dictadura en Rosario. Hubo rumores de que lo habían visto vivo en Paraguay después de esa fecha.
Graciela Borda de Paganini, igual que muchos de sus familiares, siempre tuvo dudas sobre la muerte de Feced. “Si murió del corazón, ¿por qué lo velaron a cajón cerrado? –se pregunta–. Además no le avisaron a nadie del resto de la familia”. El periodista rosarino Carlos del Frade, investigador de la historia del terrorismo de estado en la región, publicó que el genocida Agustín Feced pasó por el hotel Ariston de esta ciudad el 29 de julio de 1988.

Agustín Feced fue el mayor asesino que pisó alguna vez Rosario. Nació en Aceval el 11 de junio de 1921. Fue Comandante Mayor de Gendarmería Nacional. Debutó como represor en la toma del Batallón 11de Infantería realizada por los muchachos de la resistencia peronista en 1960. En 1969 metió palos y balas a los manifestantes que ganaron las calles en la movilización conocida como el “segundo rosariazo”. Entre abril de 1976 y marzo de 1978 ocupó el cargo de Jefe en la policía de Rosario. Desde su guarida en el edificio de Dorrego y San Lorenzo fue la cabeza principal de la maquinaria genocida –desplegada por los dueños del poder económico nacional y regional– que se encargó de aniquilar a las organizaciones políticas que peleaban por una Argentina para todos y no de sus pocos actuales dueños. Feced comandó los grupos operativos que se adueñaron de las madrugadas rosarinas entre 1976 y 1977. Fue maestro, al igual que su padre y su tía, pero en la materia “Torturas”, arte con el que sus muchachotes recababan la información necesaria para las tareas de secuestro que el comandante encomendaba. Por el campo de concentración que funcionó en el servicio de informaciones de la jefatura pasaron alrededor de 2000 personas de las cuales 350 están desaparecidas. La biografía de Feced en esos años, es la historia del terrorismo de estado del Gran Rosario.
Fuente:DiariodelJuicio


PIRULO
LLUVIA
La audiencia de ayer en Tribunales Federales, la primera del año, fue citada para las 9 de la mañana, pero faltaban 5 minutos para las 11 se habilitó la sala. Durante al menos una hora y media, el público esperó bajo la lluvia, al amparo de un mínimo techo que de a ratos se ordenaba desalojar. Entre las asistentes de ayer estuvieron las Madres de la Plaza 25 de Mayo Herminia Severini, Norma Vermeulen y Elsa Chiche Massa. Alicia Lesgart, que siempre lleva las fotos de los desaparecidos para portar en la audiencia, estaba enojada por el maltrato.
Fuente:Rosario12

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