A contrapelo de la historia lineal
Año 6. Edición número 277. Domingo 8 de Septiembre de 2013
Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com
Año 6. Edición número 277. Domingo 8 de Septiembre de 2013
Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com
(TELAM)
Luego de la segunda entrega de su programa La letra inesperada, que se emite los sábados a las 22 por la Televisión Pública, el fundador de Carta Abierta analiza la relación histórica entre la sociedad argentina y sus gobiernos.
¿Por qué la sociedad argentina, más allá de las problemáticas políticas de entonces, compró en los
años ’90 el discurso de Fukuyama sobre el fin de la historia y de las ideologías?
–Habría que retroceder a un clima de época que atravesó a occidente y al capitalismo en las últimas décadas del siglo XX. La caída del muro de Berlín, el derrumbe de la Unión Soviética, la crisis de las tradiciones de izquierda, el marxismo, la sensación de una historia que se agota, el dominio de un discurso del fin de las ideologías, la hegemonía económico-material pero también cultural simbólica del momento liberal del capitalismo tardío ejercieron una influencia decisiva en nuestras sociedades y en la percepción de una historia enmudecida de fin de época. Era la llegada a un territorio donde se naturalizaba el triunfo definitivo de una manera de gestionar el mundo, por eso me parece que en nuestro caso se da con mucha potencia esa mirada escéptica, pesimista, de la inteligencia crítica, en otros casos simplemente el cinismo o la despreocupación o el avance neutral de una lógica despolitizadora que viene de la mano de las transformaciones económico-culturales del neoliberalismo. La idea de la gestión, de la administración, de los gerenciamientos viene a reemplazar la idea de la política como conflicto, como participación, como disputa del espacio público; entonces creo que en esa perspectiva el fin de la historia, la muerte de las ideologías, cala hondo y todo eso salta en mil pedazos entre nosotros con la crisis de los ’90, el estallido de 2001 y la llegada entre inesperada y azarosa de Néstor Kirchner.
–De acuerdo, pero antes de la llegada de Kirchner, el autoproclamado intelectual orgánico del neoliberalismo que era Fukuyama iba más lejos con su dislate y anunciaba que la historia había terminado en todo el mundo menos en Latinoamérica…
–Él decía que quedaban algunas zonas periféricas como vertederos de la historia donde todavía el conflicto seguía persistiendo pero que en realidad el mundo iba hacia esa zona del aburrimiento consensual. Imaginaba a los ciudadanos de ese mundo post-histórico yendo nostálgicamente a museos temáticos para ver cómo era la época en que existía la historia como conflicto. Y sí, decía que en América latina, por la irresolución de sus sistemas políticos y la crisis de la democracia se mantenía el conflicto histórico, aunque también anunciaba la imposibilidad de que algo así como el fantasma del populismo regresase a la escena latinoamericana. Pero el primero que patea ese tablero es Hugo Chávez y después vendrá Lula, Kirchner, Evo, Correa, generando un cambio sorprendente y paradigmático en nuestra región. Creo que desde ahí hay que entender también el conflicto actual, la profundidad con la que hoy se vuelven a visualizar núcleos que parecían ya perdidos en nuestra memoria histórica, como el viejo gorilismo. Creo que tiene que ver con lo que la Argentina de hoy, sobre todo a partir de la 125, generó como retorno de lo reprimido, como puesta en evidencia de un conflicto no resuelto, lo que en algún lugar yo llamaba el litigio por la igualdad, que había quedado clausurado en los ’90, y que hoy apareció con muchísima intensidad. Ésa es la clave para entender lo que hoy es la disputa entre un proyecto como el del kirchnerismo y lo que implican las posiciones corporativo económico mediáticas.
–Ya sea por oposición a aquello del fin de la historia o ya sea por adscripción a esto de que no había terminado realmente en América latina por esa conflictividad política que usted menciona, ¿no era ni siquiera imaginable la aparición de un personaje como Néstor Kirchner?
–Yo soy bastante benjaminiano en cierta interpretación de la historia. Quiero decir, el concepto de ruptura o de dislocamiento no significa que no hubiera condiciones materiales o que no hubiera marcas, huellas, signos que permiten retrospectivamente decir “no, no, había algo que quizá nos ofrecía la posibilidad de intuir que lo distinto, lo nuevo o lo inesperado podía suceder”. La mayoría de las ocasiones, la historia se sacude bajo una lógica que rompe la idea de continuidad, de acumulación, de causalidad. Y aparece lo azaroso, lo que rompe. Si uno mira la escena argentina de 2001 hasta la llegada de Néstor al gobierno, lo que aparece es la continuidad de una crisis cuyo ahondamiento parecía no tener fin y la ruptura de toda representación política posible. Claro que había resistencias, desmadre social, Kosteki-Santillán, movimientos sociales en resistencia, una clase dominante sin encontrar la manera de salir de la crisis, partidos deslegitimados, candidaturas que un día aparecían y al otro día desaparecían, un ballotage que podría haber sido entre Menem y López Murphy. Y ahí es donde se cuela por una fisura de un muro abroquelado del poder, la personalidad inesperada de Néstor Kirchner. Eso no implica que no hubiera previamente señales, pero que se diese justo en un momento de la historia esa aparición tiene que ver con lo fortuito. Rafael Correa dijo que, en un momento, a veces de manera azarosa, en la historia se dan confluencias no esperadas. Eso se dio en América latina con la llegada de liderazgos sorprendentes. Básicamente, Hugo Chávez, Néstor Kirchner. Yo lo denominaría ir contracorriente. Hay momentos en que la corriente de la historia va hacia un lugar y ese lugar se vincula con los triunfadores, con los que dominaron ayer y siguen dominando hoy. Y de repente aparecen esos movimientos a destiempo. El kirchnerismo puede ser leído bajo ese parámetro de lo a destiempo o lo que va a contrapelo de la linealidad de la historia.
–¿Podrían encolumnarse también esas apariciones sorpresivas en aquella teoría del caos que en los ’90 hizo tanto ruido?
–A ver, eso viene de un debate sobre la cuestión de epistemología, un intento de trasladar a las ciencias sociales la posibilidad de lo no causal como trama de una objetividad reconstruible teóricamente. Por lo tanto, la teoría del caos que puede funcionar es un gran debate en el campo de la física y de la astrofísica. Todo lo que es la poética de esas ciencias que, a veces, es más arriesgada e interesante que las ciencias sociales…
–Pero no es trasladable de una ciencia a otra…
–No se puede trasladar mecánicamente. Yo sí tiendo a pensar que hay momentos de ruptura en la historia, pero hay largas continuidades. En realidad, lo que progresa en la historia no es la emancipación y la liberación sino la barbarie, por eso cada tanto hay que interrumpirla y buscar la manera de interrumpirla. Creo que uno de los grandes discursos de la razón hegemónica fue construir una idea de historia bajo la lógica de una evolución, de un progreso ascendente, de que siempre estaríamos en la cresta de esa evolución cuando en verdad uno lee la realidad del mundo y lo que ve es el crecimiento de la barbarie, de la violencia, de la explotación, y no justamente esa idea ilustrada de la emancipación, la autonomía, la libertad y la igualdad. Creo que esos conceptos estuvieron siempre en discordia con un proceso de hegemonía muy potente. Desde esa lectura yo diría que éste es un momento muy interesante de Suramérica. Peligroso, como todos los momentos interesantes, porque los riesgos están a la vuelta de la esquina: lo que fue y es la derecha continental y su relación íntima con la estrategia estadounidense. No deja de ser preocupante lo que hoy está sucediendo en Medio Oriente, como fue preocupante lo que sucedió en Honduras, en Paraguay, lo que pudo haber sucedido en Bolivia o en Ecuador o en Venezuela. Por lo tanto, estamos atentos, pero a veces hay que vivir con alegría el momento que uno está. Si vuelvo imaginariamente al 24 de mayo de 2003 y trato de imaginarme ese día pensando lo que se venía, nunca hubiera intuido esta década, las características de este momento argentino, lo que se generó y las dificultades que se produjeron en torno a lo generado. Se liberó la posibilidad de un debate que estaba encapsulado, encriptado; generó de nuevo la pasión política, abrió una zona que estaba absolutamente tabicada. Pudimos recuperar tradiciones que en los ’90 tenían que pedir permiso para pronunciar lo que ya era impronunciable, la idea de igualdad, de distribución de la riqueza, el rol del Estado, la idea de América latina. Recuerdo a conversaciones con Nicolás Casullo, con quien compartí esos 25 años finales de la década del XX donde la política era más bien objeto de reflexión crítica, no la idea de una potencialidad trasformadora ni que pudiéramos nuevamente vincular la política con los ideales igualitaristas o emancipadores. Éramos muy escépticos de ese tiempo de la posmodernidad, de la muerte de las ideologías, del fin de la historia. Por suerte, pudimos ver gratamente sorprendidos lo que significó la irrupción de Néstor Kirchner.
–Ese magma que significó la aparición de este modelo en 2003, ¿se hizo carne en la sociedad como para decir que no habrá retroceso posible a la barbarie?
–Yo no creo en la entelequia pueblo como una conciencia que siempre está guardada, incluso en los peores momentos está lista para regresar intacta. Los pueblos también sufren derrotas muy duras. Hay un daño profundo en el interior de las conciencias populares, y en estos años, lo que se pudo hacer fue reparar, reconstruir una historia, una tradición, ponerla a circular en un presente que tiene otros desafíos, otras dificultades. La reconstrucción y ampliación de derechos, la reconstrucción de una vida social profundamente dañada significó que un mundo social popular hoy tenga mejores herramientas para resistir lo que puede ser una ofensiva de la derecha. Eso no significa que lo conquistado en estos años esté garantizado frente a un cambio de rumbo. Siempre las conquistas son frágiles y pueden ser rápidamente socavadas. No es lo mismo, sin duda, la Argentina del ’89, ’90, dañada, desesperanzada, en medio de la hiperinflación que le permitió al poder real implementar el proyecto neoliberal y la convertibilidad en la Argentina con la complicidad de las estructuras sindicales, con la metamorfosis del peronismo bajo la matriz menemista, es decir, en un momento de desencanto, de ruptura y de crisis social muy profunda, a lo que es hoy la Argentina donde se reconstruyeron sujetos sociales, capacidad de lucha. Los propios sindicatos hoy tienen una posibilidad de disputa con el capital completamente distinta a la de final de los ’80. Se recuperó una idea de sociedad, incluso una idea de Nación y un vínculo con América latina como nunca lo había tenido. Eso nos da esperanzas respecto de la capacidad de disputa y de resistencia de los sectores populares, pero no hay garantías. Si algo aprendimos de las durísimas derrotas de los años ’70 es que no hay garantía alguna. Cada día, cada momento, cada coyuntura es como un instante de reinvención que nos pone a prueba, y creo que esta invención que lleva diez años es la más notable de las últimas décadas. Después de haber atravesado la crisis de los socialismos, el derrumbe de la mayor parte de las experiencias socialistas, la metamorfosis de esas experiencias sobrevivientes en capitalismo de Estado como China, la soledad de Cuba en un momento de enorme fragilidad, todo eso hace que incluso las tradiciones de izquierda nacional-populares no hayan terminado el siglo pasado indemnes. Todo lo contrario. Por eso la riqueza de este momento, porque es la posibilidad de recuperar tradiciones pero con el espíritu crítico de lo atravesado en esta época y con los desafíos y novedades de este momento histórico. Por eso no se trata sólo de trasladar a Marx, a Perón, a Scalabrini Ortiz, a Cooke o a Gramsci y decir “están todos vivos y pensamos de la misma manera que hace 40 años”. Se trata de leer lo mejor de esos autores en su capacidad crítica para, al mismo tiempo, intervenir sobre una escena social, cultural, económica, política, institucional y tecnológica completamente distinta que nos plantea otra mirada y otro desafío. Desafío que tiene fidelidades en esos otros momentos de la historia. Hay palabras que siguen siendo venerables y que hoy podemos reconstruir (“igualdad”, “liberación”, “emancipación”, “latinoamericanismo”) con una expectativa transformadora. Incluso está por reconstruirse, quizás, la palabra “socialismo”. Cuando discuto con los amigos de la izquierda, sobre todo les digo “para ustedes no pasó la historia, no pasó la crisis, no hubo un derrumbe profundo, no sólo de la Unión Soviética sino en el imaginario y en la práctica de muchas de nuestras sociedades del propio socialismo. ¿No hay que repensarlo, no hay que revisarlo?”. Pareciera ser que hay incontaminados, que pasaron por la historia sin ninguna responsabilidad y virtuosamente y siguen diciendo lo mismo que decían hace 80 o 50 años, a veces les digo que sería bueno volver a leer a Trotsky. Trotsky era más sutil para pensar la realidad de su tiempo, Yo me sigo considerando una persona de izquierda, porque creo que la izquierda es el lugar donde se sigue pensando la igualdad pero no tengo dudas que esa misma izquierda tiene que ser profundamente revisada, críticamente revisada.
–Justamente con relación a los que usted llama “incontaminados”, ¿por qué, entre cierto sector del progresismo peronista o de quienes apoyaban el modelo kirchnerista, existe esa sensación de creer que, en lugar de una batalla perdida, si es que fue una batalla perdida el resultado de las PASO, se trata de la pérdida de la guerra?
–En todo sistema democrático, el juego electoral tiene siempre esa doble posibilidad, creer que tocás el cielo con las manos por un resultado o caer en el infierno por otro. Me parece que no se trata ni de lo uno ni de lo otro. Cuando hacés una gran elección siempre tenés que recordar la fragilidad estructural de las representaciones democráticas. En esta época de la democracia burguesa, para llamarla de algún modo, los que hoy te votaron mañana pueden cambiar porque cambió el humor social, porque la trama comunicacional de los medios concentrados logra meterse en una fisura que antes no había encontrado. Yo creo que eso es lo que sucedió en parte en estos dos años: lograron meterse por una fisura y amplificar lo que venían diciendo, interpelando a sectores de la sociedad que los habían visto con distancia. Y en los momentos de caída electoral hay que recordar el gesto de Néstor Kirchner. Cuando fue la derrota de junio de 2009, Néstor hizo su primera aparición pública en la asamblea de Carta Abierta y dijo: “En las elecciones se puede ganar y se puede perder, pero esto hay que mirarlo en un sentido mucho más amplio, esto nos tiene que generar la potencialidad de reduplicar los esfuerzos”. La verdad, fue un discurso muy interesante. Me parece tan novedoso lo que sucedió en la Argentina en estos años, tan bien esperado y por lo tanto tan valioso como experiencia vivida, que fuimos mucho más lejos que lo que nunca hubiéramos imaginado. Y también me parece que está en la matriz del kirchnerismo moverse con intensidad en los momentos de dificultad, donde se anuncia el fin de ciclo, el fin de partida. Algunas de las decisiones que tomó el Gobierno, y sobre todo de Cristina, en las semanas siguientes a las PASO, son muy claras en ese sentido. Hay algo allí muy decisivo, una voluntad de seguir haciendo política, de seguir marcando una orientación, un rumbo que ha diferenciado notablemente al gobierno del kirchnerismo de todos los gobiernos democráticos anteriores. Desde el ’55 en adelante, todos los gobiernos democráticos, incluso antes de los golpes de Estado, tuvieron que retroceder ante las presiones corporativo-económicas. Éste es el primer gobierno en décadas que, en los momentos de mayor presión, de mayor chantaje, de mayor intento de dislocación por parte de las corporaciones, dobla la apuesta, reafirma la voluntad política. Ésa es una enorme ganancia para la democracia, para una reconstrucción del sistema democrático en la Argentina. No seré ni un pesimista galopante ni un optimista desbocado, diría que las PASO son un registro que hay que tomar en cuenta, que esto debe servir de experiencia: propusimos las PASO y no las utilizamos adecuadamente. Creo que el Frente para la Victoria puede y debía haber ofrecido más de una alternativa. De haberlo hecho, quizás el resultado electoral hubiese sido más amplio. Tengo la sensación, es una apreciación por lo que veo y percibo, que en octubre el kirchnerismo va a mejorar ostensiblemente la elección de las PASO, pero más allá de eso me parece que queda clara una enorme voluntad presidencial a lo largo de estos dos años siguientes de seguir desplegando un proyecto político que busca que 2015 no sea un fin de ciclo y que busca, justamente, seguir en una línea de profundización de un proyecto de la sociedad argentina con las dificultades, las tensiones, las contradicciones, las opacidades de una realidad, de una dificultad de poderes como la que se da en el país, incluyendo aciertos y errores del Gobierno. Pero insisto, me parece que este momento histórico es de un calibre que merece nuestro respeto por lo que generó. No hay que subestimar la potencia y la inteligencia de Cristina y tampoco la capacidad del kirchnerismo de sorprender ante los discursos del fin de la historia.
Fuente:MiradasalSur
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