Autobiografía espasmódica
"Estamos inmensamente menos solos"
Periodista, escritor, maestro, Cristian Alarcón vuelve a sorprender, esta vez con Un mar de castillos peronistas. Primeras crónicas desorganizadas, su tercer libro, prologado por Guillermo Saccomano. Prefiere llamar relatos a las crónicas, a la vez que desmenuza su costado confesional.
Por: María Sucarrat
Crónicas o relatos?
–Me puso a pensar el maestro Saccomanno. A pesar de que los libros que escribí se inscriben claramente en el género de la crónica, o de la no ficción, no he sido un predicador ni lo soy de los límites que se juegan. En este caso son textos que surgieron de una búsqueda, que es lo que más me interesa del libro. Siento que el libro es muy transicional en el sentido en que aparece por primera vez un yo más presente, que no abandona la ambición de dar cuenta del otro, de su existencia, de sus avatares.
–El otro es usted.
–Algo de eso quizás hay. Es un poco lacaniano, ¿no? Quizás haya algo del mucho ejercicio psicoanalítico que me permitió dar cuenta semanalmente y a la velocidad del periodismo que nosotros conocemos, del que sabemos hacer, el de trinchera, de batalla, el de todos los días detrás de la noticia, de la repercusión, del impacto, de relacionarnos con la agenda, de relacionarnos con la imposición de lo real buscando una libertad que está acotada por esa misma restricción. En este caso se trata de haber salido del diario Crítica, donde eso pasaba, y haber comenzado inmediatamente a escribir, al principio muy poco logradas historias –que no están en esta edición– en las que no tenía un diálogo impuesto con la agenda y donde eligí contar historias más ligadas a mis obsesiones, más relacionadas con mi deseo.
–¿Elegía las historias?
–Las consensuaba con la editora de Debate, Liliana Viola. Ella fue la que logró sacar de esos intentos primeros el personaje del cronista aventurero que busca el costado impredecible para dar paso al cronista que, después de los 40, se aventura a someterse a una personal trainner con un grupo de cuarentones que buscan no morir tan jóvenes. Leerlas todas juntas, ordenarlas, recibir la devolución de parte de Guillermo Saccomano, fue todo un descubrimiento.
–¿Qué descubrió?
–Que si escribimos historias con médula y con recursos de la literatura que pueden trascender y las juntamos, ya parecen un libro. De hecho fue muy fuerte la revisión porque mi editora, Constanza Brunet de Marea, me dice: "Revisemos todo para atrás". Y aunque lo intentamos, revisar 20 años fue imposible.
–¿Tiene registro de ese material?
–Los buscamos. Yo me fui de Página/12 con cinco kilos de papel. Más tarde guardé muchos ejemplares de Crítica en los que publicaba los domingos y la contratapa. Tengo toda la colección de TXT y ahí hay muchas historias de viajes que hicimos con los primeros dineros del dueño de la revista que fue muy generoso. Por ejemplo, en ese tiempo, pasé dos semanas en Tierra del Fuego: una en un cabaret contando la vida de las chicas y otra con los pescadores del Beagle que sacaban moluscos del canal y se sumergían con mangueras en la boca. Es decir que nunca había tomado conciencia de que esos 20 años de periodismo urgente podían llegar a ser un terreno posible de búsqueda de textos que trasciendan.
–¿Encontró una suerte de coherencia en los textos que revisó desde 2013 hasta 1992?
–Hay algunas líneas claras en temas y formas. Hay una estética y una ética. Por ejemplo, desde el primer momento me abracé más al recuadro que a la nota y estas aguafuertes tienen más que ver con eso que muchos de los que quisimos narrar siendo periodistas encontramos en los famosos recuadros. Durante muchos años, la crónica estuvo recluida en el recuadro de color para muchos editores y además, porque la noticia manda. En este caso hubo momentos en que me fui a hacer la noticia, por ejemplo cuando viajé a Guatemala al poco tiempo de que mataron a Cabral o la revisita hacia el final de los personajes de Cuando me muera…., una década después. Siempre seguí ese borde delincuencial que a mí me sigue apasionando pero con una búsqueda de la delincuencia más vinculada a la de la clase media y a la ambición que a la exclusión social. Incluso en la revisita a los personajes del Frente hablo de la justicia y la injusticia, el liderazgo, la búsqueda individual dentro del proyecto colectivo de esos personajes y cómo lograron ciertos bienestares en sus vidas. Algo que apareció en el último tiempo es esa cosa familiar que me habita y que cada vez es más fuerte en mí.
–Saccomano dice confesional.
–Hay una presión ya no sólo por bucear en esas zonas oscuras, vírgenes de lo social marginal, sino como un narrador más asentado.
–Quisiera volver a la revisión de los textos. No es fácil elegir dónde pararse para revisar.
–¡Sobre todo cuando somos periodistas! Lo que producimos, de alguna manera termina siendo basura que va a parar al tacho o a envolver tamales en el norte o huevos acá.
–En sus libros anteriores, Cuando me muera… y Si me querés…, el narrador estaba oculto o aparecía en momentos estratégicos…
–Para recluirse después detrás de la historia. En este caso me da orgullo que siendo un libro que ahora pretende ser leído como una sola historia, reivindica la urgencia y la emergencia de esos relatos. Son dos años que vivimos cambiando, de cierta plenitud.
–¿Urgencia y emergencia?
–Urgencia en el sentido de lo que tiene que ser escrito para mañana. Emergencia porque así surgen asuntos sobre el sí mismo del cronista, sobre mí mismo que yo no reconocía.
–¿Tenían medida las crónicas?
–Sí, y para mí era una odisea encontrar los temas. Angustioso hacia el domingo porque el lunes tenía que saber. La intervención de la vida privada tuvo que ver con eso. Y al abandonar las redacciones pude ver todo lo que quedaba de costado siempre y era mi propio transitar por distintas escenas a veces sorprendentes. Cuando uno es capaz de ver su propia familia como un territorio de lo extraordinario experimenta cierta epifanía. Uno comienza a reconocerse como un bicho raro producto de la conjunción de otras rarezas. Por eso el personaje de mi madre conmueve mucho en el relato que le da nombre al libro.
–¿Por qué Un mar de castillos peronistas y no otra frase de otra crónica?
–Iba a llamarse Patti Smith en el Parque Lezama porque subrayaba cierta condición cool, moderna, urbana. Un mar de castillos peronistas es un tanto más peligroso.
–¿Por qué asumir que todos los castillos que estaban en la orilla de Las Grutas eran peronistas?
–Porque todos los que estaban allí estaban viviendo del derrame económico de la última década que en la Patagonia significó un crecimiento impresionante de la capacidad adquisitiva para invertir en el ocio.
–El relato da cuenta de la movilidad social.
–Además es una playa que sistemáticamente los acorrala y los libera todos los días. Una movilidad social que depende del futuro que tenga este país, que está atada a los vaivenes políticos que vamos a decidir los argentinos. El tema del consumo, del acceso de las clases medias y bajas, todavía no ha sido analizado. Una alumna del taller está trabajando un tema que es una obsesión mía y que hizo suya que es qué significa el objeto "moto" como objeto mágico en el Conurbano bonaerense y en la capital. El viaje como forma de mostrarme a mí mismo que he ascendido socialmente. El acceso al mar. Es una buena metáfora el mar como un lugar al que llegar, una promesa de consagración, una comprensión última de lo que significa la condición humana.
–Una promesa de igualdad.
–Es que todos los castillos son posibles. Todos se pueden construir. Porque como son castillos en la playa se van a ir. La inversión en el tiempo que significa que mi padre pase horas construyendo un castillo con mi ahijado, o una cancha de tejo en la playa, es una noción peronista de un tiempo libre en el que no hay mayores exigencias si no el premio al esfuerzo. Un abuelo que se entrega a jugar con su nieto porque jamás tuvo tiempo de jugar con sus hijos porque para que sus hijos fueran a la universidad trabajó 18 horas por día. Es ese momento epifánico en el que algo de esta vida azarosa y golpeadora tiene sentido.
–¿Qué era "lavarle los pies a la abuela Aurea"?
–Era una ceremonia en la que sentía que todo lo demás valía la pena porque se podía agradecer consagrándose en una ceremonia tan cristiana. Se preparaba una salmuera. En las casas del sur de Chile no hay gas entonces se calienta el agua en unas grandes ollas sobre una cocina a leña. O sea que no es un procedimiento simple como abrir la canilla para sacar agua caliente. Hay que esperar que el agua se caliente y gastar leña. Después a esa agua se le ponía sal gruesa y jabón para que la abuela pudiera remojar los pies lastimados de usar botas de goma. Sus pies eran pies ungidos por el trabajo campesino. Había un masaje. El contacto de las manos de un niño con los pies del abuelo.
–¿Era un premio?
–No. Yo lo asumía así. No recuerdo si mi hermano y mis primos lo hacían. Pero yo me sentía ungido cuando me decían "Hoy le vas a lavar los pies a tu abuela". Es que los viejos me conmueven muchísimo. Ver a mi padre en su lugar de abuelo, despojado de los mandatos de la contradicción de la paternidad que implica poder abrazar y proteger al mismo tiempo que impartir cierto rigor.
–¿Es un viajero en vías de recuperación?
–Cuando regresé en diciembre de mi último viaje en el que me pegué un susto grande, supe que no viajaría más. Esa decisión me llevó a otras. Por ejemplo, a asumir la responsabilidad de formar esta agencia de noticias (Infojus Noticias) y de hacerlo bien, con el respeto que merece la inversión que se hace en una agencia para volver a contar cómo la justicia nos afecta a todos cada día de nuestra vida. También decidí establecerme para poder dedicarme a mi niño. Sin embargo (ríe) muchas veces pienso que es más fácil vivir de viaje que abrazar el cotidiano. Un amigo muy querido me habla de una palabra paradójica que es "aterrarse". Lo dice en su doble sentido, el de sentir terror y el de aferrarse a la tierra con los dos pies para buscar la solidez.
–Es esperanzador su libro. Me hizo reír.
–¿Sí? ¡A mí también me hizo reír!
–Y eso que ahora en la charla aclaró que a los castillos se los lleva el mar.
–Es que la esperanza no está en la concreción de los sueños. El libro es esperanzador. Va hacia un final muy esperanzador. Ver a Sabina Sotello convertida en la líder que se convirtió, en los sueños que logró, ver a su hijo con la casa casi terminada y hasta a "Matilde" escrachando a los asesinos del Frente en una iglesia pentecostal. Mujeres con un megáfono persiguiendo a un asesino, acorralandolo y obligándolo a tener vergüenza. ¡Es otro país! ¿Cómo podríamos haber imaginado esto antes? Imposible. Nosotros en 1993 tuvimos que hacer decenas de marchas multitudinarias en La Plata para que una sociedad como la platense y un país como este pudieran considerar la posibilidad de que la policía era capaz de desaparecer a un joven en democracia. Acabamos de cumplir 20 años sin Miguel Bru y a Rosa le acaban de dar un reconocimiento en la Legislatura y el homenaje de dos días seguidos en la Facultad de Periodismo de La Plata fue enorme. Hoy sigue habiendo injusticias y la policía sigue matando jóvenes. No hemos terminado con esa lacra maldita del Estado en este país y en todos los países del mundo y sin embargo, somos más fuertes. Estamos menos solos. Inmensamente menos solos.
–Los castillos frente al mar son iguales.
–Algo de eso hay en esta literatura peronista contemporánea que pretende ser el reconocimiento de una esperanza fundada en eso, justamente, en que ya no estamos tan solos.
Sus libros
Cuando muera quiero que me toquen cumbia: El 6 de febrero de 1999, la muerte de un pibe chorro, el Frente Vital, acribillado por la policía, elevó a la categoría de mito a esa especie de Robin Hood de la villa que repartía entre los vecinos lo que robaba, y dio origen al santo capaz de obrar milagros como el de cambiar el destino de las balas policiales.
Si me querés quereme transa: Dice María Moreno: "Tiene un oído absoluto para los matices, los giros, las pausas dramáticas, las invenciones lingüísticas, y los traduce en una escritura tan alejada de la desgrabación como de la cosmética literaria."
Un mar de castillos peronistas: Dice Guillermo Saccomanno: "La mirada desinhibida de un niño que vuelve una y otra vez a cruzar fronteras, la mirada de ese niño chileno que, al abandonar su tierra natal, adoptará el horizonte como hogar."
Pasajes
"Yo me niego a subir. Me detengo. Cuando bajan cuando terminan el paseo al Cerro del Amor, me confunden: dicen que no se llama así, que es el Cerro San Ceferino. Igual que la estancia que visité la semana pasada. El viaje de la Semana Santa es un sinfín de lugares sin amor." (De "El amor muere en la sierra").
"Entonces, cuando parece que el mar tapará a la multitud, el mar baja, metro a metro, hasta dejar al descubierto una playa de dos cuadras de ancho. Allí, sobre esa arena húmeda, se dibujan cientos de canchas de tejo, de pelota paleta, de fútbol. Allí, al fin, surgen como elevados por una máquina de 3D, los castillos. Como el de mi ahijado, hecho por su tía postiza: el más lindo en ese mar de castillos peronistas." (De "Un mar de castillos peronistas").
"Cruzamos la cordillera el 25 de junio, llovía como llueve siempre en el sur de Chile, de marzo a noviembre, con esa lluvia que no moja, que no embarra, que corre por la tierra siempre abierta dejando apenas unos riachos mínimos, desaparecidos al fin, esperando más." (De "Chile: esa lluvia que no moja").
Fuente:TiempoArgentino

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