15 de febrero de 2009

JUJUY: DIFUSION.

Tulio y Alcira.
Nota preliminar

Se presentan aquí poemas y dibujos de Alcira Fidalgo. La totalidad de los poemas seleccionados corresponden al conjunto de papeles conservados por su madre; sin ella -y su incesante memoria- este libro no hubiera sido posible.
Una importante cantidad de escritos se encuentran perdidos. En algunos casos se debió al miedo; en otros, al descuido y, lo más trágico, a una temporada en la ESMA

(suena a lo Rimbaud, ¿no?).
Se colocaron referencias de fechas en los textos que las tenían. El ordenamiento de los mismos se realizó tratando de respetar el orden cronológico de su escritura.
El esbozo biográfico se realizó teniendo en cuenta los propios papeles de Alcira (fragmentos de diarios íntimos, cartas, poemas, etc.), el testimonio de sus padres y la información registrada en las siguientes publicaciones:
· Anguita, Eduardo y Caparrós, Martín. La Voluntad: Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, tomo III: 1976-1978. 1ª ed. Buenos Aires, Norma, 1998.
· Fidalgo, Andrés. Jujuy, 1966 / 1983: Violaciones a Derechos Humanos cometidas en el territorio de la provincia o contra personas a ella vinculadas. 1ª ed. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2001.
· Vilca, Walter. "El sanjuanino que salvó a Firmenich". Diario de Cuyo. San Juan, 20 de mayo de 2001.
El título de este libro está tomado del último verso de un poema que Alcira escribió con motivo de la muerte de Ernesto "Che" Guevara. De manera sugerente, en 1967, ella profetizó su propio final -y de gran parte de su generación- como "el encuentro de todos/ con su oficio de aurora".
La selección de fotografías y dibujos fue realizada por Víctor Montoya, quien fraternalmente ordenó, de manera temática, aquellos que mejor se complementan con los textos seleccionados.
Nadie debería olvidar la pregunta de Adorno: ¿es posible la poesía después de Auschwitz? Pero no nos vamos tan lejos: tras el final de la última dictadura militar, varios poetas de Jujuy sintieron el "fuego de la indignación" ante el horror revelado en los centros clandestinos de detención. Sin embargo, ahora lo sabemos, con la indignación no es suficiente.
Este libro prueba que la poesía es, además de posible, necesaria.

Otra voz canta

Por detrás de mi voz
-escucha, escucha-
otra voz canta.
Circe Maia

Digámoslo desde el principio: los poemas de Alcira Fidalgo no son de una militante que alguna vez escribió versos, son textos de una poeta que fue detenida-desaparecida por la última dictadura militar argentina. La poesía escrita por los militantes de la década del setenta es de valor muy desparejo. Un texto poético es importante cuando -independientemente de los temas que trata- tiene fundamentos formales (autocrítica, reflexión sobre el lenguaje y rebeldía hasta frente el hecho de ser poesía) que lo trascienden. Los poemas que integran este libro tienen esos fundamentos.
Nació en Buenos Aires (“por accidente”, según su progenitor), el 8 de setiembre de 1949. Antes de cumplir el primer año su familia se instaló, casi definitivamente, en San Salvador de Jujuy. Al comienzo, sus padres -Nélida Pizarro y Andrés Fidalgo- alquilaban una casa, sin luz ni agua corriente, que estaba atrás del barrio Ciudad de Nieva, a la par de un tambo que ya no existe más.
Cuando Alcira tenía dos años, nació su hermana Estela. Su padre recuerda con felicidad aquellos años:
Teníamos un tanque de doscientos litros que llenaba el camión regador de la muni(cipalidad); después había que entrar el agua con baldes. Pero vivíamos a gusto. Recuerdo que los fines de semana íbamos de pic-nic al río Chico. Bajábamos por donde ahora es la ruta 9, eran unas senditas de chivos por donde nos íbamos como de veraneo. Había unos pozos hermosísimos. Para los que veníamos de ciudades un poco hoscas o de espacios apretados, esto era como descubrir América.
Las dos hermanas pudieron construir libremente su identidad y sus gustos porque fueron sabiamente protegidas para no adaptarse al estereotipo femenino cuyas cualidades son la frivolidad y la falta de coherencia. En un texto recuperado por su madre, Alcira escribió:
En casa fuimos dos: Estela y yo. A nosotras no nos importaba la vida psicológica, los esquemas mentales ni los psiquiatras. Nuestro mundo era diferente; vivíamos en una casa que nos brindada la oportunidad de jugar tanto a las muñecas como a los indios o a Robinson Crusoe. Nos escondíamos entre las plantas (que mamá cuidaba) y con ganas de convertirnos en pequeñas salvajes. Un día operábamos de alguna enfermedad absurda a la muñeca rubia de loza; otro, vendíamos lechuga y tomates imaginarios.
Colgadas de las ramas de un árbol, nos sentíamos pequeños Livingstone, aisladas gustosamente.
Los primeros años de su educación formal los hizo en la escuela Obispo Padilla, el resto del ciclo primario lo completó en la Monteagudo. Su educación no formal -que la marcaría tanto- la hizo en su propia casa. Por entonces los Fidalgo alquilaban en la calle Senador Pérez 235, lugar que muy pronto sería convertido en librería de arte y base de investigaciones poéticas. Ahí se gestó y nació el primer número de la prestigiosa revista Tarja (“un lugar común de cualquier discurso acerca de la historia cultural de Jujuy”, escribió Héctor Tizón).
A los seis años empezó a asistir al taller de dibujo y pintura que dirigía Medardo Pantoja, uno de los directores de la revista. Tanto Pantoja como Néstor Groppa, otro director, habían realizado una gran tarea didáctica en Tilcara; parte de esa labor se manifestó en una sección fija de Tarja hecha por niños. Del paso por ese taller quedó una importante cantidad de dibujos, algunos en papelitos sueltos, que Nélida se preocupó tenazmente en conservar.
La capacidad de leer la tenía desde temprana edad. Pero leer no es sólo aprender a deletrear, a descifrar los distintos signos gráficos que componen las páginas de las cartillas y los textos escolares; leer es escuchar lo que guardan las palabras. Su padre ha influido mucho en ese aprendizaje. Por aquellos años, él le escribió un poema titulado “Barquisueño” (Canción infantil) que nunca fue publicado porque no perseguía un fin estético definido, sino más bien exponer una historia que cuenta acerca de lo prodigioso. Y está bien logrado porque la vida es siempre indisociable de la espera y la realización del prodigio. Dice el poema:
Yo quiero ser marinero
de un barquito de papel,
con un chino cocinero
y un negrito timonel.

¡Qué lindo, irse por el río
de la calle principal
a buscar el griterío
de chicos del arrabal!

Terminado el largo viaje
con olor de algas y sal,
despertarnos de mañana
en los brazos de mamá.

Y cuando vuelva la lluvia
con su alegre cascabel,
tener de nuevo la fresca
imagen del sueño aquel

¡Qué lindo ser marinero
de un barquito de papel!

En diciembre de 1956, la familia tiene vivienda propia en Aráoz 642, en el barrio Ciudad de Nieva. (Muchas veces, ya grande, Alcira va a añorar aquellos rincones donde sabía agazaparse. Vivirá en distintos lugares y buscará, sin conseguirlo, construir otra noción de casa. Pero sólo se va a sentir real, viva y a salvo cuando recuerde su casa. El poema dedicado al hogar familiar es una declaración de amor por los años felices vividos.)
Las diferencias entre las hermanas muy pronto se empezaron a marcar. Ahora es fácil apreciarlas: Estela es médica y Alcira escribió unos poemas que la trascienden; pero veamos qué pensaba la poeta:
Poco a poco se dieron cambios en la forma de pensar y jugar. Yo leía; Estela prefería cantar o jugar solitariamente con algún bichito que había encontrado. A veces, se pasaba horas enteras mirando las hormigas o jugando con frasquitos de remedios. En algún momento me interesaba por sus observaciones, pero me faltaba el espíritu de investigación (que, por otra parte, a ella le sobraba); me cansaba y nuevamente a mis libros.
Ejercitar la memoria con actos familiares es un sano ejercicio de vitalidad, por esta razón se dice que uno se muere cuando olvida; cuando no puede recordar los juegos de niños, o destierra el placer de perder el tiempo hablando con los amigos, es que uno tiene los días contados. Por esto me parece luminoso el verso de Alcira que, cuando recuerda gestos cotidianos de su compañero, dice “te hago vivir conmigo”. Se sabe: la memoria produce signos de identidad muy fuertes.
Pero volvamos a su infancia. Ella dejó constancia de cómo, en aquellos años, las niñas Fidalgo vivieron una dualidad común a muchas de su generación: en el colegio, nenas ejemplares; en la calle se mezclaban en guerras de cerbatanas con los muchachos.
Pero no sólo jugábamos en casa, la calle tenía una atracción especial... Allí estaban los chicos vecinos (¡los changos!); al frente había un terreno baldío con viejas higueras y altos matorrales que nos llamaban imperiosamente. Fuimos saliendo de nuestra casera actitud. Ahora jugábamos en la casa de alguna chica o en la vereda. Teníamos una escuela para muñecas y periódicamente nos disfrazábamos de señoras, con vestidos viejos y zapatos de tacón alto. A partir de ese momento, mi vida y la de Estela empezaron a cambiar. Yo buscaba la compañía de las otras chicas (mayores por supuesto) y lo que decía Estela me resultaba estúpido. Comparaba y me sentía ridícula al lado de la nena. ¡Y la diferencia era de dos años! (tenía entonces once años).
Leía otros libros: Mujercitas de Luisa May Alcott y seguía siendo el personaje central: Jo. Yo era igual a ella, o mejor aún: ella era igual a mí. Así me fui convirtiendo en caudillo de las otras chicas. Dirigía, organizaba, creaba y –lo más importante–: peleábamos contra los varones.
Más adelante, Alcira delimita bien su territorio, su condición de género y su liderazgo:
Un club de chicas se organizaba secretamente. Yo era la presidenta. Aunque existía la secretaria, yo redactaba las actas de las reuniones, imprimía el periódico, lo vendía, recolectaba fondos, cobraba cuotas... yo, yo, yo. Cosa curiosa: de este periodo, no recuerdo nada de Estela. Ella era mi sombra. Su silencio, su forma de ser la ponían en segundo lugar (o tal vez yo la desplazaba insensiblemente). Mi personalidad arrasaba con todo (¿puede hablarse de personalidad?).
En la escuela me destacaba como buena alumna y compañera. En el vecindario era la cabecilla de las chicas. Yo y yo. Pero también los varones estaban organizados y ellos tenían su caudillo: Negro. Era un rival. Nos tirábamos semillas de los árboles y garbanzos con cerbatanas, nos prohibíamos mutuamente el paso por las veredas y les cantábamos estribillos ofensivos.
Después de un tiempo, nos cansamos y decidimos unirnos. Las chicas nos plegábamos a los varones. Era una especie de rendición y yo no podía aceptar ser sólo una socia más. Impuse condiciones. Si era la capitana de las chicas, lógicamente tenía que seguir siéndolo. Pasé a ser sub-capitana del club “Halcones de Oro”. A pesar de estar en segundo lugar, dirigía y organizaba tanto –o más– que el mismo capitán. Estela seguía siendo mi ladera.
El periódico al que hace referencia se llamó Barcos en el Horizonte, estaba hecho íntegramente a mano, o sea que cada número era ejemplar único; los dos que duró aparecieron en enero y febrero del 1960. Debajo del nombre aparecía la siguiente leyenda (“lema”): “Nos acercamos a la playa de la amistad y el cariño”. Cada lector del periódico, para ser tal, debía pagar una moneda; después la publicación volvía a las manos de la multifacética directora que buscaba -y, en algunos casos, obligaba- a nuevos lectores a abonar el óbolo digno de esta publicación juvenil. La “Presentación” del N° 1 expresa:
Nos vemos en la necesidad de editar un diario mensual, en el que podamos publicar nuestras ideas, nuestras esperanzas y afanes. Hemos fundado un pequeño club, que será únicamente social y cultural. El club deportivo es el ya existente, formado por varones y otras chicas (o señoritas) no pertenecientes al nuestro. Tenemos el propósito de presentar funciones teatrales, de títeres y, si es posible, de cine.
Este pequeño periódico o revista lleva el mismo nombre y lema del club, para evitar confusiones. Aquí publicamos acertijos, cuentos, reportajes...
Debemos aclarar que se aceptan indicaciones y apoyos financieros. Así como también colaboraciones como cuentos, poesías, comentarios, pero todos originales.
Antes de pasar a la redacción serán leídos y comentados por las directoras.
Si bien hemos estado calladas por largo tiempo, hoy comenzamos a abrirnos paso hacia la sociedad y la cultura, en busca de mayores y mejores “horizontes”.
Nos despedimos de Ud. deseando serle simpáticas y agradecemos a nuestras ayudantes su entusiasmo para que este diario vaya mejorando.
Esperamos su colaboración, amigo lector.
Al pie del texto estaban las firmas de Alcira Fidalgo (Presidenta) y Rosa Angélica Ibáñez (Secretaria). Es fácil reconocer un acto fallido en el párrafo aclaratorio sobre los textos que se reciban a modo de colaboración que “antes de pasar a la redacción serán leídos y comentados por las directoras”. La única directora era Alcira pero ella sabía que su personalidad avasallaba y debía estar en plural.
El segundo número tuvo un editorial titulado “Qué pretendemos” (me parece que ya no es necesario mencionar el nombre de la autora) que destacaba la originalidad de la propuesta y los planes futuros de la publicación:
En este diario hemos logrado reunir a varios “escritores” jóvenes que con su colaboración aparte de ayudarnos, nos permiten hacer conocer a los demás sus aspiraciones.
Reiteramos nuestros pedidos a los amigos lectores, a fin de que sea posible continuar editando en nuestro periódico mensual las cartas que nos envíen, los premiados en las adivinanzas y... las colaboraciones. Como hemos visto que hasta ahora no ha sido publicado otro diario juvenil, mensual y menos manuscrito, esperamos que nuestros lectores vayan aumentando. Haremos una aclaración, para que luego no se sientan defraudados. Publicaremos el N° 3 de marzo y dejará de salir durante algunos meses. Es muy probable que el N° 4 sea en julio, y luego hasta diciembre. No va a ser posible editar en los otros meses, puesto que las tareas escolares comenzarán muy pronto y... habrá que estudiar. Pero nuestra misión continuará. No dejaremos el entusiasmo de los lectores, de los colaboradores y el nuestro, abandonados.
No, trataremos de seguir adelante y en cada número mejorar más. Amigo lector... hasta el próximo ejemplar.
En 1961, en su condición de titiritera, Nélida gana una beca del Fondo Nacional de las Artes y permanece por varios meses en Buenos Aires y en Uruguay. Por aquellos días, Andrés se encarga del cuidado de las niñas y Alcira empieza a practicar con asiduidad el género epistolar. Numerosas cartas se suceden entre madre e hija. Ésta tenía pocos años pero los suficientes como para poseer una mano rápida que reporta las novedades de la casa, el devenir de la escuela y dibujar todo aquello que con las palabras no alcanza. Lo hacía tan rápido como cerrar el sobre y mojar la estampilla con la lengua.
En medio de esta primera separación familiar, los norteamericanos mandaban al espacio un mono y los soviéticos hacían lo mismo con un hombre (aquella adolescente no lo sabía, pero la carrera por la conquista del universo corría tan fuerte como la carrera armamentista). La carta del 16 de abril marca el impacto por un mundo que queda más allá de las veredas del barrio y el club “Halcones de oro”:
La noticia del hombre al espacio revolucionó a sexto grado y todos querían ir a Rusia, la maestra nos hizo escribir en el cuaderno esta sensacional noticia, yo hice un dibujo alusivo; a un lado estaba el cohete volando y al otro, más chico o más reducido, estaba la parte que descendía.
Termina admirablemente el ciclo primario y cuando ingresa al secundario hace todo lo posible para no brillar en los estudios. Al igual que su hermana, integra la corte de las más lindas en la Fiesta de los Estudiantes; participa en las construcciones de carrozas de flores y, además, milita en la Federación de Estudiantes Secundarios. Sin tener afiliación política partidaria, participa junto con Juan Gonza, Carlos Mondada, Carlos Aramayo y otros jóvenes en la realización de distintos actos. Desde esa agrupación estudiantil, Alcira coordina un ciclo radial en el que realiza una entrevista, cada siete días, a un escritor. Al cabo de cinco años, se recibe de maestra normal.
Ya tiene el hábito de escribir a la orden del día. Escribe en todos los soportes que encuentra a su paso. El recuerdo de unas vacaciones familiares en Mar del Plata quedó grabado en una servilleta de papel:
Compre en
Aduriz
calidad desde la
A hasta la Z
Martes 11-1-66
Bar Rex
$ 645
5 Sandwichs Dinamarqueses
2 botellas de cerveza “Palermo”
3 espumillas
4 fidalgo:
Andrés
Nélida
Alcira
Estela
El año 1967 la encuentra en el inicio de la carrera de Derecho en la UBA:
Y quise salir, muy lejos... Lo más lejos posible de Jujuy, de mi casa, de conocidos de todos los días, de la calle Belgrano, de la vuelta del perro. ¡Buenos Aires! Buenos Aires que de bueno tenía cualquier cosa menos el aire.
Un año antes, un hombre que vestía un traje azul era sacado por la fuerza de la Casa Rosada, enseguida ingresaba otro vestido de verde. No se trataba de colores ingenuos, era la imagen cromática del péndulo terrorífico de nuestra historia que se detuvo en las partes más infames de su recorrido. El 29 de Julio, el dictador Onganía promulgó la ley 16.192 que puso fin a la autonomía universitaria y -aunque no se utilizó la palabra intervención- las universidades pasaron a depender del ministerio del Interior. Cuando se fue la luz del día, la policía irrumpió en las Facultades y, a fuerza de bastonazos, inició un nuevo período oscuro en la universidad. Fue “la noche de los bastones largos”.
De aquellos tumultuosos días, queda el recuerdo de Alcira escapando por una ventana de los gases lacrimógenos. Era el comienzo de la vida peligrosa.

***


Viene de atrás, de lejos;
viene de sepultadas
bocas, y canta.
Circe Maia



Los setenta son años calientes para la militancia revolucionaria. Para Alcira también son los años del amor. Se casó, en San Salvador de Jujuy, el 17 de febrero de 1970 con Tulio Valenzuela, quien, pocos años después, sería un oficial de alto rango de la organización Montoneros. Juntos habían comenzado a hacer tareas subrepticias de agitación en la universidad.
A mediados de 1972 la pareja regresa a esta ciudad y vive en una casa prefabricada del bajo San Martín. La señora ya había abandonado los estudios y su marido trabajaba como obrero de la empresa Celulosa. Los dos militaban en la más completa austeridad.
¿Qué pasaba en Jujuy por aquellos años? Los obreros se las ingeniaban para repartir adhesivos de la bandera argentina que tenían una leyenda: “Luche y vuelve”. Al igual que en el resto del país, estaba prohibido casi todo: los libros, las películas, votar, las manifestaciones y, sobre todo, nombrar a Perón. El gobernador “de facto” era un ingeniero llamado Manuel Pérez.
En toda América latina, existía una gran movilización de los jóvenes. El Che no era una remera inofensiva del militante correctamente vestido, era un proyecto revolucionario. Dentro de ese proyecto, la palabra “utopía” no tenía el significado que en estos últimos años se le intentó dar. Entonces decir a alguien “utópico” era peyorativo, era señalarlo como un soñador ingenuo.
Resulta difícil arriesgar qué pensamientos cruzaban por la mente de Alcira entonces. Una parte de la recopilación de citas encontradas entre sus papeles puede darnos alguna orientación:

La juventud, aún cuando nadie la combata halla en sí misma su propio enemigo.
Shakespeare.

Antes de dar a un pueblo sacerdotes, soldados, médicos y maestros, sería oportuno saber si por ventura no se está muriendo de hambre.
Tolstoi.

El valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad del hombre que la expresa.
Wilde.

Mientras los inteligentes deliberan, los necios deciden.
Plutarco.

Jamás mueren en vano los que mueren por una causa grande.
Byron.

Si todavía no conocemos la vida, ¿cómo podemos conocer la muerte?
Confucio.

Por conservar la libertad, la muerte, que es el último de los males, no se debe temer.
Cicerón.

Un prisionero es un predicador de la libertad.
Hebbel.

Es muy difícil pensar noblemente cuando no se piensa más que para vivir.
Rousseau.

Con la audacia se encubren grandes miedos.
Lucano.

Mejor es morir una vez que vivir siempre temiendo por la vida.
Esopo.

El fuerte determina los acontecimientos; el débil sufre los que el destino le impone.
Vigny.

Demasiada sensatez en los jóvenes es mala señal.
Castiglione.

Aunque seas tan casto como el hielo y tan puro como la nieve, no escaparás a la calumnia.
Shakespeare.

Sufrir y llorar significa vivir.
Dostoiewsky.

Siempre es peor el día siguiente.
Séneca.

Aunque me quede solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono.
Byron.

Existe, en estas palabras, una presencia muy fuerte de problemáticas de la época: el rol de la juventud, la libertad y la muerte como un acto heroico. Otra cita encontrada, sin mención de autor, es por demás representativa del ideario rebelde:
Vencer es aceptar, desde un principio, que la vida no es el bien supremo del revolucionario.
Volvamos a los avatares diarios de la pareja. A los pocos meses de estar en nuestra provincia, entran en su casa visitantes extraños (y que después ya serán macabramente familiares) que revuelven todo. A raíz de esto, el joven matrimonio decide mudarse rápidamente a Salta. Nélida alcanza a verlos en la terminal de ómnibus y recibe por toda explicación un lacónico: “Nos tenemos que ir”.
En la provincia vecina, Tulio forma parte de un grupo armado que intenta copar una intendencia. Es detenido y, posteriormente, torturado por un comisario de la Policía Provincial que le deja un brazo afectado. (Después, será trasladado a Rawson. Saldrá en libertad el 25 de mayo de 1973, por la amnistía decretada por el presidente Héctor Cámpora.)
Luego de la detención de su marido, los pasos de Alcira se hacen cada vez más precavidos. Abandona Salta. El contacto familiar se reduce a llamadas ajustadas desde teléfonos públicos y a cartas esporádicas que tienen un recorrido triangular.
En noviembre de 1972, su madre vuelve a verla en Buenos Aires. Fue un encuentro muy cuidado: primero tuvo que ir por varios lugares públicos para asegurarse que nadie la seguía, finalmente, unos militantes la acompañaron hasta una confitería y le dijeron que no fuera muy efusiva, “que haga de cuenta que la ve desde el día anterior”. En esa ocasión, las dos se sinceraron mucho.
Para entonces Alcira ya había dejado de hacer viajes de fin de semana a Rosario, donde participaba en las reuniones de un grupo que editaba una revista literaria. Ella no quería perderse ninguna fecha que -lo sabía bien- los jóvenes escribían en la historia de la militancia revolucionaria. Así, estuvo presente cuando asumió Cámpora (su cuñado, Héctor Valenzuela, también asumía como diputado nacional por San Juan), ese día, ella no pudo permanecer todo el acto porque había ido con zapatos prestados que le quedaban chicos. También dijo presente en Ezeiza, el 20 de junio de 1973, cuando Perón regresó definitivamente al país. Y fue de los que se retiraron de la Plaza de Mayo, el día que el viejo líder les gritó “imberbes”; era la primera vez que el General veía cómo le daban la espalda y lo dejaban desairado en medio del acto del día del trabajador de 1974.
El matrimonio Valenzuela empieza a hacer agua. Los primeros problemas empezaron cuando discutieron el tema de tener hijos. Para Tulio esa posibilidad era prácticamente imposible: la vida que llevaban era demasiada arriesgada. Su mujer comprendía perfectamente el planteo; pero la maternidad era un impulso demasiado fuerte que, al no concretarse, la dejaba con un gran vacío. En casi todos sus dibujos se pueden ver huellas de ese impulso.
Los miedos de Tulio estaban ampliamente justificados. Un par de hechos ocurridos a fines de 1973 ayudan a comprender el contexto. El primero, la Alianza Argentina Anticomunista (Triple A) comienza sus prolegómenos a la salvaje dictadura que vendría: una bomba hace volar el auto del senador Hipólito Solari Irigoyen, quien salva su vida de milagro. El segundo, en Jujuy, obreros de la compañía Minera Aguilar reclaman mejores condiciones laborales y declaran la huelga; se producen enfrentamientos con la gendarmería de los que resultan ocho heridos de bala (posteriormente, uno muere).
Los Fidalgo se vuelven a reunir, en enero del año siguiente, en Mar del Plata. En la cena, Andrés pregunta por el estado del matrimonio y Alcira contesta que hace un mes se han separado. En esos días, madre e hija tuvieron largas caminatas en la playa y -otra vez- reforzaron su vínculo.
-¿Es una decisión que has tomado sola o en forma conjunta?
-Es una decisión conjunta.
-Tenés todo mi apoyo.
(Unos días después, la Triple A enviaba a los medios de prensa su primera lista de condenados a muerte.)

***


Dicen que no están muertos
-escúchalos, escucha-
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.
Circe Maia

Como abogado, Andrés asesoraba al gremio mercantil de Jujuy. Ya estaba acostumbrado a las corridas, así que solía asistir a las movilizaciones armado de habeas corpus “prefabricados”: el documento ya estaba redactado y cuando un trabajador era detenido, sólo había que colocar el nombre y el número de identificación. Por esta efectividad también era requerido por militantes ajenos al gremio. Había dos que siempre lo buscaban cuando las papas quemaban: Juan Carlos Arroyo y Mario “Tamalito” Díaz. Eran una yunta brava, “andaban calzados” y, sobre todo en Palpalá, eran reconocidos como una variante armada de Papá Noel: repartían mercaderías en los barrios más pobres.
Una noche cayeron a mi casa escapando de la “poli” y yo les dije: “¡La puta! El peronismo, los Montoneros y la Juventud (Peronista) tienen abogados, vayan a verlos”. Al final, yo terminaba haciéndome cargo de la defensa.
A mediados de octubre de 1974, Alcira vuelve a Jujuy con intenciones de quedarse un mes. Tiene que suspender el regreso porque se declara el estado de sitio y su padre queda detenido a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación (PEN). Aparte de iniciar los trámites de rigor para procurar la libertad, ella ayuda a corregir las pruebas de imprenta del Panorama de la literatura jujeña.
Tanto Nélida como José Luis Mangieri, director de la editorial “La Rosa Blindada”, estaban apurados para sacar el libro porque, creían, sería una forma de hacer notar más la injusta detención. Para acelerar los trámites y pensando en las dificultades económicas que tenía que eludir el editor, ella le envió un cheque. A los pocos días recibió una carta de Mangieri: contenía el documento pero ya no como unidad, sino fragmentado como un rompecabezas imposible de armar. El libro salió, con una tapa que tenía un dibujo sin firma (así lo quiso, por razones atendibles, el artista plástico), en los primeros meses del año siguiente.
Mientras el escritor seguía detenido, en Buenos Aires hacían lo mismo con Tulio. Pero con él se ensañan más: lo torturan brutalmente y, después, queda tirado en un basural. Fue un operativo de la Triple A. La ex esposa se puso muy mal y fue inmediatamente a verlo.
Andrés recuperó su libertad en abril de 1975. Alcira se quedó en Buenos Aires y las llamadas telefónicas daban algo de alivio en medio de un país que empezaba a sentir cada atentado -hecho anómalo para cualquier sociedad que merezca llamarse así- como algo cotidiano. Ella volvió en febrero del año siguiente y se quedó hasta mediados de marzo. Fue el último cumpleaños de Andrés en que la familia estuvo completa.
Unos días antes de la partida, Nélida conversaba con su hija en el estudio jurídico que tenían en Independencia 520; al frente había una carnicería. Mientras miraba por la ventana, la joven dijo:
-Mamá, tengo la impresión de que el estudio está vigilado.
El 15 de marzo allanan el estudio, el abogado lo recuerda en su reciente libro Jujuy, 1966 / 1983:
Allanamiento (...) dirigido por el comisario (Ernesto) Jaig con personal subalterno, todos con armas varias. Levantan documentación profesional y nos llevan detenidos, a Nélida y a mí, a la Central de Policía de la provincia. La misma noche se hacen presentes casi todos los integrantes de la Comisión Directiva del Colegio de Abogados para verificar si estábamos allí y en qué condiciones. En esa oportunidad sólo nos “exhibieron” sin permitirnos hablar, previniendo que estábamos incomunicados. Al salir en libertad, en abril del año siguiente, recién supe que momentos después de esa visita (ya a medianoche), Jaig había sacado a Nélida para un allanamiento en nuestro domicilio de donde se llevaron distintos efectos, nada vinculado con “subversión” o similares.
Nélida sale en libertad el 18 de marzo. Cuando llega a su casa se encuentra con una carta de Alcira, el matasello tenía la misma fecha del allanamiento. Ella no estaba al tanto de las detenciones, el mensaje era más que premonitorio:
Las cosas se están poniendo bravas, vendan todo y salgan de Jujuy. Ustedes no saben las cosas que están pasando.
Unos días después, Andrés es sacado de la cárcel de Villa Gorriti en un Ford Falcon amarillo (la represión no es sólo verde como dicen las películas de postdictadura), sin patente, sin ningún tipo de identificación. El auto pasa los controles policiales sin detenerse. Ya es familiar para los que controlan las rutas.
No transcurre mucho tiempo y llegan a la cárcel de Tucumán. Deben ser las tres o cuatro de la tarde y dejan al preso en la guardia como si fuera un paquete. Empiezan los gritos. La primera medida es revisarlo de arriba abajo, mostrar hasta las partes que más vergüenza dan. Y ahí empieza la cosa:
-Che, ¿y a éste quién lo trajo? ¿Y los papeles?
Después llevan al preso a una oficina. Hacen una ficha sobre la base de sus declaraciones.
-¿Usted por qué está detenido? ¿De dónde lo traen?
-Yo estoy a disposición del PEN. Eso es todo lo que hasta ahora me han dicho.
-Bueno, llevalo con los políticos.

***


Escucha, escucha, otra voz,
otra voz canta.
Circe Maia

“Pero yo también la necesito”, respondió Alcira cuando una amiga le dijo que era necesario que su madre se quedara en Jujuy por la detención del padre. Él estuvo casi seis meses en la prisión de Tucumán y el 5 de noviembre de 1976 fue traído de regreso a Villa Gorriti. Aquel comentario llegó a Nélida y enseguida se puso a preparar un viaje relámpago de seis días.
El sábado 8 de enero siguiente se fue a la cárcel para dejar ropa limpia. Llevaba -como le había ordenado algún militar- pañuelos, calzoncillos y medias de color blanco y celeste. No era por galanura que ella perfumaba con Old Spice la ropa interior: le daba seguridad recibir la muda usada por su marido porque podía sentir el olor y, de esa manera, saber que estaba vivo (eso, se decía, era mucho para los tiempos que corrían). Por la tarde tomó un avión a Buenos Aires.
Mientras viajaba pensaba los trámites que podría hacer, en distintas reparticiones, para gestionar la libertad de Andrés. Para entonces existían largas filas frente a las oficinas del ministerio del Interior. Y los empleados ya habían adquirido rapidez para atender:

“¿Detenido o desaparecido?”.
Nélida sabía que su hija la necesitaba porque había estado detenida el año anterior en Coordinación Federal y no la había vuelto a ver. Recién cuando la abrazó se dio cuenta de que la necesidad era mutua:
-Estoy preocupada por tu salud mental. Ahora todos se preocupan por papá, pero nadie piensa en lo que te pasa a vos.
La madre iba a ensayar alguna respuesta, pero miró la venda que cubrió los ojos de su hija por cinco días y no pudo decir nada.

***


Dicen que ahora viven
en tu mirada
(sosténlos con tus ojos,
con tus palabras;
sosténlos con tu vida,
que no se pierdan,
que no se caigan.)
Circe Maia

Alcira había trabajado en el estudio jurídico de Roberto Sinigaglia, un abogado muy respetado por sus pares, que fue secuestrado el 12 de mayo de 1976 por un grupo paramilitar. Él había intentado con otros colegas (Eduardo Duhalde, Manuel Gaggero y Mario Hernández, entre otros) armar un organismo, sin color partidario, que centralizara las denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos.
Después del secuestro, la joven realizaba gestiones por la libertad de Sinigaglia. Ella intentaba enviar un documento de la Federación de Colegios de Abogados a Amnistía Internacional. Había visitado al periodista Andrew Graham-Yool pero él le había dicho que estaba muy vigilado. Así que buscaba otra vía para sacar el escrito del país.
Unos días después, a las diez de la noche, estaba bien vestida y sentada en una confitería. Se tenía que encontrar con alguien que haría de correo. Sin embargo, no llegó a cumplir su objetivo: un operativo policial irrumpió en el lugar. Pidieron documentos de identificación. Cuando un uniformado leyó su nombre, le solicitó la cartera donde estaba el documento que pedía por el abogado secuestrado.
-Me vas a acompañar.
Pasada la medianoche, mientras Nélida preparaba el bolso con la ropa de Andrés que iba a llevar a Tucumán, sonó el teléfono:
-¿Habla la mamá del Ángel? Se ha descompuesto, ha venido la ambulancia. Hay que actuar urgente.
Cuando colgó el teléfono, la mujer no sabía qué hacer ni a quién llamar. Todos los miedos que tenía por su marido ahora se multiplicaban dolorosamente. A la seis salió para Tucumán, desde ahí mandó telegramas y habló por teléfono a San Juan (hasta el golpe, Héctor Valenzuela había sido diputado y -pensó- todavía podía tener contactos importantes).
No podía dejar de temblar mientras iba a la cárcel. ¿Tenía que contarle a Andrés? Ella sabía que sería una tragedia para él; al final, optó por decírselo porque sabía que se daría cuenta igual.
Desde que la detuvieron, Alcira estuvo atada, vendada y tirada en el piso de una celda. La interrogaban todos los días. Había varios motivos para buscar información: era joven, tenía un documento que pedía la libertad de un abogado defensor de los presos políticos y colaboraba con la Federación de Colegios de Abogados.
El cuarto día de encierro le preguntan qué era de Valenzuela y le dan por primera vez un jarro con mate cocido. Toda una atención porque los llamados “excesos” ya eran más que frecuentes. Pero aclaremos algo: no hubo excesos en la dictadura; por el contrario, existió la fría y cuasi científica planificación de la tortura.
Al otro día, Nélida estuvo muy mal. Decide seguir el consejo de varios amigos y rompe la rutina de viajar los domingos para ver a su marido en la cárcel de Tucumán. Se instala esa noche en un hotel barato pensando que es inútil tratar de pegar un ojo. En eso recibe una llamada de una amiga de Jujuy:
-Dormí tranquila. Está con sus tías en Buenos Aires.
A las seis de la mañana estaba sacando número para entrar a la cárcel. Ingresó entre las primeras, se alegró con Andrés y salió corriendo para llamar a Buenos Aires. La joven se conmovió mucho y le dijo que estaba un poco mal de la vista.
La recuperación de la libertad tampoco fue un acto generoso. El sábado a la noche, la descargaron en la calle Pringles y la pusieron contra un árbol. Alcira pensó que ahí la mataban. Le dijeron que no se moviera por lo menos una hora. El auto no arrancaba, ella no soportaba. Cuando arrancó, no pudo evitar que se le doblaran las piernas y se largó a llorar. Como pudo se sacó la venda, al comienzo no pudo ver nada; por suerte llegó un muchacho que venía de comprar una Coca Cola, le preguntó si estaba descompuesta y paró un auto:
-¿Quiere que la lleve a la policía?
-¡¡¡No!!! Lléveme a la casa de mis tías, por favor.
(Después de este episodio, ella dejó de militar.)

***


Escucha, escucha;
otra voz canta.
Circe Maia

El sábado 19 de marzo de 1977, Nélida pensó que no tenía motivos para festejar su cumpleaños. Había ido a Villa Gorriti con la ropa limpia. Cuando volvió a su casa, la esperaban una vecina y Vicenta, la señora que le ayudaba con la limpieza. Se asustó cuando la abrazaron, pero recibió un regalo: Alcira había llamado porque desde el ministerio del Interior había salido la información de que Andrés estaba en libertad.
El decreto había sido firmado el día anterior, pero recién lo liberan el 13 de abril. Dos días después, el matrimonio Fidalgo va a saludar a monseñor Miguel Medina que se había preocupado durante la detención. El obispo, al ver a Andrés, no pudo ocultar la sorpresa:
-¡¡¡Carajo!!!... ¿todavía estás aquí?
Luego, cuando se repuso, les dijo que mucha gente que estuvo sentada en las mismas sillas que ellos ocupaban “ya no estaba más”.
El 19 de abril se inauguraba el aeropuerto “El Cadillal”. Había mucha gente para los actos oficiales. Sin embargo, casi nadie reparó que el matrimonio Fidalgo empezaba su doloroso destierro.
Tras una breve estadía en la casa de las hermanas de Andrés, se instalaron en Mar del Plata. Alcira trabajaba en una empresa petrolera, en Buenos Aires, y se sumaba los fines de semana. Los dos poetas de la familia tenían un proyecto común y se reunían con varios escritores para preparar una obra de teatro. (Nélida no cree en las adivinas, pero recuerda que una le dice a su hija que va a morir joven. Después se enteraría que casi todas las que tiraban el tarot eran confidentes de la policía).
Andrés junto a Juan José Ceselli, Nicolás C. Dodero y Manuel Serrano Pérez trabajaron, durante varios meses, sobre un libro de poemas de Carlos Alberto Débole dedicado a Tupac Amaru. Alcira preparaba la escenografía y vestuario de la obra. También había actores que ensayaban algunos fragmentos.
Madre e hija eran conscientes de los riesgos que se corrían por atreverse a pensar distinto del orden que pretendía instaurar la dictadura, así que solicitaron pasaportes. Alcira no pudo obtenerlo debido a que su DNI no le había sido restituido después de la detención. Andrés se resistía a la idea de abandonar el país, pero cuando se produce “la noche de las corbatas” (en la que secuestran a abogados en Mar del Plata) termina de convencerse y acepta la invitación de su hermano Héctor, radicado en Venezuela, quien realiza las gestiones necesarias para que pudieran permanecer en aquel país.
El 19 de noviembre, desde Córdoba, llega a Buenos Aires Estela con sus dos hijos. Era la despedida porque al otro día los padres salían para el exilio. Alcira conoce a sus sobrinos: Jorge tenía un poco más de un año y Alejandra, un mes. Fue una noche terrible: la hija mayor insistía en ir al otro día al aeropuerto, su padre se oponía; al final no hubo caso: ninguno de los dos pudo convencer al otro. Las jóvenes y los niños durmieron en una casa prestada. El matrimonio lo hizo en la casa de las hermanas de Andrés.
A las cinco de la mañana, segundos antes de embarcar, Nélida estaba desesperada: no había podido ver a Alcira. Luego supo que ella decidió quedarse a cuidar a Estela, a quien los nervios le habían jugado una mala pasada y se había descompuesto. Desde el avión empezó a escribir cartas a las dos. Las despachó no bien llegó.
Cuando Alcira recibió su carta se preparaba para una fiesta de fin de año. La empresa donde trabajaba había alquilado un country y se acordó que su madre le había dicho que se comprara una malla nueva.
El 4 de diciembre, durante las primeras horas de la tarde, en la entrada de un cine de la calle Lavalle, fue secuestrada por Alfredo Astiz y un grupo de tareas.

***

No son sólo memoria,
son vida abierta,
son camino que empieza
y que nos llama.
Circe Maia

Desde el día que la detienen hasta febrero del 1978, fue vista en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). En ningún momento se dejó abatir (recordemos que una de sus citas decía que, por conservar la libertad, la muerte no se debe temer), es más: por su constante aguante, sus compañeros de cautiverio la llamaban la “Biónica”.
Alcira se las arregló para seguir escribiendo (esos poemas, lamentablemente, no fueron recuperados) y para hacer artesanías con miga que después teñía con el polvo raspado de la pared de la sala denominada Capucha. Sus trabajos eran pequeños tesoros que los detenidos guardaban celosamente de las ratas.
Había algo que era peor que las bestias: los torturadores que decidían todos los días quién debía sufrir. (Escribo esta comparación y no se trata de una simple posición frente a un hecho de nuestra historia reciente -posición que, no está de más decirlo, la sostengo-, se trata de algo más elemental: los animales no torturan.)
El suplicio fue un elemento totalmente identificador de la brutal dictadura. En la ESMA, como en otros centros clandestinos de detención, la vida y la muerte eran conceptos que dependían del militar de turno. Por esto Rodolfo Walsh, en su memorable carta abierta a la Junta Militar, denunció que
han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras (...) La falta de límite en el tiempo ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no dispusieron los antiguos verdugos”.
El precio de ser coherente con un ideal revolucionario, Alcira lo pagó con su vida. Un costo demasiado caro. Cuando se pierde su rastro definitivamente, ella recién tenía 28 años. Era demasiado joven para afirmar que “La patria es un dolor que aún me sangra en las espaldas”.
Muchos militantes prefirieron morir en enfrentamientos armados contra las fuerzas represivas (es el caso de Francisco Urondo, por citar a uno de los pocos combatientes que nos dejó excelentes poemas, y es lo que le sucedió al mismo Walsh), ella no quería tener ese desenlace. Recordemos que, después de su detención, había dejado de militar. Sabía que su vida corría peligro desde el mismo momento que se fue de su casa, pero jamás se le ocurrió utilizar las mismas armas que sus enemigos.
Frente a la tortura absoluta, sin límites temporales y metafísica, ella opuso una resistencia casi intangible para no perder la dignidad que sí perdieron sus carceleros: “No me torturen más/ Soy viento, soy llovizna, soy arena”.
Los escritores desaparecidos no son sólo memoria, como bien dice Circe Maia, son un camino que nos llama para no perder el sentido crítico de nuestra existencia. Es importante destacar que no son importantes porque pagaron con su vida; lo son por la honestidad, la forma de expresarse y el coraje intelectual de sus escritos. Y, así como la tortura fue la característica de la dictadura, nuestros desaparecidos forman parte de la identidad argentina.
Alcira Fidalgo no sólo escribió como era su vida, sino que su vida resultó como su escritura. Desde esta doble dirección, ella practicó una estética que relata un tiempo violento y una ética que jamás aceptó transar.
Ella, ya se dijo, escribía desde muy temprana edad. Se pueden leer numerosas versiones de sus poemas que son anteriores a su primer traslado a Buenos Aires. En textos posteriores, mucho más breves, no se observa tanta corrección (probablemente porque los enviaba ya terminados o porque el proceso de corrección era más interno).
En la mayoría de sus versos, la voz que enuncia es muy fuerte. Existe un “yo” marcado de manera explícita, tanto es así que en un poema se convierte en otra para interrogar a la joven que es ella misma: “Alcira, ¿qué harás ahora?”. Sus posesiones indican quién es la que escribe; las partes de su cuerpo que nombra (manos, entrañas, corazón, ojos, oídos, rodillas, sangre), sus lugares (casa, montañas, cerros, arboleda), sus valores tangibles (retrato, abrigo, amigo, versos, llanto) y los intangibles (nostalgia, secreto, silencio, sueños, pájaros de viento, molinos de viento), indican el dominio al que aspira la poeta.
Aunque se menciona a sí misma, ella habla por un colectivo muy grande que sin belleza se muere. Por esta forma de escribir -y no por otras acusaciones falsas que le endilgó el poder- es una persona peligrosa: nos habla de cosas que inquietan. Todo poeta suele ser la conciencia de la felicidad perdida.
El viento es muy importante para ella ya que no sólo está en su escritura, sino que hay varias fotos que la muestran feliz, en unas vacaciones en Tilcara, con el cabello al viento. Hay una, muy representativa, en la que mira de frente a la cámara; está muy vital sentada en una construcción de piedras; a su lado, en un escalón más alto, su hermana sonríe. El viento siempre funcionó como una metáfora de la libertad, ella misma lo expresa: “Aunque quisiera detenerme, el viento/ me arranca de la jaula de tus brazos”. En otro poema, marca bien la diferencia contra los que ya la “jodieron bastante”: cuando festejen alguna fecha solemne, verán pasar los “pájaros de viento” de Alcira.
Los hechos de violencia la obligaron a buscar para adentro lo que le estaba impedido en las calles. Al quedarse sin los mecanismos que suelen contactar con el entorno (amigos, pareja, familiares), el silencio empieza a ganar espacio en su escritura. Sus preguntas ahora son interiores: ya no trata de contar lo que hace, sino que busca profundizar sobre su identidad (de ahí que se interrogue a sí misma o que diga que el silencio aprieta su “cascarón amargo”). En determinados momentos se abandona tanto a la soledad que construye imágenes de fuerza inusual; así dice que en una telaraña han quedado atrapados, junto a una avispa y una mosca, sus ojos cerrados.
Muchos de sus poemas son poemas de amor, o mejor: del desamor producido por la ausencia de su compañero (podrían estar dedicados a Tulio Valenzuela, quien se suicidó justo antes de ser detenido por los militares); no obstante la trágica situación, constituyen la parte más sensual de la obra. Ella busca el amor en gestos cotidianos que nunca se cumplen; aunque no vea a su amante, sabe que él le deja huellas. El amor de Alcira no llega a consumarse nunca y forma parte de un saludable misterio que uno no alcanza a ver, pero sí a sentir.
En resumen: hubo una adolescente que pedía una moneda para permitir leer su revista. Después comprendió que su “Único desafío” era “seguir viviendo” aunque dure la ausencia de su amado. Ahora, desde este libro, la joven eterna ya no nos pide nada a cambio y, sin embargo, nos hace vivir con ella.
(Fuente:Rdendh-Desde Jujuy: ReynaldoCastro).

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