Amigos:
Luego de lo demoledor que resultó para todos el día viernes, acá les hacemos llegar algo que estuvimos maquinando todo el fin de semana.
Además, les recuerdo que mañana lunes declaran mi tia silva, mi papá y fernando sandoval (el hermano de alejandro), ya que el viernes no lo pudieron hacer luego que se pasara a cuarto intermedio.
Trago amargo
¿Podremos sacarnos de la cabeza esa imagen de dos tipos abrazándose pesadamente, a punto de abalanzarse sobre el piso, como una señal para todos los que estábamos allí de que el hijo finalmente accedía a sacrificarse ante su supuesto padre, que se revelaba más siniestro y cobarde de lo que podríamos imaginar?
Y sí, no tiene sentido negarlo... va a costar olvidar ese instante, porque simboliza mejor que cualquier discurso ideológico hasta qué punto el objetivo de los represores consiste en dar vuelta como una media los valores de quienes eligen rebelarse y trasgredir.
Blanco sobre negro, otra vez, pese a nuestro gusto por los matices: si los revolucionarios intentaron construir un mundo mejor para los que venían después, y en ello se les fue la vida, los militares terminan hoy sus días exigiendo a los jóvenes que mientan y se inmolen en su nombre, para así conservar un poquito más la pretensión de ser considerados héroes nacionales, por una sociedad que ha decidido condenarlos moralmente.
¡Resulta patético en todo sentido este titán con pies de barro, que se babea cuando nos cuenta que salió en la tapa de Gente, que apela a estúpidos planes de invasión a Chile y a dudosas comisiones “al país ubicado al norte de Jujuy”, que acusa de cobardes a jueces y políticos, todo para no asumir un milímetro de esa verdad personal e íntima, la única que sí exige un auténtico valor!
***
Tampoco será sencillo superar el momento en que el apropiador y su rancio abogado se dieron vuelta hacia nosotros, para gritarnos desencajados y triunfales: “¡aplaudan ahora hijos de puta!” Fue un grito de gol, insólito pero visceral.
Para nosotros fue la señal de que era demasiado. Algunos ya no pudimos contener la angustia y soltamos un alarido en forma de llanto. Otros caminamos por las paredes y respondimos la provocación, intentando ciegamente poner un límite, sin conseguirlo.
Pero algo que había permanecido solapado se reveló entonces en toda su crudeza. Y es que Rei había evitado en su declaración cualquier animadversión contra las familias presentes en el público, e incluso había insinuado cierta solidaridad en base al supuesto estatuto compartido de ser víctimas de un poder demoníaco que se enquistó en ambos bandos, personificados hoy en la justicia y en los organismos de DDHH, quizás ayer en otras figuritas. El “oficial de inteligencia” había incluso deslizado que así como nosotros hoy seguimos exigiendo justicia, también sus hijos lo harán dentro de unos años, reaccionando contra un proceso viciado de nulidad. Discurso armado sin dudas, que según sus amenazas pronto adoptará la forma de campañas internacionales, publicaciones y denuncias.
Todo esto quedó reducido a un maquillaje de corrección política, cuando en el climax de la manipulación no atinaron sino a enrostrarnos su mezquina y exigua conquista, que por otra parte ¿cuánto más podrá sostenerse?
***
Pero también hubo el viernes algo distinto, un frágil y emotivo gesto que no pudo ser subsumido en el espectáculo cínico que protagonizaron el padre extorsionador y el hijo sumiso y doblegado. En ese suspiro eterno de la abuela Chela se encarnó un tipo de paz que no se pide, pues sólo es posible hallarla en un compromiso vital y cotidiano con la verdad. Poco a poco el lamento fue articulándose en palabras, que primero inquirieron al Rei desnudo, para formularle una pregunta que no cesará de ser hecha aunque la cobardía infinita del represor nos haya persuadido de que no habrá respuestas: “usted que se quedó con mi nieto, ahora quiero que me diga qué hicieron con mi hija?”. Y segundos antes de quebrarse, la voz de Chela vibró en un tono altísimo, para gritar el orgullo que siente por su hija Lili, por haberse animado a pensar y a luchar.
***
Si no ha sido nada fácil escribir hasta aquí lo que sentimos, lo que resta por decir tal vez ni siquiera pueda ser esbozado. Habrá que hacer a un lado entonces el acento indignado y las calificaciones tajantes, para ingresar con el máximo de los cuidados a un terreno lleno de ambigüedades y suposiciones. Si lo hacemos es porque necesitamos elaborar con nuestro propio lenguaje algo que ni la sentencia judicial ni la crónica periodística podrán reseñar. Claro que no aspiramos a conseguirlo en este breve y urgente texto, pero lo intentaremos al menos, asumiendo el fracaso de antemano.
Para llegar a identificar el verdadero contenido del trago amargo que ese día ingerimos, tenemos que formular algunos incómodos interrogantes. Porque podemos sentir el mayor de los desprecios por el gendarme y su paqueto acompañante, pero lo cierto es que aquello que nos duele en el alma es el estado al que se vio reducido Alejandro durante su declaración.
¿Qué excusas lo obligan a renegar de cuestiones tan esenciales para la propia personalidad, como aquellas que se refieren a su origen (y no simplemente a su procedencia)?
¿Cómo interpretar la sentida y espectacular reposición de una figura paternal que hace décadas ha entrado en desuso, por suerte y de manera irreversible, según el cuál el hijo no puede cuestionar en lo más mínimo la autoridad del padre?
¿Qué ventajas hallará en ese discurso repleto de enojos contra supuestas injusticias, de mentiras rápidamente contradichas, que comienza ostentando una seguridad poco creíble y acaba desbarrancándose en una crisis inevitable, que se convierte en abismo cuando se la pretende saltear y dominar con soberbia?
¿Qué extraño poder es el de esa trama siniestra que se sostiene todavía, apoyada en la mentira, el miedo y el chantaje?
¿Y qué podemos hacer nosotros? ¿Cómo acudir en su ayuda si no podemos compartir su decisión?
¿Poner el hombro y el regazo para contener como sea la caída, haciendo un esfuerzo para dejar a un lado nuestra propia herida, a riesgo de ser hipócritas?
¿Buscar la manera de confiarle nuestro malestar, trasmitiéndole de ese modo los términos de una relación posible y pensable, pero renunciando así a un acompañamiento sin condiciones?
¿Habrá que tomar prudentes distancias en momentos duros como estos y juntar fuerzas para futuros encuentros, a los que lleguemos con mejor ánimo y comprensión?
¿O se tratará de intentar hacer todo esto a la vez, evitando rompernos cada uno en mil pedazos, gracias al nutrido colectivo que se ha venido dando cita en los Tribunales o que se ha ocupado de estar al tanto de lo que sucede, para acompañar las idas y vueltas de esta historia sin fin, teniendo muy en cuenta la variedad de edades de quienes se han reunido, los distintos tipos de involucramiento, para convertir ese complejo de criterios y afectos en una fuerza viva del presente?
Es cierto que estamos ante una secuencia particularmente delicada, quizás excepcional, que se remonta treinta años atrás y persiste plagada de tortuosos avances y retrocesos; sin embargo, cada quien podrá reconocer en sus propias situaciones, en la actualidad, diferentes encadenamientos de miedo y victimización, de bloqueos y complicidades perversas, que exigen un esfuerzo supremo de imaginación y sensibilidad, capaz de producir los términos de una nueva experiencia de felicidad, sea cuales sean sus puntos de partida y las condiciones en las que deberá imponerse.
Natalia Fontana, Joaquín Fontana, Mario Santucho y todos los que sientan mas o menos lo mismo y tengan ganas de acompañar...
(Fuente:Rdendh).
No hay comentarios:
Publicar un comentario