Por Virginia Giussani
Manos que hablan y se expresan. Manos que se extienden, gritan, que se abrazan. Manos que por generaciones estuvieron apretadas sosteniendo dentro de sus puños la libertad negada. Manos morenas atadas por la soga ávida del verdugo. Manos obedientes, calladas, resignadas.
Manos que entregan la última gota de su sangre sin recibir nada a cambio. Manos que labran la tierra para el amo. Manos que entierran a sus niños desnutridos. Manos esculpidas bajo la maza de todas las infamias. Manos que se comienzan a abrir para unirse a otras manos, comprendiendo finalmente su derecho a vivir en libertad.
Desde la hondura de su historia maniatada un pueblo se anima a desatarse. Se le anima al amo que durante siglos lo condenó a la pobreza más indigna. Bastaba un aire fresco, un nuevo viento que les devolviera su amordazada identidad. Entonces, esas manos doradas comenzaron a abrirse para tomar lo suyo. Pero hasta aquí nomás, dijo el amo, y volvió al atropello con sus botas, y sus tanques y sus balas. Muñequitos a cuerda que ejecutan los designios de sus dueños. Sin embargo el pueblo dijo basta, gritando al unísono también ellos: ¡Hasta aquí nomás! Y salió a la calle, a su tierra, a sus montañas porque ya no tienen miedo. Con agallas y sin dudarlo decidieron defender lo que estaban empezando a construir: su destino. Sus manos alzadas se transformaron en escudos, pero también en espadas.
No podía llamarse de otro modo, más que Alegría, el portavoz de esta resistencia. Porque eso se percibe en ese pueblo que se niega a abandonar sus calles, sus rutas y sus campos. Con la alegría de quien tiene la justicia entre sus manos resiste, exige y denuncia frente al mundo entero este nuevo ultraje que, esta vez, no dejarán pasar. No son hordas salvajes, no son energúmenos que juegan a las cartas con el poder, son hombres y mujeres que forjaron con sangre y los huesos de sus muertos esa tierra siempre devastada por el de afuera. Están recuperando su tierra con la alegría de quien se sabe dueño de cada roca, cada río, de cada bosque. Están dando esos primeros y trascendentales pasos que marcaran su rumbo hacia el futuro.
Las Manos, también se llama la línea divisoria entre dos países. Sobre esa línea sutil, pero profunda de historias compartidas, se está librando una batalla que será decisiva para el futuro. La palma de la tierra, junto a la palma de las manos que no ceden, que no se asustan, que se entrelazan y crecen junto a esta pueblada que marcará rumbos más allá de sus fronteras. Cuando un pueblo despierta difícil es volverlo a dormir de un cascotazo, y este pueblo se está despertando, como tantos otros en el continente con el horizonte de soberanía entre los brazos. El futuro siempre es imprevisible, ni los propios golpistas esperaban esta patriada como respuesta a sus viejos métodos de invasión, el terror siempre funcionó. Pero Honduras está sosteniendo la dignidad y su porvenir con las manos abiertas y limpias, se niegan a que le roben el presente, porque éste es el presente que eligieron para empezar a escribir una nueva historia.
(Fuente:Argenpress).
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