José María Millares Sall
A vosotros me dirijo, pobres aeronautas de la rutina;
a vosotros que nacisteis con un número enfermo en
mitad de vuestras miserables pupilas,
que ceñís al cuello sudoroso una palabra almidonada;
ya dicha en ese tono entre severa y patriarcal;
a vosotros que respetáis la morbosa ondulación de un vientre,
o el pulgar trabado en las axilas de un chaleco,
o bien el oro dulce que encadena la hora exacta de
vuestro vulgar trabajo.
Bajo la luz eléctrica,
bajo la gran pantalla que ilumina vuestros cálculos,
bajo la espesa atmósfera de las horas que se pudren naufraga la matemática de los estómagos,
cuando ya reventados vuestros cerebros de mosca
envenenada
por la enorme factura de una suma repetida año tras año
regresáis a un hogar sin manteles, de huesos de aceituna
Sí, a vosotros me dirijo; pobres aspirantes del pupitre.
Sois como el número 3, consumidos y jorobados,
danzantes apresurados de una hora exacta,
navegantes dormidos por estrechos corredores de saliva,
anémicas moscas de una sociedad endomingada, ya
revoloteando, mendigando
por entre las mesas una suma que resta vuestros bolsillos,
una suma que multiplica vuestras miserias.
Por vuestros sudorosos cuellos de algodón endurecido
se deshace la masa gris de vuestras mensuales
inteligencias;
de vuestras terrenales opiniones.
Sí, a vosotros, que sois como el número tres, me dirijo.
Quisiera poder deciros
cómo aborrezco cada latido de vuestros corazones de
perro con librea,
porque no tenéis la sangre suficiente para dirigir una
palabra
hacia esa altura desnuda en la paloma;
sin que se acobarde y se estire como una lengua babosa
por las ensortijadas manos que os consume;
porque carecéis de espíritu,
porque habéis nacido como un número,
como el número tres,
débil y rastrero, sin voluntad de hombres, sin voz,
con los pies ya arrastrados por la losa oscura de vuestros
pensamientos,
de vuestras voluntarias amarguras.
Sí, a vosotros me dirijo,
a vosotros porque era necesario hablaros duramente,
pobres aeronautas de la rutina,
para que de una vez sepáis que pienso
cuando dulcemente os inclináis sobre los números,
cuando dulcemente os rebajáis ante un chaleco bien
planchado;
qué pienso de vuestras dormidas lenguas de pájara,
de vuestros dormidos corazones de lagarto,
de vuestras incansables reverencias,
de vuestros estériles vientres, muertos de frío en esa escala de vuestros oscuros nacimientos.
Sí, duramente quería hablaros,
hacer ceniza cuantas opiniones encabezáis rectamente
hacia la desvergonzada razón de vuestros amos.
Sí, pobres aeronautas de la rutina,
Qué dura será siempre para vosotros la sonrisa;
Si no sois más que un número,
El número tres, el más terrible de todos
Porque nació con esa breve inclinación hacia el pupitre,
Jorobado y anémico, exactamente a una hora en punto,
Ni más ni menos. Como el número tres.
A las tres en punto exactamente.
(Fuente:Argenpress).
No hay comentarios:
Publicar un comentario