La guerra fría como el neoconservadurismo, son artefactos creados por la doctrina expansiva de la supremacía, que prevalece en forma evidente en la cultura política occidental.
Es así que el neoconservadurismo se convierte en la réplica, en cuanto a cultura política, a la fórmula estalinista del control a ultranza y la negación del pluralismo. En vez de desprenderse de ella, reinventa el conservadurismo en una perspectiva totalitaria al no aceptar una reforma al ideario esencial del capitalismo: protección a la libertad individual, organizar la sociedad en base al libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
El neoconservadurismo que se incuba en EEUU, Canadá y el Reino Unido especialmente, se transforma y expande por el mundo asumiendo diversos rostros y senderos, tiene en definitiva el mismo rasgo del totalitarismo al cual parecía combatir.
Con Barack Obama ocupando el espacio de mayor gravitación política en el mundo, se abre la oportunidad de desprogramar la cultura del neoconservadurismo, y sus rasgos claramente totalitarios.
El neoconservadurismo encuentra en la guerra fría su ámbito ideal para su consolidación porque ésta aplica su foco en un enemigo bien específico y fácilmente identificable: el comunismo.
Al estar instalada desde el mismo fin de la segunda guerra mundial, desmantelar la guerra fría y su ideología de la confrontación, pareciera ser el desafío esencial en cualquier intento por re-humanizar el planeta haciéndolo un espacio de diálogo e integración.
Algunos escritores sostienen, (Naomi Klein, en The Shock Doctrine) que el neoconservadurismo no se acopló completamente a los mandatos de la guerra fría, sin embargo es incuestionable que el ámbito generado por el macartismo –un fenómeno producido por aquella- facilitó su crecimiento y legitimación como la herramienta más eficaz para combatir la desestabilización del sistema.
Con el fin de la guerra fría, la contención al comunismo de alguna forma no prosperó en la medida de establecer un dominio militar en el mundo acorde con el título de primera y única potencia, y en el plano económico los resultados tampoco han sido positivos.
Por el contrario, con todo el poder a su disposición, el neoconservadurismo no ha sabido aprovechar en el mundo su poderío ni en el terreno político ni en el económico
En la única zona donde hay un cierto progreso y equilibrio es en Europa Occidental y aún así, hasta cierto punto la unidad de la comunidad europea es compleja, como se ha visto en las dificultades de ratificar los tratados pilares de unidad.
En el resto de Europa, la zona desmembrada de la tutela soviética en 1991 es un popurrí para todos los gustos. Hay países económicamente inviables y políticamente protofascistas como Hungría, o modelos de un capitalismo subsidiado por Europa Occidental como son los casos de Georgia, Ukrania, Romania y Bulgaria o los países de la ex Yugoslavia.
En todo este popurrí, el país que más garantías ofrece es Turquía que siendo su territorio parte central e histórica de la Europa Clásica no puede paradójicamente entrar a la comunidad europea con la facilidad que han entrado países remendados como Bulgaria y Romania, por la simple razón de ser un país de religión islámica, y probablemente –eso si nunca reconocido oficialmente por Europa- por el antiguo resentimiento de haber sido cabeza del Imperio Otomano.
Sin embargo, “en pos de recuperar el terreno perdido”, bajo la propia admisión de Dick Cheney cuando asume como Vicepresidente y el equipo estelar que apoyó al Presidente George W. Bush, había dos tareas centrales: La primera, reposicionar a EEUU como la mayor potencia militar. La segunda, profundizar a escala mundial los ejes del ajuste estructural de los años 80: privatizar, desregular, y abrir zonas de libre mercado.
En cuanto a la primera se encontró el pretexto de derrocar a Saddam Hussein con una invasión.
La idea central de invadir Irak, consistía en posicionar un poder estratégico con una amplia zona de gravitación en el golfo pérsico para expandir la democracia occidental.
La segunda tarea consistía en transformar institucionalmente los países del golfo pérsico y el mundo árabe adyacente para incorporar nuevos territorios y recursos al activo de capitales del circuito económico, que hasta el momento permanecían y permanecen bajo estructuras políticas arcaicas y poco abiertas a la alta porosidad de la globalización. Support to Economic Growth and Institutional Reform (SEGIR).
La incorporación de nuevos capitales y mercados con la democracia, deberían funcionar como dos tenazas en pos de la supremacía global, de un capitalismo comandado bajo la doctrina neoconservadora y en clave de gobernabilidad totalitaria con la amenaza de la desestabilización como su objeto prioritario.
Anticipadamente, X. Arrizabalo en 1997 explica el fenómeno del “carácter parasitario y marcadamente regresivo del capitalismo de los años 90”… “La lógica del funcionamiento refuerza el predominio del capital financiero, buscando sus fuentes de apropiación de ganancia en el plano especulativo, lo que se traduce en reducir drásticamente recursos destinados a usos productivos, destruyendo masivamente fuerzas productivas”.
De alguna forma, el efecto de la invasión a Irak, de no haberse instalado una guerra, contemplaba la incorporación de otros territorios al activo de capitales para subsanar esta falencia estructural.
En inadvertida coincidencia, -se podrá conjeturar también que no- desde el comienzo de la década, la ONU impulsa un programa para instaurar democracias en la misma zona seleccionada por el equipo de Dick Cheney, bajo el tema de la gobernabilidad. El programa estaba en pleno desarrollo cuando estalla el conflicto de Irak y la propia ONU constató que se truncó por causa de la invasión. (UNDP; 2004). La guerra de Irak resultó ser un lastre económico y la democracia no se expandió.
Quizás la desarticulación del neoconservadurismo, con estos dos ejes fracasados, sea el desafío mayor que deberá enfrentar Barack Omaba, mientras está bombardeado de todos lados en el plano ideológico.
En este sentido, desmarcarse del neoconservadurismo que perdió la presidencia no es fácil. Está instalado en múltiples espacios de la política, y exhibe ropaje de izquierda, como de derecha. Frente al mundo progresista que no quiere más expansionismo de cualquier orden, la tarea es contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica occidental. Si él desea que a EEUU se le observe como a un líder benigno, y no como a un poder neo- imperial, deberá dar vuelta la hoja de esta concepción.
Está la inquietud acerca de en qué magnitud y cuando, su administración comenzará a diferenciarse de la presidencia que le sirvió de llave maestra para llegar a la presidencia.
Si bien las medidas adoptadas reflejan el pragmatismo de un tecnócrata y de un político sagaz, también es un indicador de las dificultades en el cambio. Especialmente cuando en la raíz de la estructura del poder están implantadas corrientes de pensamiento orientadas a la expansión y la supremacía.
Para ello deberá contener las ambiciones de los países europeos occidentales que se cuelgan detrás de la alianza con EEUU, para prosperar en el eje de la supremacía global.
Un tema clave es si las potencias occidentales, por el factor del capital de las corporaciones transnacionales, estarán en condiciones de permitirlo especialmente cuando enfrentan una de sus peores crisis.
Desmantelar la agenda neoconservadora y su totalitarismo, implica en esencia desmantelar los principios de la supremacía que están instalados como ethos de la política. Supremacía y totalitarismo van de la mano y son antídotos contra la verdadera integración de sistemas, países o sociedades.
La batalla contra el neoconservadurismo en los países centrales que lo incubaron es muy incipiente aún, y lo que se vislumbra a través de los esfuerzos de Barack Obama y su gobierno abre la necesidad de una comprensión más global del fenómeno.
Con décadas de neoconservadurismo impregnado en los intersticios de la política mundial, el esfuerzo para desprogramar su agenda es colectivo. No se trata del uso del slogan fácil y directo. Hay que estudiarlo, comprenderlo y explicarlo para recién pensar en desprogramarlo.
No se va a extirpar fácilmente porque reside en le esencia del capitalismo, no obstante su impacto se puede contener y revertir para hacer que el presente sistema que predomina en las sociedades sea menos totalitario.
(Fuente:Argenpress).
Es así que el neoconservadurismo se convierte en la réplica, en cuanto a cultura política, a la fórmula estalinista del control a ultranza y la negación del pluralismo. En vez de desprenderse de ella, reinventa el conservadurismo en una perspectiva totalitaria al no aceptar una reforma al ideario esencial del capitalismo: protección a la libertad individual, organizar la sociedad en base al libre mercado y la desestatización del acto de gobernar.
El neoconservadurismo que se incuba en EEUU, Canadá y el Reino Unido especialmente, se transforma y expande por el mundo asumiendo diversos rostros y senderos, tiene en definitiva el mismo rasgo del totalitarismo al cual parecía combatir.
Con Barack Obama ocupando el espacio de mayor gravitación política en el mundo, se abre la oportunidad de desprogramar la cultura del neoconservadurismo, y sus rasgos claramente totalitarios.
El neoconservadurismo encuentra en la guerra fría su ámbito ideal para su consolidación porque ésta aplica su foco en un enemigo bien específico y fácilmente identificable: el comunismo.
Al estar instalada desde el mismo fin de la segunda guerra mundial, desmantelar la guerra fría y su ideología de la confrontación, pareciera ser el desafío esencial en cualquier intento por re-humanizar el planeta haciéndolo un espacio de diálogo e integración.
Algunos escritores sostienen, (Naomi Klein, en The Shock Doctrine) que el neoconservadurismo no se acopló completamente a los mandatos de la guerra fría, sin embargo es incuestionable que el ámbito generado por el macartismo –un fenómeno producido por aquella- facilitó su crecimiento y legitimación como la herramienta más eficaz para combatir la desestabilización del sistema.
Con el fin de la guerra fría, la contención al comunismo de alguna forma no prosperó en la medida de establecer un dominio militar en el mundo acorde con el título de primera y única potencia, y en el plano económico los resultados tampoco han sido positivos.
Por el contrario, con todo el poder a su disposición, el neoconservadurismo no ha sabido aprovechar en el mundo su poderío ni en el terreno político ni en el económico
En la única zona donde hay un cierto progreso y equilibrio es en Europa Occidental y aún así, hasta cierto punto la unidad de la comunidad europea es compleja, como se ha visto en las dificultades de ratificar los tratados pilares de unidad.
En el resto de Europa, la zona desmembrada de la tutela soviética en 1991 es un popurrí para todos los gustos. Hay países económicamente inviables y políticamente protofascistas como Hungría, o modelos de un capitalismo subsidiado por Europa Occidental como son los casos de Georgia, Ukrania, Romania y Bulgaria o los países de la ex Yugoslavia.
En todo este popurrí, el país que más garantías ofrece es Turquía que siendo su territorio parte central e histórica de la Europa Clásica no puede paradójicamente entrar a la comunidad europea con la facilidad que han entrado países remendados como Bulgaria y Romania, por la simple razón de ser un país de religión islámica, y probablemente –eso si nunca reconocido oficialmente por Europa- por el antiguo resentimiento de haber sido cabeza del Imperio Otomano.
Sin embargo, “en pos de recuperar el terreno perdido”, bajo la propia admisión de Dick Cheney cuando asume como Vicepresidente y el equipo estelar que apoyó al Presidente George W. Bush, había dos tareas centrales: La primera, reposicionar a EEUU como la mayor potencia militar. La segunda, profundizar a escala mundial los ejes del ajuste estructural de los años 80: privatizar, desregular, y abrir zonas de libre mercado.
En cuanto a la primera se encontró el pretexto de derrocar a Saddam Hussein con una invasión.
La idea central de invadir Irak, consistía en posicionar un poder estratégico con una amplia zona de gravitación en el golfo pérsico para expandir la democracia occidental.
La segunda tarea consistía en transformar institucionalmente los países del golfo pérsico y el mundo árabe adyacente para incorporar nuevos territorios y recursos al activo de capitales del circuito económico, que hasta el momento permanecían y permanecen bajo estructuras políticas arcaicas y poco abiertas a la alta porosidad de la globalización. Support to Economic Growth and Institutional Reform (SEGIR).
La incorporación de nuevos capitales y mercados con la democracia, deberían funcionar como dos tenazas en pos de la supremacía global, de un capitalismo comandado bajo la doctrina neoconservadora y en clave de gobernabilidad totalitaria con la amenaza de la desestabilización como su objeto prioritario.
Anticipadamente, X. Arrizabalo en 1997 explica el fenómeno del “carácter parasitario y marcadamente regresivo del capitalismo de los años 90”… “La lógica del funcionamiento refuerza el predominio del capital financiero, buscando sus fuentes de apropiación de ganancia en el plano especulativo, lo que se traduce en reducir drásticamente recursos destinados a usos productivos, destruyendo masivamente fuerzas productivas”.
De alguna forma, el efecto de la invasión a Irak, de no haberse instalado una guerra, contemplaba la incorporación de otros territorios al activo de capitales para subsanar esta falencia estructural.
En inadvertida coincidencia, -se podrá conjeturar también que no- desde el comienzo de la década, la ONU impulsa un programa para instaurar democracias en la misma zona seleccionada por el equipo de Dick Cheney, bajo el tema de la gobernabilidad. El programa estaba en pleno desarrollo cuando estalla el conflicto de Irak y la propia ONU constató que se truncó por causa de la invasión. (UNDP; 2004). La guerra de Irak resultó ser un lastre económico y la democracia no se expandió.
Quizás la desarticulación del neoconservadurismo, con estos dos ejes fracasados, sea el desafío mayor que deberá enfrentar Barack Omaba, mientras está bombardeado de todos lados en el plano ideológico.
En este sentido, desmarcarse del neoconservadurismo que perdió la presidencia no es fácil. Está instalado en múltiples espacios de la política, y exhibe ropaje de izquierda, como de derecha. Frente al mundo progresista que no quiere más expansionismo de cualquier orden, la tarea es contener la doctrina de supremacía que se imprime desde la óptica occidental. Si él desea que a EEUU se le observe como a un líder benigno, y no como a un poder neo- imperial, deberá dar vuelta la hoja de esta concepción.
Está la inquietud acerca de en qué magnitud y cuando, su administración comenzará a diferenciarse de la presidencia que le sirvió de llave maestra para llegar a la presidencia.
Si bien las medidas adoptadas reflejan el pragmatismo de un tecnócrata y de un político sagaz, también es un indicador de las dificultades en el cambio. Especialmente cuando en la raíz de la estructura del poder están implantadas corrientes de pensamiento orientadas a la expansión y la supremacía.
Para ello deberá contener las ambiciones de los países europeos occidentales que se cuelgan detrás de la alianza con EEUU, para prosperar en el eje de la supremacía global.
Un tema clave es si las potencias occidentales, por el factor del capital de las corporaciones transnacionales, estarán en condiciones de permitirlo especialmente cuando enfrentan una de sus peores crisis.
Desmantelar la agenda neoconservadora y su totalitarismo, implica en esencia desmantelar los principios de la supremacía que están instalados como ethos de la política. Supremacía y totalitarismo van de la mano y son antídotos contra la verdadera integración de sistemas, países o sociedades.
La batalla contra el neoconservadurismo en los países centrales que lo incubaron es muy incipiente aún, y lo que se vislumbra a través de los esfuerzos de Barack Obama y su gobierno abre la necesidad de una comprensión más global del fenómeno.
Con décadas de neoconservadurismo impregnado en los intersticios de la política mundial, el esfuerzo para desprogramar su agenda es colectivo. No se trata del uso del slogan fácil y directo. Hay que estudiarlo, comprenderlo y explicarlo para recién pensar en desprogramarlo.
No se va a extirpar fácilmente porque reside en le esencia del capitalismo, no obstante su impacto se puede contener y revertir para hacer que el presente sistema que predomina en las sociedades sea menos totalitario.
(Fuente:Argenpress).
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