Por Néstor Sappietro (APE)
“Una nena de 3 años falleció mientras dormía al ser alcanzada por las llamas que destruyeron la casilla que habitaba junto a su madre”.
Sucedió en la zona oeste de la ciudad de Neuquén, en medio de la meseta, en la toma Norte neuquina...
Otra vez el fuego y su perversa complicidad con la miseria.
El fuego, otra vez el fuego, como un lobo agazapado, esperando para arrojar su saña en una casilla de madera cantonera recubierta de nailon.
El fuego lo sabe.
Sabe que las viviendas son precarias, sabe que las líneas eléctricas son precarias.
Sabe que la vida en esos sitios también es un asunto precario.
Claudia, la mamá de la nena, se encontraba haciendo quehaceres hogareños cuando por un presunto recalentamiento de la línea eléctrica se desató el fuego.
La mujer no logró llegar hasta la cama donde se encontraba su pequeña y, si bien varios vecinos la auxiliaron, no pudieron rescatarla. Las llamas hicieron rápida combustión y la casilla se consumió en menos de 10 minutos.
El fuego lo sabe.
En esas casillas habitan todas las inseguridades.
Sabe que cuando la escarcha del mundo se mete en los cuerpitos sin abrigo, la calefacción improvisada de los desesperados le dará una oportunidad, y ahí estará él con su antigua voracidad arrasando todo.
La vecina que vive en la casilla lindante a la de Claudia le puso algunas palabras a esos segundos en los que sucede la impotencia: "Mi hijo me dijo que a la vecina se le estaba quemando la casilla por lo que salimos todos. Ella gritaba que se quemaba su hija pero había tanto fuego que no se podía ni entrar".
Claudia fue trasladada en ambulancia al hospital debido a que presentaba quemaduras en la cara y los brazos producidas en el intento desesperado de rescatar a su nena.
El fuego, otra vez el fuego...
El que crece en medio de la pobreza, de la desolación, del más profundo de los desamparos...
Siempre hincando su furia a traición.
Esta vez se metió en el sueño de una pibita de tres años.
No faltará quien proponga abolir al fuego.
En su defensa alegará que hay un fuego amigo, el de la oda de Neruda, “el cocedor de cebollas, el celeste padre del pan y del horno...”
Sucede que ese fuego es el gran ausente en las casillas de cartón donde faltan el pan y la cebolla, donde el fuego generoso también es un desocupado.
El fuego que crece en las casillas es el otro; el cruel, el miserable, el que no tiene límites ni piedad para su gula eterna.
Le da lo mismo un colchón, una estampita, un juguete, un cacharro, una vida...
Todo es igual para el fuego que nace en la pobreza.
Le da lo mismo, porque está hecho de la misma calaña que los autores de todos los despojos.
Le da lo mismo, porque lleva en las entrañas el mismo desprecio por los que nada tienen.
“Una nena de 3 años falleció mientras dormía al ser alcanzada por las llamas que destruyeron la casilla que habitaba junto a su madre”.
Sucedió en la zona oeste de la ciudad de Neuquén, en medio de la meseta, en la toma Norte neuquina...
Otra vez el fuego y su perversa complicidad con la miseria.
El fuego, otra vez el fuego, como un lobo agazapado, esperando para arrojar su saña en una casilla de madera cantonera recubierta de nailon.
El fuego lo sabe.
Sabe que las viviendas son precarias, sabe que las líneas eléctricas son precarias.
Sabe que la vida en esos sitios también es un asunto precario.
Claudia, la mamá de la nena, se encontraba haciendo quehaceres hogareños cuando por un presunto recalentamiento de la línea eléctrica se desató el fuego.
La mujer no logró llegar hasta la cama donde se encontraba su pequeña y, si bien varios vecinos la auxiliaron, no pudieron rescatarla. Las llamas hicieron rápida combustión y la casilla se consumió en menos de 10 minutos.
El fuego lo sabe.
En esas casillas habitan todas las inseguridades.
Sabe que cuando la escarcha del mundo se mete en los cuerpitos sin abrigo, la calefacción improvisada de los desesperados le dará una oportunidad, y ahí estará él con su antigua voracidad arrasando todo.
La vecina que vive en la casilla lindante a la de Claudia le puso algunas palabras a esos segundos en los que sucede la impotencia: "Mi hijo me dijo que a la vecina se le estaba quemando la casilla por lo que salimos todos. Ella gritaba que se quemaba su hija pero había tanto fuego que no se podía ni entrar".
Claudia fue trasladada en ambulancia al hospital debido a que presentaba quemaduras en la cara y los brazos producidas en el intento desesperado de rescatar a su nena.
El fuego, otra vez el fuego...
El que crece en medio de la pobreza, de la desolación, del más profundo de los desamparos...
Siempre hincando su furia a traición.
Esta vez se metió en el sueño de una pibita de tres años.
No faltará quien proponga abolir al fuego.
En su defensa alegará que hay un fuego amigo, el de la oda de Neruda, “el cocedor de cebollas, el celeste padre del pan y del horno...”
Sucede que ese fuego es el gran ausente en las casillas de cartón donde faltan el pan y la cebolla, donde el fuego generoso también es un desocupado.
El fuego que crece en las casillas es el otro; el cruel, el miserable, el que no tiene límites ni piedad para su gula eterna.
Le da lo mismo un colchón, una estampita, un juguete, un cacharro, una vida...
Todo es igual para el fuego que nace en la pobreza.
Le da lo mismo, porque está hecho de la misma calaña que los autores de todos los despojos.
Le da lo mismo, porque lleva en las entrañas el mismo desprecio por los que nada tienen.
(Fuente:Argenpress).
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