14 de octubre de 2009

LOS JUZGA UN TRIBUNAL LOS CONDENAMOS TODOS.

Hermanos Novillo identificaron a represor como uno de sus captores
Amelong, el que está en el banquillo
En febrero del 77, los tres hermanos Novillo fueron secuestrados en una casa de Arroyito y trasladados a La Calamita. Dos de ellos, Carlos y Alejandro, fueron liberados, pero Jorge está desaparecido. Ayer, los sobrevivientes señalaron a Amelong.
"Sólo quiero justicia y verdad", dijo Carlos Novillo, en el juicio a los represores.
Por José Maggi
Carlos Novillo tenía 17 años el 28 de febrero de 1977. Ese día había llegado desde Venado Tuerto junto a su hermano Alejandro para darle una mano con la mudanza a otro de los Novillo, Jorge, que dejaba una propiedad ubicada en pasaje Nelson, en Arroyito. Desde allí se los llevaron hacia La Calamita donde estuvieron detenidos 14 días trágicos que marcaron a fuego la vida familiar de los Novillo: Carlos y Alejandro padecen aún hoy las secuelas del encierro y de la desaparición de Jorge. Ayer por la tarde Carlos, el menor de los tres, describió con emotividad los 32 años que los separan de aquella jornada: un año después su padre murió de un infarto; su madre tomó la posta batallando en cada lugar durante nueve largos cuando se le declaró un cáncer de pulmón que terminó con su vida. Fue después de despejar sus dudas sobre el destino de Jorge, "el Ignacio" secuestrado en Quinta Funes. "El Ejército no dejaba prisioneros vivos", le dijo el autor de Recuerdos de la muerte, Miguel Bonasso. Ayer también su hermano Alejandro enfrentó al Tribunal Oral Federal Nº 1, y concretó una de las medidas más contundentes desde el inicio del juicio: a pedido de la fiscal Mabel Colalongo, y con acuerdo del presidente Otmar Paulucci, se dio vuelta, y apuntando con su dedo índice identificó claramente a uno de sus captores: "Ese es el subteniente Juan Daniel Amelong", aseguró.
Aquel 28 de febrero, relató Carlos, no solo se llevaron a los tres hermanos desde la casa de pasaje Nelson, que estaban desalojando para mudarse, el grupo de tareas también se apropió de un Fiat 125 que utilizaron después en La Calamita. Esa también era una práctica habitual: la de quedarse con los bienes de quienes secuestraban.
De su cautiverio, Carlos recordó que fue llevado a La Calamita, de la que describió la cocina con azulejos blancos, la escalera debajo del cual lo esposaron junto a Alejandro, asi como la presencia de "seis o siete personas vendadas sentadas en silencio". Uno de ellos, el único que se animó romperlo, se identificó como "Ruffa, un profesor de San Luis".
Una puerta vaivén los separaba de la sala de torturas: desde allí escucho gritar a Jorge. "Les voy a decir todo, pero hay cosas que no sé", decía mientras era brutalmente torturado. En medio del silencio también quedaron grabados en sus oídos los golpes de puño a un joven estudiante universitario, que los sufría y caía pesadamente sobre el piso.
El ruido de trenes, el sonido de aviones, el recuerdo de una radio a través de la cual se comunicaban sus captores, el sabor del plato de arroz con pollo podrido, con el que los alimentaban por las noches, y los tiros que repiqueteaban en el exterior fruto de ejecuciones simuladas, fueron también parte del relato.
El testimonio de Alejandro fue clave para la jornada: según recordó mientas estaba cautivo alguien se le acercó desde atrás y le preguntó dónde había hecho el servicio militar y a quién había conocido allí. "Lo hice en Santo Tomé y ahí conocí al subteniente Amelong", le contó. "Esa era su voz, la misma además de la persona que nos liberó junto a mi hermano cerca de la avenida de Circunvalación", reveló. Después, giró y lo señaló sin dudarlo entre los cinco imputados sentados delante del blindex.
"No me anima el odio ni la venganza, soy cristiano y lo siento por las familias de los imputados. Sólo quiero justicia y verdad", remató Carlos luego de describir las escenas del horror cotidiano que vivió durante estos treinta años, con lágrimas en sus ojos.
MERCEDES DOMINGUEZ
Cómo fue secuestrada
Mercedes Domínguez fue la única testigo que declaró ayer por la mañana en el juicio oral y público por la causa Guerrieri, en la que están imputados Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo. La mujer relató que el 6 de julio de 1977, un grupo de hombres ingresó al departamento de sus tíos, donde ella pasaba la noche, y la secuestró. La patota ingresó sin tocar el timbre de abajo, y luego la llevó en un auto que estaba estacionado en la cochera. Después del episodio, su tío pudo saber por los vecinos que el acceso al edificio fue franqueado porque allí vivía la pareja de Costanzo. En la misma jornada, la querellante Ana María Figueroa pidió que, en caso de no lograrse la extradición de Gustavo Bueno, el Tribunal se constituya en Belem do Pará (Brasil), donde está detenido, para tomarle declaración.
Domínguez permaneció una semana privada ilegítimamente de su libertad, en un lugar que en 2007 pudo reconocer como el centro clandestino de detención La Calamita. Fue interrogada en dos oportunidades. La primera vez le asestaron fuertes golpes que la hicieron caer. Entre los captores, pudo reconocer a un hombre de mayor jerarquía, cuya voz definió como aguardentosa.
A ese individuo los otros captores le decían "comandante".
En el primer interrogatorio las preguntas fueron más generales, pero en una segunda oportunidad se concentraron en un abogado apodado "Tato", que los secuestradores creían que era su cuñado. Por eso insistían en el paradero de su hermana, que también estuvo secuestrada en La Calamita. De hecho, tras el secuestro de Mercedes, las fuerzas de seguridad estuvieron largas horas en la casa de los padres de las hermanas Domínguez para capturar a su hermana.
Domínguez fue liberada junto a su hermana y su amiga Graciela Zitta en la madrugada del 14 de julio de 1977. "Cuando nos liberaron, yo creí que nos iban a fusilar, fueron momentos de gran incertidumbre. La única fortaleza era mi fe", indicó la testigo ante una pregunta de Figueroa.
La testigo refirió haber visto sólo un rostro durante su secuestro, ya que permaneció vendada.
Se trató del hombre que tocó la puerta de su casa para secuestrarla. "Pero fueron segundos, recuerdo que tenía bigotes, era corpulento y llevaba un gamulán. De inmediato me bajó la cabeza y me vendó", indicó Domínguez. El presidente del tribunal, Otmar Paulucci le preguntó si ella podía reconocer a alguno de los imputados como el hombre que irrumpió en el domicilio de sus tíos en 1977. "Los rostros cambian, han pasado más de 30 años", indicó la testigo. Le expusieron un mosaico de fotografías de los imputados, que la testigo no reconoció.

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