Por Claudia Cesaroni (APE)
Caso 1:
Supongamos que dos amigas, actrices de muchos años y larga fama, a las que llamaremos Susana G. y Mirta L., salen a recorrer negocios de la localidad bonaerense de San Isidro. Quieren pasear tranquilas y no ser importunadas, por lo que se cubren sus ajados e intervenidos rostros con grandes anteojos negros, y agregan sombreros y chalinas. Pasean y charlan. Se detienen delante de una vidriera. Miran extasiadas las carteras y los zapatos expuestos. Se consultan. Se asoman adentro del negocio, para cerciorarse de que no haya otras clientas que puedan cargosearlas. Optan por seguir su camino, pero al llegar a la esquina vuelven a deliberar y entonces deciden que sí, que esa cartera, ese par de zapatos, se merecen un rato de su tiempo y de su tarjeta. Así que vuelven sobre sus pasos, entran al negocio, pasan un largo rato tocando, sopesando, eligiendo, probándose, mirándose a los espejos. Finalmente, eligen, pagan, y se van.
En la esquina, un policía bonaerense las vio desde que comenzaron a circular por la cuadra. Le pareció reconocerlas, pero no podría asegurar que efectivamente eran Susana G. y Mirta L., porque no les vio la cara, oculta tras los anteojos negros, las chalinas y los sombreros.
Caso 2:
Supongamos ahora que dos adolescentes, a los que llamaremos Luciano A. y Ramiro C., de pocos años, -17, 16- deciden salir a caminar juntos por la zona comercial de algún barrio bonaerense, pongamos que Lomas del Mirador o Moreno. Visten pantalones gastados, zapatillas rotosas, buzo con capucha y gorrita con visera. Las manos en los bolsillos, el eterno paso cansino de los adolescentes, cuchicheos y risas.
Se detienen frente a un negocio de celulares. Miran extasiados los nuevos modelos, los que tienen radio, mp3, cámara de fotos, y varios etcéteras que no pueden pagar. Después de estar allí parados unos minutos, deciden seguir camino, porque para qué mirar lo que no se puede comprar. Pero luego se arrepienten. Total, si algo les sobra es el tiempo: pueden entrar, mirar, preguntar precios, toquetear un rato los aparatitos. Vuelven sobre sus pasos, se dirigen de nuevo hacia el negocio.
En la esquina, un policía bonaerense que los estuvo mirando desde que aparecieron doblando la esquina, llama rápidamente a un patrullero, toca su silbato, da la orden de alto, corre para detenerlos. Ramiro C. sale corriendo, asustado. El policía dispara una, dos, tres, siete balas, hasta que Ramiro C. cae. Luciano A. queda a merced del policía. Es detenido, y luego desaparece. Literalmente.
El policía de San Isidro y el de Lomas del Mirador o de Moreno vieron las mismas acciones, pero realizadas, en un caso, por dos señoras de clase alta, y en el otro por dos adolescentes de clase baja. El paseo mirando vidrieras de unas se transforma gracias al olfato policial en el merodeo sospechoso de los otros, y es el olfato policial el que decide pedir autógrafos en un caso o detener, perseguir y si es preciso matar en el otro.
Hasta ahora, ese olfato no tenía cobertura legal. Pero en estos días el gobernador Scioli presentó un proyecto de reforma del Código de Faltas provincial que, según ha denunciado el Comité contra la Tortura de la provincia de Buenos Aires, acompañado por 40 organizaciones sociales y de derechos humanos, “podrá meter presos a vagabundos, mendigos, merodeadores, borrachos, ‘trapitos’ o cuidacoches, limpiavidrios, vendedores ambulantes sin autorización, intérpretes de sueños, parapsicólogos, travestis y prostitutas. Pero además afecta la vida de todas las personas, prohibiendo y castigando con arresto las despedidas de solteros y recibidas de estudiantes donde se saque parte de la ropa o arrojen sustancias que afecten su aspecto, se tome cerveza o se juegue al fútbol en la plaza o las veredas, tirar agua durante el carnaval o llevar una llave sin poder explicar su tenencia. Tampoco los ciudadanos podrán cubrirse el rostro en la calle o gritar en su propia casa. Como si esto fuera poco, apunta al corazón de la democracia reprimiendo las manifestaciones públicas: se podrá detener a los que participan en marchas o reunión de personas, los que escriben graffitis y leyendas, los que pegan carteles en lugares no autorizados, los que se reúnen ‘tumultuosamente’, los que participan de piquetes, cortes de calle o escraches. También los que insulten en la calle o hagan un dibujo torpe que ofenda la ‘decencia pública’”.
Estos son los proyectos del gobernador Scioli. El que dice que la calle es de la policía. Pocas frases, como esta, desnudan con mayor claridad un tipo de pensamiento. El que, no nos cansaremos de repetir, solo produce más dolor, nuevas muertes jóvenes, enormes injusticias. Y contra el que, irremediablemente, con la palabra y con las acciones, es preciso seguir peleando.
Caso 1:
Supongamos que dos amigas, actrices de muchos años y larga fama, a las que llamaremos Susana G. y Mirta L., salen a recorrer negocios de la localidad bonaerense de San Isidro. Quieren pasear tranquilas y no ser importunadas, por lo que se cubren sus ajados e intervenidos rostros con grandes anteojos negros, y agregan sombreros y chalinas. Pasean y charlan. Se detienen delante de una vidriera. Miran extasiadas las carteras y los zapatos expuestos. Se consultan. Se asoman adentro del negocio, para cerciorarse de que no haya otras clientas que puedan cargosearlas. Optan por seguir su camino, pero al llegar a la esquina vuelven a deliberar y entonces deciden que sí, que esa cartera, ese par de zapatos, se merecen un rato de su tiempo y de su tarjeta. Así que vuelven sobre sus pasos, entran al negocio, pasan un largo rato tocando, sopesando, eligiendo, probándose, mirándose a los espejos. Finalmente, eligen, pagan, y se van.
En la esquina, un policía bonaerense las vio desde que comenzaron a circular por la cuadra. Le pareció reconocerlas, pero no podría asegurar que efectivamente eran Susana G. y Mirta L., porque no les vio la cara, oculta tras los anteojos negros, las chalinas y los sombreros.
Caso 2:
Supongamos ahora que dos adolescentes, a los que llamaremos Luciano A. y Ramiro C., de pocos años, -17, 16- deciden salir a caminar juntos por la zona comercial de algún barrio bonaerense, pongamos que Lomas del Mirador o Moreno. Visten pantalones gastados, zapatillas rotosas, buzo con capucha y gorrita con visera. Las manos en los bolsillos, el eterno paso cansino de los adolescentes, cuchicheos y risas.
Se detienen frente a un negocio de celulares. Miran extasiados los nuevos modelos, los que tienen radio, mp3, cámara de fotos, y varios etcéteras que no pueden pagar. Después de estar allí parados unos minutos, deciden seguir camino, porque para qué mirar lo que no se puede comprar. Pero luego se arrepienten. Total, si algo les sobra es el tiempo: pueden entrar, mirar, preguntar precios, toquetear un rato los aparatitos. Vuelven sobre sus pasos, se dirigen de nuevo hacia el negocio.
En la esquina, un policía bonaerense que los estuvo mirando desde que aparecieron doblando la esquina, llama rápidamente a un patrullero, toca su silbato, da la orden de alto, corre para detenerlos. Ramiro C. sale corriendo, asustado. El policía dispara una, dos, tres, siete balas, hasta que Ramiro C. cae. Luciano A. queda a merced del policía. Es detenido, y luego desaparece. Literalmente.
El policía de San Isidro y el de Lomas del Mirador o de Moreno vieron las mismas acciones, pero realizadas, en un caso, por dos señoras de clase alta, y en el otro por dos adolescentes de clase baja. El paseo mirando vidrieras de unas se transforma gracias al olfato policial en el merodeo sospechoso de los otros, y es el olfato policial el que decide pedir autógrafos en un caso o detener, perseguir y si es preciso matar en el otro.
Hasta ahora, ese olfato no tenía cobertura legal. Pero en estos días el gobernador Scioli presentó un proyecto de reforma del Código de Faltas provincial que, según ha denunciado el Comité contra la Tortura de la provincia de Buenos Aires, acompañado por 40 organizaciones sociales y de derechos humanos, “podrá meter presos a vagabundos, mendigos, merodeadores, borrachos, ‘trapitos’ o cuidacoches, limpiavidrios, vendedores ambulantes sin autorización, intérpretes de sueños, parapsicólogos, travestis y prostitutas. Pero además afecta la vida de todas las personas, prohibiendo y castigando con arresto las despedidas de solteros y recibidas de estudiantes donde se saque parte de la ropa o arrojen sustancias que afecten su aspecto, se tome cerveza o se juegue al fútbol en la plaza o las veredas, tirar agua durante el carnaval o llevar una llave sin poder explicar su tenencia. Tampoco los ciudadanos podrán cubrirse el rostro en la calle o gritar en su propia casa. Como si esto fuera poco, apunta al corazón de la democracia reprimiendo las manifestaciones públicas: se podrá detener a los que participan en marchas o reunión de personas, los que escriben graffitis y leyendas, los que pegan carteles en lugares no autorizados, los que se reúnen ‘tumultuosamente’, los que participan de piquetes, cortes de calle o escraches. También los que insulten en la calle o hagan un dibujo torpe que ofenda la ‘decencia pública’”.
Estos son los proyectos del gobernador Scioli. El que dice que la calle es de la policía. Pocas frases, como esta, desnudan con mayor claridad un tipo de pensamiento. El que, no nos cansaremos de repetir, solo produce más dolor, nuevas muertes jóvenes, enormes injusticias. Y contra el que, irremediablemente, con la palabra y con las acciones, es preciso seguir peleando.
(Fuente:Argenpress).
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