Una cárcel convertida en memorial para no olvidar la época de la Stasi
Por Juan Carlos Simo
“Pasaban y manipulaba los cerrojos. Tum-tum. Tum-tum. Así casi todas las noches”, dice e imita al carcelero un ex preso de la Stasi en una celda de la prisión Hohenschönhausen, que hoy se conserva como memorial en el este de Berlín.
Como otros compañeros de cautiverio en esta cárcel que perteneció a la Policía Secreta, dos décadas después de caído el muro y colapsada la República Democrática Alemana (RDA), el hombre se gana la vida como guía y relatando en detalle sus experiencias, a cambio de dinero.
El recinto fue primero una cantina popular que con la caída del nazismo pasó a manos de la Unión Soviética, convirtiéndose en el campo especial Nº3 que retenía a las fuerzas de Hitler. Cuando la Stasi la recibió en 1951, ya tenía celdas en los sótanos y luego, en 1966, se construyeron nuevas instalaciones.
Allí se aprecian 60 celdas individuales y otras 60 salas para interrogatorios, con un espacio anexo con teléfonos para que los agentes pudieran informar los avances. ¿Era así para investigar en simultáneo a todos los prisioneros, si se quería?
Anna Kaminsky, directora de la Fundación para la Investigación de la Dictadura de la RDA, calcula que la Stasi contaba con 90 mil informantes y unos 300 mil “soplones”. Si los jefes así lo consideraban, los “sospechosos” que surgían de los reportes de sus agentes podían pasar largas temporadas en cárceles como esta de Hohenschönhausen.
“Había en promedio un informante cada 80 habitantes. Se calcula que los documentos de la Stasi se extienden por 180 kilómetros en línea recta”, dice. Esos archivos se salvaron gracias a que la población ocupó los edificios de la Policía Secreta, algo inédito en el mundo.
Como se muestra en la película La vida de los otros, el régimen acumuló informes sobre opositores o de quienes pretendían escapar al cerco que estuvo en pie entre 1961 y el 9 de noviembre de 1989. Pero también muchos datos inútiles en términos de precisión, aunque funcionales a otro propósito: reinaba la sospecha.
Así exhibida, la cárcel de Hohenschönhausen no supera el horror de los centros clandestinos de detención argentinos y cuenta quizá hasta con más comodidades que una cárcel actual. Tal vez porque en su etapa final fue utilizada para albergar a prisioneros que la RDA podía “canjear” a Occidente a cambio de las tan ansiadas divisas para una economía encerrada en sí misma.
En el patio, el memorial alberga un jardín que contrasta con los colores opacos de los muros y la arquitectura soviética. Esa estética perdura todavía en los alrededores, mezclada con estilos modernos posteriores al colapso del régimen; metáforas, tal vez, del esplendor de la Berlín actual que muestra, a la vez que esconde, su pasado.
“Pasaban y manipulaba los cerrojos. Tum-tum. Tum-tum. Así casi todas las noches”, dice e imita al carcelero un ex preso de la Stasi en una celda de la prisión Hohenschönhausen, que hoy se conserva como memorial en el este de Berlín.
Como otros compañeros de cautiverio en esta cárcel que perteneció a la Policía Secreta, dos décadas después de caído el muro y colapsada la República Democrática Alemana (RDA), el hombre se gana la vida como guía y relatando en detalle sus experiencias, a cambio de dinero.
El recinto fue primero una cantina popular que con la caída del nazismo pasó a manos de la Unión Soviética, convirtiéndose en el campo especial Nº3 que retenía a las fuerzas de Hitler. Cuando la Stasi la recibió en 1951, ya tenía celdas en los sótanos y luego, en 1966, se construyeron nuevas instalaciones.
Allí se aprecian 60 celdas individuales y otras 60 salas para interrogatorios, con un espacio anexo con teléfonos para que los agentes pudieran informar los avances. ¿Era así para investigar en simultáneo a todos los prisioneros, si se quería?
Anna Kaminsky, directora de la Fundación para la Investigación de la Dictadura de la RDA, calcula que la Stasi contaba con 90 mil informantes y unos 300 mil “soplones”. Si los jefes así lo consideraban, los “sospechosos” que surgían de los reportes de sus agentes podían pasar largas temporadas en cárceles como esta de Hohenschönhausen.
“Había en promedio un informante cada 80 habitantes. Se calcula que los documentos de la Stasi se extienden por 180 kilómetros en línea recta”, dice. Esos archivos se salvaron gracias a que la población ocupó los edificios de la Policía Secreta, algo inédito en el mundo.
Como se muestra en la película La vida de los otros, el régimen acumuló informes sobre opositores o de quienes pretendían escapar al cerco que estuvo en pie entre 1961 y el 9 de noviembre de 1989. Pero también muchos datos inútiles en términos de precisión, aunque funcionales a otro propósito: reinaba la sospecha.
Así exhibida, la cárcel de Hohenschönhausen no supera el horror de los centros clandestinos de detención argentinos y cuenta quizá hasta con más comodidades que una cárcel actual. Tal vez porque en su etapa final fue utilizada para albergar a prisioneros que la RDA podía “canjear” a Occidente a cambio de las tan ansiadas divisas para una economía encerrada en sí misma.
En el patio, el memorial alberga un jardín que contrasta con los colores opacos de los muros y la arquitectura soviética. Esa estética perdura todavía en los alrededores, mezclada con estilos modernos posteriores al colapso del régimen; metáforas, tal vez, del esplendor de la Berlín actual que muestra, a la vez que esconde, su pasado.
(Fuente:Cecilio M. Salguero-Lavoz).
No hay comentarios:
Publicar un comentario