el edificio donde se realizan pasaportes fue conocido como “Garaje azopardo”
Documentos en un ex centro clandestino
Organizaciones defensoras de los derechos humanos piden que el sitio que funcionó como lugar clandestino de detención durante la dictadura sea declarado como espacio de memoria. Y repartirán libretas con datos sobre los juicios a represores.
Por Martina Noailles
Conciencia. Con formato de pasaporte verdadero, se alteraron los datos sobre violaciones a los derechos humanos.
Cada mañana, cientos de personas hacen fila en Azopardo 650 para sacar su cédula o su pasaporte. Un cartel gigante avisa al desprevenido que está frente a la sede de Documentación Personal de la Policía Federal Argentina. Nada dice, sin embargo, que en el mismo sitio donde hoy los ciudadanos acreditan su identidad, hace treinta y tres años a muchos otros se la robaron: allí funcionó Garaje Azopardo, un centro clandestino de detención, tortura y muerte. Quienes fueron llevados a ese campo y sobrevivieron, junto a los familiares de quienes nunca volvieron a aparecer, exigen desde hace tiempo que el edificio se transforme en espacio para la memoria. Sin respuesta, mañana volverán a manifestarse y, como símbolo, repartirán “Pasaportes a la impunidad”.
Documentos en un ex centro clandestino
Organizaciones defensoras de los derechos humanos piden que el sitio que funcionó como lugar clandestino de detención durante la dictadura sea declarado como espacio de memoria. Y repartirán libretas con datos sobre los juicios a represores.
Por Martina Noailles
Conciencia. Con formato de pasaporte verdadero, se alteraron los datos sobre violaciones a los derechos humanos.
Cada mañana, cientos de personas hacen fila en Azopardo 650 para sacar su cédula o su pasaporte. Un cartel gigante avisa al desprevenido que está frente a la sede de Documentación Personal de la Policía Federal Argentina. Nada dice, sin embargo, que en el mismo sitio donde hoy los ciudadanos acreditan su identidad, hace treinta y tres años a muchos otros se la robaron: allí funcionó Garaje Azopardo, un centro clandestino de detención, tortura y muerte. Quienes fueron llevados a ese campo y sobrevivieron, junto a los familiares de quienes nunca volvieron a aparecer, exigen desde hace tiempo que el edificio se transforme en espacio para la memoria. Sin respuesta, mañana volverán a manifestarse y, como símbolo, repartirán “Pasaportes a la impunidad”.
Durante el terrorismo de Estado, la Capital Federal concentró al menos 45 centros clandestinos. Algunos conformaron circuitos represivos por los que pasaron tanto víctimas como victimarios. Garaje Azopardo fue el primer eslabón de la cadena Atlético-Banco-Olimpo (ABO) y estuvo activo sólo algunos meses. Lo suficiente para que pasaran más de 300 detenidos. Los primeros testimonios hablan de octubre de 1976, y los últimos, de enero de 1977. En febrero, a pocas cuadras de allí, en Paseo Colón y Cochabamba, abrió sus sótanos otro predio de la Policía Federal, que luego se conocería como Club Atlético. Todo el circuito estaba bajo la órbita del Primer Cuerpo de Ejército.
TESTIMONIO. A Nora López Tomé la arrancaron de su casa la madrugada del 13 de noviembre de 1976. “Al primer lugar adonde me llevaron fue Azopardo. Al centro se entraba por la calle Chile, donde se encontraba el garaje en el que la Policía reparaba sus móviles. En el piso se veía la señalización que marcaba los lugares para cada auto”. Nora también recuerda la “bienvenida”: la patota la subió con los ojos vendados al motor de un auto que subió y bajó una rampa decenas de veces. Algunos días después, no sabe cuántos, el ex policía Julio Simón, alias Turco Julián, la despidió con un simulacro de fusilamiento. Después de gatillar le bajó la venda y le permitió verle la cara: “Así ves quién fue bueno con vos”. De ahí la llevaron a otro campo, El Vesubio, del que salió viva.
Más allá del recuerdo de los sobrevivientes, poco se sabe sobre Garaje Azopardo. Los casos de quienes vivieron allí parte de su cautiverio no son parte del expediente ABO, que fue elevado a juicio oral. Salvo el Turco Julián, condenado en otra causa, los nombres de los represores son una incógnita. La falta de información abarca al propio edificio del que entran y salen miles de personas sin saber que allí funcionó un centro clandestino.
“Es importante que se sepa lo que ocurrió allí. Por eso lo señalizamos con una baldosa y ahora pondremos junto al Grupo de Arte Callejero carteles por toda la zona”, cuenta Nora, enorme impulsora de la Comisión Azopardo y Coordinación Federal por Memoria y Justicia.
Para quienes como ella pudieron salir vivos de aquel horror, volver al lugar no es tarea fácil. “La única vez que entré para sacar el pasaporte de uno de mis hijos me dio mucha bronca e impotencia”, dice con ojos mojados. Lo mismo sintió en el momento del trámite otro de sus hijos, en la panza durante el cautiverio de su mamá. Muchos familiares de desaparecidos ni siquiera pueden pisar el lugar. Todos juntos reclaman que el edificio sea declarado “sitio de la memoria”, y allí estarán para pedirlo, una vez más, mañana, a las 18. “Porque es una ironía macabra que tengamos que acreditar la identidad justamente donde nos la quitaron”.
(Fuente:Rdendh-CD).
Lesa Humanidad
Los crímenes de El Vesubio siguen en lista de espera
(Fuente:Rdendh-CD).
Lesa Humanidad
Los crímenes de El Vesubio siguen en lista de espera
El centro clandestino El Vesubio funcionó entre 1975 y el ’78 en un predio de La Matanza.
Por Raúl Arcomano
Por Raúl Arcomano
El cartel guiaba el accionar diario en esa cárcel ilegal. Estaba en una de las húmedas paredes del lugar, próximo al quirófano en el que los verdugos torturaban a los detenidos. “Si lo sabe cante, y si no, aguante”, se leía. Ése fue, durante los tres años que funcionó, el evangelio de El Vesubio, el tercer centro clandestino de detención en importancia, detrás de la Esma y de Campo de Mayo. El Vesubio estaba ubicado en La Tablada, cerca del cruce entre el Camino de Cintura con la autopista Ricchieri. Era un predio del Servicio Penitenciario Federal. El centro empezó a funcionar en 1975: era usado por bandas de la Triple A. Después del golpe pasó a la jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército, a cargo del general Guillermo Pajarito Suárez Mason, que iba periódicamente al lugar. En su interior funcionó un centro de inteligencia y de acopio de información. Allí se torturó y desapareció gente hasta mediados de 1978. Entre otros: Héctor Oesterheld, Raymundo Gleyzer, Haroldo Conti.
La ex desaparecida Elena Alfaro atestiguó en el Nunca Más: “El régimen de terror imperante, la falta de referencias, la pérdida de identidad al ser designados con un número, la incertidumbre y las vejaciones permanentes, constituían una constante tortura psíquica. Muchas veces fuimos amenazados con presenciar la tortura de familiares y en algunas oportunidades así fue. En mi caso, tuve que ver cómo torturaban a mi marido. Otra detenida, Irma Beatriz Márquez, fue obligada a presenciar la tortura de su hijo Pablo, de doce años”.
También estuvo detenido allí Jorge Watt, que es un sobreviviente de El Vesubio. Watts fue militante estudiantil y sindical y hasta 1979 militó en Vanguardia Comunista. Lo chupó un grupo de tareas del Primer Cuerpo de Ejército de la puerta de Bagley, donde trabajaba, el 22 de julio de 1978. Estuvo detenido de manera ilegal 53 días. Y siete meses más preso a disposición del Ejecutivo. Watts acaba de publicar un libro en el que relata todo lo vivido en ese “chupadero” y en la cárcel. El título es todo un símbolo: Memoria del infierno (Ediciones Continente). “Escribo contra el silencio y para que esto no se olvide, pero también para entender. Lo hago recién ahora porque necesité el paso del tiempo para encontrar explicaciones a lo ocurrido”, dice en el prólogo. Y lo hace no como historiador, sino como protagonista. Watts ya testimonió en el Juicio a las Juntas, en 1985, y frente al juez español Baltasar Garzón.
El Tribunal Oral Federal Nº 4 debe juzgar a ocho ex militares por los delitos cometidos en ese centro. Los jueces son Leopoldo Bruglia, Jorge Gorini y María Cristina Sanmartino. La causa tiene casi 200 víctimas y ocho imputados: Pedro Alberto Durán Sáenz, Héctor Humberto Gamen, Hugo Idelbrando Pascarelli, Ramón Antonio Erlán, José Néstor Maidana, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Salvador Chemes y Ricardo Néstor Martínez. El juicio iba a comenzar el próximo miércoles. Pero se pospuso para el mes de febrero. “La jueza Sanmartino presentó hace un mes los papeles para su jubilación. No quiere estar en este juicio. Y ante la indefinición del tema, el presidente del tribunal decidió suspenderlo hasta febrero” comentó una fuente judicial a este diario. Esta semana, la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires entregó al TOF 4 un informe elaborado con documentos del archivo de la ex ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires (Dippba).
“Estuvimos esperando por este juicio más de treinta años, por eso estamos muy indignados con la postergación”, dijo a Miradas al Sur Watts, hoy militante de Memoria Abierta y uno de los fundadores de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos.
La de El Vesubio fue una de las primeras causas que se iniciaron para investigar lo que pasó en un centro clandestino de detención. Empezó en 1978 aunque –por obvias razones– hasta el regreso a la democracia se avanzó poco y nada. El envió llegó tras la inconstitucionalidad de las leyes del perdón. Un paso importante sucedió en 2006, cuando el juez federal Daniel Rafecas ordenó la detención de tres ex jefes militares y cinco de sus guardias y torturadores. Y en julio del año pasado la causa se elevó a juicio oral.
En El Vesubio se torturaba todo el día. “Llevaron la tortura a límites inimaginables”, dice Watts. Como ejemplo, cuenta la muerte de Luis Pérez, un dirigente sindical del Banco de Tokyo. Dice que como Pérez se quejó tras una sesión de tortura, fue asesinado a patadas por dos represores. Watts y otro detenido quedaron tan anonadados por la escena que se les ocurrió cantar el Himno. El resultado: “Nos cagaron a patadas también a nosotros”. A Watts le destruyeron la rodilla. Y mientras lo torturaban con picana le pusieron un fierro redondo en la boca: así se le rompieron los dientes.
En el predio había tres casas, una de ellas con sótano. Y hasta una pileta. En la casa 2 se torturaba. Tenía cuatro salas. La mayoría de los detenidos estaban en la 3, en unas cuchas, esposados a la pared de pie y manos. Eran identificados con una letra y un número. Watts era V 19. En el centro había entre 30 ó 40 detenidos. La seguridad estaba a cargo de personal del Servicio Penitenciario Federal. Eran seis suboficiales que hacían guardia. “Estas personas eran de importancia fundamental para el mantenimiento del clima de terror imperante en el campo. De ellos dependían los detenidos para comer, ir al baño o higienizarse”, había dicho Alfaro.
“Había una idea que los represores trataban de meterte permanentemente en la cabeza: que eras una cosa. Que los únicos que decidían eran ellos. Que no estabas preso, sino chupado. Estábamos entre los muertos aunque respirábamos, y con el cuerpo y el espíritu golpeados y humillados. Para ellos, ya eras un cadáver que no había muerto todavía”, escribe Watts en su libro.
“El pasado, afuera, estaba muy atrás –sigue Watts–. Y el futuro, muy lejos. En cambio, el presente siempre estaba. Era muy difícil evadirse. No sólo por el ‘grillo’ en la mano y el tobillo, que te sujetaba a la pared de la ‘cucha’ como si fueras un perro. También te ataban la inmovilidad, el dolor, el escuchar los gritos lacerantes de otros compañeros, el silencio, la oscuridad, el hambre y el frío. La incertidumbre.”
El Vesubio fue demolido meses antes de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Una treintena de detenidos fueron dejados cerca de unidades militares, trasladados a regimientos o comisarías y luego legalizados. Cita Watts en el prólogo de su libro a Ernesto Semán, hijo de un militante amigo que está desaparecido: “Recordar es difícil, pero olvidar es imposible”.
Difícil parece, también, que algunos juicios empiecen. Sin más retraso.
(Fuente:Rdendh).
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