26 de enero de 2010

OPINIÓN.

En ¡Que viva México!, película inconclusa de Eisenstein, hay una gran escena: jinetes trotan sus caballos en torno a varios campesinos enterrados hasta el cuello. La primera mirada ve una escena de cruel represión. Sin embargo, el fondo de una estepa infinita, pespunteada de cactus, gesta otra mirada: los rostros, hieráticos e imperturbables, de los campesinos devienen en el símbolo de la fuerza telúrica del pueblo.

Una imagen domina la tragedia haitiana: un pueblo hundido en el horror, sin autoridades, sin historia, sin vida ni organizaciones sociales: un montón de “negritos” hambrientos a punto de devorarse entre ellos, niños famélicos de ojos desmesuradamente abiertos que no ven nada, mujeres que fabrican tortillas de lodo.

Esa imagen es proterva, perversa. Transforma nuestra solidaridad en conmiseración y justifica la toma de Haití por las tropas yanquis.

Ni bien terminaban los sacudones, ya estaban los buques de asalto USS Bataan, y de desembarco Fort McHenry y Carter Hall; el portaaviones Carl Vinson y sus naves y aviones de apoyo; navíos y helicópteros de los guardacostas; el crucero Normand y la fragata Underwood de misiles guiados. Y 12 mil soldados que tomaron el aeropuerto y llegaron en helicópteros al Palacio Presidencial. Y no son agencias civiles, como FEMA o USAID, las que dirigen la “empresa humanitaria” sino el Pentágono. Y el Comando Sur es la unidad operativa.

Hillary Clinton aseguró que las tropas se quedarían “hoy, mañana, y previsiblemente en el futuro”. Si uno mira el mapa comprende las razones. Haití es un vital sitio estratégico para el control militar de Cuba, América Central y Venezuela.

Empero, el pueblo haitiano no es ese pocotón de “negritos” hambrientos que mueve nuestra caridad. Es un gran pueblo que hizo la primera revolución anticolonialista que abolió la esclavitud y obligó a la revolución francesa a hacerlo. Sometido a la tutela yanqui y a la feroz dictadura de Duvalier, se rebeló e inició una nueva gran revolución con el movimiento “Lavalas”, frustrada por el golpe de estado de Cedras y otra invasión yanqui. Un pueblo con grandes poetas como Jacques Roumain, Felix Morisseau y ese bello poema del “negro” Cireneo con la cruz de Jesús, René Depestre, uno de los creadores –y críticos- de la “negritud”, y teóricos sociales como Gerard Pierre Charles. Con un extraordinario sentido del ritmo y la música. La danza haitiana fue una de las fuentes, a través de Catherine Dunham, del ballet afronorteamericano y de la danza moderna, y hoy Jeanguy Saintus y su compañía Ayikodanse promueven un ballet contemporáneo de gran calidad.

Tampoco la solidaridad es ese par de zapatos de la señora caritativa sino la activa participación de rescatistas mexicanos o médicos cubanos. La solidaridad debe exigir la salida de las tropas yanquis y un pleno respaldo al gobierno y a las organizaciones sociales de Haití como las únicas conductoras de la reconstrucción.

Y así como la escena de ¡Que viva México!, quizá sea la de las tortillas de lodo, con sal y mantequilla, la que cambie nuestra mirada. En esa desesperada escena de hambre, hay la terca, tenaz, infinita voluntad de sobrevivir. Existir es persistir

¿Quién no se estremece frente a la tragedia que vive y vivirá para largo el país hermano de Haití?
Culpamos a la naturaleza mientras los países ricos hacen gala de su generosidad, y nosotros damos nuestro óbolo con el comienzo de una lágrima en el ojo. ¡Pobrecitos los haitianos! Pronto se olvidará la noticia como ya los medios de comunicación han olvidado el atropello al pueblo de Honduras. ¡Pobrecitos los hondureños! En todo esto hay, de un lado, mucha hipocresía y perversidad, y, del otro, pasividad y complicidad.


Están la hipocresía y la perversidad de los países ricos, porque mantienen a Haití en la miseria y el subdesarrollo. Y la miseria y el subdesarrollo multiplicaron por 10.000 el número de muertos. Japón, país mucho más poblado que Haití, está preparado para enfrentar un terremoto de más de 7 grados y prevé, tal vez, unos 14.00 muertos. En Haití el mismo terremoto produce más de 140.000 muertos. Las mayores culpas están en los atropellos de la colonización francesa y de la dominación estadounidense. La presencia de los cascos azules de la ONU no hace más que continuar la dominación y el colonialismo extranjero. Cuando un país se quiere alzar como soberano, como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador… ya el gobierno de Estados Unidos, seguido por la Unión Europea, se atribuyen la desfachatez de incluirlos en una lista de países terroristas, como manera de preparar una intervención armada preventiva porque atentan contra los intereses y los robos descarados de los imperios estadounidenses y europeos. ¿No será lo que está pasando en Haití? Hipocresía y perversidad.


¿Y nosotros?... Bastante complicidad y pasividad. Claro, muchos habremos dado una caridad. Pero eso no resuelve los males de fondo que sufren los haitianos: el empobrecimiento continuo por parte de las grandes potencias, los atropellos constantes en imponer gobiernos sumisos a los mismos de siempre, las imposiciones de los fuerzas de ocupación de la ONU, una nueva invasión en marcha. Por supuesto, si pensamos que la política es algo sucio, no vamos a entender y seguiremos con la conciencia dormida y suplicando al buen Dios resolver los problemas que nos tocan enfrentar y superar nosotros. Ya Jesús increpaba a sus contemporáneos: “Ustedes conocen e interpretan los aspectos del cielo, ¡y no tienen capacidad para las señales de los tiempos!”. Nos quedamos en cosas superficiales, individuales e irrelevantes, al descartar los asuntos políticos nacionales e internacionales. Si descubrimos que la humanidad es una sola familia, los problemas son de todos y todas. Frente a los problemas políticos, las soluciones deben ser también políticas. Al cerrar los ojos sobre las causas políticas de la miseria, si no vamos más allá de lamentos sobre la catástrofe haitiana, si pensamos que una caridad va a resolver los problemas, seguiremos cómplices de las desgracias que azotan a nuestros hermanos haitianos. Bien lo decía monseñor Pedro Casaldáliga de Brasil: “Si yo no me implico en política, no me implico en justicia ni en amor fraternal”.
Fuente:Susana Cedeño Delgado.

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