Por Claudia Regina Martínez (ACTA)
Gracias a Eduardo Kimel desde noviembre del año pasado en la Argentina los periodistas ya no pueden ser perseguidos por el delito de calumnias e injurias. La ley se apodó "Ley Kimel". Y su calvario hasta llegar a ella fue largo y duro.
Cuando escribí la primera columna de opinión de mi vida, que fue publicada en la Agencia ACTA, Eduardo Kimel me dijo al día siguiente: "Felicitaciones. Muy buena tu columna. Sólo tengo una crítica: vos sí sos alguien cuya opinión importa. Tenés todo el derecho del mundo a opinar. Es más, tenés el deber de opinar". Yo había empezado con la frase: "No creo ser nadie cuya opinión pueda importar a más personas que unos cuantos amigos".
Aquella columna trataba de Patricia Janiot y su lamentable cobertura de las elecciones en Honduras. De nuestros deberes y responsabilidades como periodistas. Eduardo Kimel se murió ayer a los 57 años, de repente, sin alertarnos. Desde hace dos años, teníamos la suerte de que compartía redacción con nosotros, en la agencia DPA. Se ocupaba, en concreto, de editar los temas latinoamericanos.
Lo que se salía de los límites de la agencia en la que trabajamos, lo canalizaba en el programa de radio que tenía los sábados a la tarde en la Radio de las Madres. Allí procuraba darle espacio a los temas que los grandes medios ignoraban un poco. Recuerdo el funeral de Víctor Jara. O una entrevista con periodistas hondureños perseguidos. Estábamos organizando un podcast, para que el programa pudiera escucharse más.
Gracias a Kimel desde noviembre del año pasado en la Argentina los periodistas ya no pueden ser perseguidos por el delito de calumnias e injurias. La ley se apodó "Ley Kimel". Y su calvario hasta llegar a ella fue largo y duro.
Empezó en 1989 cuando publicó el libro "La masacre de San Patricio", una investigación del asesinato de tres sacerdotes palotinos y dos seminaristas durante la última dictadura militar argentina (1976-1983). Entre muchas otras cosas, denunció la actuación de las autoridades encargadas de la investigación de los homicidios, entre ellas el juez Guillermo Rivarola.
Seis años después, en 1995, fue condenado a un año de prisión en suspenso y al pago de una indemnización de 20.000 pesos (por entonces igual a dólares) como culpable de ”injuria y calumnia” contra el juez al que mencionó en su investigación. Nunca nadie más fue procesado por el caso. Sólo el periodista que lo investigó.
Muchos años después, en 2008, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) falló a su favor en la apelación que Eduardo presentó contra el Estado argentino, apoyado en todo momento por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Y un año después, por fin, se promulgó la "ley Kimel".
Una de sus grandes alegrías en los últimos años fue que los directores Juan Pablo Young y Pablo Zubizarreta decidieron llevar su historia al cine en forma de documental. "4 de julio: La masacre de San Patricio" se estrenó en 2007. Y desde entonces Eduardo giraba por el mundo acompañando cada proyección en los festivales, pero también en los rincones más remotos del país. Googleando su nombre, aparecen cientos de charlas que dio por el interior. Hasta hace unos pocos días.
Ayer Zubizarreta, en medio de la tristeza, decía que sentía el alivio de saber que al menos muchas de las cosas que lo habían hecho sufrir tantos años se habían resuelto. "La película, la ley, la anulación de la condena, eran todas cosas que parecían imposibles (...) La verdad es que era un periodista de puta madre. Ante cualquier hecho que sucedía en el mundo él te daba la información correcta y el análisis justo”.
Y es que esa era la misión que sentía que quería llevar adelante. "Hace años que tomé un rumbo en la vida y, con muchas frustraciones y algunos logros me mantengo fiel a pocos pero valiosos principios (qué solemne suena)", me escribía hace poco en un correo electrónico. "A veces me siento muy mal debido al clima de chatura y rutina que prevalece. Me cuesta admitir tanto silencio y falta de interés por charlar otra cosa que no sean trivialidades. Nunca pensé que los periodistas sean excepcionales, pero sí que tienen en común ganas de intercambiar, debatir, calentarse por algunos temas que nos tocan cubrir. (...) Cuando tengas ganas lo conversamos".
Ganas tengo muchísimas...
Nos quedará recordar su buen humor y su apasionamiento, que expresaba a viva voz en la redacción, ya se tratara de fútbol, cine o política, sus tres pasiones. Sus enojos que lo llevaban a veces a pegar tres gritos y salir luego al balcón a fumarse un cigarrillo para relajarse.
Y nos queda seguir tratando de ser buenos periodistas. Comprometidos con la verdad, por la que tanto luchó Eduardo. Gracias a él, nuestra libertad de expresión es mucho mayor. Así que opinemos, investiguemos, metamos el dedo en la llaga. No seamos tibios.
Claudia Regina Martínez es periodista.
Fuente:Argenpress
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