13 de marzo de 2010

CAUSA ESMA.

EL JUEZ SERGIO TORRES MANDO A JUICIO AL REPRESOR JORGE ACOSTA
Otra mancha más al Tigre
Estarán a su lado en el banquillo otros cinco marinos de la ESMA, entre ellos Ricardo Miguel “Sérpico” Cavallo. Serán juzgados no sólo por la tortura y la desaparición de sus víctimas, sino también por la apropiación de sus bienes.
El dictador Emilio Massera, jefe de la banda que se apropiaba de los bienes de sus víctimas.


Las partes de la desmembrada causa ESMA van llegando poco a poco a juicio oral y público. El juez federal Sergio Torres elevó el expediente por la tortura, desaparición y apropiación de los bienes de Victorio Cerutti, Horacio Palma y Raúl, Omar, Diego y Mariana Masera Pincolini. Los acusados son seis oficiales de la marina, entre ellos Jorge “Tigre” Acosta y Ricardo Miguel “Sérpico” Cavallo.
El magistrado consideró concluida la etapa sumarial y mandó a juicio oral y público a Acosta, Cavallo, Jorge Radice, Pablo Eduardo García Velasco, Alberto Eduardo González y Juan Carlos Rolón. Estos ex oficiales de la Armada ya están sometidos a juicio por su presunta responsabilidad en el secuestro y desaparición de las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon y del periodista Rodolfo Walsh. Torres sostuvo que los procesados actuaron “con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley” y que cometieron los ilícitos “agravados” por “violencia o amenazas”. También tuvo en cuenta el juez que estos marinos represores deben responder por haber sometido a “condiciones inhumanas de vida” a sus víctimas y por la “posterior desaparición” de esas personas, quienes fueron secuestradas por los grupos de tareas de la ESMA con el objeto de apoderarse de bienes de la Sociedad Cerro Largo.
Este tramo de la “megacausa” ESMA, reabierta tras la derogación y declaración de nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final, se vincula con los hechos que tuvieron como víctima a Conrado Higinio Gómez, quien fue secuestrado el 10 de enero de 1977, para apropiarse de sus bienes. A lo largo de 40 carillas, Torres efectuó un análisis del modo en que se produjeron los hechos que culminaron con el desapoderamiento de la empresa Cerro Largo S.A., que tenía como principales autoridades a Palma, Cerutti y a Omar Masera Pincolini. Ambos fueron secuestrados en sus respectivos domicilios de Luján de Cuyo, en Mendoza, el 12 de enero 1977, un día después de que Palma corriera igual suerte. En todos los casos, efectivos armados, algunos encapuchados, pertenecientes al Grupo de Tareas 3.3.2, irrumpieron en las viviendas y, bajo amenazas, secuestraron a los tres socios, y también a la esposa e hijos de Masera Pincolini, a quienes luego habrían trasladado a la ESMA. Masera Pincolini intentó proteger a su familia y fue “salvajemente golpeado”, al igual que sus hijos cuando trataron de impedir los vejámenes de los que fue objeto su madre y esposa del desaparecido.
Torres indicó que a los procesados se les atribuyó “haber desapoderado el paquete accionario y los bienes que formaban parte del patrimonio de la sociedad Cerro Largo S.A. a través de diversas maniobras” ilícitas, como la extorsión. Señaló el magistrado que “la sociedad Cerro Largo S.A., de las que fueron despojadas las víctimas, pasó a denominarse Hill Ri S.A., cuyos integrantes eran oficiales de la Armada Argentina que utilizaron nombres falsos” para ocultar su verdadera identidad. Torres agregó que “posteriormente el paquete accionario de Hill Ri S.A. fue traspasado a la sociedad Misa Chico S.A., cuyos accionistas eran, entre otros, Eduardo Enrique y Carlos Massera (hijos de Emilio Eduardo Massera)”, ex integrante de la Junta Militar, junto a Jorge Rafael Videla y Orlando Ramón Agosti. Para dar por cerrada la investigación, el magistrado evaluó documentación y decenas de testimonios de sobrevivientes de la ESMA y familiares o amigos de las víctimas, obtenidos durante la tramitación del sumario.
Federico Gómez, hijo del secuestrado Conrado Gómez, bregó desde hace años por esta causa, declaró en Argentina y el exterior para denunciar “el segundo despojo”, como lo denominó, y también la responsabilidad civil en el caso. Así fue como hace un año Torres ya había enviado a juicio oral a la ex jueza Emilia García, acusada de haber participado en maniobras para despojar de sus bienes a los secuestrados de la ESMA.
Fuentedeorigen:Pagina12
Fuente:Rdendh

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“CUMPLIA ORDENES SAGRADAS”
Por Diego Martínez
El represor Adolfo Donda, que se apropió de las hijas de su hermano y su cuñada secuestrados por la Marina, una de ellas la actual diputada, fue el primero de los responsables de la ESMA que declaró en el juicio. Defendió lo actuado y aseguró que “toda la Armada participó”


EMPEZARON A HABLAR LOS MARINOS PROCESADOS POR LOS CRIMENES EN LA ESMA. ADOLFO DONDA RESPONSABILIZO A SUS JEFES
“Fue una actuación de toda la Armada”
De los diecisiete marinos, prefectos y policías que están siendo juzgados por delitos de lesa humanidad, ayer sólo Donda aceptó explayarse en el uso de la palabra. Denunció un acuerdo en los ’80 de la Armada con los radicales para denunciar sólo a los identificados.

Jorge “El Tigre” Acosta, Carlos Capdevilla y Adolfo Donda, parte de los procesados por ESMA.
Por Diego Martínez
“Toda la Armada” participó de la represión ilegal, reiteró ayer el capitán Adolfo Donda, imputado por crímenes de lesa humanidad en la ESMA. El ex jefe de operaciones del Grupo de Tareas 3.3 admitió que participó en secuestros, destacó su convicción de que “las órdenes eran sagradas” y renegó del “acuerdo” entre el gobierno radical y la conducción de las Fuerzas Armadas, en los ’80, para juzgar al puñado de represores identificados y garantizar la impunidad del resto. “La Armada negoció con el poder político quiénes iban a declarar”, aseguró. Se decidió “sacrificar a un grupo de personas y cubrir al resto”, dijo, y contó que cuando Raúl Alfonsín y su canciller Dante Caputo visitaban la Agregaduría Naval en Brasil, donde él estaba destinado, “trataban de que no estuviera cerca para que no saliera en la foto”. También declaró el capitán médico Carlos Capdevila, una oración escueta el prefecto Juan Antonio Azic y se negó a declarar el octogenario Manuel García Tallada. La ronda de indagatorias continuará el miércoles con la palabra de Alfredo Astiz.
La mayor parte de las siete horas que duró la audiencia se consumieron en debates sobre temas procesales. Daniel Obligado, presidente del Tribunal Oral 5, informó del rechazo de todos los planteos preliminares: nulidades y prescripciones de los defensores y revocatorias de arrestos domiciliarios de Justicia Ya. El ex canciller Oscar Montes fue el primer convocado a hablar, desde su silla de ruedas:
–No voy a declarar porque no estoy siendo juzgado por mis jueces naturales. No ratifico mis dichos ante jueces militares. Niego todos los cargos y no respondo preguntas –recitó de un tirón.
Comenzó entonces una discusión eterna. Los defensores pidieron que no se consideraran indagatorias las declaraciones ante juzgados militares porque, si bien los marinos no juraban decir verdad, eran “exhortados” a hacerlo. El fiscal Pablo Ouviña argumentó que esos relatos deben validarse y recordó que los propios imputados los ratificaron en 1986 ante la Cámara Federal. El defensor oficial Víctor Valle puso más esmero que los particulares. “Para un militar el principio de disciplina es superior al principio de justicia”, destacó. El tribunal anunció un cuarto intermedio de diez minutos que fueron noventa, tomó una resolución que no conformó a nadie y ante nuevos planteos difirió su decisión para el futuro.
No me dejen solo
“Fue una actuación institucional, de toda la Armada”, arrancó Donda, de 64 años. “Sin embargo estoy solo, no hay nadie que haya combatido conmigo en el GT 3.3”, lamentó, en referencia a sus camaradas y jefes de la ESMA entre 1979 a 1981. El marino negó haber participado en sesiones de interrogatorios, que admitió en 1986. “La explicación es sencilla. En una estructura cada uno tiene una función, no varias. La mía era ser jefe de operaciones: la captura y entrega de terroristas”, dijo. “Todos los hechos que aquí se juzgan han sido cometidos en jurisdicción militar, una estructura institucional”, machacó.
Luego describió sus vivencias de las negociaciones entre Alfonsín y los militares tras el retorno de la democracia. En 1983, cuando su apellido ya figuraba en todos los listados de represores, fue enviado a la Agregaduría Naval en Brasil. “Cada vez que venía el canciller (Dante) Caputo trataban de que yo no estuviera cerca para que no saliera en la foto”, recordó, y agregó que “lo mismo (ocurrió) las dos veces que Alfonsín visitó Brasil”.
Citado por el juez Ciro de Martini por el asesinato de Elena Holmberg, declaró y retornó a la Agregaduría. Entonces recibió un ofrecimiento del vicealmirante Ramón Arosa, jefe de la fuerza, para profugarse junto con su familia. En sus palabras: “La Armada se iba a hacer cargo si yo decidía no regresar” a Brasil. Su respuesta, dijo, fue negativa.
Luego comenzó a recibir citaciones de los denominados “juzgados de instrucción militar”, a los que Alfonsín encomendó investigar los crímenes de sus propios miembros. Donda aclaró que el secretario era un oficial superior:
–Mirá, pibe, acá está lo que te vamos a preguntar –lo recibió.
–Señor capitán: ¿por qué yo solo? ¿Dónde están los mandos intermedios? –preguntó Donda.
–Son directivas, pibe. Firmá tranquilo, la Armada está en la precisa.
“La Armada decidió mantener silencio”, recordó, y citó una frase que los marinos adjudican al contraalmirante Barry Melbourne Hussey: “Los oficiales que han sido identificados por el enemigo deberán pasar por la Justicia”. “Los primeros prevaricadores fueron los juzgados militares, que nunca preguntaron por mis jefes”, concluyó el razonamiento. “La directiva era sacrificar a un grupo de personas y cubrir al resto”, recordó.
A fines de 1986, cuando las cámaras se abocaron a las causas, “la orden era sostener lo dicho en los tribunales militares y de alguna manera mantener silencio”, dijo. “Es difícil que un civil lo comprenda, pero las órdenes eran sagradas, no se concebía romper la lealtad al superior aunque notáramos que se equivocaran”, explicó. Luego lamentó que “la Armada negoció con el poder político” quiénes serían citados y recordó como un elemento central “el centimetraje de cada uno en la prensa”.
Sobre sus quince años de impunidad posteriores sólo emitió elogios involuntarios a Abuelas de Plaza de Mayo, en cuyas causas debió declarar, y a la prensa que recordó su pasado. Dijo que lleva siete años detenido y no conoce al juez Sergio Torres, a quien cuestionó porque “transcurrieron cinco años hasta que citó a declarar a mis superiores”. Sobre los testimonios que lo incriminan, dijo que “tienen muchas verdades pero también mentiras”. Prometió refutar las mentiras pero no aportar verdades.
El dilema
Donda dedicó varios párrafos a su hermano desaparecido, con quien “tenía una unión sentimental muy buena, aunque evidentemente cada uno tenía su propio camino y destino”, reflexionó. Contó que ya en 1972 el Servicio de Inteligencia Naval lo citó para cuestionarle la militancia de José María Donda, que estudiaba en el Liceo Naval. En 1975 volvieron a reprocharle “que no haya dado parte” de sus actividades. “No puedo hacerme responsable de mi hermano”, asegura que respondió.
En 1977, no especificó la fecha, “fuerzas conjuntas allanaron mi casa”. Dijo ignorar el motivo aunque supone que fue para “certificar mis actividades”, que luego de varios segundos con la lengua atragantada definió como “la defensa de la legalidad”. Ese año perdió contacto con José María, pero tuvo un indicio de su suerte: su sobrina fue entregada en guarda por una jueza de menores a la madre de los hermanos Donda, que compartió la guarda con el marino. “Presumí que podían estar presos o desaparecidos”, arriesgó.
En 1979, cuando Rubén Chamorro, director de la ESMA, lo convocó para sumarse al grupo de tareas, le pidió ayuda para resolver “mi dilema”, dijo: “El paradero definitivo de mis familiares”. Agregó que una secuestrada de la ESMA le contó que había militado con José María en la columna oeste de Montoneros y que “muy probablemente” había sido “detenido por la Aeronáutica”. Entabló contacto con dos oficiales de la Fuerza Aérea pero, aseguró, nunca le aportaron ninguna información. Sobre el paso por la ESMA de su cuñada María Hilda Pérez de Donda, que dio a luz en cautiverio a la actual diputada Victoria Donda, el marino no dijo una sola palabra.
“No sentí gritos de tortura”
El capitán médico Carlos Capdevila no aceptó responder preguntas, pero se explayó sobre los testimonios que lo incriminan. De paso lento, voz suave y mirada extraviada, dijo que estaba medicado, aseguró no recordar su número de documento, pero no tuvo problema para memorizar a qué días de la semana correspondían ciertas fechas de 1979. Admitió que trabajó en la enfermería de la ESMA, pero aseguró que “no he sentido nunca gritos de tortura”. Sugirió que las declaraciones en su contra fueron “inventadas” y que según los testigos “todos estábamos torturando en todos lados”.
El prefecto Juan Antonio Azic, quien en 2003 intentó suicidarse, tampoco recordó su documento. “Niego todo lo que se me acusa, me niego a declarar y a responder preguntas”, fueron sus únicas palabras en público. Comenzó entonces otro debate, sobre si esa frase se podía considerar como una declaración indagatoria. La mera hipótesis “ofende al sentido común”, dijo el fiscal Pablo Ouviña. El tribunal ordenó leer sus testimonios anteriores y difirió para el futuro la decisión sobre la cuestión procesal.
Manuel García Tallada fue aún más breve. “No voy a declarar”, dijo, y escuchó sus relatos anteriores, cuando admitió que “desde el almirantazgo hacia abajo, toda la institución conoció y participó” de la guerra sucia.
“Es para mí emocionante”

“Es para mí muy emocionante que los responsables estén siendo juzgados”, dijo a Página/12 la monja francesa Geneviève Jeanningros, sobrina de Leonie Duquet, la religiosa secuestrada y asesinada por la Armada en un vuelo de la muerte, identificada un cuarto de siglo después por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Luego de ver de cerca, blíndex mediante, a diecisiete imputados de la ESMA, Jeanningros confesó sentirse “impresionada por la soberbia de los militares”. “Percibo que todavía tienen poder, también por la fuerza de sus abogados”, explicó con mirada serena, la foto de Duquet en la mano y el crucifijo pegado al pecho. Integrante de la congregación Fraternidad de las Hermanistas de Jesús, de origen francés pero radicada en Italia, la monja declaró el 18 de noviembre en el juicio en ausencia al ex almirante Emilio Massera, insano para la Justicia argentina, sano para la italiana. Jeanningros recordó que tuvo poco trato con Duquet porque se radicó en la Argentina en 1949, cuando ella tenía seis años, aunque compartieron varios meses en 1962 y mantuvieron contacto epistolar durante los años siguientes.
Fuentedeorigen:Pagina12
Fuente:Rdendh

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