7 de marzo de 2010

ENTRE RÍOS: ESPÍAS DE DOBLE VIDA.

Uno por uno, quiénes eran los entrerrianos del Batallón 601 durante la última dictadura
Espías de doble vida
Florencio Arteaga, uno de los conocidos espías paranaenses, ligado al Batallón 601.
Con el tiempo, quedaron al descubierto. Eran los que se mezclaban entre la gente, estudiantes, entidades profesionales, organizaciones y partidos políticos. Los que extendían su mano para generar confianza; los que se ganaban “el afecto” de algunas personas en medio de la pelea por espacios, durante el gobierno militar y en los primeros años de la democracia. Eran jóvenes en tiempos de la dictadura –entre 25 y 30 años- y tenían un rol asignado, una doble vida: hacían sus cosas habituales, pero también eran espías del Batallón 601 del Ejército Argentino, con sede en Capital Federal, asignados en determinados lugares de Paraná o algún otro sitio de la provincia. Una primera publicación dejó al descubierto a cerca de 15 espías, pero la lista comprende a otros personajes de la capital entrerriana y la provincia.
En esta edición ANALISIS devela sus nombres y cuenta la historia de cada uno de ellos en ese período oscuro de nuestro país.
Daniel Enz
El profesor Ricardo Andrili iba y venía con sus libros; recorría bares, escuelas, casas y pensiones de estudiantes. Siempre con su concepto nacionalista y católico. En ese mismo período en que hacía tal periplo –en plena dictadura-, dos jóvenes estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Educación fueron secuestradas, asesinadas o desaparecidas (como los casos de Ana María Carolna Araujo y Alicia Beatriz Ramírez) y otros tantos terminaron detenidos, torturados y ultrajados por personal militar. Florencio Arteaga hacía lo suyo también, reportando movimientos de gente, tal como le había enseñado en Capital Federal, su cuñado, el mayor de Ejército, Eduardo Stigliano, quien terminó de convencerlo que lo mejor era trabajar de agente encubierto del Batallón 601 y no estar solamente viviendo del dinero de su familia. Enrique Savat se ganó el corazón de varios militantes de derechos humanos, en 1981/82, cuando la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos comenzó a conquistar algunos espacios, en plena dictadura. Así operaban estos personajes de doble vida durante el gobierno militar, cuyo rol se desconocía, hasta la reciente decisión del Ministerio de Justicia de la Nación, de revelar los 4.100 nombres de agentes del 601 en diferentes lugares del país, lo que se conoció a través de la revista Veintitrés.
Un relevamiento de ANALISIS permitió determinar que en la larga nómina aparecen entrerrianos, ya sea asignados a Paraná o fuera de la provincia, aunque, por lo general, se los observaba haciendo tareas en la capital entrerriana.
Los más conocidos de la lista, son:
--Andrés Julián, Rafael. Era un agente infiltrado en las filas de la Juventud Comunista (FJC), la Fede de Entre Ríos y se desempeñaba como responsable de relaciones política de dicha organización. Desde ese lugar tenía acceso privilegiado al accionar del Movimiento de Juventudes Políticas del que participaban miembros de las juventudes de todas las fuerzas políticas. La situación de Andrés Julián como agente infiltrado fue oportunamente denunciada por jóvenes que luego encabezaron el histórico viraje del Partido Comunista en su XVI Congreso, pero fueron desoídos. Hubo que esperar a que esos mismos, y por entonces jóvenes dirigentes, estuvieran al frente de esa fuerza política para que el agente del Ejército fuera definitivamente separado, según indicó Diario Junio. También tuvo activa militancia al momento en que se estructuró el Frente Grande en Entre Ríos, en 1995. Trabajaba en una empresa comercial y está ligado a una representante del Poder Judicial de esta provincia.


--Ricardo Andrili. Profesor de Historia. En plena dictadura, junto a un grupo de amigos de pensamiento antimarxista y nacionalistas, daban cursos de doctrina social de la Iglesia, a jóvenes que iban reclutando, tanto en la Facultad de Ciencias de la Educación, como en otros establecimientos secundarios y terciarios de Paraná. En ese grupo estaban un sacerdote, familiar del líder del grupo fascista Tacuara -Alberto Ezcurra-; un dueño de una inmobiliaria, ligado a un comodoro de la Fuerza Aérea Argentina y otros jóvenes católicos. “Yo soy políticamente peronista”, repetía Andrili, cuando se le preguntaba en los medios, cuando aceptó ser candidato a diputado nacional por el partido del ex carapintada Breid Obeid.


--Florencio Arteaga. Hijo de una conocida familia de Paraná. Su madre, de apellido Bouzada, era dueña del Hotel España, de calle 25 de Junio, que luego se transformó en la galería ubicada frente al Teatro 3 de Febrero. A fines del gobierno peronista de Isabel Perón y principios del golpe de Estado, vivía en Capital Federal, junto a su cuñado Eduardo Stigliano, mayor del Ejército Argentino, quien estuvo destinado en Buenos Aires, en Corrientes y finalmente recaló en Paraná, a principios de los ’80. Según varios allegados, Stigliano -quien falleciera en 1993 y estaba casado con la hermana de Arteaga- habría sido quien lo convenció de que ser agente del Batallón 601, era una buena “oportunidad laboral”, no obstante, lo mantuvo oculto hasta el momento en que se conoció la lista. Con la apertura democrática, Arteaga se afilió a la UCR y, evidentemente, ese rol le sirvió para mantener informada a autoridades militares de lo que iba sucediendo en el partido centenario. Siempre apareció muy cercano al ex espía de la SIDE, Juan Carlos Legascue, de conocida ascendencia sobre la mayoría de los agentes encubiertos de Paraná, por su conocida capacitación en el exterior y su rol clave, tanto en plena dictadura, como en las etapas democráticas. En 1995 apareció como uno de los aportantes para la campaña proselitista de los candidatos de la UCR. Ex alumno del Colegio Nacional, actualmente es esposo de la concejal radical de Paraná, Liliana Lampan.


--Luis Alberto Etchéves. Proveniente de una familia militar (tiene parientes que cumplieron roles en la Marina, en plena dictadura), siempre apareció al frente de la conocida Inmobiliaria Etchéves, que funcionara hasta fines de los ’90. En el matutino El Diario muchos lo recuerdan por su ingreso cotidiano a la sala de linotipistas para controlar las publicaciones de los avisos de su empresa y de paso estar al tanto de lo que se publicaba. Siempre peinado a la gomina, en los últimos 30 años apareció estrechamente vinculado a diversas entidades comerciales e inmobiliarias de Paraná. Actualmente recorre la provincia vendiendo publicidad para medios periodísticos.
(La lista completa -de casi 35 personas-, con detalles, en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

Opinión Semblanza
En la Argentina visible hay trabajos relacionados con la seguridad del país. Allí revistan los espías profesionales con identidad reservada en herméticos registros. En la otra Argentina, la soterrada, el gremio se acrecienta con agentes que operan en las sombras de la impostura como actividad paralela a la que aparentan. Guillermo Alberto Alfieri


La historia universal está nutrida de dos categorías que merecen ser diferenciadas: los agentes especializados en la tarea y los alcahuetes vocacionales que se presienten como héroes exterminadores de endemoniados enemigos.

Hay fichadores en correspondencia con su ideología, con la cínica excusa de que de algo hay que vivir o con la mezcla explosiva de esos dos factores. En tiempos de dictaduras, desde el prólogo de la interrupción del funcionamiento de las instituciones, los puestos de empleo en tales servicios se multiplican en la base del aparato de control y represión de la población.

La industria cultural del mundo se ha ocupado del tema, incluso en ficciones apoyadas en crudas realidades. Por caso, George Orwell escribió 1984 y Rebelión en la Granja para denunciar al stalinismo; películas, libros y obras teatrales abordan todavía las atrocidades del fascismo con embrión en la delación.

En el territorio nacional, con atraso, pero con eficacia se continúa armando el entretejido modular del terrorismo de Estado, labor iniciada por investigaciones que performaron el secreto que ampara a la impunidad. En la materia constituye una nueva página de la saga la divulgación de la nómina de personal del Batallón 601 del ejército que actuó en Paraná durante la tiranía anclada desde 1976 a 1983. La personalización demuestra que no quedaban entidades públicas y privadas, organizaciones de todo tipo, reuniones de cualquier carácter, calles y edificios de propiedad horizontal a salvo de la lupa inquisidora. La presencia de oídos y miradas vigilantes se instalaba en colegios y universidades, en hospitales, en misas, en vecinales, conciertos y conferencias. Vaya a saberse los criterios con que elaboraban cada dossier elevado a la central en calidad de civiles militarizados con afán de ascenso y, en su momento, de merecido retiro con el orgullo de haber cumplido con la patria.

En lo esencial es seguro que se ajustaban a las directivas, documentadas, que emanaban de la cúpula de la represión ordenada por los soberanos jefes de cuerpo y que preveían hasta la desaparición de personas. Con esa responsabilidad en la mochila es difícil que se concrete el anhelo de militantes de la Verdad y la Justicia de la manifestación voluntaria en la figura de algún arrepentido.
Fuentedeorigen:http://www.analisisdigital.com.ar/
Fuente:Rdendh

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