26 de junio de 2010

COLOMBIA.

Después de las elecciones presidenciales del domingo 20 de junio en Colombia, para reemplazar en la presidencia de la República al antiguo jefe liberal Álvaro Uribe Vélez, el panorama político que se le presenta en estos momentos a Colombia es bastante diferente a lo que pensaba la gente. Da la impresión de que Uribe Vélez haya desaparecido rápidamente del escenario político, pues el nuevo presidente, del viejo corazón uribista, Juan Manuel Santos, ha comenzado a marcar rumbos propios que dan la impresión de que para él lo importante no es restaurar plenamente la totalidad del contenido del régimen de fuerza establecido en el país por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, si no instaurar un nuevo régimen de alianzas políticas que unifiquen las tendencias liberales y conservadoras que se habían incorporado al proyecto que Uribe Vélez representaba hasta el pasado domingo electoral.
Efectivamente, los hechos que han ocurrido después de las elecciones, solo 3 días después, se percibe en toda Colombia un sentimiento de que Juan Manuel Santos ha tomado su propio rumbo y está poniendo en marcha otra alianza derechista que reemplace el vago proyecto represivo y de extrema derecha de Uribe Vélez. Es decir, que parece que Santos optó por impulsar su propio proyecto político como presidente, apoyándose en los rumbos tradicionales y conservadores de más de 100 años de presencia y gran domino ideológico del gobierno liberal del presidente Eduardo Santos, dueño del diario liberal El Tiempo, hoy de propiedad de grupos económicos derechistas españoles, de una corriente política moderada con manifiestos rasgos represivos, pero con la decisión de darle nuevo rumbo político a la nación y dejar a un costado de su ruta la ideología retardataria, pro norteamericana total y represiva de Uribe Vélez, quien solo hasta las elecciones que acaban de ocurrir estuvo participando en reuniones populares a todo lo largo y ancho de Colombia, en las que trazara sus propios rumbos para presentarse en el futuro nuevamente como candidato presidencial. Una vez cumplido el tránsito incierto de Juan Manuel Santos por la presidencia de la República.
Hay que reconocer que el nuevo presidente Juan Manuel Santos Calderon, encontró una puerta abierta, más objetiva y práctica que la que le ofrecía Uribe Vélez, para organizar un gobierno relativamente moderado con una débil pero existente relativa diferencia con los objetivos que trata de cumplir el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama.
Desde la realización de las elecciones del domingo 20 de junio, el panorama político colombiano ha cambiado de manera importante. Uribe Vélez paró en gran parte el chorro de discursos y programas electorales que estaba repitiendo en todos los rincones de Colombia, que solo duraron hasta el domingo 20 de este mes y año, dominado el ambiente por el proceso electoral mismo, en el que el candidato mayoritario era Juan Manuel Santos, elegido con relativa facilidad. Las coaliciones electorales que se formaron para ese proceso electoral no alcanzaron una fortaleza política suficiente para mantener el resultado electoral dentro de las aspiraciones del propio Uribe Vélez o de otros aspirantes, representantes de diversas tendencias democráticas o de izquierda, en las que el grupo político dirigido por el candidato democrático Antanas Mockus, y su compañero en la vicepresidencia de la República, el ex alcalde de Medellín Sergio Fajardo, se mantuvo en ese frente político.
La realidad de la votación fue que el propio candidato de Uribe Vélez, su ex ministro Juan Manuel Santos, recogió la votación de varios líderes adeptos a Uribe Vélez en el país y que votaron por la candidatura de Santos Calderón, empujados, también, por el peso histórico de la familia Santos en más de 100 años de participación y presencia en la política nacional , que dejó el periódico más grande en circulación de Colombia, El Tiempo, que siendo hoy de capital y propiedad española está aprovechando la influencia antigua de la familia Santos en la historia de la propia Colombia.
Por ello la realidad electoral fue bastante sorpresiva para la opinión por el fuerte peso de la votación liberal de origen santista, que se volcó a votar por el candidato de esa familia, Juan Manuel santos, con un resultado que por su densidad y cantidad ha sorprendido a muchos de los analistas electorales de Colombia, que han olvidado el papel de Eduardo Santos y su familia en la historia política de Colombia de más de 100 años continuos de permanencia en la vida nacional. Este fenómeno de la presencia del “santismo” tuvo, a mi juicio, un notable poder electoral porque no era fácil echar a la basura más de 100 años de presencia e influencia de la familia Santos y de El Tiempo, en las elecciones cruciales que se hicieron en Colombia el domingo 20 de junio. Dejar de lado la influencia masiva e histórica en Colombia de la familia de Eduardo Santos y su periódico, es una simple tontería. Los pueblos no pierden su memoria y cuando están en apuros, como lo está hoy el pueblo colombiano por la agresividad del presidente Uribe Vélez, buscó apoyo también en los recuerdos del poder del doctor Eduardo Santos a lo largo de su vida por consolidar la democracia liberal en Colombia.
Todo esto influyó en el resultado de las elecciones, más allá del poder de la memoria de los colombianos para no dejar olvidar el pensamiento y obra de Eduardo Santos, a quien también le correspondió la solidaridad más activa con los españoles con el golpe del neofascismo del General Francisco Franco.
A mí no me sorprendió esta reacción colombiana. Por el contrario, me gustó porque lo que se jugó en las elecciones del domingo, fue eso, precisamente: qué democracia podíamos mantener, qué democracia podíamos defender. Y los colombianos en su debilidad e impotencia del momento prefirió refugiarse en la viejas banderas del presidente Eduardo Santos antes que las imposiciones militaristas y de dominación del nuevo presidente de los Estados Unidos, Obama, quien anda cazando nuevo imperio mismo, nueva dominación del mundo y América Latina. El simple color de la piel no le da al señor Obama el carácter de un reformador democrático, ya estamos viendo que es solo un presidente norteamericano, gringo e imperialista.
Nota y hecho trascendental y humanista: El Tiempo de hoy jueves 24 de junio, informa con gran despliegue que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, condenó a Colombia a pagar las indemnizaciones de todo género que han caído sobre el Estado colombiano por el asesinato del dirigente político de izquierda, Manuel Cepeda. La Corte Interamericana de Derecho condenó al gobierno colombiano a pagar a la familia de Manuel Cepeda 340 mil dólares, y agregó: "El Estado no ha cumplido su obligación de investigar en forma efectiva y completa las violaciones de Derechos Humanos en el caso". Los colombianos si lo celebramos con notable entusiasmo, digo yo en nombre de todos ellos.

La salida del presidente colombiano Álvaro Uribe: Adiós, que le vaya bien
Por Juan Alberto Sánchez Marín

Adiós, patrón, don Álvaro otra vez muy pronto, que le vaya bien, que no lo vaya a coger el carro desbocado y zigzaguero del propio legatario, que dios quiera no lo parta el rayo de esas justicias terrenal y divina tan trampeadas a punta de bendiciones episcopales y hasta pontificales, y que no lo vaya a espichar el choque de trenes entre poderes y entre colombianos que usted nunca dejará atrás.
El presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez, deja el poder padeciendo lo que el escritor y filósofo Fernando González, también antioqueño de pura cepa, llamó, en 1936, “un estado de conciencia vanidosa”.
El eximio paisano del presidente sostenía entonces que: “…escribir groserías en las paredes de edificios públicos; robar, cuando nadie lo sabrá; vender la patria, cuando nadie lo sabrá y ejecutar actos buenos, heroicos, cuando lo han de saber, es un estado de conciencia vanidosa”.
La coherencia entre el pensamiento anticipado del filósofo y el estado de conciencia, “muy limitada en verdad”, que ha imperado en La Casa de Nariño durante el último gobierno, resulta evidente si recordamos algunos casos del nutrido bestiario mediático nacional reciente, en los que esta clase de soflama presidencial se hace sentir.
La premisa incluye eso de tirar la piedra y esconder la mano. Como en el caso del malmirado acuerdo militar con los Estados Unidos, que da vía libre a la presencia de tropas de ese país en 7 bases militares.
Uribe, en la Segunda Conferencia de la Convención de Ottawa, efectuada en Cartagena el 3 de diciembre de 2009, dijo delante de todos que: “Muchos países, para enfrentar problemas de inseguridad, se han cerrado a la vigilancia internacional. Nosotros abrimos las puertas de par en par a esa vigilancia”.
Es más, el 31 de octubre del mismo año, en Ibagué, según la propia Secretaría de Prensa de la Presidencia, ya había dicho que: “Tenemos toda la entereza para que ese texto lo conozca, de principio a fin, la comunidad nacional y la comunidad internacional”. Y que, como “es un acuerdo de vital importancia”, “…estará a disposición de todos los colombianos la semana siguiente, de acuerdo con lo que me ha confirmado la Cancillería”.
A tantos meses de la promesa y ya en la puerta de salida, el presidente Uribe sigue sin divulgar un ápice del referido acuerdo militar, ni adentro, ni afuera. En un santiamén dejó de importar. Y que a alguien le importara era una tontería. Porque hasta se corrió la voz de que el acuerdo no era tal, sino adéndum, parágrafo, quizás paráfrasis, a otro convenio viejo y empolvado de los años cincuenta. Y los medios corrieron obsecuentes a echarle tierra al asunto.
Las razones del mutismo son elementales: El acuerdo viola la Constitución, que ni siquiera autoriza el tránsito de tropas. Y viola los mínimos procedimientos de curso requeridos: Se salta hasta la talanquera fácil del legislativo, con la propia anuencia del poder afectado. Si no, como es que en octubre de 2009, el mismo presidente de entonces de la Cámara de Representantes, Édgar Gómez, dijera con cara de palo que el Ejecutivo colombiano consideraba que "el acuerdo no afecta la neutralidad del Estado, no implica el tránsito de tropas (extranjeras), y no contempla el paso de personal militar con finalidad ofensiva". Y que, por estos motivos, quién lo duda, “el gobierno de Álvaro Uribe consideró que dicho acuerdo no debe ser sometido a discusión y aprobación por parte del Legislativo”. Lo dijo como si nada, sin anestesia, la voz cantante de un poder malogrado a punta de puestos y dadivas.
“La conciencia vanidosa” se pega. Y en esa misma razón infeliz nos mintieron diciendo que son acuerdos de igual a igual, con nuestros amigos los estadounidenses, en un despiste sin parangón, en el que no hay nada bajo control, excepto la verdad y las buenas intenciones, siempre mantenidas a buen recaudo.
La fila de ejemplos puede atisbarse de una sola ojeada en cualquier página de estos arduos dos cuatrenios. Álvaro Uribe, como “amigo”, le metió una puñalada trapera a Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, en una mediación pedida por el mismo gobierno colombiano y a la que le dio curso con la certeza de que sería infructuosa. La situación se salió de madre cuado las gestiones del vecino, en vez de irse a pique, empezaron a ser eficaces. Entonces y sin aviso, el presidente colombiano dejó colgado de la brocha al presidente venezolano, al que por demás acusó de tratar de ayudar en un conflicto infame, pero requerido para sostener el caballito de batalla que es la máquina de guerra de “la seguridad democrática”.
Uribe hizo de todo, cuanto le dio la gana y de las maneras que quiso. Hizo de la contradicción y la paradoja destrezas gubernamentales. Y de la mentira simple y llana un canon gerencial, en esta empresa necia que es Colombia. Agobió ciudades, pueblos y aldeas remotas con circenses consejos comunales transmitidos sin tregua. Reconvino al aire, de labios para afuera, a ministros y menestrales.
Soltó la jauría de caza del DAS tras opositores, periodistas críticos, líderes sindicales y todo el surtido de los ciudadanos incómodos. Configuró, al interior de las fuerzas militares, un torvo mecanismo de estímulos, que, por entre un tubo, condujo a que las tropas en repetidos golpes de gracia llevaran a cabo el asesinato de campesinos y otros pobres, en un patrón siniestro al que el gobierno y los medios llamaron y llaman con un eufemismo sinvergüenza: “falsos positivos”.
Oyó y atendió los susurros aviesos y solapados de José Obdulio Gaviria, el primo de don Pablo (Escobar). Sentó a su diestra, como Secretario Privado de la Presidencia, a Bernardo Moreno Villegas, un habilidoso egresado de la Financiera de Desarrollo Territorial (FINDETER). Camanduleó de más con César Mauricio Velásquez, su Secretario de Prensa, una especie de predestinado del Opus Dei, a cuyas convicciones no les calza la democracia, si no es de papel.
En fin. Con la partida de Uribe es de esperar que se vayan los cohechos no tan idos, con Yidis, Teodolindo y el ido de Sabas Pretelt. Se van, por fin, Fabio Valencia Cossio y sus intervenciones abiertas, descaradas y reiteradas en esa especie de apéndice del Ejecutivo que han terminado siendo el Congreso de la República y la Cámara de Representantes durante este tiempo, donde apenas si son audibles unas pocas voces independientes y dignas.
Se va también la vanagloria inmoderada, más bien insolente, de la junta del gobierno con toda clase de malas compañías: pendencieros, trapisonderos y malhechores; los que entran por la puerta de atrás a Palacio; los muchos otros que también fungen de asesores, directores o secretarios, y fingen de piadosos; los que son defendidos a capa y espada por el presidente, en cuyas diatribas recriminatorias a la Justicia está la procura de exculparse a sí mismo, como máximo responsable de todos los quebrantamientos a la ética y las leyes.
Álvaro Uribe dijo en UNASUR: “Colombia ha tenido una democracia respetable, de independencia de instituciones, de plenitud de libertades”. Y en Barrancabermeja, el 11 de agosto, hace casi un año, afirmó durante el V Encuentro de la Jurisdicción Constitucional, que “La Justicia en Colombia es autónoma, independiente, y se ha fortalecido bastante, gracias a nuestros esfuerzos presupuestales y a la Seguridad Democrática.” Y sostuvo que “este Gobierno le permite hoy (a la Justicia) actuar en todas las regiones y frente a todos los temas. Hoy no tiene restricciones territoriales ni restricciones de materia”.
Sin palabras. Cuando la Corte Suprema de Justicia es una de las instancias más atacadas por el presidente y sus partidarios. Donde los jueces son vilipendiados y desautorizados por el propio Álvaro Uribe, y acusados de politiqueros, de falseadores y de calumnia. Cuando toda la rama judicial es desprestigiada y puesta en el banquillo de los acusados, en tanto que los acusados, sus subalternos y secuaces, cómo no, son absueltos a priori por el Jefe de Estado. Los pájaros tirándole a las escopetas. Claro está, al fin y al cabo, a lo sumo una nueva variedad de los mismos “pájaros” de nuestra Violencia con mayúscula, aquella en la que hay tantas raíces de tanto.
Se lleva Uribe a cuestas una moral retrechara, gazmoña y afincada en la psicodelia: serán malos, pero adinerados y útiles los buenosmozos; serán buenos, pero pobres los desgraciados. ¡Qué viva Sarmiento Angulo! ¡Abajo los desplazados, esa suerte de infiltrados!
El 23 de marzo de 2009, en un consejo de seguridad en Tibú, Norte de Santander, el presidente aseveró que en sólo 22 procesos de los llamados “falsos positivos” iniciados entonces, se había encontrado soporte jurídico para las denuncias. "Nosotros somos los primeros en exigir que no haya ‘falsos positivos', que haya total transparencia, pero tenemos que ser los primeros en denunciar que mucha gente, amparada en este tema, lo que ha hecho es crecer falsas acusaciones, para tratar de paralizar la acción de la Fuerza Pública contra los terroristas".
Unos meses después, el 3 de diciembre pasado, en una videoconferencia, el presidente Uribe volvió a llamar la atención porque “hay personas e instituciones que, en muchas ocasiones, acusan a nuestras Fuerzas Armadas falsamente, simplemente por afectar nuestro proceso de Seguridad Democrática”.
Las cifras escandalosas de muchachos asesinados en distintas partes del país, que ya sobrepasan los dos mil, acallaron pronto esta monserga del presidente. Echando mano a palabras de José María Vargas Vila, dichas en otro contexto, pero con medidas que ahora parecieran tomadas por escribano notarial, o, mejor, por sastre de pueblo, el presidente Uribe siempre trató de hacernos creer que no se daba cuenta de que andaba “por sobre las cenizas de los muertos”. Así estuvo todo el tiempo y así se va.
Cuando la Justicia condenó a 30 años al coronel retirado Alfonso Plazas Vega, volvió la carga al machete de Álvaro Uribe Vélez, con idénticas argumentaciones:
"El terrorismo, que está perdiendo, en su osadía, ahora quiere ganar a través de tinterillos con acusaciones falsas contra la seguridad democrática". Lo dijo el 3 de junio, en una ceremonia de ascensos de la policía, en la Escuela General Santander, y agregó: "Los tinterillos, los idiotas útiles e inútiles, están en contra de esta política y atemorizan a la Justicia que a veces les da recibo".
Álvaro Uribe sangró por la herida y una sombría asociación de ideas debió incrustársele en esa alma de tantas encrucijadas fatídicas: El infeliz veredicto contra una extralimitación remota y brutal debió hacerle pensar al presidente que por ahí anda suelto el artífice de las Convivir, principio del paramilitarismo, y el regente de un régimen en el que ha corrido mucha sangre inocente.
Al gobierno del presidente Uribe, en el tema de la guerra interna y de su “Seguridad democrática”, le puede pasar igual que a la Inglaterra de “La guerra de los Cien Años” contra Francia, que ganó casi todas las batallas decisivas, pero a la final perdió la guerra.
Es que ni “Jaques”, ni “Camaleones”, ni toda la calaña de los montajes bélicos, sin desconocer su carácter paliativo en el retorno de civiles y militares, y en la reunión de las familias, conducen a parte alguna, mientras los caminos restantes, los del diálogo, de la equidad, del empleo digno, de la seguridad social básica, por ejemplo, sigan siendo minados sin miramientos con la intolerancia de un dogmático y la jactancia de un ubérrimo.
“Que el amor por esta Patria sea la llama a través de la cual Nuestro Señor y la Santísima Virgen me iluminen para acertar; también, para superar la humana vanidad y rectificar cuando incurra en el error”. Esto lo imploró Álvaro Uribe en su discurso de posesión durante su primer mandato, el 7 de agosto de 2002. Era el Álvaro Uribe del corazón grande. Pero aún así, los santos cielos no lo oyeron. En muy pocas cuestiones acertó. Jamás superó la humana vanidad y más bien se le acendró a toda la hornada a su alrededor el “estado de conciencia vanidosa”. Y, como hemos visto, en vez de rectificar cuando incurrió en errores, se volvió iracundo (y lo dejó ver), y le endilgó todas las culpas a quienes no pensaran como él.
Álvaro corazón grande recuerda mucho a Ricardo Corazón de León, aquel rey inglés de la segunda mitad del siglo XII, y no sólo porque al uno, al criollo, lo seduzcan las caballerizas y los caballos, y al otro la caballería, sino por lo cruzados ambos, el corte anacrónico de la cohorte y los escuderos, y, claro está, por el poquísimo gusto por gobernar (que se disimula en trabajar, trabajar y trabajar). Y, a cambio, sí la enfermiza fascinación por la guerra, por desgastar a sus patrias con el embeleso de ganar batallas minúsculas e intrascendentes.
El uno, a última hora, tuvo su Saladino, su carcelazo y su derrota; el otro, el nativo, todavía no lo sabemos, pero ya el personaje escucha por todos los puntos cardinales los pasos de animal grande de la Justicia, la nacional (a la que no logró sojuzgar) y la internacional (que ya le hace regar el tinto del caballo). Y hoy, a diferencia de ayer, no vamos a quedar en manos de Juan Sin Tierra, pero sí en las de Juan Manuel sin Tiempo, y, de cierto, cual siervos sin tierra, como siempre.
Bajo el yugo de los dos gobiernos seguidos de Álvaro Uribe Vélez, mucho del país se fue muriendo en el entre tanto, golpe a golpe, peso a peso. Bala a bala, mejor. Después de estos implacables años de tanta “conciencia vanidosa”, más allá de la mentada “seguridad democrática”, de la cohesión antisocial, de las amañadas cifras de crecimiento o de la espelucada confianza inversionista, yace tendida y exánime la esperanza en un país justo, y es irremediable que luzcan mal y cabizbajos los sueños de una Colombia más incluyente y menos violenta.
A la manera de decir las cosas del finado poeta calarqueño Luis Vidales, a esta Colombia se le han muerto tantas cosas que ya parece un poco fantasma. La prueba de ello es que a estas alturas ni siquiera nos espante la idea de que Juan Manuel Santos sea el sucesor de Uribe y el continuista del aquelarre nacional que ha sido tal mandato.
Ojalá que la callada movilización popular que no deja de brotar a lo largo y ancho del país, siga avanzando y haciéndose incesante. No se la ve en los medios, pero ahí está. No se la registra, porque se la disimula, pero ahí va. Por supuesto, también tiene algo de espectral: no figura en las encuestas, no come cuento, no traga entero, se la nombra como algo amorfo.
Es de estudiantes, de indígenas, de negros, de obreros, de desempleados o mal empleados, de desplazados, de víctimas de todo tipo y de familiares de víctimas, de pobres que no tienen nada y, quién lo duda, de algunos pobres diablos colados que ni siquiera saben que también son pobres aunque tengan algo de plata. En otra palabras: esa parte innegable del país que nunca hizo parte del manipulable “estado de opinión” tan propugnado por el presidente que ya se va.

Fuente:Argenpress

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