MEMORIA
Aprender la verdad
Guiados por una profesora, un grupo de estudiantes de secundaria de Melincué, provincia de Santa Fe, investigó y consiguió luego de años de trabajo dar con la identidad de dos desaparecidos durante la dictadura militar. Yves Domergue y Cristina Cialcetta, los dos nombres que durante tantos años permanecieron en sus tumbas sin identificación como prueba implacable del exterminio, hoy han sido restituidos a la sociedad, a la familia, a la memoria.
Imagen: Sebastian Granata
Por Sonia Tessa
Juliana Cagrandi tenía 15 años “recién cumpliditos” el 29 de septiembre de 1976, cuando los cuerpos de dos jóvenes acribillados, torturados, sin huellas dactilares, aparecieron en un camino rural cercano a Melincué, su pueblo del sur de la provincia, a 372 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Recuerda el estupor que recorrió a su familia por lo que habían hecho con “esos dos chicos”. Entonces, se abrió una causa penal por asesinato violento, que fue cerrada rápidamente. El empleado judicial Jorge Basuino se encargó de preservar el expediente. La tumba en la que fueron enterrados como N.N. nunca quedó en el olvido. Siempre, alguna de las 2500 personas que viven allí se acordaba de llevarles flores. En marzo de 2003, Juliana, licenciada en Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario y docente de Etica Ciudadana en la escuela 425 Pablo Pizzurno, decidió que era el momento de saber quiénes eran, lo consideraba necesario para restaurar la dignidad de esos dos jóvenes y sus familias. Les propuso a sus alumnos de 5º año que hicieran una investigación para presentarla en la jornada sobre derechos humanos que se realizaría en Firmat, una pequeña ciudad cercana. El camino fue largo, pero desde el mes pasado aquellos “chicos” tienen su nombre: Yves Domergue y Cristina Cialcetta, de 22 y 20 años, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores. El era francés, ella mexicana. El desenlace fue público, aunque no tanto el recorrido. “Hemos venido a decirles que valió la pena”, dice el pasacalle que la promoción 2003 colgó el 7 de agosto pasado en la puerta de su escuela. Los jóvenes que tomaron esa frase de Eduardo Galeano para expresar sus sentimientos ahora tienen 24 años.
Entonces, cuando eran adolescentes, les costó un poco entusiasmarse. Veían el tema como algo lejano. La primera en sintonizar con la propuesta de la profesora fue Celia Goniel: su tía había militado en la Juventud Peronista, podría haber sido una de “esos chicos”. El curso leyó sobre dictadura y democracia, investigó en qué consistían los derechos humanos, entrevistó al empleado que había guardado el expediente. Llevó cinco años encontrar alguien que la escuchara. En marzo de 2008, sentía que estaba tocando “la última puerta”. Así llegó a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, en marzo de 2008, y logró que en noviembre de ese año se reabriera la causa, luego de un trabajo de investigación de la secretaría –a cargo de Rosa Acosta– que terminó el 20 de julio pasado, con la confirmación del Equipo de Antropología Forense sobre la identidad de los dos jóvenes. Ese mismo día –“el Día del Amigo”, remarca– Juliana conoció a Eric, el hermano de Yves, en la puerta de los Tribunales de Melincué. “Cuando llegué, nos encontramos en la vereda. Saludé a los que conocía. Primero le di un beso en la mejilla a Eric y enseguida le dije: ‘Vos disculpame, yo te tengo que dar un abrazo’. Es que uno tiene que transmitir y mostrar lo que siente”, rememora ahora, más de un mes más tarde.
Después de escuchar la noticia oficial, como tantas otras veces con los empleados de la secretaría, fueron todos al “acogedor” living de su casa, tomaron mates, planearon un asado, ella les prometió que iba a cocinar pan casero. Pasó sólo una semana. El 28 de julio, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció la restitución de la identidad de los dos jóvenes en la Casa Rosada. “Fue todo muy fuerte. Cuando terminó, la Presidenta se abrió paso entre la gente hasta encontrarse con los chicos, charló con ellos de igual a igual, les hizo preguntas”, cuenta la docente con entusiasmo. “No hay un momento de la Casa Rosada que no fuese emotivo”, dice ahora. “A las 18.30 llegamos a Casa de Gobierno. Los chicos no habían ido nunca en un viaje educativo a Buenos Aires, así que recorrimos algunos lugares. Estaba Taty Almeida, de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Muy humildemente nos acercamos a saludarla, con admiración. No alcanzamos a llegar, cuando ella se da vuelta y dice: ‘Acá están, son los chicos, mirá, mirá’. Ellos nos agradecían a nosotros... Ahí conocimos a los tres hijos de Eric y a una de sus sobrinas. Lo único que nos decían era gracias, ustedes no saben lo que significa para nosotros”, recuerda sobre ese día, al que siguieron los actos del 7 de agosto en Rosario y Melincué. Ella siempre había pensado que esos “dos chicos” tendrían padres y hermanos, “aunque no sabía que tantos”, ya que Yves tenía 8.
Juliana enseña Etica Ciudadana y Ciencias Políticas, tanto en Melincué como en Firmat. El 14 de septiembre cumplirá años. Publica una revista, Voces de Melinkhue, junto a dos amigas. Milita en el Frente Progresista, tiene tres hijos, dos que estudian en Rosario, el destino de casi todos los melincuenses que llegan a la universidad, y una niña de once años. Su marido se llama Justo, y sufrió los embates de su ansiedad por conocer la verdad más de una vez. “Yo era siempre una carga”, dice ahora Juliana. “Les sacaba tiempo a ellos. Con el que siempre hablaba era con Lucas Abalos, de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, lo debo haber vuelto loco”, reconoce también ahora. Claro que fue el mismo empleado el responsable de su mayor satisfacción. El 14 de junio, al mediodía, Lucas la llamó al celular. Juliana estaba en Rosario, donde se reponía de una cirugía. “Ya están identificados, sabemos quiénes son”, escuchó en el teléfono, materializando el anhelo de tantos años, para ella, y muchísimos más para las familias de Yves y Cristina.
Desde 2003, aquellos alumnos se fueron a estudiar a Rosario, algunos ya volvieron al pueblo, recibidos. Muchas veces se acercaban a su casa para preguntarle qué había pasado con sus gestiones en Santa Fe. “Al ser un pueblo tan chiquito, hace que nos conozcamos todos. Los chicos no tienen tanta diferencia de edad con mi hija del medio. Cuando me veían los fines de semana porque volvían de sus estudios, me decían: ‘¿Y... qué contestaron? ¿Qué se sabe?’Cuando vos les proponés un trabajo a los chicos, tenés que tratar de conseguir los objetivos propuestos. No puede ser el docente el que baja los brazos, la perseverancia también es una forma de aprender”, reflexiona ahora la docente.
¿Por qué su iniciativa, el entusiasmo que transmitió a sus alumnos, el tesón? “A lo mejor siempre estuvo en mi ponerles un nombre o contribuir de alguna forma para recuperar esa historia que fue tan terrible para nosotros”, dice ahora. En el marco de la recuperación de la memoria, lo más grato fue la evolución de sus alumnos. “Ver cómo habían crecido en el tiempo, cómo habían asumido el tema como propio. Cómo hablaban, cómo quisieron conocer más de la vida de Yves. Verlos cómo defendieron ese proyecto era grato, muy grato”, afirma. Por eso, cuando Jean Pierre Noher leyó en la Casa Rosada el verso que decía “te arropo con los guardapolvos blancos” –de Eric Domergue refiriéndose a la recuperación del cuerpo de su hermano– fue “muy fuerte para nosotros porque te hacen parte de su historia”. Eso sintió una de sus antiguas alumnas esa tarde, cuando se separaron de los familiares de Yves, que jamás dejaron de buscarlo. “Ella expresó que era raro ver cómo se iban para un lado y nosotros para el otro, porque ya los sentíamos como parte nuestra”, dice Juliana, la profesora que se empeñó en darle un nombre a aquellos cuerpos acribillados.
Fuente:Pagina12-Las12
Aprender la verdad
Guiados por una profesora, un grupo de estudiantes de secundaria de Melincué, provincia de Santa Fe, investigó y consiguió luego de años de trabajo dar con la identidad de dos desaparecidos durante la dictadura militar. Yves Domergue y Cristina Cialcetta, los dos nombres que durante tantos años permanecieron en sus tumbas sin identificación como prueba implacable del exterminio, hoy han sido restituidos a la sociedad, a la familia, a la memoria.
Imagen: Sebastian Granata
Por Sonia Tessa
Juliana Cagrandi tenía 15 años “recién cumpliditos” el 29 de septiembre de 1976, cuando los cuerpos de dos jóvenes acribillados, torturados, sin huellas dactilares, aparecieron en un camino rural cercano a Melincué, su pueblo del sur de la provincia, a 372 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Recuerda el estupor que recorrió a su familia por lo que habían hecho con “esos dos chicos”. Entonces, se abrió una causa penal por asesinato violento, que fue cerrada rápidamente. El empleado judicial Jorge Basuino se encargó de preservar el expediente. La tumba en la que fueron enterrados como N.N. nunca quedó en el olvido. Siempre, alguna de las 2500 personas que viven allí se acordaba de llevarles flores. En marzo de 2003, Juliana, licenciada en Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario y docente de Etica Ciudadana en la escuela 425 Pablo Pizzurno, decidió que era el momento de saber quiénes eran, lo consideraba necesario para restaurar la dignidad de esos dos jóvenes y sus familias. Les propuso a sus alumnos de 5º año que hicieran una investigación para presentarla en la jornada sobre derechos humanos que se realizaría en Firmat, una pequeña ciudad cercana. El camino fue largo, pero desde el mes pasado aquellos “chicos” tienen su nombre: Yves Domergue y Cristina Cialcetta, de 22 y 20 años, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores. El era francés, ella mexicana. El desenlace fue público, aunque no tanto el recorrido. “Hemos venido a decirles que valió la pena”, dice el pasacalle que la promoción 2003 colgó el 7 de agosto pasado en la puerta de su escuela. Los jóvenes que tomaron esa frase de Eduardo Galeano para expresar sus sentimientos ahora tienen 24 años.
Entonces, cuando eran adolescentes, les costó un poco entusiasmarse. Veían el tema como algo lejano. La primera en sintonizar con la propuesta de la profesora fue Celia Goniel: su tía había militado en la Juventud Peronista, podría haber sido una de “esos chicos”. El curso leyó sobre dictadura y democracia, investigó en qué consistían los derechos humanos, entrevistó al empleado que había guardado el expediente. Llevó cinco años encontrar alguien que la escuchara. En marzo de 2008, sentía que estaba tocando “la última puerta”. Así llegó a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, en marzo de 2008, y logró que en noviembre de ese año se reabriera la causa, luego de un trabajo de investigación de la secretaría –a cargo de Rosa Acosta– que terminó el 20 de julio pasado, con la confirmación del Equipo de Antropología Forense sobre la identidad de los dos jóvenes. Ese mismo día –“el Día del Amigo”, remarca– Juliana conoció a Eric, el hermano de Yves, en la puerta de los Tribunales de Melincué. “Cuando llegué, nos encontramos en la vereda. Saludé a los que conocía. Primero le di un beso en la mejilla a Eric y enseguida le dije: ‘Vos disculpame, yo te tengo que dar un abrazo’. Es que uno tiene que transmitir y mostrar lo que siente”, rememora ahora, más de un mes más tarde.
Después de escuchar la noticia oficial, como tantas otras veces con los empleados de la secretaría, fueron todos al “acogedor” living de su casa, tomaron mates, planearon un asado, ella les prometió que iba a cocinar pan casero. Pasó sólo una semana. El 28 de julio, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció la restitución de la identidad de los dos jóvenes en la Casa Rosada. “Fue todo muy fuerte. Cuando terminó, la Presidenta se abrió paso entre la gente hasta encontrarse con los chicos, charló con ellos de igual a igual, les hizo preguntas”, cuenta la docente con entusiasmo. “No hay un momento de la Casa Rosada que no fuese emotivo”, dice ahora. “A las 18.30 llegamos a Casa de Gobierno. Los chicos no habían ido nunca en un viaje educativo a Buenos Aires, así que recorrimos algunos lugares. Estaba Taty Almeida, de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Muy humildemente nos acercamos a saludarla, con admiración. No alcanzamos a llegar, cuando ella se da vuelta y dice: ‘Acá están, son los chicos, mirá, mirá’. Ellos nos agradecían a nosotros... Ahí conocimos a los tres hijos de Eric y a una de sus sobrinas. Lo único que nos decían era gracias, ustedes no saben lo que significa para nosotros”, recuerda sobre ese día, al que siguieron los actos del 7 de agosto en Rosario y Melincué. Ella siempre había pensado que esos “dos chicos” tendrían padres y hermanos, “aunque no sabía que tantos”, ya que Yves tenía 8.
Juliana enseña Etica Ciudadana y Ciencias Políticas, tanto en Melincué como en Firmat. El 14 de septiembre cumplirá años. Publica una revista, Voces de Melinkhue, junto a dos amigas. Milita en el Frente Progresista, tiene tres hijos, dos que estudian en Rosario, el destino de casi todos los melincuenses que llegan a la universidad, y una niña de once años. Su marido se llama Justo, y sufrió los embates de su ansiedad por conocer la verdad más de una vez. “Yo era siempre una carga”, dice ahora Juliana. “Les sacaba tiempo a ellos. Con el que siempre hablaba era con Lucas Abalos, de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, lo debo haber vuelto loco”, reconoce también ahora. Claro que fue el mismo empleado el responsable de su mayor satisfacción. El 14 de junio, al mediodía, Lucas la llamó al celular. Juliana estaba en Rosario, donde se reponía de una cirugía. “Ya están identificados, sabemos quiénes son”, escuchó en el teléfono, materializando el anhelo de tantos años, para ella, y muchísimos más para las familias de Yves y Cristina.
Desde 2003, aquellos alumnos se fueron a estudiar a Rosario, algunos ya volvieron al pueblo, recibidos. Muchas veces se acercaban a su casa para preguntarle qué había pasado con sus gestiones en Santa Fe. “Al ser un pueblo tan chiquito, hace que nos conozcamos todos. Los chicos no tienen tanta diferencia de edad con mi hija del medio. Cuando me veían los fines de semana porque volvían de sus estudios, me decían: ‘¿Y... qué contestaron? ¿Qué se sabe?’Cuando vos les proponés un trabajo a los chicos, tenés que tratar de conseguir los objetivos propuestos. No puede ser el docente el que baja los brazos, la perseverancia también es una forma de aprender”, reflexiona ahora la docente.
¿Por qué su iniciativa, el entusiasmo que transmitió a sus alumnos, el tesón? “A lo mejor siempre estuvo en mi ponerles un nombre o contribuir de alguna forma para recuperar esa historia que fue tan terrible para nosotros”, dice ahora. En el marco de la recuperación de la memoria, lo más grato fue la evolución de sus alumnos. “Ver cómo habían crecido en el tiempo, cómo habían asumido el tema como propio. Cómo hablaban, cómo quisieron conocer más de la vida de Yves. Verlos cómo defendieron ese proyecto era grato, muy grato”, afirma. Por eso, cuando Jean Pierre Noher leyó en la Casa Rosada el verso que decía “te arropo con los guardapolvos blancos” –de Eric Domergue refiriéndose a la recuperación del cuerpo de su hermano– fue “muy fuerte para nosotros porque te hacen parte de su historia”. Eso sintió una de sus antiguas alumnas esa tarde, cuando se separaron de los familiares de Yves, que jamás dejaron de buscarlo. “Ella expresó que era raro ver cómo se iban para un lado y nosotros para el otro, porque ya los sentíamos como parte nuestra”, dice Juliana, la profesora que se empeñó en darle un nombre a aquellos cuerpos acribillados.
Fuente:Pagina12-Las12
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