Asista en directo al juicio de la Historia
La Argentina vive en estos días un proceso único en la historia mundial, que no parece, sin embargo, atraer mayor atención de su opinión publica. Los responsables y ejecutores del terrorismo de Estado impuesto por su última dictadura militar (1976-83) se hallan sometidos a juicios orales y públicos, sin riesgo, como en el pasado, de que sean interrumpidos por presiones de unas Fuerzas Armadas ya sin peso social ni poder efectivo.Son raros los casos en que atrocidades similares, que costaron miles de vidas y sufrimientos, y cambiaron drásticamente la identidad de una sociedad, acaben con sus culpables en el banquillo de los acusados. Impunidad, olvido, negociaciones, convocatorias a la reconciliación y muchas otras fórmulas han sido aplicadas en otras latitudes, incluso en vecinos países de América Latina.
Los periodistas suelen lamentar el tener que ocuparse de temas banales en lugar de ser cronistas de los grandes momentos de la Historia. Sin embargo, en la Argentina, donde un acontecimiento único en la historia internacional tiene lugar, pocos son los que le prestan debida atención.
Para tratar de acercar a la comunidad de el puercoespín aquello que los medios tradicionales no le ofrecen, o la distancia o el tiempo le impide conocer, presentamos aquí el audio de uno de los muchos testimonios de testigos y víctimas que desfilan en decenas de juicios para contar, una vez más, una verdad que se empeña en salir a la luz. En la grabación, que dura 2 horas y quince minutos, se aprecia también la atmósfera del juicio, el ruido del público, las preguntas del juez, la intervención de las partes.
Para colocar este documento extraordinario en su real dimensión, adjuntamos también dos testimonios sobre el llamado Juicio de Nüremberg, en que se condenó a algunos responsables de los crímenes nazis: el de Walter Cronkite, cronista, y el de Clancy Sigal, soldado norteamericano que, pistola en mano, entró en la sala para matar a Göering.
3 de agosto de 2010. 10 a.m.
Testimonio de Arnaldo Piñón en la causa por los crímenes ocurridos en el centro clandestino de detención El Vesubio. Piñón es uno de los 280 testigos -y de los 75 sobrevivientes- que declaran en el debate oral y público que comenzó el 26 de febrero:
El juicio por los crímenes en El Vesubio es uno de los once debates orales y públicos en marcha en la Argentina en este momento.
En esta causa se juzgan 156 hechos de privación ilegal de la libertad y tormentos ocurridos entre abril de 1976 y septiembre de 1978, así como 17 homicidios agravados entre los que se encuentran los fusilamientos de Monte Grande de mayo de 1977. Más de 75 víctimas de la causa permenecen desaparecidas, entre ellas, el historietista Héctor Oesterheld y el cineasta Raymundo Gleyser.
El Vesubio fue un centro clandestino de detención utilizado por el Ejército, ubicado en La Tablada, partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, cerca del cruce del Camino de Cintura con la Autopista Riccheri, en un terreno del Servicio Penitenciario Federal. Empresa El Vesubio era el nombre clave con que lo llamaban los militares. Comenzó a funcionar en 1975, en manos de la Triple A, bajo el nombre La Ponderosa, y dejó de funcionar en 1978. Entre desaparecidos y sobrevivientes, al menos 400 personas estuvieron allí.
Estaba en la Zona Militar Nº 1, bajo jurisdicción del I Cuerpo de Ejército, al mando del General Carlos Guillermo Suárez Mason, quien visitaba periódicamente el campo, y directamente a cargo de la Central de Reunión de Inteligencia (CRI) del Regimiento 3 de La Tablada, bajo el mando del Coronel Federico Minicucci. Allí también operaban los coroneles Juan Bautista Sasiain y Franco Luque. El Jefe de El Vesubio era el mayor Pedro Alberto Durán Saenz.
Los lugares donde se alojaban los detenidos se denominaban cuchas, y en el centro de torturas se había colocado un cartel que decía “si lo sabe cante, si no aguante”.
Allí estuvieron detenidos, entre otros Héctor Oesterheld, autor del Eternauta; el escritor Haroldo Conti, el sindicalista Jorge Fernando Di Pascuale, la ciudadana alemana Elisabeth Kaesemann; Elena Alfaro, Ana María di Salvo, Luis Alberto Fabbri, Rodolfo Goldin, Daniel Jesús Ciufo y Catalina Oviedo de Ciufo.
Otros prisioneros de El Vesubio identificados por la justicia italiana y alemana son Rodolfo Bourdieu, Claudio Gimbini, Mario Sagroi, Esteban Adrian, Ofelia Alicia Cassano, Rosita Luján Taranto de Altamiranda, Horacio Altamiranda, Juan Marcelo Guinar Soler, Graciela Moreno, Jorge Antonio capello, irma Beatriz Marquez, Silvia de Sánchez, Jórge Máximo Vásquez, Luciano Scimia, Jorge Watts, Marta Barea, María del Pilar García y Francoise Dauthier.

Testimonio de Arnaldo Piñón en la causa por los crímenes ocurridos en el centro clandestino de detención El Vesubio. Piñón es uno de los 280 testigos -y de los 75 sobrevivientes- que declaran en el debate oral y público que comenzó el 26 de febrero:
El juicio por los crímenes en El Vesubio es uno de los once debates orales y públicos en marcha en la Argentina en este momento.
En esta causa se juzgan 156 hechos de privación ilegal de la libertad y tormentos ocurridos entre abril de 1976 y septiembre de 1978, así como 17 homicidios agravados entre los que se encuentran los fusilamientos de Monte Grande de mayo de 1977. Más de 75 víctimas de la causa permenecen desaparecidas, entre ellas, el historietista Héctor Oesterheld y el cineasta Raymundo Gleyser.
El Vesubio fue un centro clandestino de detención utilizado por el Ejército, ubicado en La Tablada, partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, cerca del cruce del Camino de Cintura con la Autopista Riccheri, en un terreno del Servicio Penitenciario Federal. Empresa El Vesubio era el nombre clave con que lo llamaban los militares. Comenzó a funcionar en 1975, en manos de la Triple A, bajo el nombre La Ponderosa, y dejó de funcionar en 1978. Entre desaparecidos y sobrevivientes, al menos 400 personas estuvieron allí.
Estaba en la Zona Militar Nº 1, bajo jurisdicción del I Cuerpo de Ejército, al mando del General Carlos Guillermo Suárez Mason, quien visitaba periódicamente el campo, y directamente a cargo de la Central de Reunión de Inteligencia (CRI) del Regimiento 3 de La Tablada, bajo el mando del Coronel Federico Minicucci. Allí también operaban los coroneles Juan Bautista Sasiain y Franco Luque. El Jefe de El Vesubio era el mayor Pedro Alberto Durán Saenz.
Los lugares donde se alojaban los detenidos se denominaban cuchas, y en el centro de torturas se había colocado un cartel que decía “si lo sabe cante, si no aguante”.
Allí estuvieron detenidos, entre otros Héctor Oesterheld, autor del Eternauta; el escritor Haroldo Conti, el sindicalista Jorge Fernando Di Pascuale, la ciudadana alemana Elisabeth Kaesemann; Elena Alfaro, Ana María di Salvo, Luis Alberto Fabbri, Rodolfo Goldin, Daniel Jesús Ciufo y Catalina Oviedo de Ciufo.
Otros prisioneros de El Vesubio identificados por la justicia italiana y alemana son Rodolfo Bourdieu, Claudio Gimbini, Mario Sagroi, Esteban Adrian, Ofelia Alicia Cassano, Rosita Luján Taranto de Altamiranda, Horacio Altamiranda, Juan Marcelo Guinar Soler, Graciela Moreno, Jorge Antonio capello, irma Beatriz Marquez, Silvia de Sánchez, Jórge Máximo Vásquez, Luciano Scimia, Jorge Watts, Marta Barea, María del Pilar García y Francoise Dauthier.

El Vesubio dejó de funcionar en 1978, cuando se sospecha que sus edificios fueron demolidos a causa de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al país.
A causa de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de 2003, la Justicia ordenó en 2006 la detención de ocho represores que actuaron en El Vesubio: el general (R) Héctor Gamen, alias “Beta”, Pedro Durán Sáenz, o “Delta”, jefe inmediato del centro, José Néstor Maidana, Hugo Pascarelli, Ramón Erlán, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Chemes, Alberto Neuendorf. Este último actuaba en el campo desde 1975 y perteneció a la Triple A.
Hoy, el terreno está deteriorado y sin uso.
2 de octubre de 2006.
Sesenta años atrás, el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg entregó su primer veredicto contra criminales de guerra nazis. Los juicios de Nuremberg constituyeron un primer paso hacia la condena internacional de lo que luego serían llamados “crímenes contra la humanidad” y “crímenes contra la paz”.
La evidencia presentada constituyó el primer relato para el mundo de las atrocidades y los crímenes masivos de los nazis. Clancy Sigal era un sargento del ejército de ocupación norteamericano en Alemania:
Yo era el único judío de mi unidad. No se lo dije a nadie cuando puse mi pistola automática calibre 45 en mi cartuchera y me escabullí al juicio por Crímenes Internacionales de Guerra en Nuremberg.
Quería mirar a los ojos a Herman Goering y matarlo de un tiro.
Después de Adolf Hitler, Goering era el hombre más poderoso en el Tercer Reich. Creó el primer campo de concentración y fue el impulsor de los decretos que quitaron a los judíos sus derechos civiles.
En el vestíbulo del tribunal, Furtherstrasse 22, la policía militar me obligó a dejar mi arma. Al comienzo, me enojé. Había acumulado mucho odio hacia los principales dirigentes nazis como Goering, que habían puesto en marcha la Solución Final para matar judíos.
Pero una vez dentro de la sala de audiencias, sentí alivio. De pronto, me resultaba impensable agregar un acto más de violencia a esa presentación solemne, formal, de la evidencia. Evidencia que incluía cabezas reducidas de prisioneros torturados y lámparas hechas con piel humana. Me llevó más allá de las lágrimas, a una especie de entumecimiento.
(…)
Durante tres días, no pude quitar mis ojos de encima de Goering, quien se repatingaba en su banquillo como un emperador romano aburrido. Sin sus medallas y sables, parecía un poco desnudo en una chaqueta blanca, incluso la gran masa de su cuerpo parecía haberse reducido a esquelética.
Como testificaron los sobrevivientes de campos de concentración, me crucé algunas veces con la mirada fría, sin pestañear, de Goering, llena de desprecio por el tribunal y los testigos.
Cuando la fiscalía mostró películas de cadáveres apilados en Auschwitz, Goering desviaba la mirada, a veces hacia donde yo estaba. Me averguenza decir que me miró con desprecio, porque nunca antes me había sentido en la presencia de un mal tan absoluto.
Volví a mi unidad y no vi cuando Goering fue interrogado. Periodistas de radio y periódicos, como Walter Cronkite, nos dieron cuenta de su descarada falta de arrepentimiento desde el estrado de los testigos.
El testimonio completo verbal de Sigal, en inglés, aquí.
Testimonio del periodista Walter Cronkite, en 2006:
A partir de 1957, conduje una serie semanal en CBS llamada El Siglo XX. Durante más de una década, me dio la oportunidad de actuar como maestro de Historia para el país. Pero muchos de los acontecimientos que cubrimos en esos programas eran más que Historia para mí. Eran encuentros intensamente personales con los grandes acontecimientos de mi época.
Pocos fueron más personales que el que hicimos sobre los juicios de Nuremberg.
(Sonido original del programa El Siglo XX): Cronkite: Cien mil documentos alemanes capturados, muchos de ellos con las firmas autoincriminatorias de los acusados, son estudiados en busca de evidencia. En estos documentos, la fiscalía resuelve apoyar su caso. periodistas de todo el mundo cubren el juicio. La cobertura de la prensa alemana es, al comienzo, escasa. El 20 de noviembre de 1945, comienza el drama.
Yo era uno de esos periodistas, en 1945. Hacía cuatro meses que la Segunda Guerra Mundial había terminado cuando me encontré en un tribunal con los degenerados que habían sido sus arquitectos. Frente a ellos y frente al mundo, pasaría una procesión de testigos de los crímenes nazis. Lo más conmocionante, sin embargo, fueron las cínicas declaraciones de ignoracia que ví por parte de principales líderes nazis como Herman Goering.
(Audio original del juicio: Hombre no identificado número 1): ¿Quiere ustes decir que nadie en el poder en Alemania, ni Hitler ni usted, conocía la política de exterminación de los judíos?
(Herman Goering, con traductor): En lo que concierne a Hitler, he declarado que no creo que él estuviera al tanto.
(…)
(Cronkite): Todos los que han estado confinados durante tantos meses en la aislada sala de Nuremberg se inclinaron hacia adelante a medida que el juez Lawrence comienza a leer el veredicto de 50.000 páginas. Al día siguiente, las condenas indivuales:
(Lord Justice Geoffrey Lawrence): Acusado Hermann Wilhelm Goering, el Tribunal Militar Internacional lo condena a muerte por ahorcamiento.
Grabación y texto completo, en inglés, aquí.
Fuente:ElPuercoespin
A causa de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida de 2003, la Justicia ordenó en 2006 la detención de ocho represores que actuaron en El Vesubio: el general (R) Héctor Gamen, alias “Beta”, Pedro Durán Sáenz, o “Delta”, jefe inmediato del centro, José Néstor Maidana, Hugo Pascarelli, Ramón Erlán, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Chemes, Alberto Neuendorf. Este último actuaba en el campo desde 1975 y perteneció a la Triple A.
Hoy, el terreno está deteriorado y sin uso.
2 de octubre de 2006.
Sesenta años atrás, el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg entregó su primer veredicto contra criminales de guerra nazis. Los juicios de Nuremberg constituyeron un primer paso hacia la condena internacional de lo que luego serían llamados “crímenes contra la humanidad” y “crímenes contra la paz”.
La evidencia presentada constituyó el primer relato para el mundo de las atrocidades y los crímenes masivos de los nazis. Clancy Sigal era un sargento del ejército de ocupación norteamericano en Alemania:
Yo era el único judío de mi unidad. No se lo dije a nadie cuando puse mi pistola automática calibre 45 en mi cartuchera y me escabullí al juicio por Crímenes Internacionales de Guerra en Nuremberg.
Quería mirar a los ojos a Herman Goering y matarlo de un tiro.
Después de Adolf Hitler, Goering era el hombre más poderoso en el Tercer Reich. Creó el primer campo de concentración y fue el impulsor de los decretos que quitaron a los judíos sus derechos civiles.
En el vestíbulo del tribunal, Furtherstrasse 22, la policía militar me obligó a dejar mi arma. Al comienzo, me enojé. Había acumulado mucho odio hacia los principales dirigentes nazis como Goering, que habían puesto en marcha la Solución Final para matar judíos.
Pero una vez dentro de la sala de audiencias, sentí alivio. De pronto, me resultaba impensable agregar un acto más de violencia a esa presentación solemne, formal, de la evidencia. Evidencia que incluía cabezas reducidas de prisioneros torturados y lámparas hechas con piel humana. Me llevó más allá de las lágrimas, a una especie de entumecimiento.
(…)
Durante tres días, no pude quitar mis ojos de encima de Goering, quien se repatingaba en su banquillo como un emperador romano aburrido. Sin sus medallas y sables, parecía un poco desnudo en una chaqueta blanca, incluso la gran masa de su cuerpo parecía haberse reducido a esquelética.Como testificaron los sobrevivientes de campos de concentración, me crucé algunas veces con la mirada fría, sin pestañear, de Goering, llena de desprecio por el tribunal y los testigos.
Cuando la fiscalía mostró películas de cadáveres apilados en Auschwitz, Goering desviaba la mirada, a veces hacia donde yo estaba. Me averguenza decir que me miró con desprecio, porque nunca antes me había sentido en la presencia de un mal tan absoluto.
Volví a mi unidad y no vi cuando Goering fue interrogado. Periodistas de radio y periódicos, como Walter Cronkite, nos dieron cuenta de su descarada falta de arrepentimiento desde el estrado de los testigos.
El testimonio completo verbal de Sigal, en inglés, aquí.
Testimonio del periodista Walter Cronkite, en 2006:
A partir de 1957, conduje una serie semanal en CBS llamada El Siglo XX. Durante más de una década, me dio la oportunidad de actuar como maestro de Historia para el país. Pero muchos de los acontecimientos que cubrimos en esos programas eran más que Historia para mí. Eran encuentros intensamente personales con los grandes acontecimientos de mi época.
Pocos fueron más personales que el que hicimos sobre los juicios de Nuremberg.
(Sonido original del programa El Siglo XX): Cronkite: Cien mil documentos alemanes capturados, muchos de ellos con las firmas autoincriminatorias de los acusados, son estudiados en busca de evidencia. En estos documentos, la fiscalía resuelve apoyar su caso. periodistas de todo el mundo cubren el juicio. La cobertura de la prensa alemana es, al comienzo, escasa. El 20 de noviembre de 1945, comienza el drama.
Yo era uno de esos periodistas, en 1945. Hacía cuatro meses que la Segunda Guerra Mundial había terminado cuando me encontré en un tribunal con los degenerados que habían sido sus arquitectos. Frente a ellos y frente al mundo, pasaría una procesión de testigos de los crímenes nazis. Lo más conmocionante, sin embargo, fueron las cínicas declaraciones de ignoracia que ví por parte de principales líderes nazis como Herman Goering.
(Audio original del juicio: Hombre no identificado número 1): ¿Quiere ustes decir que nadie en el poder en Alemania, ni Hitler ni usted, conocía la política de exterminación de los judíos?
(Herman Goering, con traductor): En lo que concierne a Hitler, he declarado que no creo que él estuviera al tanto.
(…)
(Cronkite): Todos los que han estado confinados durante tantos meses en la aislada sala de Nuremberg se inclinaron hacia adelante a medida que el juez Lawrence comienza a leer el veredicto de 50.000 páginas. Al día siguiente, las condenas indivuales:
(Lord Justice Geoffrey Lawrence): Acusado Hermann Wilhelm Goering, el Tribunal Militar Internacional lo condena a muerte por ahorcamiento.
Grabación y texto completo, en inglés, aquí.
Fuente:ElPuercoespin
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