Historia de tres hermanos
Foto: Gentileza Florencia Santamaría, del álbum familiar.
El regreso de un juez cómplice de los militares a la UNCuyo desnudó el compromiso que tenía el abogado Luis Santamaría con quien omitió investigar la desaparición de su hermana Graciela. Florencia, la otra hermana sobreviviente, cuestiona su grave desmemoria.
Por María Eva Guevara
Foto: Gentileza Florencia Santamaría, del álbum familiar.
El regreso de un juez cómplice de los militares a la UNCuyo desnudó el compromiso que tenía el abogado Luis Santamaría con quien omitió investigar la desaparición de su hermana Graciela. Florencia, la otra hermana sobreviviente, cuestiona su grave desmemoria.Por María Eva Guevara
Un día fue militante de la Juventud Peronista y sufrió en carne propia los métodos de tortura de la dictadura, por ejemplo, aquel que consistía en mojar las celdas con agua para luego arrastrarse por los pisos como víboras hasta dejarlos secos. Tiempo después el país era otro y ese abogado de San Rafael llamado Alfredo Porras se convirtió en ministro de Gobierno de Rodolfo Gabrielli y, vaya paradoja del destino, ascendió a uno de sus torturadores, el policía José Mussere. No sólo eso, Porras defendió a Mussere y a los policías que hicieron desaparecer al joven Cristian Guardatti a comienzos de los ’90. Cuando se realizó la primera marcha de silencio repudiando la trama de complicidad que mantuvo el caso impune hasta hoy, Porras denunció que tras el pedido de justicia se escondían “intereses políticos”.
La siguiente historia es bastante más áspera y tiene mayores implicancias. También trata de un abogado frente a una inexcusable paradoja del destino. Se trata de Luis Santamaría, cuya trayectoria profesional y política es tributaria de la de su padre, un conocido dirigente del Partido Demócrata que fue funcionario en todos los gobiernos de facto que tuvo Mendoza. A diferencia de Luis, sus hermanas Florencia y Graciela optaron por un compromiso político con la izquierda revolucionaria. Empezaron la facultad –la primera siguiendo la carrera de medicina, mientras que la segunda la de artes plásticas– y se hicieron militantes, primero de la Vanguardia Comunista, luego del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores).
En 1975, Florencia, que es la mayor, fue apresada y torturada. Estuvo detenida hasta 1981. Después fue el turno de Graciela, quien fuera secuestrada violentamente de su hogar en la madrugada del 15 de mayo de 1976. Graciela permanece hasta el día de hoy desaparecida. Durante todos estos años, no sin dolor, la familia Santamaría asumió el drama de la hija a través de una versión que exculpaba por completo a la dictadura militar. Es decir, si había un culpable era aquella persona que había inducido a su hija por el mal camino de la subversión. Apoyado en esa perspectiva, Luis, como abogado recién recibido, presentó el hábeas corpus a favor de su hermana ante el juez federal de turno y siguió en lo suyo: cuando desembarcaba el nuevo gobierno militar un socio de su padre lo convertía en asesor legal del Ministerio de Educación. Llegados a la etapa actual, sucedió algo que cambió por completo el marco en el cual interesa la actitud de Luis Santamaría. Y es que la Justicia puso la lupa sobre los jueces que fueron partícipes de delitos de lesa humanidad por omitir investigar los secuestros, torturas y desapariciones ocurridas en la pasada dictadura. Dos de ellos están en funciones y son actuales camaristas: Otilio Romano y Luis Miret. Los dos ya están imputados y han empezado a declarar ante el juez federal Walter Bento. Seguirán el mismo camino el ex juez Guillermo Petra Recabarren, Rolando Carrizo y Gabriel Guzzo, en estado de salud grave.
Es importante remarcar que Romano y Miret son por estos días la comidilla de los círculos forenses. Difícilmente pueda encontrarse un abogado que no esté de algún modo conmocionado por la crisis desatada en el fuero cuyano. Las solicitudes de estas imputaciones son fundadas y han sido formuladas por la oficina de asistencia en causas de violaciones de los derechos humanos en Cuyo, dirigida por el fiscal Omar Palermo. Es desde esta oficina que se ha dispuesto por primera vez en cuatro décadas abrir los expedientes tramitados por jueces y fiscales durante el período que va de 1975 a 1976. Del análisis de esa información surge claramente que el grupo que manejó la justicia federal garantizó la impunidad de los responsables de las desapariciones forzadas y las torturas cometidas por agentes militares y policiales.
El caso es que tanto Luis Miret como Otilio Romano procuran seguir manejando los hilos de la vía judicial demorando el desenlace de esta historia. Es aquí donde entra a jugar su papel Luis Santamaría. Como conjuez –rol al que llega por un sorteo de nombres en un listado de abogados– ordenó reponer el pasado 12 de agosto a Luis Miret como profesor de la Universidad Nacional de Cuyo. La noticia trascendió como reguero de pólvora porque da la casualidad que Miret fue aquel juez que rechazara el hábeas corpus a favor de Graciela Santamaría. Y es entonces el hermano de esa víctima quien ahora defiende al juez cómplice de su desaparición. Sobre aquel recurso de hábeas corpus presentado en 1976 desestimado por Miret, Luis Santamaría sólo se ha limitado a decir que “no lo recordaba”.
La pregunta obligada es: ¿de qué está hecha esta forma de desmemoria humana? ¿También es complicidad?
Florencia Santamaría entiende que su hermano no pudo ignorar el rol de Miret en la desaparición de Graciela. Quizá no quiso apartarse del caso a sabiendas de sus implicancias, por una razón u otra, lo lamenta muchísimo. Esta ocasión era una oportunidad para guardar respeto por la memoria de un ser querido que fue víctima del terrorismo de Estado, no para tomar partido por un juez cómplice de sus verdugos.
Consciente de lo duro que resulta limar las asperezas familiares, Florencia da en este espacio su testimonio, que amplía el que ya diera en “Hacerse cargo”, una compilación de relatos preparada por la Casa de la Memoria de Mendoza gracias a los cuales se puede reconstruir la historia de más de 200 desaparecidos. Vale aclarar lo que significa para Florencia reconciliarse con el pasado: “Asumir lo que uno hizo bien o mal, no importa, es lo que uno hizo al fin y al cabo”. Para nada es lo que piensa Miret, quien dijo una vez que lo que pasaba es que los familiares de las víctimas, cuando encuentran a alguien vivito y coleando a quien culpar (él, por caso), sienten una digna satisfacción al decir “éste es el culpable”.
Empezar a recordar, para Florencia, es remitirse a su propio caso: “A mí me detienen en la Comisaría 16 de Las Heras, de ahí me llevan al Juzgado, al Palacio Policial y de ahí a la cárcel. En ese recorrido he conocido a Miret y a Romano. También a Guzzo, que fue quien dictó la sentencia cuando yo ya estaba en la cárcel de Devoto. Creo que si bien todo aquello me viene a la mente de manera desordenada, en algún momento yo hice la denuncia al juez sobre las torturas que sufrí en la comisaría. De hecho cuando fue la entrevista tenía las marcas de la cama donde nos acostaban, porque con la picana se contraen los músculos y se me habían lastimado los talones con el borde de esa cama. Así que prácticamente no podía caminar, lo hacía arrastrando los pies. También recuerdo que me visitó en el calabozo de la comisaría el brigadier Julio César Santuccione el día posterior a mi detención que fue el 30 de abril de 1975”.
En ese momento el apellido Santamaría no podía pasar desapercibido en Mendoza. Luis Santamaría había sido funcionario en todos los gobiernos conservadores. De hecho era senador provincial electo en las elecciones de 1973 y ejerció dicho cargo hasta la intervención del gobierno de Martínez Baca que también disolvió la labor legislativa.
“Sí –detalla Florencia–, mi papá tenía muchos conocidos. Recuerdo que el que me tenía en el calabozo y me interrogaba al principio, o sea, el comisario de esa seccional, después de la tortura me dice: ‘¡Cómo no me dijiste de quién eras hija!’. Supe entonces que el comisario era correligionario del partido, lo que nunca pude entender es qué actitud hubiera tomado el tipo de haber sabido ese dato antes de hacer lo que hizo. Después quien me defiende es un abogado amigo de mi padre, el doctor Alberto Aguinaga, quien de entrada me dijo: ‘Yo estoy acá porque tengo un compromiso político con su padre, no porque esté de acuerdo con usted’. Yo dije bueno, realmente no me importaba aquello mientras me defendiera.”
Florencia cuenta que entre las amistades de su padre no sólo se contaban comisarios sino también militares. Cierta vez a uno de ellos se le escuchó decir claramente que eran todas mentiras que Graciela estuviese desaparecida, que en realidad estaba viva pero padeciendo problemas psicológicos. A instancia de Florencia, la madre radicó la denuncia ante los organismos de derechos humanos en Buenos Aires, pero ella tampoco era una persona que comulgara con una idea revolucionaria, al contrario, como su marido, era anticomunista y antiperonista y a ese ideario añadían una dosis de antisemitismo. Todo eso hizo más compleja la situación familiar después de que ocurriese esa gran redada que se cobró la vida de una hija y hermana que tenía tan sólo 23 años. Se la llevaran a la noche en camisón en cuanto sus padres fueron encerrados en el baño. Desde aquella noche, estos nunca más la volvieron a ver.
“Siempre me culparon a mí, me decían que yo le había presentado a quien después fue su novio y que él la había llevado a la militancia a la fuerza. No podían aceptar que Graciela tuviera sus propias convicciones. Aquella explicación era la que les cerraba y entonces más bronca tenían hacia los subversivos”, relata Florencia.
El operativo del 15 de mayo de 1976 en la casa de la familia Santamaría habría sido a consecuencia de una confesión dada por un compañero de Graciela bajo una feroz tortura en el D2. Eso descarta toda versión acerca de que pudo haber sido el hermano quien la denunciase. Y es que la policía sabía perfectamente el nombre de la persona a secuestrar pero no así el domicilio, de ahí que primero irrumpiesen en la anterior casa de los Santamaría. Y fueron esos vecinos quienes le facilitaron a la policía los datos del nuevo domicilio.
Aunque no es el único caso, causa extrañeza que ningún sobreviviente haya visto a Graciela durante su cautiverio. Tanto Florencia como los integrantes del MEDH (Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos) han estado a la búsqueda de datos ciertos sobre el destino de Graciela sin obtener ningún resultado. Sí existen versiones que coinciden en señalar que Graciela tuvo una muerte rápida después de la tortura, pero no hay forma de respaldar dichos trascendidos.
Para la fecha del secuestro, a Graciela le faltaban dos materias para recibirse en la Escuela Superior de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Cuyo. El año pasado las autoridades tuvieron la iniciativa de rendir homenaje a sus estudiantes desaparecidos, entre ellos Graciela. La forma elegida fue convocar a familiares a la colocación de una placa que designa con su nombre y apellido el Aula Magna de esa facultad.
Los compañeros que la conocieron conservan para siempre el mejor de los recuerdos de Graciela. El artista plástico Gastón Alfaro fue en rigor quien le dedicó el primer homenaje a comienzos de los ochenta, al calor de un primer encuentro nacional de artistas plásticos. “Era muy linda, fresca, de pelo oscuro, largo como la lucha”, escribió Gastón Alfaro. Ambos habían trabajado intensamente para que las autoridades trataran de entender la necesidad de cambiar el sistema académico y se les diera un giro a los planes de estudios. “Era el joven impulso de cambiarlo todo”, dice el pintor. La última vez que la vi –recuerda con precisión– estaba con su novio Claudio en una librería artística del centro. Después, cuando me enteré de su desaparición, algo me hizo clic en la cabeza. Fue ese hecho el que me hizo caer en la cuenta de la gravedad de la represión, esa era una realidad que no había podido constatar porque meses antes se produjo una intervención y echaron a 18 profesores y 27 alumnos. Entre ellos Gastón Alfaro, Luis Scafatti, Luis Quesada, Drago Brajak, y varios más.
Según rememora Gastón Alfaro, ese acto arbitrario inauguró una diáspora de la militancia. Él al menos dejó de tener contacto con quienes habían sido sus más cercanos compañeros de militancia.Drago Brajak también recuerda a Graciela con un fervor especial. “Todos la querían mucho, todos estaban enamorados de ella, hablo de amor sin necesariamente sexo... Ella tenía muy buenas notas en dibujo y en las demás materias, era estudiosa, era completa, no había desperdicio. Cuando estudiábamos una materia teórica, a Luis Quesada y a mí siempre nos daba ganas de tomar mate o dibujar, así que mientras ella estudiaba, nosotros jodíamos.”
Florencia rescata de Graciela sus ideas firmes sobre encarar el arte por el arte, sin dogmatismos. “Era muy cuestionadora, no como yo que he sido mucho más dogmática y tenía por tanto una forma de militancia más ciega. Me decía: si lo dice el partido o lo dice fulano, así será. Ella no. Era muy inteligente, yo cada tanto le decía que si tanto dudaba, para qué se metía. Después entendí que se cuestionaba todo lo que hacía por esa inteligencia que la caracterizaba. Aquella era una época para dudar de un montón de cosas, no para aceptar sin más lo que te decían, lo que pasaba es que yo no estaba capacitada para hacerme esos cuestionamientos. Además era muy responsable, yo le dejaba a mi hija de a ratos. Graciela la cuidaba en un negocio de venta de carteras y zapatos que se había puesto con una amiga.”
Respecto de los afectos, está claro que existían lazos muy fuertes entre Graciela, su hermano y sus padres. Graciela era la madrina de la primera hija de su hermano. Florencia recuerda que si ella criticaba a Luis, Graciela salía a defenderlo. “Yo en cambio tenía una relación más competitiva o lejana, además era más dura. La vida después se encarga de suavizarte.”
Al homenaje a Graciela asistió toda la familia, menos el padre que ya había fallecido. Ahora esta actuación de Luis a favor de Miret hace saltar la matriz de razonamiento de Florencia, que es muy clara al respecto: “Pienso que él no puede ser objetivo con mi hermana ni es un actor judicial más. Es alguien que tiene una carga, un compromiso familiar, por lo tanto tendría que haberse excusado como lo hicieron los demás abogados, nunca debió meterse en esto ni para rechazar el planteo ni para defenderlo. De ninguna manera esto es un problema de errores administrativos por parte de la Universidad Nacional de Cuyo. Es un problema de graves implicancias porque alguien que participó de los gobiernos militares no puede enseñar derecho. Es así de simple. No puede defender la Constitución y las leyes aquel que las ha desoído”.
Si bien se espesa aún más esta historia, el ingreso de Luis Miret a las aulas donde se imparte Etica y Derechos Humanos –contenidos que el mismo Miret se reservó para enseñar en la cátedra de Filosofía Jurídica– hay que decir que todo apunta a un compromiso de tipo político entre el abogado Santamaría y el juez Miret. No es para nada descabellado pensar que ambos comulgan con la misma idea que los llevó años atrás a apoyar el golpe militar. En la facultad Miret enseña que en el país se necesitaba de alguien que impusiera el orden, mientras que Luis, al igual que su padre, también estuvo de un todo de acuerdo en lo mismo, con la sola diferencia de que toda su vida rehuyó hablar seriamente de aquel “tema de la desaparición de Graciela”.
FuentedeOrigen:Revista23
FuentedeOrigen:Revista23
Fuente:Agndh
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