11 de septiembre de 2010

OPINIÓN.

La Argentina relatada
El cóctel de exitismo y frivolidad fue reemplazado por un relato poco creíble, en el que los enemigos han cometido crímenes de lesa humanidad o son cómplices. Por Claudio Fantini*

“Cultura es lo que queda después que uno ha olvidado todo lo que aprendió”, decía André Maurois. Para el autor de monumentales biografías de Napoleón, Byron, Chateaubriand y Turgueniev, cultura es esa substancia que decanta moldeando un perfil, una forma de comprender el pasado y pararse ante el presente. Por tanto, la dimensión cultural es esencial, porque allí se establece el fundamento del hoy y del mañana.
Con la lucidez de siempre y una preocupación creciente, la escritora y ensayista Beatriz Sarlo señaló lo que ni la oposición política ni los sectores críticos parecen calibrar en su verdadera dimensión: “A la batalla cultural, la está ganando el kirchnerismo”.
En rigor, es una batalla que sólo está librando el kirchnerismo, porque en la vereda de enfrente, un muro de mediocridad impide ver el verdadero escenario del duelo.
En ese espacio trabaja, solitario, el cincel cargado de desprecio que moldea un resentimiento de clase media, mucho más retorcido y afecto al linchamiento que el entendible resentimiento de los atrapados en la exclusión.
El cincel va tallando una militancia enardecida, mientras al frente nadie talla nada. De un lado hay un “relato”; del otro lado, un vacío. O, mejor dicho, hay entretenimiento vulgar y un desfile decadente de personajes patéticos.
Esa frivolidad resta vigor cultural, mientras el adoctrinamiento sectario resta soberanía intelectual. Dos brazos de tenaza que van triturando a la sociedad abierta.La realidad relatada. La absurda exhibición del cadáver de Simón Bolívar, perpetrada por Hugo Chávez en su intento de probar que el Libertador fue asesinado, sobrepasó el realismo mágico, ya que el propio Gabriel García Márquez, en la novela El general en su laberinto , igual que Álvaro Mutis en El último rostro , describió una muerte sacudida por toses sanguinolentas y fiebres alucinatorias provocadas por una enfermedad.
Exhibiendo al mundo el esqueleto de un prócer, el exuberante líder caribeño mostró la expresión más descabellada del “relato”. En esa narración, a Bolívar lo asesinó la “oligarquía bogoteña” para destruir su obra: la Gran Colombia.
El paroxismo de la política basada en las estratagemas lucubradas por ideólogos es la imposibilidad de concebir un adversario que, simplemente, piensa diferente y no está dispuesto a consentir corrupción y autoritarismo en virtud de los aciertos que tenga un liderazgo, por importantes que sean. En la vereda de enfrente, sólo puede haber aberrantes criminales y abyectos cómplices.
Todos los liderazgos tienen un relato, o sea una lente para mirar la historia y para entender el presente. Pero está claro que el recurso de la narración es de baja intensidad en el pensamiento liberal-demócrata, mientras que tiene un protagonismo exacerbado en las ideologías moldeadas en culturas autoritarias.
En síntesis, el protagonismo del relato es directamente proporcional al poder vertical y personalista, e inversamente proporcional al pluralismo y a la tolerancia.
El relato no es de izquierda o de derecha, sino de autocracias de izquierda y derecha. George W. Bush redujo el pluralismo en Estados Unidos, relatando una cruzada en la que se estaba con la patria o contra la patria; y, obviamente, como todos los autócratas, la patria era él.
Para Silvio Berlusconi, están los que quieren construir Italia y, por ende, apoyan a su gobierno, y los “despreciables comunistas que quieren destruirla” denunciando la corrupción, la arbitrariedad, las trampas legislativas y la manipulación de la Justicia que “il Cavaliere” ejerce de manera impúdica.
Dos ejemplos de autócratas neoliberales, en una fauna donde también abundan especímenes conservadores, marxistas y nacionalistas de izquierda. Prueba de que la autocracia no es una ideología, sino una forma violenta y autoritaria de ejercer el poder, justificándose en la ideología.
Marcha atrás. La dictadura genocida impuso un relato totalizador. El poder militar defendía “la familia y los valores cristianos” amenazados por una “subversión apátrida”. El resto se dividía entre los cómplices y los “idiotas útiles”, también funcionales a la “subversión apátrida”, y los argentinos que eran “derechos y humanos”.
Raúl Alfonsín reemplazó el relato político por la argumentación jurídica del pluralismo garantizado en el Estado de derecho. La etapa menemista vació la democracia de contenido jurídico y de ideales, y llenó ese vacío con un cóctel idiotizante de exitismo y frivolidad. ¿El objetivo? Prolongar el poder personal, apoyándose en los beneficiados de la concentración económica construida con base en corrupción estructural y desmesura privatizadora.
La actualidad muestra la continuidad del poder personalista, apuntalado en una concentración de riqueza con diferentes dueños, pero la misma corrupción.
El cóctel de exitismo y frivolidad fue reemplazado por un relato épico poco creíble, pero inyectado en sobredosis, en el que los enemigos han cometido crímenes de lesa humanidad o son cómplices de esos criminales en masa.
Si críticos y opositores siguen trenzados con los señuelos, en lugar de librar el verdadero debate, un dogma binario terminará de moldear en su matriz autoritaria esa cultura que, parafraseando a André Maurois, quedará cuando hayamos olvidado todo lo que tan traumáticamente nos enseñó la historia.
*Periodista; director del Departamento de Ciencias Políticas de la UES
Fuente:LaVoz

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