20 de enero de 2011

APORTES PARA LA HISTORIA DE LOS 70-MARIANO PACHECO:MONTONEROS SILVESTRES.

PRESENTACIÓN
La propuesta para este blog es poder publicar semanalmente un relato construido sobre la base de algunas de las entrevistas que puede realizar a la mayoría de los protagonistas de los pelotones de Montoneros, integrados por hombres y mujeres (muchachos y chicas, jovenes, muy jovenes en la mayoría de los casos), que durante el período 1976-1983 continuaron resistiendo los embates de la dictadura cívico-militar a través de distintos medios. A veces enganchándose con algún compañero o compañera que ingresara desde el exterior del país, la mayoría de las veces sin comunicación con las instancias orgánicas de la organziación, los Montoneros silvestres -como se los ha llamado- permanecieron realizando algún trabajo mínimo -por las condiciones extremas de represión- a nivel barrial o sindical, haciendo acciones de propaganda, sabotaje y hostigamiento, reagrupandose para debatir la situación, darse ánimo ante coyunturas tan adversas y, por sobre todo, proyectando posiblidades de confrontación contra el enemigo.
La propuesta, entonces, es realizar un recorrido no rigurosamente cronológico, pero sí organzado en dos grandes partes: Del golpe al mundial y De la contraofensiva a Malvinas, como marcos generales, intercalando sus historias con algunos "comentarios de narrador" sobre distintos temas.
Esta iniciativa surge luego de varios años de realizar entrevistas (las primeras hace ocho años ya) a los sobrevivientes de esta experiencia (hoy dispersos en distintos lugares del país), de revisar, leer y analizar diarios nacionales y zonales, documentos públicos e internos (hasta ahora nunca publicados y facilitados por algunos entrevistados) de la organziación durante todo ese período.
Estas líneas intentarán continuar con la apuesta desarrollada por tanta gente hasta el momento: la de seguir dando testimonio de aquellos duros años, y aportar a la gestación de un imaginario contestario que vea las apuestas revolucionarias del pasado como algo, precisamente, no del pasado, sino como el más impostergable deseo del presente: transformar el orden social vigente. Tarea imprescindible, si tenemos en cuenta las célebres palabras escritas hace décadas por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia: "Ni siqueira los muertos estarán a salvo si el enemigo vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer".

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MONTONEROS SILVESTRES-FOLLETÍN DIGITAL
PRIMERA PARTE: DEL GOLPE AL MUNDIAL
I- Octubre 77: Este 17 Montoneros vence


“...Si un pájaro llevara la arena, grano a grano, de un lado a otro del océano, cuando la hubiera trasladado toda, eso sólo sería el principio de la eternidad...”.
Truman Capote, A sangre fría


Primera entrega: Marcela y Ramón
Al entrar al pasillo siento un leve cosquilleo en el estómago. Luego de tocar el timbre su perro comienza a ladrar detrás de la puerta. Tras unos segundos me invita a pasar a su casa y dice: “¡Que frío que hace!”. Recuerdo una frase de un cuento de Cortázar: “El frío siempre complica las cosas”. Estaba pensando en eso cuando preguntó: “¿tomamos unos mates?” Respondí que sí y nos sentamos.
Lentamente, como quien no quiere la cosa, le voy sacando de a poco el tema de conversación. Comienza desarrollando anécdotas que ya había contado en otra ocasión. Continúa agregando otras, que me resultan una novedad y las anoto en una libreta. No quiero cortar sus palabras, pero se me presenta la disyuntiva entre continuar escuchando el apasionante relato o interrumpirlo y anteponer la presencia fría del grabador. No puedo evitarlo: empieza la grabación.
Comienza contándome sobre el día que marcó su vida. Hacía apenas seis meses que estaba militando. Tenía ganas de hacer algo más que una pintada, que era lo que había hecho hasta entonces. “Ese día voy a una cita de control. Yo justo venia del día anterior de una actividad que se suspendió y estaba entusiasmado”.
Han pasado 28 años desde entonces.
Le pregunto por sus primeros pasos en la militancia. En 1977 me incorporé a Montoneros –dice–. Tenían apenas 15 años. Lo miro extrañado: por lo poco que se de esa época -en la cual ni siquiera había nacido- el golpe de marzo de 1976 no dejó resistencia en pie.
Sentados alrededor de una mesa de madera, continuamos con la mateada. Detrás del vidrio de un mueble, Norma Arrostito, “La Gaby”, me mira con su actitud combativa. Observo la pila de videos y películas que acompañan a la diversidad de libros de la biblioteca: Franz Fanon, Sartre, Juan Gelman, Lenin, Freud, Dostoievski, Marx, Hemingway, Kafka, Hernández Arregui y muchos otros, conforman una ensalada que logra llamarme la atención.
De repente hace una pausa. Enciende un cigarrillo, se acomoda la bufanda negra que lleva sobre el cuello y me cuenta que a los pocos meses de empezar a militar debe irse al interior del país. Parece, por su expresión, estar re-viviendo ese momento. Estaba, él y su cuñada -que además era su responsable y único contacto con “La Orga”- realizando un operativo en conmemoración del trigésimo segundo aniversario del 17 de octubre.
El “aparato” había mandado una caja con granadas y volantes. Caminaban por las calles de una barriada de Quilmes, golpeando las puertas de las casas, hablando con los vecinos y denunciando a la dictadura. La misma gente, que según recuerda, en general los recibía bien, les dice que estaban locos, que se fueran.
Todo lo cuenta de manera pausada; tomando un mate de tanto en tanto.
Fue el sábado 22 de octubre de 1977. Me cuenta que estaba hablando en una casa y ve que su cuñada estaba discutiendo con dos flacos jóvenes. De repente, ella le hace señas para que se vayan. Los tipos, que se presentaron como de la Marina, le habían dicho que los iban a tener que acompañar, que estaban detenidos por andar repartiendo “publicaciones subversivas”. Era todo muy raro, “por la actitud imprudente de los flacos, pero también por la nuestra”.
Su cuñada lo mira y ordena: “Martillá”. Él, que lleva una pistola 9 milímetros en la cintura, responde haciendo lo que su responsable indica. De un momento a otro, uno de los tipos se tira encima de ella. El otro, con una pistola en mano, le apunta a él. “Dejame ir. La orga los va a vengar. No seas boludo”, le dice su cuñada al tipo que la interceptó.
Se hace un silencio. No lo interrumpo. Dejo que la pausa se extienda. No hubiese hablado aunque el silencio hubiese perdurado por toda la eternidad. La mirada taciturna, detrás de los lentes, expresa una tranquilidad que no logro comprender del todo. Toma otro mate, enciende otro cigarrillo y sigue: “Me apunta a la cabeza mientras me mira a los ojos. Yo me doy vuelta, empiezo lentamente a retroceder hasta llegar a la esquina, doblo y me voy. Me voy caminando, el paso cada vez más fuerte. Hasta que comienzo a correr y correr. Luego aminoro la marcha: ya estoy fuera de peligro. Al llegar a mi casa junto algunas cosas y me marcho al interior”.
Le pregunto qué pasó con ella. “Se tomó la pastilla y llegó muerta al hospital –dice–. La noticia salió en el diario El Sol”.
Días más tarde me dirijo al archivo del diario. En la página 4 de la edición del jueves 27 de octubre de 1977 leo el titular: “Quilmes: mataron a un suboficial de la Aeronáutica y se suicidó una extremista”. La ejecución del militar es tapa. La nota cuenta como un grupo de tres hombres y dos mujeres jóvenes que se trasladaban en un Falcon azul ejecutaron, el miércoles 26 por la tarde, a un suboficial mayor de la Aeronáutica. Interceptado en la intersección de las calles Balcarce y Lavalle, Rodolfo Matti cae bajo las balas y muere al llegar al hospital de Quilmes. El presidente de la Nación, teniente general Jorge Rafael Videla, junto con el brigadier Orlando Ramón Agosti, acuden al velatorio del militar retirado. Más abajo puede leerse: “Se suicidó una extremista. El comando de Zona I informó que el sábado último en las primeras horas de la tarde, murió una delincuente subversiva, tras ingerir una pastilla de cianuro en tanto que otro extremista logró darse a la fuga al ser sorprendidos ambos por fuerzas legales mientras distribuían material extremista de la organización Montoneros en la calle Madame Curie. La mujer fue identificada como Nélida Marcela González, de 20 años”.
Me cuenta que entonces la vida se le partió al medio. No era para menos: Kelly había ingresado en la nada de la eternidad.


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Segunda entrega: Beto
Una semana antes del 17 de octubre los Montoneros silvestres de la zona sur del conurbano bonaerense lanzan una campaña de agitación y propaganda con la consigna: “Este 17 Montoneros vence”. Pintadas, volanteadas, carteles, todo lo que encuentran a su alcance, bastante limitado en el momento. Debido a su marcada presencia, el ejército había ido a instalarse en la zona por aquellos días.
“Berazategui: un extremista fue abatido en un tiroteo”. Así titula en tapa una de sus notas el diario El Sol de Quilmes, el viernes 28 de octubre de 1977. “Ayer fue abatido en Berazategui un extremista identificado como Enrique Horacio Sapag. El hecho ocurrió cuando efectivos militares sorprendieron –según informó el Comando Zona I del Ejército- a dos hombres incendiando un automóvil en las vías del ferrocarril Roca, en el partido de Berazategui. Se inició entonces un tiroteo en el que fue muerto el nombrado, mientras que el otro logró darse a la fuga. En el comunicado dado a conocer por el Comando se indicó que Sapag era integrante de la banda Montoneros. Se agregó, además, que su cadáver lo recibieron sus padres”.
Lo que no saben en el diario, ni las fuerzas represivas, es que quien se ha escapado es Víctor Hugo Díaz, el mismo que meses atrás logró fugarse de un campo clandestino de detención, sin darles el gusto de denunciar a sus compañeros.
Beto me cuenta lo que pasó aquella tarde, veintiséis años atrás.
Tras la muerte de Horacio, Beto se dirige a la casa de una compañera en Florencio Varela. Ella le plantea que no sabe realmente si tiene o no una “boleta” (una muerte) encima y entonces, a modo de precaución, deciden irse (“levantarse”, decían en la época”). En el camino se cruzan con una patrulla policial que comienza a dispararles. Es la segunda balacera a la que se ve expuesto Beto en pocas horas. Nuevamente logra salvar su vida, aunque herido de gravedad. La compañera, en cambio, es herida de muerte por las balas de la represión. María Cristina Barbeito estudiaba psicología en Humanidades de La Plata. Tenía unos 23 años y venía de La Pampa. Su compañero ya integraba la larga lista de desaparecidos.
“La compañera alcanza a dejar a su nene en el piso. Así, logra salvar su vida –relata Beto–. Luego, por el cuñado de esta compañera, nos enteramos que Pedrito fue recuperado por la familia. También que Paz era el apellido del “cana” que disparó. Un tipo morocho, fortachón. Un tipo imparable con la ametralladora”.
El coche en el que se dirigían quedó destruido, producto de las ráfagas de fusil FAL, de ametralladora y de escopeta que recibe. ¿Cómo te salvaste?, pregunto. Beto me cuanta que los tipos no dejaban de avanzar, se desplegaban abriéndose en abanico. “Pero yo me sigo defendiendo, los repelo con mi 9 milímetros”. Es ahí, recién, cuando puede salir del auto. Pero la compañera ya estaba muerta. “Salgo y empiezo a correr. Ellos me persiguen”. En un momento, cuando cree que lo están por agarrar, cuando ya no tiene fuerzas y escucha que le gritan “alto”, ve que hay un milico que está apuntándole de rodillas con un FAL. “Me quedaba el ultimo tiro, así que disparo y comienzo a correr”.
Beto conserva el mismo bigote de entonces. Cuando habla parece estar mirando una pantalla de cine o T.V en la cual sale él mismo viviendo lo que me está contando.
“Yo esperaba que me remataran ahí mismo, mientras me escapaba. Pero evidentemente los tipos tuvieron miedo o algo, porque se metieron en la camioneta para perseguirme todos juntos. Yo corrí y corrí, hasta que los perdí”. Así, todo ensangrentado, se va caminando al centro de Varela. En un momento no da más. Ya no tiene fuerzas. “Golpeo una puerta y me atiende una señora con un nenito. Le digo que no se asustara, le cuento lo que me pasó y que necesitaba ayuda. La mujer salió corriendo. A mí sólo me quedaba la pastilla de cianuro. Pero llega el marido en un Fiat 600 y me dice que me lleva a donde yo quiera. Y fui, adelante. Ya no podía manejar, ni caminar. Le pedí una frazada, estaba desangrándome”.
Para mis adentros, me digo la típica frase: “este tipo tiene más vidas que un gato”. No termino de pronunciar la frase (obviamente siempre para mis adentros), cuando me dice que eso no es todo, que ese día interminable aún no ha finalizado.
Iban en el auto y en la rotonda de Mosconi ven que estaba todo el ejército. “No tengo escapatoria”, pensó. Claro, los militares habían supuesto (acertadamente), que de escaparse lo haría por ahí. Pero al ver pasar el auto, despacito, no sospechan nada y no lo paran.
“Le pedí que me llevaran a Ezpeleta, a la casa de mi hermana. Ahí estuve dos días. Mis hermanos, desesperados, van en busca de médicos, pero no los consiguen. Entonces mandan a buscar a un estudiante de La Plata, que estaba haciendo su residencia en una sala de Villa España”. Pienso de inmediato en que el pibe es detenido, quien sabe, tal vez torturado, asesinado… Pero no. Me cuenta que cuando pasan delante del control que el ejército había apostado frente a la fábrica Ducilo, los detiene, sí, pero no pasa nada. Cuando los milicos lo ven, dicen: “hay un Montonero herido en la zona, ¿a donde van con este médico?”. Y el muchacho les hace el verso de que tenía a una abuela enferma, en Quilmes. Por supuesto, el milico no los dejaba ir. Hasta que un soldado dice: “señora, yo no sé hoy que va a pasar”. Finalmente los dejan ir. La hermana de Beto ve que los siguen y entonces se meten por calles internas. “Los tipos –continúa relatando Beto– se vuelven locos y cuando llegan a la casa de mi abuela terminan metiendo a todos en cana”.
Al día siguiente, herido como estaba, cuando Beto ve que no llegaban ni el médico ni sus familiares, pide que lo saquen de ahí. Envuelto en una frazada, sube a un taxi y recién ahí, tres días más tarde, puede tomar contacto con sus compañeros, que lo pasan a buscar.
Pienso que en la época no había internet, ni celulares, ni ninguno de los medios de comunicación con los que contamos en la actualidad. Entonces me cuenta que el mecanismo que utilizaban era el de dejar un mensaje telefónico. Como en ese momento no había muchos teléfonos, la gente alquilaba su servicio. “Vos llamabas y dejabas mensajes. Y así, en clave, nos comunicábamos. Por supuesto, la cana también lo hacía, para ver si estábamos operando en la zona”. Evidentemente, ese teléfono no estaba controlado, porque si no hubiesen ido tras ellos, o lo hubieran cortado para evitar la comunicación. “Mi hermano, que no entendía nada de cómo ir a una cita, va y por la descripción se encuentra con el compañero”.
Eran las 21.30 horas del martes. Tras la operación, Beto pasa toda la noche con fiebre. Ya no se podía mover de la cama, darse vuelta, nada. Mientras tanto, el ejército realizaba “rastrillajes” por toda la zona. Como no había conseguido anestesia tuvieron que operarlo con silocaína. Carlos Cari, El Flaco Juan (que estaba terminando la carrera de medicina en La Plata y era además miembro de la estructura de sanidad de la organización), junto con su mujer, Nora La Rubia, le salvan la vida. Ambos desaparecen en agosto de 1980.
Treintaicuatro años después Beto sigue con vida. Adentro, aún lleva el recuerdo de María Cristina, de Horacio, de Carlos y de Nora. También lleva adentro esa bala de FAL que nunca se pudo sacar.


www.profanaspalabras.blogspot.com
www.pacheco-nauseabundo.blogspot.com (2007-2008)


Mariano Pacheco, es autor del libro "De Cutral-Co a Puente Pueyrredon". Una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, publicado por la Editorial E Colectivo. Trabaja como boletero en el subterraneo.
Fuente:Agndh                                                    

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