27 de enero de 2011

EL SALVADOR.

A 79 años de la matanza de Izalco
Por Luis Romero Pineda (COLATINO)

“¡¿Cuál matanza?!”, se preguntó un habitante de Juayúa, Sonsonate. Su versión de los hechos es diferente. “Acá lo que pasó es que San Miguel Arcángel bajó de los cielos y abrió un hoyo en la tierra para que los comunistas se fueran al infierno”.

Sin embargo, este sábado 22 de enero las comunidades de pueblos originarios conmemoraron el 79° aniversario de la masacre de más de 10 mil campesinos en la zona occidental a manos de la dictadura del Gral. Maximiliano Hernández Martínez.


Con la insurrección presente


La amnesia histórica y aquellos renuentes a padecer de ella se enfrentan en tantas fechas. Una de ellas es el 22 de enero de 1932. El lugar de encuentro, es a veces, las ruinas de la iglesia La Asunción, en Izalco. Así fue este pasado sábado, donde diferentes asociaciones indígenas se unieron por una razón en común: el etnocidio cometido en contra de miles de campesinos en enero de 1932.


Las actividades, que van desde ceremonias de purificación y ponencias académicas hasta pronunciamientos políticos y música popular, fueron acompañadas por autoridades de la municipalidad de Izalco, miembros de organizaciones sociales y académicos. Y más jóvenes que en otros años. Entre los presentes, familiares de las víctimas del 32 se hallaron dispuestos a resistirse a olvidar.


“Recordar esta fecha es de mucho significado para todos nosotros porque sino conocemos nuestro pasado no sabemos para donde vamos”, manifestó Juliana Ama. Ella y su familia, descendientes de José Feliciano Ama, líder indígena asesinado luego del levantamiento campesino, saben lo que significó uno de las primeras grandes insurrecciones de corte progresista en Latinoamérica.


Y lo recordaron acompañados de rituales de los pueblos originarios en donde uno no puede participar si no se purifica antes con sahumerio y donde las ofrendas no son dinero, sino frutos de la tierra que desaparecen en las brasas de la fogata sagrada.


Ahí pidió Roberto Alvarado, alcalde de Izalco, por las almas de los masacrados. Almas que se desprendieron de los cientos de cuerpos que se hallaban enterrados bajo sus pies, bajo la fogata y bajo un monumento que sostiene una imagen religiosa de María. “Queremos recordar siempre a nuestros mártires que pelearon esa tierra que necesitaban para poder sobrevivir. Este Pueblo hizo historia y la estamos recuperando”, acotó Alvarado.


Un levantamiento y miles de muertos


Y es que en la década de los años 30’s en El Salvador, las condiciones para el campesinado eran realmente adversas. Era una época de terratenientes y riqueza, pero también de peones y miseria. El occidente del país fue el escenario de una situación de desigualdad tal que propició el descontento de campesinos sin tierra; en su mayoría, indígenas.


Las tierras pertenecientes al sector campesino más pobre habían sido tomadas por las élites cafetaleras. Luego, eran los mismos campesinos quienes tenían que trabajar las tierras robadas.


Según Alastair White, en su libro El Salvador, en 1930 “los salarios rurales bajaron hasta 20 centavos por día” ya que la producción del café, principal producto exportador del país, se vio seriamente afectada por la crisis capitalista de 1929.


De ahí que el fraude realizado a las victorias del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) en todo el país y la miseria del campesinado, y el desinterés de la dictadura de militar por resolver el problema, resultara en la organización de una rebelión que tenía como bandera la reforma agraria y mejorías en las condiciones laborales. Así lo relata el documental Cicatriz de la Memoria.


El papel de involucramiento del PCS en la rebelión final aún es discutido.


El 22 de enero, armados de machetes, miles de indígenas y ladinos pobres que componían el movimiento campesino se tomaron haciendas y cuarteles en los municipios de Juayúa, Teotepeque, Nahuizalco, Izalco y Tacuba. Según el MUPI, en estas acciones murieron alrededor de 20 civiles y 30 militares y se trabajó en la implementación de un plan de repartición de tierras agrícolas.


Pero la dictadura del Gral. Martínez respondió recuperando el territorio en 3 días y asesinando por más de un mes a toda persona indígena, con la acusación de ser comunista. El Gral. Martínez sostenía que “es mayor crimen matar a una hormiga que a un hombre”. La justificación idónea para masacrar a más de 10 mil personas en todo el país, según diversos estudios e investigaciones. Aunque otros creen que fueron 30 mil.


Opiniones diferentes


Pero algunos ven la Historia de forma diferente. El 3 de marzo del año 2006, en un editorial de El Diario de Hoy, Carlos Raúl Calvo explica cómo la insurrección fue llevada a cabo por indígenas “embriagados a diario con chicha fuerte”, pero que “el general Maximiliano Hernández Martínez, […], envió tropas armadas, gracias a Dios, con ametralladoras y logró detener la invasión que amenazaba a la población”.


Los jóvenes en Izalco prefieren no hablar del tema. No saben o no quieren opinar.


Por otro lado, el partido ARENA solía iniciar sus campañas políticas en Izalco pues es la muestra perfecta de cómo se enterró a los rojos. “Ya no más”, asegura el actual alcalde de Izalco, Roberto Alvarado, pues, según él, constituye una falta de respeto a la población indígena que sigue olvidada por las políticas públicas.


Una situación de marginación


Como resultado del etnocidio y la persecución política, la comunidad indígena de El Salvador pasó a tomar una actitud de negación e invisibilización. Y los esfuerzos de rescatar su identidad se remontan a un par de años atrás. La población ladina, que se esmera en negar a sus antepasados, utiliza las palabras “indio” o “indígena” para señalar ignorancia o inferioridad.


Las asociaciones indígenas se hallan dispersas, acusándose mutuamente de buscar intereses mezquinos.


Este sábado, sólo en Izalco, se realizaron dos diferentes actividades de conmemoración. Una tercera se realizó en Tacuba. En el censo del 2007 se desconocieron varias etnias y la relación de la representación política y los intereses indígenas es débil. “Somos marginados y ahora sólo podemos confiar en alguien de los nuestros para representarnos políticamente”, medita el Tata Cuyut, de la asociación ATHUNAL.


“Seguimos separados, luchando por diferentes lados”, se lamenta Juliana Ama, sobrina de quien fue linchado y ahorcado en enero de 1932.


A su vez, desearía que todas las organizaciones se unan “en un mismo sentir y pensar para que podamos lograr lo que necesitamos”.
Fuente:Argenpress                                              

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