5 de febrero de 2011

MENDOZA: EL HORROR RELATADO POR UN TESTIGO DE LOS AÑOS OSCUROS.

4 de Febrero de 2011
Lesa Humanidad: el horror relatado por un testigo de los años oscuros
Esta es la declaración que formuló Daniel Hugo Rabanal en el juicio por los crímenes de lesa humanidad. Sin lugar a dudas, su lectura permite conocer en profundidad lo que tuvieron que sufrir durante casi ocho años los detenidos en la última dictadura militar.

Daniel Hugo Rabanal fue detenido el 6 de febrero de 1976, alrededor del mediodía, cuando estaba por ingresar a su coche, -estacionado en el centro de la ciudad de Mendoza-, por unos policías que se bajaron de un patrullero y lo condujeron hasta una comisaría.


Una vez llegado al edificio de la comisaría, fue sometido a un interrogatorio breve en el que le toman los datos y le hacen preguntas inconexas sobre un robo de vehículo, y posteriormente le propinaron una golpiza que serviría de introducción a una noche de bestiales maltratos.


Lo más llamativo de todo el proceso es que nunca lo vendan, por lo que Rabanal puede ver cada uno de los rostros de sus agresores, hasta incluso el de un sujeto uniformado que se autoidentificó como un comisario. Y es éste, quién le dice:


“bueno pibe, hasta acá llegué yo, vienen los muchachos de Buenos Aires a buscarte y yo ya no tengo nada que ver, creo que te jodiste... que tengas suerte”.


Dicho esto, comienza la travesía. A los quince minutos ingresaron a su “improvisado calabozo”, unos tipos que lo voltearon contra la pared, lo ataron, vendaron y metieron en el baúl de un automóvil.


Una vez adentro, el auto inicia un recorrido que se prolonga por aproximadamente veinte minutos, atravesando por caminos de tierra y ripio que hacen que se sacuda violentamente. Al salir -ya entrada la noche- por el aire limpio que respira deduce que debe de estar en un campo abierto.


Lo que viene a partir de acá es la crónica de la brutalidad de la que fueron víctimas miles de argentinos durante esa época deleznable.


Al bajarlo del coche, seis o siete tipos se encargan de darle una adecuada bienvenida. Durante un tiempo que ya no recuerda, empieza a recibir golpes que hacen que su cuerpo vuele de un lado a otro. Recuerda:


“yo siempre pensaba que en las películas, cuando la gente volaba con un golpe, era una exageración, pero no es así, yo volaba de un lado a otro…”.


A partir de esta noche aparece el “Porteño”, (nombrado así por su marcado acento) quién al parecer es el encargado de ordenar las palizas y conducir los interrogatorios. Para este fin se valían de la picana, herramienta del terror con la que no escatimaban sufrimiento a los inquiridos.


Este personaje se valía de ciertas actitudes para crear terror en los reclusos. Era común escucharlo tomar mate o fumar al lado de los oídos de los sufrientes. Hablaba siempre con un tono sereno, pero siniestro.


Lo que el Porteño buscaba de Rabanal eran datos certeros. Ya que en ningún momento –éste último- había ocultado pertenecer a los Montoneros.


Irónicamente, este sitio contaba con un médico. Éste era el encargado de controlar el estado de las víctimas, y decidir si se podía o no continuar con los “interrogatorios”.


Otra particularidad eran las variantes de las que se desprendían el uso o “abuso” de la picana. En algunos casos utilizaban unos electrodos a modo de anillos que se colocaban en los dedos de las manos y los pies, y que hacían que el efecto fuera más intenso y devastador. Para variar, a veces también solían mojar sus cuerpos para obtener resultados similares.


Con el endurecimiento de las condiciones, poco a poco fue perdiendo la noción del tiempo, aunque solo hayan pasado tres días.


Nuevamente, el 9 de febrero lo metieron en el baúl de otro auto y lo trasladaron a lo que después sabría que es era el D2, donde estaría alojado hasta el 26 o 27 de febrero. Una vez dentro, las cosas no cambiaron demasiado. Aunque el descubrimiento de encontrar otras personas en este centro de detención, le generó otras expectativas.


Sin embargo, las torturas no cesaron, sino que por el contrario se vuelvieron sistemáticas y permanentes. A esto se le sumó que tampoco le daban agua o algún alimento. Paulatinamente la deshidratación comienzó a calar hondo en su organismo y empezó a sufrir alucinaciones, y llegó incluso hasta a beber su orina…


“no me dan agua, bebo mi orina en varias ocasiones, porque no hay otra cosa”


En el D2, el sitio elegido para las torturas se ubicaba en un sótano al que eran conducidos desde sus calabozos. El recinto estaba inundado de un olor que se componía de orines y humo de los generadores usados para las picanas.


Debido al deterioro de la salud –una pérdida de 17 o 18 kilos-, Rabanal, como tantos otros, tenía que ser arrastrado hasta ese recinto. Además contaba con quebraduras en algunas costillas, una mano paralizada y lesiones en el ano, testículos y en la boca, como resultado de ser los lugares preferidos por los torturadores para picanear por el terrible dolor que generaba.


Llegado el 26 o 27, Daniel Hugo Rabanal es trasladado junto a Silvia Ontivero y Fernando Rule en un camión celular hasta la regional Nº 1 de la Policía. En una de las oficinas, tienen una entrevista con el juez Carrizo, que les dice que pueden estar tranquilos porque allí “no hay policías”. Les pregunta por su estado y Rabanal contesta:


“como usted me ve, muy mal”


El interrogatorio es breve y no le hacen firmar nada. En el recinto estaban presentes un abogado (Petra Recabarren) y cuatro agentes que alcanzó a divisar cuando le quitaban las vendas.


Una vez que terminaron también de declarar Ontivero y Rule, los tres fueron trasladados a la cárcel. Una vez allí, comienza una nueva etapa en la que lentamente experimenta mejorías y recibe uno que otro tratamiento sobre sus heridas. Sin embargo, esa aparente tranquilidad -por momentos- es interrumpida por rumores de nuevas torturas.


Uno de los momentos en los que recrudeció la violencia hacia los detenidos, fue durante el mes de julio del 76, cuando el ejército se hizo cargo del penal y se agudizaron los maltratos sobre los presos políticos. Una noche de lluvia…


“a mi se me llevaron al medio del patio y a punta de culatazos me empiezan exigir que grite “mueran los putos montoneros”, como yo no grito, me siguen pegando”


Quince días más tarde -cuando al fin puede recobrarse y levantarse de la cama-, Antonio Di Benedetto, se le acerca dentro de la cárcel y le manifiesta su dolor y conmiseración.


En ese ambiente permanece hasta mediados de 1978, y fue, juntamente con Guido Actis y Guillermo Martínez, los últimos en ser trasladados a otro sitio. Dos años antes habían llevado a otros dieciséis a una unidad en Campo de los Andes.


Unos meses más tarde, más precisamente en noviembre, le tocó vivir una tarde en la que creyó que iba a morir fusilado, pero que increíblemente se conviertió en la primera etapa de una cadena de traslados que lo llevaron primero a La Plata, luego Rawson, Caseros, y de vuelta Rawson y finalmente a Devoto donde en 1984 recuperó la libertad.
Por: Horacio Yacante
*Los hechos son tomados de una declaración oficial de Daniel Hugo Rabanal. Las citas entrecomilladas son copias textuales de ese informe.
Fuente:Mdzol.com                                                              

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