17 de febrero de 2011

ROSARIO:DELIA RODRÍGUEZ ARAYA: UNA ABOGADA QUE FUE EJEMPLO DE MILITANCIA EN DD.HH.

Una abogada para los tiempos más difíciles
Por Osvaldo Aguirre
Delia Rodríguez Araya, la historia de una abogada que fue ejemplo de militancia en derechos humanos.

El nombre de Delia Rodríguez Araya está asociado al período más difícil en la defensa de los derechos humanos y a un momento fundamental en la investigación y el conocimiento histórico sobre los hechos de la represión en Rosario. Por eso suele hacerse presente en los testimonios del juicio por la causa Díaz Bessone. Olga Cabrera Hansen dijo que agradecía haberla conocido. Ana Moro destacó su rol en los años más oscuros. Ana María Ferrari fue a declarar poniéndose sus zapatos. Fue una de las pocas abogadas de Rosario que defendió presos políticos durante la dictadura y se animó a presentar denuncias en los tribunales, fue una de las fundadoras de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, fue la que organizó y centralizó la recepción de testimonios de sobrevivientes y familiares de detenidos-desaparecidos, fue en todo momento, hasta su muerte, un sostén y un ejemplo de militancia. Y todavía quería hacer más.

Nació el 22 de mayo de 1929 en Rosario, hija de Delia Rosa Vives y del procurador Rafael Rodríguez Araya. La familia, ligada a la política y al Derecho, tenía su figura más conocida en Agustín Rodríguez Araya, su tío, y marcó las primeras elecciones: estudió abogacía en la Universidad Nacional del Litoral, militó en el Partido Socialista y presidió la Federación Universitaria del Litoral. Una vez egresada, accedió por concurso a los Tribunales provinciales, donde fue defensora y luego fiscal. Se casó con el periodista Justino Ricardo Caballero y tuvo dos hijas, Micaela y Mariana.

Su carrera judicial en Rosario terminó en 1968, con la de los jueces, defensores y fiscales que prefirieron renunciar antes que jurar por los estatutos de la llamada revolución argentina. Los jueces Juan Carlos Gardella y Armando Frávega habían sancionado con 15 días de arresto al jefe de policía de Rosario, Abel Verdaguer, y a otros dos comisarios, por reprimir a estudiantes que celebraban los cincuenta años de la Reforma Universitaria; la dictadura de Juan Carlos Onganía decretó la intervención del Poder Judicial, a cargo de Darío Saráchaga.

El 16 de agosto de 1968 Delia Rodríguez Araya envió su renuncia a la Corte Suprema de Justicia de la provincia: “Habiendo jurado por la patria y por mi honor desempeñar fiel y legalmente el cargo que me confiara la justicia —dijo—, los hechos ocurridos hasta la fecha hacen indispensable que me considere demandada por la Patria y mi honor —perdida la independencia y la autoridad del poder judicial, ante las cesantías de los señores jueces Gardella, Frávega y (Enrique) Basualdo— a presentar mi renuncia cumpliendo así el juramento”.

“Poco tiempo después se separa y queda sin un peso y a cargo de dos nenas. Siguió trabajando como abogada, pero nunca tomó la profesión como un medio para hacer dinero. Las clientas la querían mucho, pero le pagaban con galletitas y con cremas Avon”, cuenta Mariana Caballero.

Fue la abogada que tomaba las causas que la enorme mayoría evitaba. En marzo de 1975 Juan Martín Guevara, el hermano menor de Ernesto Che Guevara, cayó preso en Rosario. “Buscan un abogado que pueda representarlo y hay alguien que dice «Delia». A partir de ese momento empieza a defenderlo a él y a su compañera, Viviana, y lo sigue en su periplo por distintas cárceles —Villa Devoto, Sierra Chica, Rawson—, hasta marzo de 1983, cuando sale en libertad condicional”. En septiembre del mismo año, la Triple A asesinó a su primo, Felipe Rodríguez Araya, abogado defensor de presos políticos, y al procurador Luis Eduardo Lescano, un episodio paradigmático del terrorismo de Estado en Rosario.

“Después de la muerte de su primo, mantuvo un perfil bajo —recuerda Mariana Caballero—. Fue la posibilidad de sobrevivir en la dictadura”.

La causa
La abogada Olga Cabrera Hansen la conoció a principios de los años 60 y la reencontró en 1979, luego de salir en libertad, tras pasar tres años detenida en el Servicio de Informaciones de la policía de Rosario y la cárcel de Villa Devoto. “Ella estaba en la Apdh, que funcionaba en Corrientes entre Rioja y Córdoba. Me dice: «vení, vamos a ver qué podemos hacer». Me tuvo paciencia, porque yo estaba mal. «Cuando te sientas un poco mejor, empezá a contar, si querés, cómo fueron las cosas», me decía. Yo era una de las pocas ex detenidas que estaban en la Apdh, los demás eran familiares y en general no sabían lo que pasaba en los centros clandestinos”.

Magdalena Aliau la acompañaba a los Tribunales. “Yo tenía un poco más de veinte años y era una especie de secretaria sui generis. Todos los que la conocían la saludaban con un respeto apabullante, hasta con inclinaciones de cabeza, pero a la distancia. Porque ella daba miedo. Las personas, cuando son coherentes, dan miedo. Y Delita lo era”, dice en Delia, la abogada militante, un libro inédito donde el periodista Carlos del Frade compila escritos y testimonios de amigos, familiares y compañeros, como Celia Guevara de la Serna (ver aparte), Alicia Lesgart, Ana María Ferrari, Ana Moro y Juan Lucero, entre otros.

La actividad se intensificó hacia fines de la dictadura, con una Comisión de Acción Jurídica que tuvo a su cargo. Ana María Ferrari la recuerda “ejecutiva, práctica, segura, centralizando las tareas y las resoluciones”, junto con Darwinia Gallichio, “dos mujeres pequeñas y en apariencia inofensivas, pero gigantes en su fuerza y compromiso”. Era lo que se llamaría la causa Feced. “Tomábamos testimonios por triplicado, a máquina —recuerda Cabrera Hansen—. Al día siguiente nos citábamos con las mismas personas en el tribunal y los acompañábamos a los juzgados de turno a presentar la denuncia. Los jueces se inhibían, o había recusaciones, y así dimos toda la vuelta hasta caer en el Juzgado de Instrucción número 10, el de Francisco Martínez Fermoselle, donde se quedó la causa, que a esa altura ocupaba una habitación, con elementos de prueba, cosas de allanamientos de la Conadep”.

Los jueces rosarinos no dieron muchos ejemplos de valentía. “Una vez le tocó la causa a un juez que ahora es camarista —dice Cabrera Hansen—. Le dio una descompensación y se desmayó. En el pasillo del medio de Tribunales, otro juez la agarraba del brazo a Delia, y le decía (imita, con voz llorosa) «Delita, Delita, por favor, sacame de esto». Pero seguimos adelante. Con reconocimiento de lugares y ruedas de personas. Cuando hicimos el reconocimiento de Lofiego todos los que participaron en la rueda se peinaron igual que él y se pusieron los mismos anteojos que él usaba”.

Entonces, sigue Mariana Caballero, “se arma un equipo donde están Ana Moro, Graciela Diez, Alicia Lesgart y otros. A la salida de esa actividad iban a la Pizzería Argentina a comer y a charlar. Parece que se reían tanto y estaban tan contentos que una vez el mozo les preguntó si eran de un grupo de teatro. Mi vieja tenía la sabiduría de combinar esa cuestión de participar en algo muy trágico y al mismo tiempo no dramatizar y volver a su casa, estar con dos nenas y no transmitir eso que estaba viviendo”. Su hija recuerda una de las tantas amenazas telefónicas: “Delia, te salvaste de pedo; volveremos, como los Montoneros”. El mensaje aludía a un fallido atentado contra la Conadep.

Graciela Ramírez la conoció en 1984, cuando Delia Rodríguez Araya asesoró a la Comisión de Derechos Humanos de Villa Constitución. “En esos días me dijo seriamente: «Gallega, tienen una lista donde aparecés con todo lo que estás haciendo en Villa». Yo casi me caigo cuando me lo dijo. «Pero quedate tranquila, en las fotos saliste bien»”, cuenta en Delia, la abogada militante.

Sur y después
Las amenazas se multiplicaron. Siguió el robo de los expedientes de la Conadep, en los Tribunales de Rosario y el traspaso de la causa Feced a la Justicia Federal. Había que cambiar de ambiente. En agosto de 1986, por impulso de Hipólito Solari Yrigoyen, fue nombrada juez de la Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia. “Los servicios de inteligencia mandan una carpeta con sus antecedentes en la defensa de presos políticos y en la Conadep. Los jueces la terminan excluyendo de los procesos a los genocidas en medio de las leyes de punto final y obediencia debida”, cuenta Mariana Caballero.

En 1998 volvió a Rosario, luego de renunciar a su cargo en Chubut. “En el 2000 tuvo un accidente cerebro vascular, del que se recuperó, pero después se quebró la cadera. Entonces se recluyó, y convirtió su casa en un espacio cultural”. Entonces llegaron los reconocimientos oficiales: el 29 de julio de 2004 el Concejo Municipal de Rosario la nombró ciudadana distinguida por su trayectoria en la defensa de los derechos humanos.

“Ella no quería nada de eso. «Teníamos que haber hecho más de lo que se hizo, ¿premio por qué?», decía. Era sumamente dura, pero en el buen sentido. Tenía unos principios tremendos, que podían llevarla a la soledad, pero su postura era la de bancársela. Y al mismo tiempo era muy humana. Al otro año, cuando la nombran como una de las mujeres destacadas de la provincia, tampoco quería, pero se dio el gusto de decir un discurso impresionante llamando a que se hiciera justicia, en la Legislatura”.

Delia Rodríguez Araya murió el 13 de mayo de 2009. “Jamás nos pidió identificarnos políticamente para defenderse y jugarse por nosotros —dice Ana Ferrari—, y cuando le preguntábamos por qué había hecho todo lo que hizo, simplemente contestaba: «era lo que se debía hacer». Cada jornada del juicio es un homenaje a ella y a tantos que ya no están, en un ámbito y una causa por la que vivió: La justicia”.
Fuente:LaCapital                                                                 

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