13 de febrero de 2011

VESUBIO: LA VIOLACIÓN COMO ARMA.

Vesubio: la violación como arma
Año 3. Edición número 143. Domingo 13 de febero de 2011
Por Jimena Rosli

El juicio llega su fin: sólo restan los alegatos y la sentencia. Desde el principio, los organismo de derechos humanos se movilizaron a tribunales. (TELAM)
Una sobreviviente del centro clandestino declaró desde paris en el juicio contra sus torturadores La última mujer en declarar en el jucio por el Centro Clandestino de Detención El Vesubio pidió que la violencia sexual contra las detenidas sea considerada un crimen de lesa humanidad. El miércoles 9 y el jueves 10, Elena Alfaro dio testimonio al Tribunal Oral Federal Nº 4. Lo hizo por videoteleconferencia, desde París, en la sede de la ONG francesa Terre Solidaire. El juicio por violaciones a los derechos humanos –causa investigada por el juez federal Daniel Rafecas– empezó el 26 febrero de 2010. Se juzgan tres ex altos jefes militares y cinco ex guardias penitenciarios. La etapa de testigos está llegando a su fin. Restan los alegatos, las palabras finales y el veredicto.
Desde la pantalla, Alfaro volvió a encontrarse con Pedro Alberto Durán Sáenz, uno de los militares juzgados. “No te escondas atrás de otro represor”, le pidió para poder verlo bien. Apenas lo reconoció, le confirmó quién era a los jueces Leopoldo Oscar Bruglia, Jorge Luciano Gorini y Pablo Bertuzzi. El jefe del Vesubio también la identificó. No sólo conocía su rostro, sino también su cuerpo. La había violado en cautiverio, el 20 de junio de 1976, cuando ella estaba embarazada de cuatro meses. Antes, para asegurarse que no se escape, la ató a la cama de su cuarto en el Regimiento de La Tablada.
El coronel era católico practicante. Vivía en el predio del Vesubio y no descuidaba su familia. Los fines de semana visitaba a su mujer y a sus hijos en Azul y no faltaba a misa ningún domingo. La fe lo acompaña hasta en las audiencias, donde hay veces que escucha los testimonios aferrado a rosario de madera en la mano. “Dejenlá, el bebé no tiene la culpa”, cuentan que decía Durán Sáenz antes de su liberación. Y que juró matarla.
“Vivíamos sumergidos en el odio”, dijo Alfaro al Tribunal. Estaba dividido por género: las mujeres por un lado y los varones por el otro. Las cuchas eran similares para ambos, pero a ellas las esposaban con una mano con una cadena fijado al zócalo, y sólo durante la noche les engrillaban los pies. A ellos los esposaban de pies y manos todo el día, sujetados a la pared.
“La violencia sexual hacia las mujeres era una práctica corriente en este campo”, contó en su testimonio del Nunca más. Miles de mujeres secuestradas en centros clandestinos sufrieron golpes, maltratos y abusos. Durante los interrogatorios o las torturas las manoseaban. Lo recuerda bien: cuando formaban fila para bañarse, las desnudaban y las tocaban. Ella las vio, las escuchó y lo vivió en carne propia en El Vesubio.
“Forma parte de un plan sistemático que consistía en denigrar y anular a las detenidas, pasó también en Tucumán y en otras provincias”, explica Guillermo Lorusso, uno de los fundadores de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos. “Si no se lo consideró en otras ocasiones fue porque las víctimas fueron reticentes a declarar, entonces no se le dio la magnitud que tuvo en los últimos tiempos”, opina. La Asociación realiza presentaciones en apoyo de esta idea. “No sólo hay que considerar el delito específico de la violación, sino también los abusos sexuales cometidos en la dictadura”, completa Liliana Mazea, de Fidela.
Con saña. Alfaro estaba en su casa de Boedo cuando la vino a buscar el grupo de tareas. Tenía 24 años, militaba en Poder Obrero y estaba embarazada. Era medianoche, hacía reposo en su cama y la levantaron a los golpes e insultos. Tan rápido y brusco fue su secuestro, que se la llevaron con el camisón puesto. La subieron a un auto y la tiraron al piso.
En El Vesubio se ensañaban con las embarazadas. Las llevaban al hospital de Campo de Mayo y les hacían una cesárea. Un parto normal era imposible en condiciones de detención ilegal. Ella pasó por picana eléctrica, latigazos, golpes y quemaduras de cigarrillos con su bebé en la panza. Tuvo suerte. Luis Felipe se salvó de nacer en un centro clandestino de detención. El general Guillermo Suárez Mason, apodado Pajarito fue quien decidió su libertad. Antes de hacerlo, la aconsejó. Le sugirió dejar a su hijo –que estaba por nacer– en “buenas manos de una familia militar y cristiana”. Ella le mintió, le dijo que no hacía falta porque estaba educada bajo la religión católica. Fue liberada en noviembre, antes de dar a luz. Su compañero, Luis Alberto Fabbri –dirigente sindical y director del diario Respuesta – sigue desaparecido. Además de las psicológicas, Elena sufre secuelas físicas. Por las torturas, la operaron cinco veces del brazo y de la mano izquierda.
Todas. “Durán Sáenz usaba a las mujeres para robar autos en los camiones mosquito que suelen transportar vehículos cero kilómetro. Después, responsabilizaba a la organización Montoneros.
No fue lo único que vio. En su testimonio, nombró a las personas que reconoció durante su cautiverio. En El Vesubio compartió sufrimiento con otras embarazadas: Silvia de Sánchez, Rosa Luján Taranto y Lucía Esther Molina Herrera. De todas fue la única que tuvo su bebé fuera del Vesubio y la única que sobrevivió.
Reconoció al historietista Héctor Germán Oesterheld, y a los franceses Juan Marcelo Soler Guinar y Francoise Dauthier. Mientras torturaban a la mujer, le cuidó sus hijas: Natalia, de 18 meses y Clarisa, de 3 años de edad. Y también vio a su compañero, Luis Alberto, mientras era torturado. Lo habían secuestrado el mismo día que a ella. Un día antes de cumplir un mes detenidos, él le habló. Sospechaba un traslado y se lo comentó como despedida.
Era un 18 de mayo y fue la última vez que se vieron.
Calcula que por allí pasaron entre 2.500 y 3.000 personas. La cifra no la dedujo al azar, la pudo calcular durante el tiempo que estuvo en El Vesubio. Ella fue la seleccionada para confeccionar las listas de detenidos. Anotaba el nombre, el apodo de guerra, a que organización pertenecía y el número que recibía en El Vesubio. Y también hacia tareas de limpieza y de secretaria: les hacia café y les cebaba mate a los jefes. Construían la Sala Q, llamada así por su inicial: los quebrados. “Fue un nombre que le dieron para crear un enemigo interno entre los que estaban prisioneros, para dividirlos –cuenta Mazea– para crear el fantasma de que si no te matamos nosotros te matan afuera.” Ahí hacían los interrogatorios, con la pretensión de lograr colaboradores que aporten información. Para tentarlos, les daban cigarrillos, comida y agua caliente.
En libertad. Durán Sáenz hoy está libre, excarcelado por las garantías del debido proceso. El general Humberto Gamen y el coronel Hugo Pascarelli también. “Es absolutamente arbitrario, antiético y antijurídico. Por mucho menos, a cualquier civil lo tendrían preso”, Lorusso. Para él, hay un trato distinto entre suboficiales y oficiales. Los únicos cinco que tienen prisión efectiva son los subalternos. Los ex guardias penitenciarios Diego Chemes, Roberto Zeolita, José Maidana, Ricardo Martínez y Ramón Erlán duermen bajo rejas.se número era el reemplazo de su nombre. Elena Alfaro dejó de ser ella misma el 19 de abril de 1977, cuando la secuestraron los militares. Perdió su identidad durante los siete meses que estuvo en El Vesubio. Fue una de las 75 sobrevivientes del centro clandestino de detención que quedaba sobre Camino de Cintura, en la Matanza.
Ella se exilió en París en marzo de 1982. Por su lucha por los derechos humanos, Alfaro recibió la insignia de Caballero de la Legión de Honor de Francia. Se la dio el presidente francés Jacques Chirac en el 2006. En su testimonio, Alfaro aportó pruebas para muchos de los 156 casos que se debaten en el juicio.
Fuente:MiradasalSur

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