22 de mayo de 2011

ENTREVISTA CON JUANA SAPIRE, LA MUJER DE RAYMUNDO GLEYZER.

“Él siempre solucionaba todo”
Publicado el 22 de Mayo de 2011
Por Daniel Enzetti
La mujer del director de Los Traidores vino al país por dos semanas para presentar una retrospectiva y dictar un seminario, en los días en que se cumplen 35 años de la desaparición de Gleyzer y la causa Vesubio, centro clandestino donde permaneció en cautiverio, está a punto de condenar a los torturadores que lo asesinaron.
Se conocieron en un baile, aunque el arreglo no era que ellos salieran juntos después que terminara la fiesta. Una amiga le dijo: “Juana, me gusta un pibe, ¿me ayudás? Te presento un conocido, paseamos los cuatro, y después, vos hacé lo que quieras.” El pibe era Raymundo Gleyzer, un estudiante de cine de 15 años que, en lugar de elegir a la amiga, se enamoró de Juana, le pidió que fuera su novia, tuvo un hijo con ella, compartió viajes y militancia en el PRT, se entusiasmó con su trabajo como sonidista de sus películas, y fue con la última que habló el 27 de mayo de 1976, un rato antes que una patota del Ejército lo secuestrara en la calle y lo encerrara en el centro clandestino El Vesubio, después de lo cual nunca se supo nada del cineasta.
Juana Sapire aguantó un mes esperando que Raymundo volviera, con Diego de cuatro años a cuestas, y arreglándoselas para engañar a ese Falcon que a la nochecita se estacionaba frente a su casa y jamás pudo encontrarla adentro. Hasta que se decidió y levantó todo. Viajó a los Estados Unidos e intentó regresar con la vuelta de la democracia, pero “nadie me miraba a la cara, era un clima espantoso”. Y entonces se radicó en el norte.
Ahora está en el país por poco tiempo para coordinar una retrospectiva de la obra de Gleyzer en el Centro Cultural de la Cooperación, brindar un seminario de realización documental y trabajar en la edición de un libro que prepara junto a Cynthia Sabat, Compañero Raymundo, con cartas, anécdotas, poemas y material inédito salvado de la hoguera militar.

–Venís, además, en un momento especial. Se cumplen 35 años del secuestro de Gleyzer, y son días en los que se conocen los detalles más importantes de la causa Vesubio.
–Sí, y esta charla también es en un día especial, porque me acabo de enterar de algo terrible: que mientras estuvo en ese centro clandestino, la cama electrificada donde ponían a Raymundo no sólo le daba choques eléctricos, sino que además lo iba cortando como en pedacitos. Pero bueno, a pesar del golpe, estoy hablando con vos porque lo arreglamos y son ustedes; y porque si estas bestias pensaron que me iban a doblar, les advierto que nunca voy a caerme, hasta que me muera. Es muy feo conocer ese horror. Lo mataron por integrar el PRT, por ser judío, si hasta torturaban con imágenes de Hitler en la pared. Pero mirá de qué “peligrosa gente” se salvaron: directores de cine como Gleyzer, o escritores y profesores de latín como Haroldo Conti. Había estado en la Argentina el año pasado, y di mi testimonio sobre el secuestro el 30 de agosto, Día Internacional del Detenido Desaparecido. Fue emocionante encontrarme con amigos como “el Bebe” Kamín, que se puso a llorar, o como Humberto Ríos y Jorge Denti. Pero fue la primera vez que sentí que la sociedad en general me trataba bien. Antes no era así.
–¿Por qué?
–Porque cuando llegué al país, ya en democracia, nadie miraba a la cara. Eran las épocas de las Felices Pascuas, de Alfonsín. Diego ya tenía 14 años, y como no aguanté el trato, nos fuimos otra vez. Ahora la cosa cambió, por suerte. Me pasó algo curioso el día del testimonio: me crucé con el juez, muy joven, y me contó que el fin de semana anterior había comprado todas las películas de Cine de la Base, para conocer lo que hacíamos. “Muy buena obra, la felicito”, me dijo antes de entrar a la sala. Eso me dio calidez.
–¿El conocer recién ahora otros detalles de las torturas responde a una especie de mecanismo inconsciente de autodefensa?
–Siempre quise saber todo, lo que pasó fue que el secuestro me dejó como en el limbo, bloqueada, y de repente, fuera del país con una criatura de cuatro años y tres mudas de ropa. Durante muchos años no pude hablar, ni siquiera nombrar a Raymundo. Veía una cámara y lloraba. Pero al mismo tiempo me juraba a mí misma que no me iban a destruir. Sí, estuve como paralizada, solamente guardándome a mí, a mi hijo y a las películas. Recuerdo que Diego sufría mucho el desarraigo, y que en esos tiempos nos ayudó mucho Arnaldo Rascovsky, un psicoanalista muy amigo de la familia.
–Gleyzer formó parte de una corriente de cineastas que constituyeron un sello: Humberto Ríos, Jorge Prelorán, Nemesio y Enrique Juárez, José Martínez Suárez, Fernando Solanas, Octavio Getino, Jorge Cedrón. ¿Qué ocurre hoy con los grupos de cine documental y testimonial, más allá de las diferencias de época?
–Lógicamente el trabajo es distinto técnicamente, ya no está la cámara de 16 milímetros ni hay que esperar la edición del material, pero al igual que en esos años, lo que interesa es la ideología, la búsqueda, el mensaje. El cine no es sólo filmar y retratar lo que pasa, sino elaborarlo, meditarlo, pensarlo, que tenga un contenido que perdure. No estoy de acuerdo con aquello de que había limitaciones técnicas. Llevábamos al hombro una cámara de 16 y era lo que teníamos, lo que conocíamos. El objetivo que uno debe seguir, antes y ahora, es que la obra perdure. Hoy los obreros ven Los Traidores y se identifican con esos personajes, con los que se comprometen en la lucha, y con los que dan la espalda y justamente traicionan a sus compañeros. Y estamos hablando de una película que tiene casi cuatro décadas. Otro ejemplo de perdurabilidad es México, la revolución congelada. Cuando la estrenamos allá duró un día y la prohibieron. Recién la pude exhibir hace tres años, y los mexicanos me decían que la realidad que muestra el film está igual o peor en la actualidad. Volviendo a la pregunta, hoy hay cineastas que trabajan muy bien, y siguen con aquel viejo espíritu. Como Virna Molina y Ernesto Ardito, realizadores de Raymundo, que debe ser el documental más premiado del cine argentino, y que ahora acaban de estrenar Nazión.
–Cine de la Base combinaba la ficción con el documental. ¿La herramienta dependía del mensaje?
–Todas las películas me gustaron mucho, y creo que cumplieron con ese objetivo. Es verdad, Los Traidores muestra un guión gracias al aporte enorme de Álvaro Melián, pero los diálogos en realidad eran textos que tomábamos de los periódicos. Raymundo siempre se las arreglaba para armar pequeñas escenitas que le interesaran a la gente. Y en el caso del documental, se preocupaba por acercarse al protagonista de a poco, con calma, logrando que una mujer que nunca había visto una cámara en su vida de repente empezara a contar las cosas que le pasaban. Le decían “el güero”, tenía muy buena onda con la gente. Para él no había nada difícil. Después de la masacre de Trelew, nosotros supimos que inmediatamente teníamos que filmar una película sobre eso, a pesar del peligro y las amenazas. Pedimos a los compañeros de allá la famosa imagen de la conferencia de prensa donde hablaban los militantes que después fueron asesinados, y nos metimos a trabajar. Con respecto a eso de buscar y conseguir material, siempre destacaba la importancia de “colectivizar la inteligencia”.
–¿Qué recordás de las horas previas al secuestro?
–Él estaba en Nueva York, y muchos amigos le decían que no volviera. Pero por su carácter, y con esa historia de que para él todo se podía, finalmente regresó. Era Raymundo, “el rey del mundo”, como bromeo siempre. Por otro lado, la verdad es que nadie imaginaba el horror que vendría después. Yo había tomado la decisión de separarnos, y ese 27 de mayo vino, me dejó a Diego y me dijo “no me llames a mi casa porque no voy a ir más por allá. Hago unos trámites y hablamos después.” Pasó por SICA a buscar un formulario que necesitaba para ir al médico, y a partir de ahí no sé otra cosa. Lo siguieron y lo agarraron en el sindicato. La casa estaba toda destruida, dada vuelta, y se robaron todo, hasta los platos. Pero dejaron algo: los rollos de filmación; se ve que no les dio la cabeza para tanto. Entramos con su hermana Greta al departamento y estábamos como atontadas. Llorábamos y nos poníamos a ordenar y juntar tonterías: un cuadrito, un papel del suelo. Parecía una mala película. De repente nos miramos y nos dijimos “¿qué estamos haciendo?” No me olvido más: levanté un zapato de abajo de la mesa, y le hablé al aire: “¿Me dejás un zapato en medio del living, hijo de puta? ¿Qué hiciste con Raymundo?” En un momento empezamos a reírnos de los nervios, porque cuando hicimos un té nos dimos cuenta de que se habían llevado hasta las cucharitas para revolver. Nos fuimos, ¿qué iba a hacer? Y empecé a llamar a los amigos. A “Poldi” (Leopoldo Nacht), por ejemplo. Lo saqué a Diego del jardín de infantes porque tenía miedo que le hicieran algo, y empecé a dar vueltas por la ciudad. Si veía movimientos raros en el barrio, me sentaba en un bar, dos, tres horas. ¿Cuánto podés estar con una criatura de cuatro años en un bar? Pero no me arrepiento de nada. Me hago cargo de lo que hicimos con Raymundo, y lo volveríamos a hacer de la misma manera.
Con el Vesubio ocurrió algo muy particular, y es que en ese lugar estuvieron secuestrados varios cineastas, escritores e intelectuales importantes. Además de Gleyzer uno recuerda a Roberto Carri, Héctor Oesterheld, Pablo Szir, Haroldo Conti. ¿Pensaste alguna vez en eso?
–Es cierto. Lo que pasa es que los separaban por ideología, digamos. En un lugar, los del PRT, en otro Montoneros, y así. Imagino que la división entre intelectuales, obreros o estudiantes la hacían para tener bien en claro quién era quién. Me acuerdo de que cuando nos llegó la información de que Raymundo estaba con Conti, el padre Castellani, un religioso muy viejito, profesor de Haroldo, consiguió ver a Raymundo y por él nos enteramos de que estaba muy mal. De repente, Castellani escuchó la voz de alguien engrillado a la pared, que le dijo “padre, soy Raymundo Gleyzer, dígale a mi familia que estoy bien”. Fue lo último que habló. No se lo veía bien, pero sí como tenía que verse un hombre de su calibre, de lo mejor. Porque en los campos de concentración pasaba eso: los mejores estaban en manos de los peores. Es como se dice en la Plaza: “no hubo errores, no hubo excesos.” Ellos estuvieron en manos de hijos de puta, aunque prefiero no decir eso, porque a las putas las respeto mucho más que a esa basura. ¿No te diste de cuenta que en los juicios ni siquiera contestan? No dicen nada, son como piedras.
–A propósito, ¿cuáles son las imágenes que te quedaron después de tu testimonio del año pasado?
–Me invitaron y por supuesto acepté. Es como te decía recién: los asesinos llegaron con la cabeza baja, y se fueron de la misma manera. Les deseo lo peor, que sufran todo lo que se pueda. Recuerdo que leí un texto que mandó Diego (ver recuadro), que cree en Dios y piensa que en otra vida van a sufrir el castigo que se merecen. Pero Diego sabe que yo no creo en Dios. Cuando terminé les dije a los ojos: “Lo que escucharon es lo que mandó mi hijo. Yo quiero que sufran todo lo que puedan ahora, el mayor tiempo posible.” Es raro, no era revanchismo ni me puse nerviosa, lo dije tranquila. Estaban los siete acusados, y también me acuerdo que uno no tenía ninguna expresión en su cara, era como si en lugar de ojos tuviera dos bolitas de vidrio. Al lado había un gordo que cabeceaba y se dormía. Y no vi más, hasta ahí llegó mi límite. Se equivocan fiero los que piensan que nos callaron, porque no sólo no nos taparon la boca, sino que a medida de que pase el tiempo ,cada vez vamos a ser más. Porque antes había un grupo, que era Cine de la Base, pero ahora hay centros culturales “Raymundo Gleyzer”. Raymundo va a estar presente, ahora y siempre.
Fuente:TiempoArgentino

Sus torturadores
Publicado el 22 de Mayo de 2011
Fundador de Cine de la Base y realizador de Ni olvido ni perdón (sobre los fusilamientos de Trelew), Swift (detalles del secuestro y liberación del cónsul inglés en Rosario representante del frigorífico) y Me matan si no trabajo y si trabajo me matan (acerca de las condiciones de trabajo de los obreros metalúrgicos), entre otra películas, Raymundo Gleyzer fue secuestrado por un grupo de tareas del Ejército el 27 de mayo de 1976, mientras realizaba un trámite en el sindicato de cine.
Se sabe que permaneció por lo menos un mes en el centro clandestino de detención El Vesubio, junto con el escritor Haroldo Conti y el autor de El Eternauta, Héctor Oesterheld. Algunos de los implicados en las torturas sufridas por el cineasta, en la dependencia que estaba bajo las órdenes del coronel Pedro Durán Sáenz, son juzgados en estos días como parte de la causa Vesubio I, que se desarrolla en los tribunales de Comodoro Py: los también coroneles retirados Héctor Humberto Gamen y Hugo Ildebrando Pascarelli; y los agentes del Servicio Penitenciario Federal Roberto Carlos Zeoliti (“Sapo” o “Saporiti”), José Néstor Maidana (el Paraguayo), Ricardo Néstor Martínez (el Pájaro), Ramón Antonio Erlán (Pancho) y Diego Salvador Chemes (“el Polaco”).
“Cuando hacíamos México, la revolución congelada recuerda Juana-, al Negro Ríos se le cayó la cámara al suelo. Estábamos en medio del desierto, con un sol que te partía la cabeza, y en esa época no podías ver lo que filmabas. Humberto estaba desesperado, quería regresar a Buenos Aires porque se sentía con una culpa terrible. Pero Raymundo no se desesperó. Volvimos a la pensión, se metió en su cuarto, y después de hacer un diagrama dibujado de cómo iba pieza por pieza, desarmó toda la cámara y le empezó a dar martillazos a la lente, para enderezarla. Finalmente la reparó, y toda la película la hicimos de esa manera.”
“Raymundo siempre solucionaba todo -finaliza-, cada detalle, era un empecinado en que las cosas salieran bien. Lo único que no pudo resolver fue cuando lo agarraron”.
Fuente:TiempoArgentino

Las palabras de Diego(*)
Publicado el 22 de Mayo de 2011
Trataron de silenciar a una generación de gente maravillosa y honorable. Y les salieron hijos y nietas con más fuerza y lucha y vida. Ustedes quisieron controlar a la mente y el espíritu… y no pudieron. Quisieron matar la voluntad del pueblo… nunca lo podrán hacer. Porque el dolor físico no es nada comparado con la muerte violenta del alma. Nuestras almas, las del pueblo, siguen vivas, y más fuertes que nunca. Raymundo y todos sus compañeros vivían para otros. Ustedes ni siquiera viven por nada, sólo la destrucción. Milicos… Arrogantes… Repugnantes… Ustedes pensaron que iban a ganar con la violencia y la represión. ¿Saben quién ganó? Creo que finalmente, se están dando cuenta.
Todos los compañeros trataron de tomar el camino correcto. Ustedes se cayeron tan lejos que ni siquiera los veo. Mucha gente dio su vida para proteger lo que todos debemos tener… Libertad. Ustedes trataron tanto de exterminarla… pero sólo la hicieron más fuerte.
Les doy todo mi odio, y que se ahoguen. Pero también les doy mi perdón. Me quitaron a mi padre y le quitaron a mis hijos su abuelo. Pero no tienen el poder de quitarme mis memorias, mi bondad. Ni tampoco tienen ningún poder. Son medio-humanos. Ni siquiera vale la pena enojarse, porque sus vidas fueron una pérdida y una vergüenza.
Todos los seres humanos pueden cambiar y mejorar. Espero que después de morir, ustedes re-encarnen en ratas inmundas… Y que vuelvan como seres arrepentidos y mejores. El buen camino siempre está… Hay que querer caminarlo.
Para mi papá Raymundo Gleyzer (amigo del pueblo) y para todos los compañeros y compañeras, y todo los hijos, hijas, nietos, nietas… Padres… Madres… todos…
Yo a ustedes les escupo en la cara, pero no el alma.
Libertad para todos… siempre.
Diego Gleyzer… PRESENTE!

(*) Parte del mensaje enviado por Diego Gleyzer desde los Estados Unidos, leído por Juana cuando testimonió en los tribunales por el secuestro y desaparición de Raymundo.
Fuente:TiempoArgentino

Raymundo Gleyzer
FuenteFoto:CineNacional

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