Diagnóstico del FMI sobre la Argentina
Extender el “viento de cola” de 2003 a 2016 no puede ser considerado un “golpe de suerte”, por lo que exige un análisis más serio. Salvador Treber.
10/06/2011
Por Salvador Treber (Profesor de Posgrado-FCE-UNC)
...Las opiniones sobre la situación y el futuro de la economía argentina son muchas y variadas. Los que abrevan en las aguas del oficialismo sostienen que no hay nada que temer, dado que todo se desarrolla de acuerdo con los lineamientos del “modelo”. La debilidad de ese planteo, que en esencia no quiere decir mucho, es que estamos lejos de estar insertos en algún esquema integral, pues no se dispone de un plan de mediano y largo plazo. Si no se posee tal instrumento, ¡no hay modelo posible!
En el amplio y anárquico campo de la oposición, las cosas no van mejor, pues, sean del color que fueren, coinciden en que, por el momento, todo camina bien, pero que el año próximo no se podrá evitar el derrumbe, salvo que alguno de ellos asuma la tarea de evitarlo (¿?).
Lo grave de este enunciado hueco y carente de sustancia es que no exhibe una idea positiva al respecto. Y sin un conjunto coherente de propuestas y equipos capaces de llevarlas adelante, esa mera aseveración, más que una realidad en marcha, se convierte en un oscuro objeto de deseo que desnuda una alarmante dosis de impotencia.
Se ha acuñado, a modo de justificación y crítica, una frase hecha que adjudica los pocos méritos alcanzados a un eventual “viento de cola” que estaría promoviendo una fugaz prosperidad pero que, sin aviso de ninguna especie, se volatilizará en cualquier momento. El concepto referido es un mal habido sofisma pues, si fuera así, los ocho años transcurridos en forma sostenida ya habrían dejado de ser tan pasajeros.
Los datos de fondo. Es indispensable bucear en el ámbito de las estadísticas para hacer algún diagnóstico serio. Los datos que aporta el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) no merecen mayor confianza, por las dudas que inspira ese organismo y que, debemos reconocerlo, ha sabido conseguir. Apelaremos, entonces, al trabajo de fines de abril último del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre “Perspectivas Económicas Mundiales”, que prevé que en 2016 el producto interno bruto (PIB) de China superaría al de Estados Unidos.
Entre las proyecciones de crecimiento, la Argentina ocupa el tercer lugar y está en el rango 21º dentro del concierto mundial. Desde el punto de vista de la metodología, utiliza la creada por el Banco Mundial, identificada como PPA (precios promedio ajustados), que elimina las distorsiones cambiarias y homogeneiza las comparaciones.
Con base en ella, establece que el PIB habría llegado en Argentina a 642.400 millones de dólares en 2010 y que en seis años más ascenderá a 910.300 millones. Del cotejo de ambas magnitudes surge que sus técnicos esperan que crezca en ese lapso un nada despreciable 41,7 por ciento; o sea, a un promedio anual de 6,95 por ciento. Si optamos por establecer la misma relación respecto de las últimas cifras disponibles, definitivas y revisadas, que corresponden a 2008 (las de 2010 todavía están sujetas a ese proceso) cuando el PIB era de 557.900 millones, ese incremento es nada menos que de 63,2 por ciento, que, después de los excepcionales datos de China de 138,4 por ciento e India, 113,1 por ciento, ¡es el más alto del planeta!
Sin comentarios. Esta auténtica “novedad”, ¿alguien la comentó? ¿Acaso no lo merecía? Brasil, la mayor economía latinoamericana y séptima a nivel mundial, destinataria de tantos elogios y juicios laudatorios, según el FMI habría de subir de 1,933 billones a 3,030 billones en el período 2008-2016. Ello implica un aumento de 56,7 por ciento, que es muy importante –el cuarto entre todos los países–, pero por debajo del nuestro.
Si procedemos a medirnos con México, la segunda economía de América latina, la evolución prevista pasa de un PIB de 1.525,5 millones a 2.114,6 millones; o sea, un alza de 38,6 por ciento. Al estar la Argentina colocada en un lugar tan preferencial de las proyecciones, sería muy conveniente que abandonemos la penosa modalidad de hacer augurios injustificadamente funestos y hacer cundir un dejo de pesimismo que los empresarios no están sintiendo en sus bolsillos.
Bajo otro enfoque, y adoptando como factor de medida el producto per cápita, el nuestro era de 13.990 dólares en 2008 y la expectativa es que en 2016 llegue a 21.674 dólares, con un incremento de 54,9 por ciento. Para Brasil, esa evolución sería de 10.070 a 13.471 dólares, con un aumento de 33,8 por ciento, mientras que México, que en 2008 nos superaba con 14.340 dólares, quedaría detrás en 2016, con un producto per cápita de 18.476,9 dólares.
Es obvio que extender el “viento de cola” desde 2003 hasta 2016 –14 años seguidos– no puede ser considerado un “golpe de suerte” y exige un análisis más serio, porque la verdadera realidad es que el mundo está en un proceso de cambio que no admite retorno. La cantidad de personas que acceden a una dieta calórica integral ya llega a 3.500 millones; por ello la demanda internacional de commodities –en especial, alimentos– y sus cotizaciones vienen creciendo. Lo importante es que no dejemos pasar el tren y aprovechemos al máximo las oportunidades.
Se ha estimado que para erradicar el hambre en el mundo es indispensable que la disponibilidad de esos productos crezca 70 por ciento. En ese contexto, Argentina tiene mucho para ganar, al margen de los supuestos y equívocos “vientos de cola a favor”.
Envío:CecilioM.Salguero
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