miércoles 14 de septiembre de 2011
Impune hasta el cementerio
Por José Antonio Vera
Augusto Montanaro, último ministro del Interior del estronismo, tenebroso puntal de la tiranía del Partido Colorado, asesino asociado con asesinos, fugado como rata cuando comenzó a entrar agua al barco en febrero de 1989, convertido en su refugio hondureño en pastor evangélico, y retornado al escenario de sus crímenes haciéndose el loco, ha muerto y con su extinción física ha desaparecido una de las muchas lacras que aún apestan la tierra paraguaya.
La impunidad y el secreto de las tumbas clandestinas de presos políticos, lo acompañó hasta su última morada, en muestra de la complicidad de las mafias que, desde hace décadas, están institucionalizadas en las esferas políticas y jurídicas del país, en una práctica corporativista que prioriza la autoprotección, gozando todavía de muchos beneficios del poder.
Montanaro, a su regreso a Paraguay en la madrugada del uno de mayo del 2009, fue un interno de lujo en una clínica de Asunción, y luego enviado a Tacumbú por orden del Juez Andrés Casati, porque tenía orden de captura por el asesinato en 1976 de Mario Schaerer.
¡¡Dos días pasó en la cárcel!!, porque lo liberaron los ministros de la Corte Suprema, Alicia Pucheta de Correa, Miguel Oscar Bajac y Sindulfo Blanco, que lo derivaron a su domicilio por razones humanitarias, las que nunca conoció con los presos de conciencia y tanto violó en su reinado del crimen durante veinte años.
La prepotencia, el autoritarismo, el tuerca-tuerca que respondía cuando le proponían dialogar, el desprecio por la vida de todo opositor ideológico, su inmensa capacidad para atropellar familias enteras sin el más mínimo respeto por los más humildes, al igual que su predecesor en la cartera del Interior Edgar Insfrán o el General Patricio Colmán, entre otros crápulas, son algunos de los vicios que aún operan entre muchos de los mandantes del Partido Colorado.
En ese punto radica la razón de escribir estas líneas, pues Montanaro no lo merece, pero sí el pueblo colorado estafado por sus dirigentes más corruptos y vendepatria.
En cuatro meses y poco, se cumplirán 23 años del desplazamiento de Strossner por sus socios y parientes, y en todo este tiempo, jamás la cúpula colorada ha ensayado una autocrítica por sus 70 años de oprobio, de abyección, y de saqueo del país.
Tampoco por los crímenes cometidos bajo sus gobiernos desde 1940, la destrucción de miles de familias y la expulsión al exilio de miles de compatriotas y con ellos a un inmenso capital moral y de capacidad intelectual, cuya ausencia empobreció culturalmente el país hasta hoy, porque en el plano académico, teórico e ideológico, aún no ha logrado recuperarse.
Capo visible de la represión durante 20 años, Montanaro huyó del territorio paraguayo de inmediato al derrocamiento de su jefe adorado, el General Alfredo Strossner, junto con otro personaje siniestro, Antonio Campos Alum, su más inmediato cómplice al frente de la Técnica, en torturas, asesinatos y desapariciones de presos, desde los socavones de la Policía, junto con el depravado Pastor Coronel.
Campos Alum, según el Abogado Martín Almada, otra de sus víctimas, también habría regresado al país, donde continuarían viviendo, si es que alguno no ha muerto en sus guaridas, los otros tres miembros del fundamentalismo colorado, llamado por ellos mismos “cuatrinomio de oro”, los exMinistros Eugenio Jacquet y Adán Godoy Giménez, y el Secretario Privado del tirano, Mario Abdo Benítez.
Todos por igual, y muchos otros, gozan de impunidad, a pesar de haber cometido o ayudado a cometer, crímenes de lesa humanidad, y de haber formado parte del Operativo Cóndor, esa maquinaria infernal de aniquilamiento diseñada por Estados Unidos, que terminó con la vida de unos cien mil seres humanos en Suramérica, entre mediados de los sesenta hasta fines de los ochenta.
Por razones biológicas, otros Montanaro irán desapareciendo y la contaminación ambiental se reducirá algo, y “algo es algo”, como dijo Mario Benedetti al referirse al suicidio de un torturador, a quien el horror de sus hazañas sobre la humanidad de sus víctimas, no lo dejaba dormir, pero no es todo y, finalmente, es muy poco.
El problema es la impunidad que reina en Paraguay, en protección de los asesinos y ladrones de la tiranía, traficantes de todo, desde personas hasta drogas, pasando por armas, vehículos y medicamentos, usurpadores de tierra, convertidos en multimillonarios y, sin poder justificar el origen de su fortuna, pretenden erguirse en salvadores de la patria.
El entierro de Montanaro se hizo con sigilo y apuro, como queriendo ocultar algo comprometedor, pecaminoso, tratando de evitar que su recuerdo provoque el despertar de la dignidad nacional y enturbie el estímulo a la barbarie y el matonaje de los continuadores y aprendices de esa lacra que todavía camina infestando la tierra, y alimentando la corrupción y prostitución de los poderes del Estado y de la sociedad.
Prueba de lo difícil que resulta respirar aire limpio, a pocas horas del sepelio de tan siniestro personaje, descendía en el aeropuerto de Asunción otra figura con mucha similitud en las fechorías, el ex presidente de Colombia Alvaro Uribe.
El “uvito” de Pablo Escobar, el Alcalde de Medellín que le abría el aeropuerto para el tráfico de estupefacientes, vino contratado para participar en un foro internacional de empresarios de ultraderecha, uno de esos contenedores con envoltorio de lujo, donde van siendo depositados los mandatarios que más daño han provocado al mundo, convertidos en disertantes y consejeros de las vías que deben recorrer los pueblos para ser aún más infelices, con tal de salvar al sistema capitalista.
Fuente:Argenpress

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