Volvió a encontrarse con su torturador, 30 años después
Un antiguo poblador de La Florida que fue detenido por el Ejército en 1976, habló por primera vez públicamente sobre el tormento que recibió y las atrocidades que presenció en la Escuelita de Famaillá. Otros obreros rurales que habían sufrido la misma suerte se atrevieron a contarlo gracias a un censo de la Asociación de Ex Presos Políticos
SAN MIGUEL DE TUCUMAN - 22/09/2011 –
Por Ricardo Reinoso, especial para TELAM -
A los 79 años, Roberto Tabera todavía es un hombre fuerte. Si tuviera luz en los ojos que oculta detrás de gafas negras, el paso de su cuerpo alto y moreno sería menos vacilante. En 1994 la punta de un tronco le golpeó la cara y lo dejó ciego. No pudo seguir haciendo changas para apuntalar su magra jubilación de obrero estatal. Sin embargo, no vive con amargura. Quienes lo visitan en su modesta casa de Sargento Moya lo notan contento. Nos recibe con gesto plácido de patriarca. Mueve en ademanes amplios las manos curtidas al contestar con lujo de detalles todo lo que le pregunto, mientras la familia grande que lo rodea (mujer, hijos, nueras, yernos, nietos) no deja de obsequiarnos mates y tartas caseras.
"Hace unos años yo estaba en el hospital de Concepción esperando que me operen de la próstata y se me acerca una pareja. Yo escucho que el hombre decía: 'A este chango lo conozco'. Pero no sabía si se refería a mí o a otra persona. Después, al día siguiente estaba yo en la cama después de que me operaron, y escucho que él también estaba en otra cama, al lado de la mía.
'Eh, viejo, -me dice- ¿Te acordás de mí?'
No sé quién sos, le digo ¿Quién sos?
Y él comienza a reírse '¿Te acordás -dice- cuando yo ti pelao las uñas de los pies?'
Y después me pregunta por el Mudito, el otro muchacho que había sido torturado junto conmigo.
Le digo: cómo quisiera estar bien. Me levantaría y te sacaría los ojos a vos".
Con un improvisado bastoncito de madera en las manos, Tabera lamenta que aquel día en el hospital no averiguó el nombre del individuo que lo desafiaba a recordar esos días de febrero de 1976, cuando el Ejército espulgaba los montes del sur tucumano en busca de guerrilleros. "A toda costa nos querían hacer decir que nosotros sabíamos algo, pero no sabíamos nada. Y nos pegaban. A mí me han arrancado a pisotones todas las uñas de los pies", dice Tabera. Cuenta cómo volvió descalzo y con los pies sangrantes a su casa. Sin uñas, con los dedos fracturados. Habla sentado en la galería, al amparo de un sol que en el polvoriento setiembre -al pie del cerro- anticipa el caldero hirviente del próximo verano. Los dedos deformados no se ven, dentro de sus zapatillas. Pero sí el gran chichón (un sobrehueso) que sobresale en su frente, en recuerdo del martirio. “Cada vez que me veía en el espejo me acordaba de lo que he sufrido esos días”.
Por encima de la venda
Aquel verano del 76 se lo habían llevado en un camión militar cuando volvía del vivero La Florida donde trabajaba, junto a su amigo el "Mudito" Avelino Mansilla. Culatazos, empujones, golpes en la cara. Con las manos atadas a la espalda con un cable, los ojos vendados, recibía trompadas en el interrogatorio. "Aquí vas a hablar. Yo a vos te he visto en Trelew", le gritaba un militar y lo golpeaba. "Yo le decía que a Trelew no lo conozco ni en el mapa. Nunca he manejado un arma. Yo trabajo aquí, soy empleado de la provincia y vivo en mi casa". Ahí empezaron a darle pisotones en los pies. Más tarde lo encerraron en una pieza, desde donde escuchaba alaridos de otros torturados. “A la par había un hombre que gritaba. Yo me agachaba y podía ver un poco por encima de la venda. Le estaban aplicando picana en los testículos. Viera cómo gritaba, pobrecito, y clamaba que no le hagan eso”.
Después de que lo liberaron, días más tarde, Tabera se enteró de que había estado en la célebre Escuelita de Famaillá, uno de los centros clandestinos más tenebrosos del sur tucumano, que hoy va camino de convertirse al fin en museo de la memoria.
Al “Mudito” Mansilla, un sordomudo que hoy vive con su familia en la misma manzana de Tabera, lo tuvieron un tiempo más, convencidos de que mediante la tortura lo harían hablar. Mansilla se expresa con señas y corrobora la versión. Su casa es muy parecida a las demás y tiene un pequeño jardín adelante. El aire está perfumado de flores pero no mucho todavía. Pronto vendrán las primeras lluvias y la naturaleza del piedemonte habrá de resurgir en un aluvión de verdes. El pueblo, como otros (Teniente Berdina, Soldado Maldonado, Capitán Cáceres) que construyó el gobierno militar en tierras confiscadas a los ingenios o a los agricultores, está lejos de las rutas principales y tiene un colectivo que llega dos veces al día.
En las redadas del Ejército, en 1976, cayeron también otros jornaleros, como Alberto Lino Molina (58), que cuenta su historia con mucho esfuerzo a causa de la emoción que le produce. Todavía hoy, al relatar cómo le pegaban y le ponían una pistola en la cabeza, se le llenan los ojos de lágrimas. Y se quiebra cuando cuenta que lo amenazaban con traer a su hermano pequeño y torturarlo delante suyo. “Ellos querían que yo responda cosas que no sabía. Me han llevado del trabajo en un camión, con las manos atadas atrás, tirado en el piso. Iba un soldado sentado encima mío. El calor no se aguantaba. Nos han dejado en pleno sol varias horas. Yo estaba de botas y me salieron ampollas en los pies por el calor. Después nos interrogaron. Uno adelante preguntaba y otro, detrás, nos golpeaba y nos tiraba al piso cuando no contestábamos lo que ellos querían. Me amenazaban con traer a mi hermano más chico, que yo iba a escuchar lo que le hacían”. Se quiebra y llora. “Me han amargado la vida con eso, a mí. Yo creía que no iba a volver, como le ha pasado a mucha gente de esta zona, que la han llevado y no ha vuelto nunca más”.
A otros los mataron delante de testigos, sin ninguna razón aparente. Y eran personas incapaces de hacer ninguna maldad, dice Tabera, como en el caso de un joven de apellido Orellana. “Pobrecito. Flaquito era. Eran dos hermanos. Vivían con el padre, que estaba siempre enfermo, en cama. Ellos tenían una finquita y en una esquina de la plantación de caña tenían la casa. Una vez este chico, jugando al naipe, la gana plata a otro, que ha quedado enojado y quería que le devuelva. No le ha devuelto. A la noche han ido los milicos. Contaba la gente que lo han sacado a la calle, le han ordenado que corra y lo han acribillado a balazos. El hermano se ha salvado porque no estaba en el rancho esa noche”. Tabera inclina la cabeza agobiado por el peso de la memoria. Ahora que no hay miedo ni explosiones y el aire trae solamente el perfume de las flores, el recuerdo de las víctimas camina en silencio detrás de la venda eterna de sus ojos.
Un censo abrió paso a testimonios que nunca antes habían sido revelados
Salió a la luz una serie de casos de violaciones a los derechos humanos que padecieron obreros de la zona de operaciones militares en Tucumán, en la década de 1970
SAN MIGUEL DE TUCUMAN - 22/09/2011 –
Por Ricardo Reinoso, especial para TELAM -
Durante el denominado Operativo Independencia, una matanza que estuvo al mando del general Antonio Domingo Bussi, quedaron pueblos arrasados en el sur de Tucumán. Para muchos comprovincianos, fue una guerra del Ejército argentino contra la delincuencia subversiva. Otros saben que el puñado de guerrilleros empeñado en una revolución al estilo cubano, fracasó porque no tuvo el apoyo de los obreros y campesinos. Fueron exterminados en pocos meses. Los otros miles de muertos y desaparecidos -el grueso de las víctimas del genocidio- eran gremialistas, simpatizantes de la izquierda o gente común que jamás tuvo un arma en sus manos. Se cuentan historias espeluznantes, como la de un oficial que disfrutaba matando prisioneros a patadas.
Lilián Reynaga, una radióloga que fue militante de la JP, detenida a los 19 años, torturada y encarcelada, hasta quedar libre en 1982, hoy es dirigente de la Asociación de Presos Políticos. Cuenta que su organización está realizando un censo de ex detenidos por la dictadura. Han descubierto en el sur tucumano numerosos casos de personas que jamás denunciaron los delitos que sufrieron.
“Allí el Ejército secuestró personas que no fueron ingresadas a cárceles sino a centros clandestinos de detención, algunos ubicados en bases militares -explica Reynaga-. Hay testimonios de gente que estuvo hasta dos años en esos lugares. Los tenían en carpas, en ingenios, en fincas o en unidades del Ejército. Esa modalidad de detención no se practicó en el resto del país, salvo en Jujuy (Ledesma), en menor escala. De los 450 compañeros que llevamos censados en Tucumán, la mitad estaba en esa situación”.
¿Es posible que después de tantos años esa gente todavía sienta miedo de hablar, o simplemente de recordar? Sí. Lo expresan en las entrevistas del censo. “Hay compañeros que con este censo por primera vez, en 35 años, hablan -responde Reynaga-. Lo que pasa es que han visto y sufrido cosas espantosas. En el ex ingenio Santa Lucía estaba la base militar. Yo estuve allí y vi cuando lo sacaron al hijo del administrador, un chico de entre 18 y 20 años, arrastrándolo del cuello, atado con una soga a una camioneta. Lo llevaron tirando toda una cuadra hasta que lo mataron. La gente habla de todo eso. Hablan de las tumbas. Ellos saben dónde están”.
Lilian cuenta sobre una señora que vivía en la zona de Las Mesadas, más arriba de Santa Lucía. Un día el Ejército hizo un operativo de rastrillaje. Avanzaban disparando. No daban ninguna voz de alto sino que tiraban a las casitas de la población. Esta mujer estaba durmiendo con su hijo, y el niño fue atravesado por una bala. Murió en el acto. Ella quedó viva, pero en un estado psicológico lamentable.
“Muchos de estos sobrevivientes se encuentran en muy malas condiciones económicas y de salud. no solamente carecen de recursos o asistencia, sino que tampoco han tenido un reconocimiento moral de parte de la sociedad -señala la mujer-. La indemnización que se dio en la época de Menem tuvo una intención de rédito político para el gobierno de entonces, pero no hubo una verdadera medida reparatoria. Necesitamos leyes que otorguen un reconocimiento político a los sobrevivientes del genocidio. No es una cuestión económica. Es algo similar a lo que pasa con los ex combatientes de Malvinas. De ese tema no se habla”.
En la foto: Roberto Tabera y Alberto Lino Molina
Fuente:AexppCdba.
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