7 de noviembre de 2011

BAILAR EN LA ESMA.

Bailar en la ESMA
La coreógrafa mendocina Vilma Rúpolo, detenida en la dictadura militar, se presentará con su elenco El Árbol y con el de la UNCuyo en el ex centro de detención, donde habrá un encuentro de danza y política.
Vilma Emilia Rúpolo fue detenida y llevada a la cárcel de Boulogne Sur Mer a dos días de haber dado a luz a su primer hijo, Mariano (hoy es el director de Producción Cultural de la Secretaría de Cultura)
Por Gisela Emma Saccavino
Su poder alquímico eriza el alma. “La Bailarina”, como la llamaban sus compañeras de celda de la cárcel de Devoto, relata detalles de su escalofriante historia con fluidez, siempre desde esa creativa “actitud niña”, que le dio la luz, la fuerza para transmutar el más hondo dolor en movimiento, en creación pura.

Vilma Rúpolo, mujer y artista íntegra, poderosa y resiliente, y ante todo –y pese a todo–, feliz, participará este domingo con las dos compañías que dirige, el Ballet de la UNCuyo y El Árbol Danza Teatro, en el Primer Encuentro Sudamericano de Danza y Políticas, que se desarrollará en un escenario portador de una profunda carga simbólica: la ex ESMA, hoy Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos.

Para la ocasión, la bailarina y coreógrafa ha preparado una obra de alto contenido poético e histórico, Aria-Madres-Las flores, que representa no sólo un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo, sino también una evidencia del alto valor interpretativo y de creación de la danza en Mendoza.

“Es muy emocionante la versión que hemos logrado para el festival, un intertexto entre dos obras: Aria (estrenada en 2008) y Madres (de 1986). Además, al final del espectáculos hacemos un homenaje muy emotivo con las flores de metal”, cuenta, entusiasta, la pelirroja. Los mendocinos compartirán escenario con el Ballet del IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte).

El encuentro de baile es una actividad que se incorpora al Tercer Encuentro de Teatro y Comunidad, organizado por el Espacio Cultural Nuestros Hijos (Ecunhi), que comenzó el último 1 y que se extiende hasta el 13 de este mes.

El hecho de organizar un encuentro en ese espacio implica “continuar con la tarea de abrir las puertas de este espacio a la comunidad, de invitarla a acercarse a celebrar la posibilidad vital que nos provoca el encontrarse transmitiendo, intercambiando y transformando. Es un hecho histórico. Hoy estamos más plenos, más claros y más nuevos. Hay un pasado que duele y está la voluntad transformadora de trocar dolor por vida”, destaca Guillermo Parodi, director del festival.

La danza del dolor
“Este era el epicentro del horror. Yo estaba en Devoto, pero me torturaron nueve veces, sé lo que es esa experiencia, y aquí hacían parir a las mujeres detenidas y luego les sacaban los niños. Es la síntesis de lo más terrible que pasó en el país. Por eso, haberlo convertido en un lugar de arte es lo mejor que puedo haber pasado, me reconforta mucho”, expresa Rúpolo.

Un singular paralelismo se genera entre la idea fuerza que llevó a convertir a la ESMA en un espacio cultural y esa práctica vital de “bailar para sobrevivir” de Vilma. Y la médula está en el “trocar dolor por vida”.

“Estoy muy conmovida por ir a actuar en ese espacio. Me toca muy de cerca y es para mí una retribución histórica”. Es, claro, la concreción de la transformación del sufrimiento en vida, “porque el arte es vida”, esgrime la cálida pelirroja.

Y para comprender esta transmutación, qué más pertinente que hacer zoom en algunas escenas de la estadía de Vilma Rúpolo en la cárcel del barrio de Villa Devoto, en Buenos Aires.

“En Devoto construimos una ciudad de mujeres. Éramos 930 y vivíamos en pabellones de 26. Hubo dos meses en que no supe qué había sido de mi hijo, pero desde que supe que estaba con mis padres y a la vez ,nos legalizaron como presas, fui feliz. Entre todas compartíamos conocimientos. Nos enseñábamos italiano, geografía del África. Yo les daba gimnasia. Nos despertábamos con un reloj interno, porque no nos dejaban tener uno verdadero, y ejercitábamos al lado de las cuchetas, porque no podían descubrirnos. Por eso hablo con mucha alegría de lo que hicimos con las chicas en la cárcel”, relata.

“Estaba prohibido bailar, cantar y hacer teatro. Cuando me descubría Bicha, la celadora, bailando, me llevaba a la celda de castigo. Sólo nos dejaban salir una hora de la celda, entonces nos juntábamos clandestinamente y bailábamos para los cumpleaños y celebraciones. Un día armamos un dúo con una compañera que era bailarina contemporánea. Ella me enseñó esa técnica, esa fue la primera vez que bailé esa danza. Recuerdo que ensayábamos en los baños, teníamos que ser muy cuidadosas, y lo estrenamos para todas las chicas en un anfiteatro que armamos en el patio con las cuchetas“, cuenta –y se emociona– esta artista.

Sin siquiera sospecharlo, llegó un día el momento final del espanto: “Cuando me enteré de mi sobreseimiento, dos días antes, me armaron una despedida: una chica de Santa Fe que era corista preparó una versión de Para la libertad, de Joan Manuel Serrat, la cantaron en grupo y yo bailé de principio a fin. ‘¡Adiós compañeras, me voy!’, grité al irme en el patio, y desde ahí me escuchaban todas, porque las ventanas de los edificios daban a un lugar común. ‘¡Chau, bailarina!’, me despidieron”, recuerda.

“Una de las cosas que me llevé de la cárcel, y mantuve toda mi vida, fue un firme propósito: cada vez que me pidan que baile, yo lo hago, porque sé que es transformador”, reflexiona.

Madres que se gestan en el vientre
Rúpolo compuso la obra Madres, una de las que serán escenificadas mañana en la ex ESMA, cinco años después de salir, en 1986. La fuente de la que bebió para componer la obra, signada por el espíritu del expresionismo alemán –en esa época Vilma tomaba clases con Isolde Klietman–, merece ser narrada: “Haidé de Suárez, una de las madres de mis compañeras desaparecidas (Virginia Suárez), venía tarde por medio a mi casa con una bandeja de masitas y me decía: ‘¿Vilma, no has escuchado nada, ni visto nada donde vos estuviste?’. Yo no podía responderle nada. Fueron ese dolor, esa impotencia, los que me llevaron a volcar esas sensaciones en algo artístico, y así nació Madres”.

“¿Dónde siente el dolor una madre?”, pregunta Vilma, y se responde: “Para mí en la panza, por eso esta parte tiene un gran simbolismo en la obra. Fui construyendo esta creación durante varias noches y Laura (Morales), mi hija menor, era bebé y me escuchaba todas las noches bailando al compás de (el brasileño Heitor) Villa-Lobos. Y pensar que el domingo (por mañana) estará bailándola, es hermoso. Madres fue para mí una liberación. Es para mí un homenaje, una obra universal”, concluye esta maestra de vida.

“El arte ayuda a sobrevivir”
Vilma Emilia Rúpolo fue detenida y llevada a la cárcel de Boulogne Sur Mer a dos días de haber dado a luz a su primer hijo, Mariano (hoy es el director de Producción Cultural de la Secretaría de Cultura). Desgarrada por la separación de su primer fruto, hizo todo lo posible para que la criatura volviera a sus brazos.

Lo consiguió. “Pero a los tres días comenzaron a torturarme. Por suerte podía dejar al bebé con mis compañeras, pero recién ahí tuve noción de lo que significaba que estuviera conmigo”, cuenta. Cinco meses más tarde, la pelirroja fue trasladada a la cárcel de Devoto y volvieron a separarla de su hijo. Desesperada, exigió un recibo, una constancia mínima para aferrarse a la esperanza de que llevaran al niño con sus familiares.

Dos años más tarde, al tanto de su sobreseimiento definitivo, al compás de un coro de compañeras, Vilma bailó las dos horas de recreo, porque “el arte nos ayuda a sobrevivir”. Y como nunca olvidó nada, ni nada fue en vano rescató la valentía de las mujeres, su solidaridad y comunicación, su organización ejemplar frente al cautiverio, como el acto de silencio pactado a las 15 horas todas las tardes, cumplido a rajatabla por 930 prisioneras.
Fuente:DiarioUnoMza.

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