19 de diciembre de 2011

A DIEZ AñOS DE LA REBELIÓN POPULAR QUE TERMINÓ CON EL GOBIERNO DE LA ALIANZA.

A DIEZ AñOS DE LA REBELION POPULAR QUE TERMINO CON EL GOBIERNO DE LA ALIANZA
“Nos hizo más libres y menos cínicos”
Los autores de 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, Walter Isaía y Manuel Barrientos, reflexionan sobre las causas y las consecuencias del proceso que desembocó en las protestas del 19 y el 20 de diciembre.
Por Ailín Bullentini

“Fue una patada en el culo a las ideas neoliberales”, dice Isaía (izquierda), junto a Barrientos.Imagen: Pablo Piovano

Cuando terminó el programa de radio que producía, hace hoy diez años, el periodista Walter Isaía se subió a la camioneta ploteada con el logo de radio La Tribu y se internó en el microcentro porteño, convertido aquel jueves caluroso de fin de año en uno de los focos del desmoronamiento del país, parte de un proceso histórico que es complicado delimitar, casi tanto como definir con un solo concepto: lo que sucedió el 19 y 20 de diciembre de 2001 en la Argentina. “Nunca me imaginé lo que vi. Era la subversión absoluta de las lógicas cotidianas”, comentó Isaía. ¿Qué le pasó al país en esos días en los que más de 30 argentinos murieron en manos de la represión estatal? ¿Qué hizo la sociedad luego? “Algunos dicen que es el último minuto del último round de un proceso de resistencia que habíamos iniciado a fines de los ‘80. De lo que no dudamos es de que fue un momento de épica popular muy fuerte que dejó un sello importante, una huella”, dijo Manuel Barrientos, también periodista. La necesidad de ambos de profundizar en la reflexión los llevó a entrevistar a una veintena de “voces que hayan participado de esos días y a quienes eso les haya resultado importante en su vida, en su trabajo político o social”, contó Isaía. El trabajo, que duró dos años, desembocó en el libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina (Patria Grande).

Hebe de Bonafini, Víctor De Gennaro, la politóloga María Esperanza Casullo, el historiador Ezequiel Adamovsky, el dirigente de La Cámpora Eduardo “Wado” De Pedro, Horacio González son algunas de las más de veinte voces “del campo popular” a las que Barrientos e Isaía invitaron a repensar aquellos días “aportando a la memoria colectiva y a la historia popular”. Los autores se conocieron tres años después del estallido y la represión del gobierno de Fernando de la Rúa. En 2007 recibieron una beca de investigación y en 2008 tuvieron la idea de hacer el libro. “Fue un momento de una movilización social impresionantemente masiva, inorgánica, sin banderas. Una de las primeras veces que nuestra generación, nacida durante la dictadura, crecida en el alfonsinismo y el menemismo, veía y vivía algo así”, definió Barrientos, con la memoria puesta en la noche de aquel 19.

Walter Isaía: –Transcribir las entrevistas nos dio la posibilidad de dar profundidad, de escarbar sentimientos y emociones de los protagonistas, cosas que perderíamos si hacíamos algo ensayístico. Además queríamos que el libro sirviera de insumo para otros laburos; que otros pudieran tomar el recorrido que les interesara y que a partir de ahí pudieran trabajar otra cuestión.

Manuel Barrientos: –El libro nace de esa mirada generacional y apunta a reconstruir y a la vez poner en discusión eso que había pasado. El 2001 marca un quiebre para nuestra generación y también para muchos militantes de los ‘70 que volvieron a politizarse, a pensar de nuevo no sólo en política sino en lo público. Partimos de que no se podía tener una mirada unívoca o cerrada de lo que fue 2001. No hubo una organización o partido político que haya sido el único protagonista de los hechos. De aquellas movilizaciones espontáneas participaron miles de organizaciones, muchas sin banderas.

–¿Por qué no hubo un único protagonista?
M. B.: –Había una crisis de representación muy fuerte. El momento era muy dificultoso, de mucha incertidumbre. Durante la movilización del 19 imperó en todos la imposibilidad de poder sintetizar en consignas eso que estaba pasando. Nadie habló con un micrófono en la Plaza. Eso también marcó un límite. Esa imposibilidad en cierto modo sigue existiendo. En el libro hay discusiones entre los distintos entrevistados sobre eso, sobre el proceso previo y sobre lo que se pudo construir después.

–¿Cómo eligieron las voces?
W. I.: –No queríamos tomar fuentes del oficialismo de ese momento, tampoco queríamos a los máximos dirigentes políticos de entonces. Queríamos voces de organizaciones sociales que hayan participado de esa historia y a las que les haya sido importante en su accionar, en su trabajo político; a quienes les resultaron interesantes el proceso, el estallido, el después; a quienes lo estudiaron, también, para poder encuadrar en un contexto, con su reflexión. Además, para evitar cierta mirada cínica y burlona que aún existe sobre 2001.

M. B.: –Nuestra mirada sobre 2001 no tenía nada que ver con la lógica de museo. De la misma manera trabajamos con nuestros entrevistados: queríamos ver cómo habían avanzado luego de la crisis, en qué los marcó, en qué cambiaron. Pasa con Hebe de Bonafini (titular de Asociación Madres de Plaza de Mayo), que caminó hacia el kirchnerismo; Mario Cafiero, que se alejó del peronismo; Víctor De Gennaro, el presidenciable que no fue.

–Es difícil definir lo que ocurrió esos dos días. ¿Y lo que dejaron?
M. B.: –No dudamos de que surgió un campo popular mucho más rico, diverso y plural en el país. Hay mayor militancia política y, en ese sentido, el kirchnerismo canalizó mucho de todo aquello, de toda esa fuerza de participación que había quedado dormida en los ‘90. Pero también hay muchos más grupos de izquierda autonomista que no se referencian en los partidos tradicionales y hacen su propio camino. En algún punto nos hizo más humilde como pueblo y nos enseñó una mirada regional. Nos hizo más libres y menos cínicos.

W. I.: –Realmente fue un quiebre. 2001 les pegó una patada en el culo a las ideas neoliberales, al fin de la historia, de los relatos, a la imposibilidad de hacer nada para que algo cambie. En uno de los peores estados sociales, económicos y políticos del país, la sociedad pudo obtener la claridad de, cuando le plantearon estado de sitio, salir a la calle masivamente y parar una medida de ese cariz autoritario. Luego, muchos empezaron a hacer. La incapacidad del Estado de gestionar el día a día no paralizó a la gente, que tuvo que empezar a garantizar cómo comer. El resultado de las asambleas pudo no haber sido el deseado, pero no se puede negar que derivaron en decenas de miles de organizaciones sociales que empezaron a hacer emprendimientos productivos, colectivos culturales, de comunicación, organizaciones de microcréditos, comedores, merenderos, bibliotecas y espacios de educación popular. La crisis también cambió a la dirigencia política. No sólo cambió a los políticos, sino que influyó de manera determinante en la conformación de la agenda, puso sobre el escenario nuevos actores. Si se analizan los gobiernos kirchneristas, sale a la luz esto de que el Estado empezó a trabajar esos ejes que fueron protagonistas del estallido: la educación, el trabajo, la deuda externa, la Justicia.

–¿Qué quedó en el camino?
W. I.: –Consideramos que somos “diez años del 2001” y no que estamos “a diez años de”. Es necesario poder pensar dónde y cómo estábamos parados entonces. Es un buen ejercicio que nos permite, además, poder construir una historia popular como pueblo, desde el relato de los hechos que vivimos para poder aprender y rescatar saberes y prácticas, profundizar en determinados temas.

Marchas y festivales
Hoy habrá diversas actividades para conmemorar la primera década de la crisis que culminó en el estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001.

- El Congreso hará a las 17 un reconocimiento a la Asociación Madres de Plaza de Mayo, reprimidas aquel 20 de diciembre. La iniciativa fue impulsada por Hijos, La Cámpora, CTA Nacional, Carta Abierta, Farco, la Asociación Argentina de Actores y retomada por el diputado Edgardo Depetri (FpV). Luego se desarrollará un festival en la plaza.

- En Rosario, diversas organizaciones sociales y de derechos humanos pedirán “justicia” con una marcha al Monumento Nacional a la Bandera, a las 18.

- La Asociación de Reporteros Gráficos, junto a la Secretaría de Comunicación, expone una serie de fotos tomadas aquellos días. Las gigantografías se exponen entre el Congreso y Plaza de Mayo, sobre Avenida de Mayo.

- Mañana, desde las 17, las fuerzas del Frente de Izquierda, junto a otras organizaciones, marcharán del Congreso a Plaza de Mayo.
Fuente:Pagina12

En 2001 el país vivió la peor crisis política y social de la democracia
Se cumplen diez años del derrumbe del proyecto neoliberal en Argentina
Publicado el 19 de Diciembre de 2011
Por Carlos Romero
El 19 y 20 de diciembre serán recordados como un punto de inflexión en la historia reciente. La violenta represión a los ciudadanos y la renuncia del presidente De la Rúa no permitían imaginar el país que se reconstruiría después.

Pocas veces resulta tan oportuno recordar el pasado, para comprender y valorar el presente, como ante la década que transcurrió desde diciembre de 2001 a este diciembre de 2011.

En psicología existe un término, “resiliencia”, que designa la capacidad de los sujetos para sobreponerse a hechos traumáticos y dolorosos en extremo, esos de los que parece no haber salida. En los diez años que pasaron de aquel ingreso del país a la crisis más profunda desde el retorno de la democracia, puede decirse que la Argentina en su conjunto fue puesta a prueba, con el desafío de tener que salir a flote cargando una mochila de plomo.

La nación que en 2001 crujía en sus aspectos más estructurales, también lo hacía en los más cotidianos, marcando a fuego y, en algunos casos, a sangre, la vida de la mayoría de los más de 36 millones de habitantes que por entonces tenía el territorio.

Hace diez años, la deuda externa había llegado a los 180 mil millones de dólares. La presión de los organismos internacionales de crédito asfixiaba a una sociedad donde faltaba el empleo y sobraba miseria. A lo largo y ancho del país, la pobreza afectó al 38,3% de la población y la indigencia, al 13,6%, con una desocupación cercana al 20%. Tres verdaderos records históricos a la inversa, para una nación que estaba raspando el fondo de su olla. En 2002, la onda expansiva continuaría hasta alcanzar las cifras más crudas. La pobreza, por caso, trepó a un 57,5 por ciento.

En la Argentina de 2001, lo único que parecía abundar eran los presidentes: pasaron cinco en poco más de diez días, desde la renuncia de Fernando de la Rúa, en medio de los saqueos de hambre y de las balas asesinas de la represión, hasta la llegada de Eduardo Duhalde como presidente interino.

Tan sólo en el Gran Buenos Aires, el índice de pobreza era del 35,4% y castigaba a 4,29 millones de personas, en tanto que otro millón y medio –un 12,2%– eran indigentes.

Como siempre, en las provincias del Noreste y Noroeste, el escenario era aún peor: en Formosa, el 59,8% de los habitantes se encontraba por debajo de la línea de pobreza; en Corrientes, el 57,8%; en San Salvador de Jujuy y el departamento de Palpalá, el 56,6%; y en la zona de Gran Resistencia, en el Chaco, el 58%.

El 17,7% de los argentinos acumulaba necesidades básicas insatisfechas y cerca de la mitad no disponía de una obra social o plan de salud privado. Todo esto, por supuesto, era resultado de otra de las claves para entender el desmembramiento que supuso 2001: a fuerza de gobiernos que habían prescindido de la producción genuina y del mercado interno, la tasa de desempleo alcanzaba el 18,3% y la de subempleo promediaba los 16 puntos. Esto significa que casi el 35% de la población económicamente activa tenía serias dificultades para sobrevivir. En paralelo, de los afortunados que todavía podían contar con un salario a fin de mes, el 41,1% lo hacía en la clandestinidad, por fuera del sistema de seguridad social. Vale recordar que apenas un puñado de dirigentes sindicales no avaló el plan de flexibilización laboral, cierre de fábricas y reducción de personal que llevó a la ruina del empleo. Esta situación tendría su cenit al año siguiente, cuando la desocupación marcó un 21,5% y el subempleo, el 18,6%.

Durante los dos días de mayor violencia, los fatídicos 19 y 20 de diciembre, muchas de las personas que engrosaban esta estadística de la miseria tuvieron un rostro. Salieron a la calle para expresar su repudio frente a un Estado que primero los había despojado y ahora los corría con palos, caballos y balas. Algunos nunca volvieron. Porque la otra cifra maldita de aquel año son los 36 muertos que dejó la represión. Aclarar estos crímenes es una deuda que la democracia arrastra desde aquellas jornadas. La justicia sólo llegó para seis de las personas asesinadas mientras De la Rúa huía de la Casa Rosada en un helicóptero y, de hecho, las responsabilidades políticas también continúan impunes.

Esa Argentina había sido resultado de un largo y sistemático proceso de demolición económica, política y social, así como esta Argentina de 2011 es resultado de otro modelo, surgido, justamente, como un efecto de aquel “no va más” que se expresó en los piquetes, las cacerolas, las asambleas y el rabioso “que se vayan todos”.

La figura recurrente del ex ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo, creador del “corralito” y funcionario de casi todos los gobiernos que fueron cimentando la crisis terminal de 2001, permite reconstruir un derrotero que comenzó con la última dictadura militar, que doblegó al alfonsinismo y tuvo su concreción febril con la gestión de Carlos Menem, para luego volver en forma de comedia trágica con la experiencia de la Alianza.

La lenta y compleja reconstrucción de lo mucho que se perdió, iniciada en 2003 y todavía inconclusa, hoy puede verse en las estadísticas de la economía, de las condiciones de vida, de la educación, la ciencia y la salud. Así como sucedía con las variables famélicas de 2001, detrás de los números consolidados de 2011 hay personas de carne y hueso.

Por último, si bien no se trata de un índice que haya quedado registrado por las series históricas del Indec, sin duda que una de las variables que hace diez años también había tocado fondo fue la política. Justamente, su recuperación es otra de las realidades efectivas desde la que se puede sopesar una década en la cual la Argentina volvió a nacer. <

La frase
De la Rúa. ”El PJ había rechazado mi llamado a un gobierno de unidad y la UCR me hizo saber que veía mi renuncia como una solución. Renuncié porque la realidad me superaba.”
Fuente:TiempoArgentino

19.12.2011
Recuerdos del 2001: cuando la antipolítica hizo estallar la política
Diez años atrás, en medio del corralito y las protestas sociales, Fernando De la Rúa sobrevolaba la Casa Rosada en un raudo helicóptero poniéndolo fin a su gobierno. Analistas políticos realizan un repaso por los principales errores, el estallido y la transformación social.
Por:Natalia Coronel
Hace una década, Argentina comenzaba a atravesar la crisis económica y política más importante de su historia. El quiebre del tejido social, la desesperanza y la crisis de representatividad política hizo tambalear al sistema democrático y miles de personas salieron espontáneamente a las calles a manifestarse contra un sistema que arrojaba al pueblo a la miseria y la desocupación.

Las históricas jornadas de lucha provocarían la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, el 20 de diciembre, dejando también una acefalía presidencial y una democracia sin representación.
El gobierno de la Alianza no pudo sostener la política neoliberal del menemismo.
“Si bien siempre recordamos los sucesos de 19 y 20, poco tiempo antes se había dado en Argentina lo que se denominó el “voto bronca”. En las elecciones legislativas de octubre de ese año la mitad del electorado no fue a votar, votó en blanco o anuló el voto; lo que marcó claramente la insatisfacción con la clase política y constituyó un adelanto de lo que vendría en diciembre”, relata a INFOnews el politólogo e investigador del Conicet, Miguel de Luca.

Ante el colapso de la economía argentina, originada por la paridad del peso con el dólar que se mantuvo durante el gobierno de De la Rúa, se estableció el famoso corralito. Esa medida resultó ser mucho menos popular que una devaluación.

Las palabras "convertibilidad", "corralito", "cacerolazos" y la frase “que se vayan todos”, comenzaban a ser moneda corriente, mientras el pueblo tomaba las calles.

“La economía argentina había caído en la trampa de la convertibilidad y entró en recesión en 1997, esto afectó los dos últimos años del gobierno de Carlos Menem, siguiendo con el de De la Rúa”, recordó Eduardo Rinesi, politólogo y actual rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

En cuanto a las responsabilidades, Rinesi remarcó la “incompetencia” del gobierno de la Alianza y señaló que la falta de “audacia política” hizo que la crisis se precipitara. “Durante los noventa hubo una resignación en pensar la política y los funcionarios solo abrían la boca para pedir que el pueblo no quemara gomas en la calle porque eso daba una mala imagen en la CNN”, ironizó.
Lesgislativas 2001: Duhalde obtuvo el 40 por ciento de los votos.
El 1 de diciembre, De la Rúa y su entonces ministro de Economía y autor de la convertibilidad, Domingo Cavallo, anunciaron el corralito para evitar la fuga de capitales que se dio ante el colapso económico que ya tenían encima.

Esa medida causó una furia popular, expresada con cacerolazos masivos, saqueos de supermercados y comercios. “La ciudadanía no solo condenaba a la clase política y sus malas decisiones, sino que puso en jaque al propio Congreso y a la Corte Suprema de Justicia”, aseguró De Luca.

Algunos argentinos se organizaron en asambleas barriales, hubo ocupaciones de fábricas que se transformaron en cooperativas obreras y también agresiones a políticos, considerados “ladrones” y “cómplices de los bancos”, cuenta el investigador del Conicet.

La protesta más fuerte fue la del 19 de diciembre cuando De la Rúa, mediante un discurso, declaró el estado de sitio, lo que aumentó el malestar. La población lo desafió y salió a las calles. La represión policial dejó 39 muertos en dos días. “Fue un discurso con gran torpeza, imbecilidad y soberbia para entender lo que le estaba pasando a su pueblo”, recuerda Rinesi y agrega: “Sin duda, que si en lugar de De La Rúa hubiese estado Raúl Alfonsín, la escena hubiese sido otra”.

Hundidos en la crisis, más de la mitad de los argentinos cayó en la pobreza y el desempleo alcanzó al 24% de la población. Esto desató motines urbanos, sobre todo en Buenos Aires, pero también en Córdoba y en Rosario.

“La furia de fines de 2001 tuvo una espectacularidad muy grande porque las protestas eran encabezadas por tipos que no eran sucios, ni malos y que los agarraron con 12 mil miserables pesos en el corralito. Pero la crisis ya había comenzado a rendir frutos en los ´90, cuando las victimas del ajuste estructural empezaron a cortar rutas y a tomar fábricas en el conurbano. Esos episodios aparecían en las páginas policiales de los diarios, mientras los científicos sociales nos dedicábamos a leer que idioteces decían los medios extranjeros sobre lo bien que le iba al gobierno de Menem”, enfatiza Rinesi.

En rigor, De Luca remarca la importancia que cobran las clases populares y su representatividad y afirma que “la política dejó de limitarse a los partidos, a la iglesia y las fuerzas armadas, que actuaban como una corporación por fuera del gobierno, sino que hoy son un actor importante en la agenda política”, afirma.

Luego de la renuncia de De la Rúa, y después de una rotación por el sillón presidencial, fue Eduardo Duhalde quien se hizo cargo del gobierno. Desde enero de 2002 la economía comenzó a reactivarse gracias a la devaluación, que abarató la producción e hicieron subir los precios de las materias primas.

Pero la represión, seguida de muerte, encargada por el Ejecutivo contra manifestantes en el puente Pueyrredón protagonizaron la llamada Masacre de Avellaneda, que obligaron al mandatario a llamar a elecciones precipitadamente. En mayo de 2003 Néstor Kirchner llegaba a la presidencia.

“En los 90 la palabra política tenía una mala connotación. Aparecía del lado malo de la historia protagonizada por corruptos que se llevaban el dinero de todos y Kirchner supo rescatar credibilidad y entender que en los movimientos populares había un actor social que debía incorporar al gobierno”, dice De Luca.
Consigna del voto bronca. "Vote a las putas, votar a sus hijos no dio resultado".
Además, De Luca hizo referencia al contexto regional que se vivía en esos años y la importancia que fueron cobrando los movimientos sociales en América Latina. “Se vivió un fenómeno importante a nivel región, donde gobiernos constitucionales de varios presidentes fueron reemplazados por otros, también democráticos, a causa de la movilización de la ciudadanía. En Argentina de la Rúa y después Rodríguez Saá. Pasó lo mismo en Bolivia con Gonzalo Sánchez de Lozada y en Ecuador con Jamil Mahuad”.

Rinesi afirma que de la mano del kirchnerismo, la política recuperó credibilidad. “Pero no quisiera recordar el 2001, solamente, como el grito heroico de un pueblo que busca la autonomía y sacarse de encima al odioso Estado sino como algo más interesante, porque convergieron distintos actores con diferente filosofía de la historia. Fue el estallido de la política en nombre de la antipolítica”, concluyó el politólogo.
Fuente:InfoNews

OPINION
Las dos almas del 2001
Por Eduardo Jozami *

De muchas maneras fue nombrado el 2001, sesgando en uno u otro sentido la interpretación. Estallido, la denominación más neutra o meramente descriptiva, es quizás la que mejor refleje lo que entonces ocurrió. El estallido es siempre inesperado, como la rápida reacción de los ahorristas defraudados, pero también un proceso alimentó la combustión: la formación del movimiento piquetero y la lucha de los afectados por las privatizaciones y la política de Menem, que cerró plantas de YPF y decretó el desmantelamiento de los pueblos ferroviarios.

La protesta de los desocupados –como expresó dramáticamente Carlos Auyero en su postrera intervención en la TV– constituía un reclamo desesperado de inclusión. Algunos de los habitantes de Cutral-Có, Plaza Huincul o General Mosconi estaban acostumbrados a ser pobres, pero todos querían conservar su lugar en el mundo. No era posible hacer huelga en esos lugares donde desaparecía el trabajo, decidieron entonces cortar las rutas para asegurarse de que esos reclamos de la periferia llegaran al centro del poder.

Si esa lucha tenía varios años de historia, en la reacción de los ahorristas, por el contrario, había mucho de sorpresa. Acostumbrados a desconfiar de los gobiernos, a muchos no les resultaba fácil entender que el daño provenía esta vez de una institución respetada como los bancos, encargados de velar por el cuidado de los ahorros. La frenética constancia con que algunos golpearon durante meses las puertas blindadas de las instituciones financieras se explica como reacción frente a lo que vivían como un engaño insospechado.

Las sucesivas declaraciones de Cavallo justificando el corralito fueron alimentando la caldera, pero se requería un detonante para hacerla estallar. Entonces, el presidente De la Rúa, queriendo mostrar un gesto decidido, se suicidó, declarando el estado de sitio. La ocupación de la Plaza de Mayo el 19 mostró la debilidad del gobierno, pero su caída no podría explicarse sin los saqueos a los supermercados. Este componente de las jornadas de diciembre no debe obviarse, a riesgo de no advertir cómo la rebelión espontánea se conjugó con la acción calculada de ciertos aparatos políticos, como el del PJ bonaerense. Antes de irse, el presidente hizo un último y desesperado intento de retomar el control de las calles: dejaría un tendal de muertos, agregando un severo matiz de criminalidad a su desleída imagen política.

La presencia de una multitud en las calles podía entenderse como una recuperación de la participación política. Miles de personas marchaban en todo el país, reclamando por sus reivindicaciones inmediatas y no resultaba fácil saber si quienes se movilizaban –ahorristas, desocupados, demandantes de comida frente a los supermercados– unían a sus reclamos demandas más generales. La presencia popular en la calle se vivía con júbilo; los argentinos sacudíamos el miedo que nos había legado la dictadura.

Piqueteros y ahorristas se mezclaban en las manifestaciones y pudo pensarse entonces en una alianza social que alentaba renovadas expectativas políticas. Sin embargo, no tardó en advertirse que el estruendo del 2001 albergaba dos almas bien distintas. Unos repudiaban toda intervención del Estado y despreciaban la misma idea de lo público. No concebían una renovación de la política a la que consideraban innecesaria y perniciosa. Alentados con fervor por los comunicadores de Radio 10, cuyo falso candor apuntaba a diluir toda responsabilidad más allá de los partidos, algunos demonizaban a los políticos al punto de perseguir y golpear a toda persona que saliera del Congreso Nacional.

En las asambleas que brotaban en todas las grandes ciudades, el discurso era distinto. Se afirmaba la solidaridad como valor, enfatizando la crisis del neoliberalismo, y se promovían emprendimientos sociales y nuevas formas de participación que superaran la degradación de la vieja política. Autonomía frente a los partidos y el Estado era la consigna dominante que no llegó, sin embargo, a constituir ese nuevo poder social que se anunciaba. De todos modos, las asambleas quedan como un legado vivificante. Frente a la crisis ilevantable de los aparatos partidarios, como respuesta al posibilismo timorato que había ganado también al Frepaso, la fuerza que se proclamaba expresión de una nueva política, las asambleas aportaron cierta inocencia inaugural, ese aire de plaza pública, de debate y reflexión colectiva que no es toda la política, pero sin el cual es difícil imaginar un proyecto popular.

Desde entonces, esas dos almas del 2001 no han dejado de enfrentarse. Lo vemos cuando se exaltan el racismo y la xenofobia para denunciar las políticas democráticas de seguridad o cuando los mismos medios que llamaron a levantarse contra “la política” cuestionan hoy la recuperación de un rol activo del Estado. También cuando decenas de miles de jóvenes vuelven a salir a la calle, como se advirtió cuando murió Néstor Kirchner y sigue ocurriendo en estos días.

El movimiento del 2001 no pudo construir ninguna propuesta política; tampoco se consolidaron liderazgos, como el de Luis Zamora, que parecían sintonizar mejor el clima político de esos días. Se diluyó, además, sin que hasta hoy sea fácil explicarlo, la propuesta del Frenapo que había convocado más de tres millones de personas y pudo haberse constituido entonces en la plataforma política común.

El kichnerismo resulta inexplicable sin el 2001. No porque el estilo político de Néstor y Cristina tenga ese matiz asambleario, sino porque se ha rescatado el sentido transformador de la política. Después del presidente que temía ser aburrido y se fue con más de treinta asesinatos, y del que se manchó las manos con la sangre de Kosteki y Santillán, vino otro que no dejó sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno. El alma popular y libertaria de diciembre del 2001 impregna la actual política de derechos humanos y muchas de las transformaciones que se están realizando en el país.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
Fuente:Pagina12

19 y 20 de diciembre - 10 años
Cómo se escribe la historia de una de las grandes tragedias argentinas
Publicado el 19 de Diciembre de 2011
Por Mónica López Ocón
Los historiadores polemizan sobre la profunda crisis que puso al país al borde de la disolución. Causas y consecuencias de un quiebre que marcó un antes y un después en la vida política y social de los argentinos. Felipe Pigna, Gabriel Di Meglio y Fabián Harari.

El estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001 forma parte del pasado reciente. Sin embargo, sus consecuencias llegan hasta hoy no sólo por las profundas modificaciones que generó en la sociedad, sino también porque dejó una marca dolorosa en la memoria de los argentinos que asistieron al estruendoso derrumbe del país. Los sucesos que tuvieron lugar en esos días perdurarán en la historia con la misma legitimidad que aquellos que hemos estudiado en los manuales escolares, desde la Revolución de Mayo al golpe militar de 1976. Por esta razón, Tiempo Argentino les pidió a tres historiadores –Felipe Pigna, Grabriel Di Meglio y Fabián Harari– que se metieran en la “cocina de la historia”y que confrontaran los relatos que cada uno de ellos tiene respecto de aquellos sucesos de hace una década.

–Si como historiadores tuvieran que contar qué fue y cómo se produjeron la crisis y el estallido de 2001,¿de qué forma lo harían?
Felipe Pigna: –Para mí fue el final de un ciclo iniciado con la dictadura militar, un ciclo de modelo económico que se llamaba al principio monetarista y que luego fue el neoliberalismo. Fue un modelo de destrucción del aparato productivo y del salario, de apropiación de la renta, de modificación brutal del modelo económico argentino. Tuvo dos etapas bien diferenciadas. La primera fue la dictadura militar, durante la que se hicieron cosas muy tremendas y graves, pero no se hizo la reforma completa que se pretendía. En una entrevista que le hice a Martínez de Hoz en 1995 él me dijo que faltó ir por algo muy importante que eran las privatizaciones. Hubo un sector del Ejército que se oponía a la privatización, por ejemplo, de YPF, de Fabricaciones Militares. Él estaba muy contento con el gobierno de Menem y Cavallo, porque se estaba concretando la segunda parte del modelo. Yo no tengo dudas de que en términos económicos el menemismo fue la segunda parte de la dictadura. No estoy hablando de las libertades democráticas. Hubo, además, un hecho inédito en la historia argentina que fue la desaparición prácticamente de la moneda nacional, porque se unió el peso al dólar, con lo cual las variables económicas argentinas pasaron a estar fuera de las fronteras de nuestro país. El Estado se fue desfinanciando de una manera escandalosa, sobre todo a partir de la privatización de las pensiones y jubilaciones, con las AFJP, lo que significó más o menos 6000 millones de dólares por año. La deuda se fue incrementando de una manera impresionante en desmedro de la población, del salario, de los niveles de ocupación y consumo. Se suponía que el gobierno de la Alianza iba a desandar ese camino, pero en realidad lo profundiza haciendo cosas que no había hecho el propio menemismo, como rebajas de sueldo, renegociaciones con el Fondo verdaderamente vergonzantes, el blindaje. Me parece que es muy importante remarcar que esto fue un final de ciclo, lo que Rodolfo Walsh llamó “el plan de hambre a largo plazo”, que fue el objetivo central de la dictadura y que consistió en desestructurar los mecanismos de defensa del pueblo, en desmembrar los sindicatos. Hay que tener en cuenta esto, de lo contrario no se entiende lo que pasó. Uno ve con cierta bronca los informes que se hacen en la televisión donde hablan del corralito, del decreto de Cavallo, porque eso no explica nada, eso es sólo una coyuntura.

Gabriel Di Meglio: –Es un fin de época, un proceso largo que termina en 2003 con el comienzo de un ciclo nuevo. Me parece, además, que la imagen de 2001 son los saqueos y no tanto los cacerolazos.

–¿Por qué?
Di Meglio: –Porque el saqueo es sinónimo de revuelta popular contra una situación de miseria extrema. Esa miseria extrema es el efecto del neoliberalismo y produce una reacción popular, coyuntura que tiene de interesante el hecho de que el gobierno decida restaurar un orden apelando al apoyo de sectores que ese mismo día se lo quitan por otras razones, tal vez por una sensación de hartazgo general. El 2001 me recuerda lo que hemos estudiado de las revueltas coloniales contra el mal gobierno: la idea es que hay una indignación general, hay que restaurar algún tipo de orden, donde distintos sectores sociales pueden llegar a ponerse de acuerdo, quizá de manera inédita, sobre que algo tiene que cambiar. Y el cambio fue, en este caso, la caída del gobierno. Como reacción al saqueo, se decreta el estado de sitio. La reacción al estado de sitio, en vez de obtener el apoyo de la clase media y de las clases altas como buscaba De la Rúa, lo que obtiene es un rechazo generalizado y pierde toda la base de poder que había sido el sostén de la Alianza en esos dos efímeros años de desastroso gobierno. El 2001 es un final y, además, un final trágico. A la vez, hay algo fenomenal que es el hecho de haber permitido, por el mismo fracaso del neoliberalismo, su remplazo por un modelo diferente dentro del mismo capitalismo, que nos permitió salir de esta religión terrible que es la idea del mercado, como se puede ver en la crisis europea actual. La crisis de 2001 le permitió a la Argentina correrse de esos mandatos divinos que en los ’90 se consideraban incuestionables. Lo que permitió cuestionarlos es la magnitud del desastre que provocó una revuelta popular, una acción concreta que derribó a ese modelo.

–A qué te referís exactamente cuando hablás de reacción popular?
Di Meglio: –Los saqueos son una reacción popular, una forma de justicia redistributiva. Los saqueos desafían la idea de que el Estado puede olvidarse de la gente. Esta es una idea muy antigua: la autoridad tiene una responsabilidad por el bien común y si la autoridad la abandona, la resistencia es legítima. Esto lo diría incluso Santo Tomás. Si un príncipe no cumple con lo que debe hacer, uno lo puede sacar, lo puede atacar. En este caso fue atacar un supermercado o chocar con la policía. No fue una acción vandálica como lo presentaron los medios. Hubo grupos de vecinos que se organizaron, que primero fueron con negociaciones y recién después empezaron los desbordes, sobre todo por la fuerte protección que había en los grandes supermercados, y comenzó el saqueo sobre los comercios más chicos, pero en principio fue sobre las grandes cadenas. Toda esa dinámica que se fue generando, organizada no en el sentido de clientelismo, no de varones que arrastraban a masas amorfas conducidas por punteros peronistas, sino organizadas por las mismas clases populares, hizo que se generara la gran crisis social y el estallido del 19 y 20 de diciembre, con la acción concreta contra el poder en Plaza de Mayo.

–Fabián, ¿coincidís con esta visión?
Fabián Harari: –Más o menos. Cuando se habla de crisis, se puede hablar de muchas cosas, porque es un concepto muy ambiguo. La tarea de los historiadores es, precisamente, especificar, darle cierta precisión a lo que aparece como una realidad amorfa. Hay dos crisis en 2001: una crisis económica y una crisis política. Son dos cosas que van de la mano pero en 2001 se presentan en forma diferente. La crisis de 2001 no es distinta en su dinámica a las demás crisis que ha tenido la Argentina, un país que padeció crisis en términos crónicos. Argentina es un capitalismo muy chico, cuya única rama de inserción en el mundo es el agro, y eso continúa igual. La industria no tiene ninguna eficiencia –salvo Techint y Arcor–, en términos de competencia internacional. Por lo tanto, el país vive de la renta agraria. Al depender de esta renta, cuando los precios vienen bien, Argentina tiene capacidad fiscal y el Estado puede funcionar. Cuando los precios agrarios vienen mal, el país tiene problemas fiscales. En los ’90, los precios agrarios venían relativamente mal, pero el Estado se reproducía a través de la deuda pública. De hecho, el kirchnerismo pagó más deuda que Menem. Menem recibió más plata que la que pagó y Kirchner pagó más plata que la que recibió. ¿Por qué? Porque en los ’90 el Estado necesitaba, para su reproducción, la deuda. En cambio Kirchner no necesita la deuda porque tiene la renta agraria. Los niveles históricos de la renta en la Argentina, de 2002 para acá, fueron los máximos niveles de renta agraria históricos. Hay más renta agraria en términos absolutos que en la década del ’20 o del ’30. Hay que comparar, hay que medir el nivel de renta de acuerdo al tamaño de la economía. Si tengo un nivel de renta tres y un tamaño de la economía cuatro, es una cosa. Con nivel de renta diez y un tamaño de la economía 50, el peso de la renta en la economía es diferente. En términos absolutos, la renta agraria es enorme, en el peso de la economía está más o menos en la década del ’20 o del ’30. En términos de crisis económicas, hay una crisis que tiene que ver con la caída de la renta agraria que ya venía, y la crisis internacional por la cual el Estado no puede reproducirse a través de deuda. Sin renta, sin deuda, se queda sin plata. Por lo tanto, efectivamente, se avanza en una reestructuración económica que tiene que ver con la concentración y centralización del capital: quedan empresas afuera, la pequeña burguesía es expropiada, la clase obrera cae en desocupación, pauperización general. La reacción no es inmediata, tarda en darse. La desocupación es muy grande, sube al 15% en el ’95. De hecho, tenemos la confiscación de ahorros. Todo el mundo dice que los pequeños ahorristas salieron a la calle porque les confiscaron los ahorros. Si uno repasa la historia de los ahorristas, esta es la cuarta expropiación de ahorros que ha sufrido la Argentina desde el ’74 hasta hoy, y sin embrago, en esta salió y en las otras no. En las otras hubo algunas protestas menores, como en el ’82, una pequeña marcha de ahorristas sin ninguna repercusión. Sin embargo, en 2001 sí salieron a la calle.

–¿Por qué?
Harari: –Porque la pequeña burguesía tuvo por lo menos 15 años de experiencia política de expropiación económica, social y política. Hay una crisis política. No toda crisis económica deriva en una crisis política. Argentina ha tenido grandes crisis económicas, la del ’30, la del ’64, la del ’75 con el Rodrigazo, la del ’82, la del ’89 y la de 2001. Argentina tiene cada vez crisis más profundas y recuperaciones más endebles. También hubo saqueos en el ’89 y no derivaron en ningún movimiento tan organizado como en 2001. ¿Qué aparece en 2001 que no apareció en otras crisis económicas? Primero, una crisis hegemónica: se pone en cuestión la dominación social de una clase que es la burguesía.

–¿Quién la pone en cuestión?
Harari: –En primer lugar, la burguesía misma. La propia burguesía no tiene disciplina en sus filas. Tenés, por un lado, la alianza dolarizadora (De la Rúa-Banco Mundial) y, por otro, la alianza devaluadora (del llamado Grupo Productivo de Duhalde). Es interesante porque el mismo 20 de diciembre, mientras sucedía lo que sucedió en Plaza de Mayo, Duhalde estaba reunido con la cúpula de la UIA y la Sociedad Rural ,ya pensando en el recambio. De hecho el Grupo Productivo es anterior. En septiembre de 2001 ya empieza a trabajar explícitamente. Acá lo importante es la aparición de un proceso revolucionario, la aparición de una fuerza social revolucionaria con el nombre fantasía de Movimiento Piqueteros, alianza social entre la pequeña burguesía y una fracción de la clase obrera, sobre todo los desocupados. Alianza minoritaria, en relación al conjunto de la sociedad, pero que viene desarrollándose desde el ’95 o ’96, primero en el interior y después en Gran Buenos Aires, que son los que protagonizan los hechos del 19 y el 20. Esas fechas son la soldadura de esa alianza entre la pequeña burguesía que venía radicalizándose y una fracción de la clase obrera, en una alianza muy heterogénea, con muchos grupos, pero con acciones que describen una trayectoria revolucionaria.

Pigna: –También hay que decir que existían en el movimiento obrero fracciones como el MTA, que venían protestando y movilizándose desde el ’93 y ’94 y la CTA.

Harari: –Por eso dije que era una fracción minoritaria de la clase obrera. La mayoritaria estaba con Moyano, que de hecho la integraba la Alianza reformista y devaluadora con Duhalde y la UIA. La mayoría de la clase obrera apoyó esa alianza, que después la hereda Kirchner.

Di Meglio: –La clase obrera no fue un actor tan relevante. Si uno compara el Cordobazo con 2001, hubo cosas que en 2001 no existieron. En el Cordobazo, estaban el movimiento obrero organizado y el movimiento estudiantil. El 2001 fue diferente en su composición. Obviamente hubo obreros, y además organizaciones sociales, vecinos comunes de todas las clases sociales, pero era una cosa mucho menos organizada. Los cacerolazos fueron de la clase media, decían, porque se dieron en Capital, pero los hubo en todos lados. Los saqueos eran en los barrios populares, pero no se puede decir que el movimiento obrero organizado hizo esto o aquello. La CGT hizo un paro brutal el 13 de diciembre, la CTERA también estuvo en la agitación del 20, pero si uno mira, no ve ahí el rol fundamental de los líderes sindicales y el movimiento obrero. No veo nada revolucionario ni un intento de socavar el poder de la burguesía.

Pigna: –Yo tampoco. Nos hubiera gustado, pero no. Es muy importante el factor sorpresa que operó en aquel momento. Mucha de la gente común fue sorprendida, no el militante, no el activista, la gente común, y la reacción espasmódica tuvo que ver con eso. El movimiento obrero venía golpeado, no tenía la fuerza y contundencia de antes, los partidos políticos estaban desacreditados, las elecciones parlamentarias de octubre habían sido un desastre. Hay una especie de anomia, no hay referentes.

Di Meglio: –Los días 19 y 20, fueron un momento de los que hay en la historia, donde todo parece darse vuelta. Yo tengo un amigo que es repositor de supermercado y me dijo que ese día le comieron la comida al gerente. Y ese fue su acto rebelde. Al otro día, no se la comieron más. Parecía que todo podía pasar. Hubo un cambio tremendo, pero no un cambio revolucionario en el sentido de desafiar el modelo de acumulación o lo que sea, sino un cambio en el sentido de que se desmoronó un modelo económico de hecho y dio lugar a la construcción de un modelo político que nadie preveía. Nadie anticipa nada. Se anticipaban cosas con pesimismo, pero no lo que sucedió. Yo creo que hubo un reclamo por un orden. Orden no es necesariamente el orden de la derecha, sino que se reclamaba algún tipo de orden, alguien que arreglara la situación. Esto es lo que le permite a Duhalde lograr la legitimidad rápidamente para empezar a gobernar.

Pigna: –Teníamos 20 monedas, era una situación tremenda y quienes más la padecieron fueron los sectores populares, que son los que viven del efectivo. ¿Por qué se producen los saqueos? Porque la gente que vivía de changas, los cartoneros, los tipos que vivían del mango diario, no recibían plata porque la gente no tenía. Se cortó la cadena de pagos.

Di Meglio: –Y esto sucedió antes de las fiestas, fue una época horrible de derechos ultrajados. Es cierto, hubo muchos saqueos en otras épocas, se tocaron los ahorros con Erman González, pero el tema es cuando eso va acumulándose lentamente en medio de una crisis feroz y en un momento se da una coyuntura que permite una eclosión. El 2001 son muchos momentos juntos que hacen sistema.

–¿Cuál es la coyuntura que hace posible la eclosión?
Di Meglio: –La crisis económica feroz, y, sobre todo, el hecho de que la última esperanza de la democracia (la Alianza) muestra su incapacidad total para afrontarla y hasta echa más nafta al fuego.

Pigna: –Claramente,profundiza el modelo.

Harari: –Quisiera acotar algunas cosas: la idea de lo espontáneo. Hay muchos trabajos sobre el tema que muestran que no es que hay un vacío político y en 2001 aparece todo, sino que hay un proceso político que va del ’83 a 2001. La pequeña burguesía no llega virgen a 2001. Tiene 20 años de historia de confiscaciones. Bajo el menemismo fue confiscada económicamente. Fue confiscada socialmente y también políticamente con el caso Cabezas, la AMIA, el gatillo fácil. Todas estas son situaciones que le quitan a la pequeña burguesía su status ciudadano. Por eso, cuando llega el 2001, ya había un anticipo a eso: las elecciones de octubre.

Pigna: –No sólo no llega virgen, sino que llega desengañada porque votó a la Alianza.

Harari: –En principio los cacerolazos están motorizados por la clase obrera pero luego también los toma la burguesía. Hubo uno muy importante también en el ’97, motorizado por el Chacho, con el apagón.

Di Meglio: –Todas las formas de acción colectiva tienen una historia.

Harari: –Hubo cortes de luz en Belgrano en el verano del 2000 que terminaron con el corte de calles y cacerolazos.

Pigna: –Sí, cacerolazos muy paquetes, por cierto.

Harari: –Sí, muy paquetes, pero iban a la acción directa. Hay un aprendizaje del método y un aprendizaje de la oposición al gobierno. Nadie llega virgen. Tomemos el Movimiento Piquetero. En agosto 2001, se produce el piquetazo. Se paró el país. Vuelvo a lo mismo: hay una fracción minoritaria de la clase obrera que busca otra cosa: busca superar al sistema. Es la misma fracción que después empieza con las asambleas nacionales piqueteras, que terminan en el 26 de junio de 2002.

Di Meglio: –No, no acuerdo con eso.

Harari: –Otro tema: la legitimidad de Duhalde. Duhalde no tiene legitimidad cuando empieza. Cuando asumió fue una batalla campal. Para mantenerse debe hacer dos cosas: la primera, la Masacre de Puente Pueyrredón, y la segunda, repartir 2,5 millones de planes Trabajar. Esa es la legitimidad de Duhalde.

Pigna: –Cualquiera hubiera tenido que hacer eso, eh. Porque el país estaba incendiado.

Di Meglio: –Sí, la gente no comía. El desastre de 2001 es ese, la miseria extrema.

Pigna: –Pero sin los planes la gente se moría. Había que solucionar un problema concreto que era que la gente se estaba muriendo de hambre.

Harari: Venía muriéndose de hambre desde la década del ’90. Por eso ya había una conformación política que cuestionaba el poder del Estado. Sería bueno consultar los diarios de diciembre de 2001 a junio de 2002. Recuerden que la asamblea que votó el plan de lucha que terminó con el 26 de junio de 2002 tuvo cadena nacional. Hasta Aníbal Fernández, hasta hace poco ministro del kirchnerismo, pero en ese momento ministro de Duhalde, había acusado judicialmente a esa asamblea, si no me equivoco, por querer voltear al gobierno.

Pigna: –Me parece que es muy importante recordar los errores cometidos por la izquierda en esas asambleas, su deseo de querer cooptarlas. Para mí ese fue el fin de las asambleas, de modo que esto no se puede pasar por alto, ya que estamos redistribuyendo culpas, lo que está muy bueno. Yo participé activamente en la Asamblea de San Telmo y me peleaba mucho con compañeros de izquierda que venían con planteos que no tenían que ver con lo que estaba pasando en ese momento. Discutir si le íbamos a poner a la Asamblea el nombre de Héroes de Trelew no era el tema central que debíamos discutir en ese momento, aunque nadie olvida a los muertos de Trelew.

Di Meglio: –Yo iba a la asamblea de Colegiales y estas asambleas tenían algo muy fascinante. Por ejemplo, había quien planteaba que debían dejar de pasar los colectivos porque había demasiado ruido en la calle y quien hablaba en contra del capitalismo y todos lo hacían en igualdad de condiciones. En ese sentido creo que constituyeron una experiencia que no por fracasada fue en balde. Así como hubo saqueos, también hubo asambleas antes y quizás vuelva a haberlas. Este antecedente fue muy fuerte, muy intenso.

Pigna: –Cuando comenzaron fue algo maravilloso. Todos nos enamoramos de eso.

Di Meglio: –Sí, y yo fui muy crítico en su momento. Creo que la izquierda tradicional las boicoteó e hizo lo que hace muchas veces: alejar a la gente, dispersarla.

Pigna: –Sí, la espantó.

Harari: –En este punto me pondría en una situación menos empírica porque todavía no hay un estudio serio sobre las asambleas, sólo se puede hablar de ellas empíricamente. Cada uno tiene respecto de ellas una experiencia personal diferente. Yo puedo contar, por ejemplo, mi experiencia con la asamblea de Congreso, que es la única que sobrevivió.

Pigna: –La del Cid también sobrevivió.

Harari: –La de Congreso tenía, por supuesto, partidarios de izquierda, de hecho, estaba ligada a la izquierda. Me pregunto lo siguiente: si las asambleas fueron tan populares, ¿cómo es posible que una izquierda que no tiene millones de militantes pudieron llegar a boicotearlas?

Di Meglio: –El intento de coparlas hizo que la gente se fuera. Esto lo hablé con muchos participantes de asambleas.

Pigna: –Sí, creo que el error fue el intento de cooptación porque el ánimo era de amplitud total. Nadie iba a pelearse a las asambleas. Al contrario, todos estábamos tratando de construir algo. Cada uno tenía su idea y trataba de juntar voluntades en ese momento en que era realmente tremendo lo que estaba pasando en el país. Ver esa voluntad de cooptación te predisponía mal porque iba en contra de los intereses generales. Es algo que viví y que me dolió. Se habló mucho de este tema que creo que fue lo que hizo que las asambleas cayeran.

Di Meglio: –La crisis de 2001 es a la vez reciente y lejana. Mientras uno vive algo, se va acomodando a la situación. Cuando se lo recuerda, en cambio, se ve que hubo cosas fascinantes pero también pesadillescas. Recuerdo ejércitos de gente cartoneando, buscando comida. Había un tren especial para los cartoneros.

Pigna: –El tren blanco.

Di Meglio: –Recuerdo a la clase media que intentaba vender su departamento en Parque Rivadavia, vender cualquier cosa, hacer trueque. Estaban los patacones y muchas cosas de un país absolutamente destruido. A la vez, estaba el entusiasmo que generaban las asambleas. La sociedad se había acostumbrado a tener una bota en la cabeza y ahí pudo comenzar a discutir el modelo económico. A veces hay una exaltación épica de 2001 y es cierto que tuvo elementos épicos, pero también fue muy trágico.

Pigna: –Uno no se puede poner en el lugar del historiador que lo ve como un momento fascinante sin decir que fue tremendo, que costó sangre, que mucha gente la pasó muy mal.

Di Meglio: –Había un 50% de pobres.

Pigna: –Sí, no se puede hablar de procesos históricos interesantes sin decir también que son tremendos.

Harari: –Hay algo importante. Las luchas siempre cuestan, pobres hay hoy en día también…

Pigna: –No, no, pará, no es así.

Harari: -Si vamos a las estadísticas, el país tiene hoy la misma desocupación que tenía en el año ’94.

Pigna: –Estamos hablando de 2001 y el país no tiene la misma desocupación que en ese momento.

Harari: –Sí, el 2001 fue sin duda una caída, pero fue también una oportunidad que abre un proceso revolucionario, un proceso en el cual la dominación está puesta en juego por un sector minoritario. Pero tampoco la clase dominante tiene muy en claro qué quiere hacer. Es un momento de desconcierto. Aquí se habló de fin de un ciclo y no coincido con lo que se refiere al ciclo económico, porque la Argentina sigue siendo un país agrario, depende de la soja. La industria no tiene ninguna viabilidad en términos de competitividad. De hecho, hoy en día el superávit fiscal está en el mismo nivel que en 2002.

Pigna: –Pero con un PBI mayor.

Harari: –EL PBI es menor que en el ’96.

Di Meglio: –¿Vos querés decir que toda la gente es tonta y que no se da cuenta de que estamos igual?

Harari: –La gente también se equivoca. De hecho, votó a Menem.

Pigna: –Entonces, según vos, hay un malestar económico.

Harari: –Hay un malestar económico que no llega a la política. En los últimos años se ha acrecentado el nivel de huelgas, el nivel de los conflictos sociales.

Di Meglio: –Posiblemente esto tenga que ver con que tenemos un gobierno que atiende ese tipo de demandas. El 2001 llevó a la gente a discutir en la calle. Hoy, cualquier demanda la lleva a la calle, por eso no se puede decir acríticamente que las huelgas son lo mismo desde el 1800 hasta hoy. Hay que ver las coyunturas y en la coyuntura de 2001 la conflictividad se dirime en la calle y eso no quiere decir que estemos peor. Justamente, ahí se puede ver el poder transformador del 2001 que, en mi opinión, le dio a la calle una fuerza que no tenía en los ’90.

–Más allá de su condición de historiadores, ¿cuál es el recuerdo más nítido o más doloroso de la gran crisis de 2001?
Pigna: –Lo más doloroso fueron las muertes y las imágenes que se vieron con posterioridad de la miseria. También tengo muy vívido el episodio del policía que en Flores masacró a tres chicos que estaban mirando televisión. Uno vivía una angustia muy grande en aquel momento. Yo vivía cerca de Plaza de Mayor. Iba y venía todo el tiempo. Con unos compañeros habíamos comprado bolitas para impedir la acción de la caballería, pero no se podía llegar, era tremendo. Lo digo y me conmueve porque viví muy intensamente la sensación de que se caía el país.

Di Meglio: –Yo lo viví de una manera parecida. Ya todo el menemismo fue un bajón. Todo era derrota, falta de esperanza. En 2001 lo impactante era la miseria. A la vez, en ese momento hubo mucha efervescencia. Ir a la Plaza, ir a las marchas generaba una especie de antídoto contra tanto malestar. Lo que recuerdo también es lo inesperado. Golpear una cacerola para mí tenía que ver con los cacerolazos contra Salvador Allende. Cuando escuché los primeros cacerolazos encendí la radio para ver quién los convocaba. No los convocaba nadie y de pronto salí a la calle con una cacerola. Nos reunimos un montón de gente en la esquina golpeando las cacerolas y nos mirábamos sin decir nada. Esos son momentos de los que se dan pocos en la historia. Por un rato, todo se puso en cuestión.

Harari: –Viví con mucha tristeza los 30 muertos, la masacre de Puente Pueyrredón. Ese día se cortaron todos los accesos a la Capital. Yo estuve en la asamblea donde se votó eso. Toda esa tristeza se resignificaba pensando que podía tener un sentido, que podía haber un futuro. Le podía tocar a uno y se tenía que morir por ese futuro, uno lo hacía. Pero hubo un día en que me di cuenta de que ese futuro, por lo menos en lo inmediato, no iba a llegar. Ese día fue el de la represión en Bruckman en 2003, antes de las elecciones. Veía que ya no éramos muchos y que estaba disminuyendo la resistencia. Cuando ganó Kirchner, pensé: “Tantos muertos para esto.” Sé que puede doler, pero fue lo que pensé.
Fuente:TiempoArgentino

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