10 de diciembre de 2011

EL DEBATE SOBRE LA CREACION DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTóRICO..

EL DEBATE SOBRE LA CREACION DEL INSTITUTO DE REVISIONISMO HISTORICO
Los dilemas de la historia
Por Rubén Dri *
¿La Triple Alianza o la triple infamia?
Escribe Luis Alberto Romero: “Un reciente decreto creó el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. De sus fundamentos se deduce que el Estado argentino se propone reemplazar la ciencia histórica por la epopeya y el mito” (La Nación, 30 de noviembre de 2011). Esta afirmación con la que Romero inicia su artículo se sustenta en la suposición, que para el autor es una verdad indiscutible, de que hay una historia científica, completamente objetiva, que se estudia, investiga y narra en el Conicet y en las universidades. El Instituto que ahora se crea propone una narrativa que pertenece al género de la epopeya y el mito. Esa concepción de lo científico supone que la historia es una sucesión de “hechos” que el científico, mediante la utilización del método correspondiente, es decir, del método “científico”, descubre, analiza y expone. De esa manera se cumple el principio fundamental del método científico sustentado por el positivismo, formulado por Durkheim: “Tratar los hechos sociales como cosas”.

Frente a esa concepción exclamaba Nietzsche: “En mi criterio, contra el positivismo que se limita al fenómeno, ‘sólo hay hechos’. Y quizá, más que hechos, interpretaciones. No conocemos ningún hecho en sí, y parece absurdo pretenderlo”. De aquí se ha deducido que no hay hechos sino interpretaciones. Estaríamos en los antípodas del positivismo o, si queremos, del empirismo.

Frente a estas posiciones nos decía Max Weber que en las ciencias históricas el objeto de conocimiento se conforma mediante la síntesis de valores y hechos, o sea, del hecho valorado o significativo. El problema, en consecuencia, es cómo se determina un hecho histórico. Es evidente que quien lo determina es el sujeto.

Tomemos un hecho histórico como es la denominada “guerra del Paraguay” o “guerra de la Triple Alianza”. Si queremos tomar ese hecho como “cosa”, todos estamos de acuerdo. Esa guerra existió, hubo una triple alianza, se dieron tales combates. Sobre eso puede haber diferencias sólo en tanto se conozcan o no los documentos necesarios. Pero en ese ámbito que sería el correspondiente al hecho puro, al hecho como “cosa”, podemos ponernos todos de acuerdo, recurriendo al método o a los métodos científicos. El problema es que no se trata de un hecho puro, que para las ciencias históricas no existe. Ese hecho, que duró siete años, se enmarca en un proyecto que tiene que ver con la configuración del continente latinoamericano. ¿Fue la guerra de la civilización contra la barbarie? ¿Fue la guerra para llevar la democracia a un Paraguay sometido a la tiranía de Francisco Solano López? ¿Cuál es el método “científico” que me puede orientar para dilucidar un problema de tanta significación para nuestra historia?

Es evidente que ese problema hallará su solución si tengo en cuenta lo que dice Nietzsche sobre el momento de la interpretación del hecho y Max Weber sobre la valoración. Es decir, debo partir del sujeto, del significado que el sujeto ve en el hecho, significado que depende del proyecto político. En este caso, como en el caso general del revisionismo histórico, estamos hablando del proyecto de país o de nación, en consecuencia, estamos hablando de un sujeto que como tal necesariamente es histórico, se sustenta en un pasado custodiado por la memoria, desde la cual se proyecta hacia el futuro.

Para encontrar el significado de la guerra del Paraguay, o sea, para encontrar el hecho significativo de dicha guerra, debo preguntarme ¿por qué se dio esa guerra? ¿Por qué se la llevó hasta la destrucción masiva del pueblo paraguayo? ¿Por qué Mitre la lleva a sangre y fuego y todo el interior, salvo excepciones, se opone? Ya no nos encontramos con un hecho puro sino con el hecho significativo, es decir, con el hecho histórico, y aquí no es cuestión de que busquemos un consenso, sino indagar sobre cuál era el proyecto de país que sustentaban Mitre y su equipo y por qué no sólo había que derrotar a Solano López, sino destruir al Paraguay. Hoy eso no es difícil averiguarlo. Ninguna guerra puede comprenderse si no se conoce el proyecto por el cual se la lleva a cabo. ¿Por qué motivo Felipe Varela levanta la montonera en contra de la misma? Su proclama lo dice claramente, por la “unión americana”. La guerra se hacía en contra de la unión americana, es decir, en contra de la Patria Grande. Dos proyectos antagónicos se encuentran enfrentados. La patria chica mitrista, dependiente del imperio inglés que no podía entrar sus mercaderías en un Paraguay que había desarrollado una floreciente industria propia, y la Patria Grande Latinoamericana. El Paraguay de Solano López era el último bastión para que de las luchas por la independencia de nuestros países sólo quedasen republiquetas dependientes del imperio británico.

Si no interpretamos ese hecho histórico desde los proyectos contrapuestos, esto es como hecho significativo, sólo nos queda hacerlo desde la bondad o maldad de los sujetos singulares que lo protagonizan. Pero no se trata de bondad o maldad, sino de proyectos políticos que, como tales, son históricos.

El relato de la historia nacional que conocemos, la que hemos aprendido en la escuela y leemos diariamente en los monumentos, nombres de las calles y de las plazas, es eso, un “relato” que sustenta la construcción del modelo de país que se ha realizado y se defiende. Si no estamos de acuerdo con ese modelo de país, si estamos empeñados en una transformación profunda, es lógico que revisemos el relato.

En el relato oficial que se nos ha enseñado, San Martín aparece como un héroe impoluto, puesto sobre un altar, ajeno a todas las luchas. Ese altar y ese San Martín no dejan de ser una falacia. Ese San Martín se da de patadas con el San Martín cuya primera intervención pública fue poner sus tropas frente a la casa de gobierno y exigir la renuncia del primer triunvirato, cuyo secretario era Rivadavia. Nada tiene que ver ese San Martín “alma bella” con el San Martín que desobedece las órdenes de Buenos Aires, que es boicoteado por Buenos Aires en su gesta latinoamericana, que lega su sable a Rosas y que muere en el destierro.

El relato histórico siempre se hace desde un proyecto político, para darle legitimación o, en otras palabras, sentido. En cuanto al momento fáctico de los hechos históricos narrados puede haber coincidencia entre las distintas versiones del hecho histórico. Por ejemplo, el cruce de los Andes implica el momento fáctico que implica los preparativos, la consecución o fabricación de armas, la cantidad de soldados. En todo ello no hay problema. Pero el hecho histórico “cruce de los Andes” no es simplemente eso. Es todo eso más el significado, o sea, el proyecto. El hecho histórico es visto y valorado de manera diferente y contrapuesta si se lo hace desde el proyecto de patria chica de la pampa húmeda con epicentro en Buenos Aires o desde la Patria Grande Latinoamericana.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
Fuente:Pagina12

La necesidad de revisar la historia
Por Norberto Galasso
La creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego” continúa promoviendo polémicas que provocan gran confusión, no sólo en el lector común sino incluso en la militancia del campo popular. Justamente en estos momentos de profundos cambios, cuando necesitamos mayor claridad y transparencia, nos encontramos con declaraciones contradictorias, posiciones vagas, calificativos insólitos, etcétera. Y esto debe aclararse porque, en el fondo, no estamos discutiendo cuestiones historiográficas sino políticas ya que, como sabemos, “la historia es la política pasada y la política es la historia presente”.

Tanto personalmente como al mismo tiempo en mi carácter de integrante de la Corriente Política Enrique Santos Discépolo, considero que la “Historia Social” no impugna a la vieja Historia Oficial –cuyos “héroes” predominan aún en los institutos de enseñanza, las estatuas, los nombres de las plazas, etc.– sino, como reconoce Halperin Donghi, “trata de ilustrar y enriquecer, pero no poner en crisis, con sus aportes, a la línea tradicional”, pues “el país debe enriquecer, pero también reivindicar la tradición política-ideológica legada por el siglo XIX”, es decir, el liberalismo conservador sustentado por el mitrismo. Asimismo, después de largos años de rendir culto al supuesto “rigor científico”, el mismo profesor ha confesado últimamente que no hay historia neutra al referirse a su obra: “Lo que no hice, y eso evidentemente, es muy objetable, pero es inevitable, es justificar la selección. Mi selección está hecha con mi criterio, es decir, lo que me parece importante. Ahora tengo una especie de adversario, el historiador nacionalista Norberto Galasso, que explica que para hacer historia hay una etapa en que se junta todo y otra en la que, desde una perspectiva militante, se explica la versión que a uno le gusta. Es una manera un poco tosca de decir lo que todos hacemos”. Y agrega: “Cuando hago una reconstrucción histórica de alguna manera, lo que es un poco desleal, es que eso lo tengo adentro, pero no lo muestro” (La Nación, 13/9/2008). Después de explicarle que no soy nacionalista sino que adhiero a la Izquierda Nacional, le contesté que celebraba su confesión porque, hasta ahora, “ellos, los historiadores profesionales”, eran “científicos” y nosotros, “curanderos”, y de allí en adelante resulta que inevitablemente todos somos “curanderos”, es decir tendenciosos (también le agregué que su referencia a mi estilo “tosco” se entiende porque en la militancia sólo se puede ser “tosco”, y si Agustín, mejor). Pero La Nación, rindiendo culto a “su” libertad de prensa, no publicó mi respuesta.

Dejo, pues, en claro que apoyamos la preocupación del gobierno por recuperar la conciencia nacional, por superar la interpretación liberal–conservadora de la Historia Oficial y la saludamos como una nueva expresión de la política que se viene realizando en distintos ámbitos, como el científico tecnológico, la unión latinoamericana, etcétera.

Esta aclaración resulta necesaria pues amigos y compañeros me han preguntado últimamente cuál es la razón por la cual no nos incorporamos al Instituto de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”, atacado por los llamados “historiadores profesionales”, académicos y grandes grupos mediáticos. La causa reside en que desde el Centro Cultural Discépolo venimos trabajando desde hace muchos años en defensa de “La Otra Historia” (sobre la cual publicamos 30 cuadernillos allá por 1997 y 10 DVDs, últimamente, en coproducción con el Incaa) y hemos venido sosteniendo charlas-debate, polémicas y ciclos (como en el ND Ateneo, con 600 concurrentes) y que últimamente ha llevado a nuestro grupo a hacer capacitación en la Cancillería por invitación de ese excelente historiador que es Carlos Piñeiro Iñíguez, en agrupaciones militantes del campo nacional, en organizaciones sindicales, congresos docentes, etcétera. Asimismo hemos publicado cuatro tomos titulados Los Malditos, a partir de 2005, gracias al apoyo de Hebe Bonafini, en su editorial de Madres de Plaza de Mayo (y probablemente pronto lancemos un quinto tomo), donde recuperamos aproximadamente 500 argentinos silenciados por la clase dominante. El mismo grupo lleva ya tres años dando seminarios de Historia Argentina en el ámbito universitario y ha publicado, por encargo del director de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, profesor Mario Oporto, El Cronista del Bicentenario, que va por el número 6, destinado a las escuelas bonaerenses. De toda esta labor surgió, desde hace ya mucho tiempo, el proyecto de constituirnos en Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales “Felipe Varela”, en una línea de interpretación histórica que calificamos de federal-provinciana, latinoamericana o socialista nacional. Este Centro de Estudios se fue demorando, pero últimamente avanzamos en su concreción y se lanzará el próximo viernes 16 de diciembre, en Rivarola 154, a las 19.30.

Resulta obvio que después de trabajar en equipo durante más de una década, carecía de sentido disolvernos para incorporarnos al nuevo Instituto, en el cual se advierte un espectro de posiciones muy amplio. Con él no tenemos problemas en trabajar conjuntamente, aun cuando algunos de sus miembros colaboren en La Nación y Clarín, lo cual no resulta de nuestro agrado, pero en la tolerancia propia de la vida democrática no impediría acciones en común, siempre y cuando quede en claro que el propósito no es conciliar con la historia mitrista, ni con la Historia Social, sino polemizar profundamente, con las ventanas abiertas para que ingresen los vientos populares, pues tanto la historia como la política no sólo se hacen con documentos y declaraciones sino con la vida misma a través de la militancia (nosotros salimos tres o cuatro veces por semana a dar charlas en el conurbano, donde estimamos hay más receptividad para nuestras ideas que, sin ánimo de molestar a nadie, en una universidad privada de ciencias o en las academias. Sólo de ese modo, llegando al pueblo, la historia cumple la función, como la poesía, de “ser un arma cargada de futuro”).

Por esta razón preferimos continuar trabajando con el mismo criterio con que lo venimos haciendo desde el “Felipe Varela”, que funcionará como una colateral de la Corriente Política Enrique Discépolo, cuyo apoyo al gobierno nacional –desde una perspectiva independiente– es público a través de nuestro mensuario Señales Populares.

De modo tal, resumiendo, que los campos están claramente delimitados. El mitrismo y sus descendientes, la Historia Social, los autodenominados “historiadores profesionales”, entre los cuales hay algunos valiosos, pero que en general no se caracterizan por importantes investigaciones, están en la vereda de enfrente a la nuestra. El nuevo Instituto Dorrego, en la medida en que integra la Secretaría de Cultura de un gobierno nacional y popular como el que preside Cristina Fernández de Kirchner, se colocará, a través de sus publicaciones y actos, en la misma vereda nuestra, aunque en muchas cuestiones tendremos interpretaciones no coincidentes (por ejemplo: Moreno-Saavedra; Rosas-el Chacho y Felipe Varela, etcétera).

Si no fuera porque algunos son temerosos todavía de recurrir a ciertas figuras peligrosas diríamos que lo deseable y esperable es que ambos institutos “golpeemos juntos, pero marchando separados” para poner fin a las fábulas que todavía hoy confunden a los estudiantes, ya sea las provenientes del nacionalismo clerical, del pretendido neutralismo científico o de la “izquierda abstracta”. Ello ayudaría seguramente a la profundización del modelo en los próximos años.
Fuente:Pagina12

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