Por Eduardo Lucita
Sunday, Dec. 18, 2011
Una evaluación a diez años del ciclo iniciado en 2001, cuando el país estalló en medio de una profunda crisis. A una década de ese levantamiento quedan algunas enseñanzas para pensar desde las clases subalternas.
A finales de 2001 acontecimientos tan extraordinarios como inéditos se desarrollaron en nuestro país, aunque el epicentro fue la capital todo el territorio resultó conmocionado. El poder históricamente instituido parecía derrumbarse y un nuevo poder instituyente mostraba signos de alumbrar. Un graffiti pintado en paredes de Buenos Aires “Que venga lo que nunca ha sido” resulta hoy más que emblemático de lo vivenciado en aquellos días.
Se trató de una de esas excepcionalidades que nos da la historia, esos momentos en que “lo extraordinario se vuelve cotidiano” cuando los hechos se suceden en forma vertiginosa, expresando un ideario de transformaciones profundas, aun cuando los protagonistas no necesariamente son conscientes de los hechos que protagonizan.
Diez años después, el ciclo iniciado en 2001 se ha cerrado. Si dialécticamente reformulaba la ecuación ruptura con / reintegración en el sistema de dominación, es claro que triunfó este último término.
En aquellos días
Una crisis tan profunda como extendida en el tiempo -de 1998 al 2002 el PBI cayó un 19 por ciento y la inversión se desplomó un 60 por ciento; la desocupación y la pobreza crecieron exponencialmente- fue el desencadenante de una dinámica social desconocida hasta entonces que encontró sus razones en el hartazgo por el agobio económico y la desconfianza en los partidos e instituciones del régimen.
Argentina se transformó entonces en un verdadero laboratorio de experiencias sociales: movimientos de desocupados y emprendimientos productivos, asambleas populares de debate y deliberación que recuperaban espacios públicos y empresas recuperadas por la gestión obrera mostraron así madurez para tomar la resolución de los problemas en manos propias y autoorganización/autogestión como formas concretas de agruparse, tomar decisiones y gestionar.
Así la acción directa e independiente de las masas mostró formas de la democracia directa y afirmó el ejercicio de la soberanía popular rompiendo con las prácticas delegativas. Se avanzó con conocimiento de lo que no se quería, de lo que se rechazaba e impugnaba, pero sin la conciencia de lo que efectivamente se quería. La maduración colectiva sacó conclusiones, encontró las formas y logró imponer la revocabilidad del mandato presidencial, pero esta conclusión resultó inconclusa. No alcanzó para definir un objetivo superador, ni construir los medios para imponerlo (su propio mandato).
Reconstitución del régimen
Como es conocido, la política no soporta el vacío. Ante la ausencia de alternativas políticas concretas, la burguesía, que no había perdido su condición de clase dominante pero sí la de clase dirigente, logró reponer la autoridad del Estado y el funcionamiento de sus instituciones. Los asesinatos de Kosteki y Santillán agudizaron la crisis y obligaron a adelantar el llamado a elecciones reponiendo las condiciones del régimen de la democracia delegativa. El kirchnerismo es resultado directo de aquella situación.
La suspensión unilateral de los pagos de una porción significativa de la deuda y la macrodevaluación posterior favorecieron la recomposición de la tasa de ganancia de los capitalistas. Se sentaron así las bases para relanzar la economía y hacer posible que esa ganancia fuera realizable. En paralelo, la modificación favorable de los términos del intercambio en el mercado mundial completó el cuadro para iniciar un ciclo expansivo que alcanza ahora a un inédito período de ocho años de crecimiento sostenido. Los niveles salariales y ocupacionales se han recuperado pero todavía cerca de 10 millones de personas están sumergidas en la pobreza; 1,3 millones de trabajadores están desocupados y el empleo no registrado alcanza a otros 3,8 millones. La precarización, la fragmentación y las desigualdades sociales se mantienen.
El movimiento obrero se ha reconstituido físicamente y se verifica un fuerte recambio generacional en su interior, en tanto que los movimientos de desocupados han retrocedido. El conflicto social se ubica ahora preferentemente en las fábricas y lugares de trabajo, aunque lo territorial mantiene su presencia y se ha ampliado con los movimientos ciudadanos en defensa del agua, de la soberanía alimentaria, contra la minería a cielo abierto, por las cuestiones de género o de los pueblos originarios...
Un legado histórico
Atrás han quedado los debates sobre el carácter de la crisis; si se trató de una insurrección o una revuelta plebeya; la relación entre espontaneidad y conciencia en una situación concreta, o aquella ilusoria -muy afín a autonomistas o neoanarquistas de distinta estirpe- de construir una economía no capitalista al interior de la capitalista. Sin embargo el contenido democrático real, sus formas de autoorganización y autogestión persisten hoy en la memoria social colectiva. Los métodos de lucha recogen aquellas experiencias en las huelgas y piquetes actuales.
Desde entonces, lo político ya no es entendido como un terreno circunscripto a las instituciones tradicionales, sino que su abordaje forma parte de los problemas de la cotidianeidad, de la vida íntima de los sujetos. Espacios que eran vistos como exclusivamente privados movilizan hoy intereses y preocupaciones colectivas.
Los avances en materia de DDHH, la renovación de la Corte Suprema, la ley de medios, el matrimonio igualitario, la ley de defensa de género, el incipiente debate sobre el aborto... todos avances democratizadores, no son explicables sin referenciarse en aquellas jornadas
De aquellos extraordinarios momentos nos queda un legado histórico: nada ni nadie, ni los estados, ni las iglesias, ni las cúpulas sindicales o los partidos pueden reemplazar la capacidad de pensar, de decidir y de hacer de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas, por su propia decisión y acción.
Una década después, el desafío es recoger ese legado, llevarlo a la práctica cotidiana y pensar la realidad no desde cada uno de los fragmentos que esta nos ofrece sino desde la totalidad y organizarse políticamente en esa perspectiva.
Eduardo Lucita es miembro del colectivo EDI - Economistas de Izquierda; integró la Asamblea de Chacarita-Colegiales- Villa Ortúzar.
Foto: Nicolas Pousthomis
A diez años del estallido de 2001, pintaron un mural en honor a Romina, Eloísa y José Dani
Por Fuente: La Web de Paraná
Monday, Dec. 19, 2011
En Churruarín al 1900 plasmaron el mural que recuerda a las víctimas de 2001. “Hay responsables políticos y materiales que deberían estar presos y como no lo están, seguimos pidiendo justicia”, dijo una rosarina
Eloísa Paniagua
A diez años del estallido de 2001, la Multisectorial de Paraná y la Asamblea 19 y 20 de Diciembre de Rosario pintaron hoy un mural para recordar a las 38 víctimas de la represión, en el frente de la casa de Jesús Esquivel, tío de Eloísa Paniagua, quien junto a José Daniel Rodríguez y Romina Iturain fueron asesinados en Paraná. Los militantes rosarinos llegaron a la capital entrerriana en una bicicleteada que realizan por segundo año, uniendo las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.
El mural "es para tener presente a nuestros familiares, y hoy se concretó", destacó Esquivel.
Por su parte Liliana, de la Asamblea de Rosario, recordó que hubo 38 víctimas en todo el país, nueve en Santa Fe, entre las que se encuentra el militante social de Concepción del Uruguay Pocho Lepratti, asesinado en Rosario, y tres en Entre Ríos.
"Desde la Asamblea venimos pedaleando la justicia, porque llegamos en una marcha de bicicletas que une Paraná, Santa Fe y Rosario, con una construcción de murales para acompañar a las víctimas y hacer memoria", explicó.
En ese sentido la militante consideró que "la memoria es importante para construir la justicia. Y creemos que esta es una manera de hacerlo en Entre ríos y Santa Fe, adonde la impunidad estuvo presente y sigue estando, porque la mayoría de las víctimas no tuvieron ningún preso".
Se trata del segundo mural pintado en homenaje a las víctimas de 2001, dado que el año pasado fue pintado otro en calle Larramendi, en cercanías del lugar adonde fue muerta Romina.
FuentedeOrigen:ElOnce
Una década del argentinazo: impunidad en democracia
Por Raúl Zibechi
Monday, Dec. 19, 2011
Días antes del décimo aniversario de los levantamientos populares del 19 y 20 de diciembre, que abrieron una nueva etapa política en Argentina, se realizó en la ciudad de Rosario el primer Encuentro Nacional de Familiares de Víctimas de Diciembre de 2001. Esos días fueron asesinadas 37 personas, incluyendo niños y niñas de 13 y 14 años. Crímenes de la democracia que permanecen impunes.
Debieron pasar 10 años para que los familiares se reunieran, se reconocieran en un dolor común ensanchado por la impunidad, volvieran a llorar a sus muertos y denunciaran que buena parte de los responsables políticos de la masacre perpetrada por el gobierno democrático de Fernando de la Rúa, o sea gobernadores e intendentes (alcaldes), pero también diputados y senadores, siguen ostentando cargos institucionales. Muchos se han travestido adoptando los modales propios de los nuevos tiempos.
En el encuentro que duró tres días, del 8 al 10 de diciembre, confluyeron el padre y la madre del motoquero Gastón Riva, asesinado cuando enfrentaba con su moto las balas policiales; los familiares del niño cordobés David Moreno, de 13 años, muerto por capricho policial; el tío de la niña Eloísa Paniagua, asesinada en Paraná, y decenas de familiares y personas que fueron heridas de gravedad en los días en que la banca se llevó miles de millones del país. Hubo más rabia que congoja y muchas ganas de seguir adelante.
La familia de Claudio Lepratti, Pocho, un militante social que tejía solidaridades territoriales desde su bicicleta, recordó que fue asesinado cuando se paró en el techo de la escuela donde trabajaba como cocinero para decirles a los policías que dejaran de disparar, que allí sólo había niños y niñas. Una bala le perforó la garganta.
Jesús, el tío de Eloísa, un trabajador sencillo, puso el dedo en la llaga cuando dijo con ingenua sinceridad: "No entiendo por qué en todos estos años los derechos humanos no se ocuparon de nosotros". Un chico muy joven, integrante de una banda de rock, se animó con una frase que resume un tiempo histórico: "El 20 de diciembre, en el centro las clases medias y los sindicatos protestaban y no había policía. Pero en los barrios disparaban a matar". En esos barrios, pobres y periféricos, se produjeron los nueve muertos que hubo esos días en la provincia de Santa Fe, la más castigada por la represión.
Frases sencillas que desnudan un modelo de dominación. En esta década el Estado adoptó la defensa de los derechos humanos como una de sus más destacadas políticas. Se focaliza en los crímenes de la dictadura, lo que supone un reconocimiento a las víctimas y el señalamiento de los victimarios. Quedan en la sombra los 3 mil 93 muertos de la democracia (1983-2010) denunciados por la Correpi (Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional), asesinados por las fuerzas de seguridad bajo la modalidad del "gatillo fácil".
Esto, por no hablar de la represión masiva contra los pobres. En la ciudad de Córdoba se detiene a más de 54 mil personas todos los años por la aplicación del Código de Faltas, que permite arrestar y maltratar a los jóvenes pobres cuando salen de sus barrios usando gorros, acusados de "merodeo" porque incomodan a las clases medias. Miles de personas participan desde hace cinco años, en esa ciudad, en la Marcha de las Gorras para exigir la derogación de un código que convierte el paseo en delito por "portación de rostro".
Prácticas de las dictaduras que ahora están focalizadas hacia los barrios periféricos donde se amontonan los ni-nis, chicos que ni trabajan ni estudian y que no tienen futuro en este sistema. Son desechables, números sin rostro.
Recordar los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 sin incluir a los asesinados y los heridos, dejando de lado a los desechables de ayer y de hoy, sería un vano ejercicio de macropolítica, de una sociología que sólo analiza lo que le sucede a otros y nunca incluye a los de debajo de carne y hueso. Ellos pusieron buena parte de los muertos de aquellas jornadas y los siguen poniendo diez años después.
Por eso, no tiene sentido conmemorar el ayer sin traerlo hasta el hoy, sin denunciar un modelo minero-soyero que convierte la naturaleza en mercancía y condena a los pobres a vivir en campos de concentración, allá lejos, en las periferias inundables y contaminadas que por ahora no interesan a la especulación inmobiliaria. Si se atreven a salir, son detenidos a razón de uno cada 10 minutos (sólo en Córdoba) o son asesinados, a razón de uno cada 28 horas en todo el país, según los últimos datos de la Correpi.
Es hora de sincerarse y dejarnos de dobles discursos. Eso que llamamos democracia y derechos humanos tiene vigencia para una parte de la sociedad, quizá menos de la mitad. Un solo ejemplo: en 2009 un vigilante privado que asesinó a un joven discapacitado física y mentalmente en el conurbano de Buenos Aires fue condenado días atrás a dos años y 10 meses, ya que el juez le aplicó la figura de "homicidio cometido en situación de error en el ejercicio de la legítima defensa" (Página 12, 19 de noviembre). Creatividad jurídica para avalar la impunidad.
Los familiares de las víctimas del argentinazo constataron, en sus testimonios durante el encuentro en Rosario, que la impunidad no es una anomalía sino un patrón común. En el mejor de los casos, los que dispararon a sus hijos fueron condenados a unos años de prisión y ya están en libertad. En 2004 el gobierno de Néstor Kirchner les ofreció reparaciones materiales que la mayor parte rechazaron.
La reflexión sobre la impunidad, sobre todo la de los responsables políticos, impone reflexiones más profundas. ¿Podemos pensar a los policías y a los políticos como guardianes del campo de concentración? Si así fuera, los que gozamos de ciertas libertades estamos ante un dilema ético que supone elegir de qué lado de las alambradas nos vamos a colocar, aun sabiendo que esa elección no tiene marcha atrás, porque el sistema no perdona a los que están abajo ni a los que se colocan a la izquierda.
El recuerdo más triste: la muerte de Pocho Lepratti
Por Fuente: El Ciudadano
Monday, Dec. 19, 2011
Por: Santiago Baraldi.
Hace 10 años las hermanas Cappelano estaban en la escuela Serrano, y fueron testigos del asesinato.
El 19 de diciembre de 2001, Claudio Lepratti tomó su bicicleta como lo hacía siempre, y recorrió la distancia que separa barrio Ludueña de Las Flores, más precisamente Caña de Ámbar 1635, donde trabajaba como auxiliar de cocina en la Escuela Nº 756 José Serrano. El clima en Rosario, como en todo el país, era de mucha tensión. En los barrios la presión subía, en algunos puntos de la ciudad había saqueos y móviles policiales por doquier. El ulular de sirenas lo acompañó hasta que llegó preocupado por los pibes que se preparaban para la comida en la escuela enclavada en una de las zonas más pobres de Rosario.
Las hermanas Claudia y Graciela Cappelano dudaron en ir a trabajar ese día por lo espesa que estaba la situación social. Se subieron a la moto, y fueron a cumplir con su labor en la escuela: Claudia como portera y Graciela como ayudante de cocina. Llegaron con los ojos rojos por el gas lacrimógeno que flotaba en los alrededores. Los disturbios y el sonido a las postas de goma y bombas de estruendo no impidieron que las hermanas Cappelano dejaran de preparar la comida. “¿Dónde está Claudio?” preguntaron. “En el techo, díganle que baje”, respondió la cocinera. Las dos treparon a la terraza de la escuela y le avisaron a Claudio que baje. Mientras cruzaron ese corto diálogo, escucharon la frenada del móvil 2270 del Comando Radioeléctrico que llegaba de Arroyo Seco.
“Dejen de tirar que hay chicos adentro, están comiendo”, les gritó Lepratti a los uniformados y como respuesta recibió un escopetazo, el impacto dio en el pecho de Pocho: “Me dieron, y no con las de goma”, fue lo último que les alcanzó a decir a las hermanas Cappelano, testigos del hecho. Ambas, con sus valientes testimonios, llevaron a la cárcel al autor del disparo, el policía Esteban Velásquez, que en agosto de 2004 fue condenado a 14 años de prisión por “homicidio agravado por el uso de arma”. Velásquez cumplió un tercio de su condena y salió en libertad. Hoy, diez años después, vende hamburguesas en un carrito de Arroyo Seco.
Memoria
Graciela fue compañera de trabajo durante ocho años en la Escuela Serrano, donde habitualmente en el turno tarde-noche comen más de 50 chicos. Recuerda ese día a la perfección, como una película se le cruzan las imágenes, la frenada del móvil, los disparos, la sangre que a borbotones salía de la garganta de Pocho, las risas de los uniformados, el pedido inútil a que llamen a una ambulancia, el marido de la cocinera que cargó a Pocho en el asiento trasero, su cuerpo temblando sobre las piernas de Claudia, “me duele mucho”, “aguantá Pocho que ya llegamos”, la guardia en el Sáenz Peña y su muerte en la ambulancia camino al Heca. Desde ese momento, Lepratti se convirtió en símbolo de la resistencia de los sectores más vulnerables Rosario.
“Tanta muerte para que todo siga igual, porque aquí en el barrio la pobreza y la marginalidad están igual o peor que hace 10 años, te diría que peor por la droga, cada vez más, ¿qué dejó la muerte de un muchacho como Pocho? Nada, no sirvió de nada”, resume Graciela con bronca, que hace 26 años trabaja en la Escuela Serrano como ayudante de cocina y recuerda a Lepratti como “un ser buenísimo, preocupado por los chicos, por los pobres”. Y agrega: “Supimos en su velatorio de su trabajo en Ludueña que no sabíamos, la cantidad de gente que lo quería.”
Mientras Claudio fallecía en la ambulancia rumbo al Heca, Graciela fue a la comisaría sub 20 y se topó con el asesino, con los policías que estuvieron frente a la escuela: “Se cubrían entre ellos, negaban el hecho, «si se cayó y se lastimó con un vidrio» me decían. Le contesté que no hay vidrios en la terraza. Uno de los policías se lo llevó a Velásquez para arriba, querían tapar todo, me quería hacer declarar ahí. Le dije al comisario que podía reconocer a los tres que estaban y al que tiró. Hasta quisieron hacer creer que Pocho les había disparado desde la terraza, una infamia absoluta”.
Denuncia
Luego la tarea de Carlos de la Torre, quien fuera director de la escuela, quien acompañó a las hermanas Cappelano a Tribunales, el incesante peregrinar del papá de Pocho, Orlando y su hija Celeste que batallaron para que su muerte no quedara impune. Orlando falleció en noviembre de 2007 en Concepción del Uruguay, adonde había llegado el día anterior de participar en Rosario de los actos pidiendo juicio y castigo a los culpables por los hechos del Diciembre Trágico.
Graciela, resignada, describe al barrio Las Flores y el entorno de la escuela, diez años después: “Veo cada vez más pobreza, lo veo en el comedor, vienen las mamás con los hijos, con los taper para llevarle a los nietos. La droga es terrible, los chicos de la secundaria que vienen drogados, es una cosa de locos, nada que ver con lo que era el barrio antes, yo lo veo cada vez más pobre. La droga está muy fuerte, los chicos saben todo de quienes venden, dónde. Hay lugares que no me atrevo a ingresar; tengo amigas donde antes iba a tomar mate y ahora hay tiroteo entre bandas, los robos y la droga traen venganzas. Por más que haya planes, cada vez hay más pobres. Es horrible cuando te piden más y no le podés dar. Es un barrio con mucha hambre. Ahora que terminaron las clases te vienen de todos lados, por eso me pregunto ¿para qué murió Claudio?”.
Primer Encuentro Nacional de Familiares de las Víctimas del 2001
Por Indymedia Rosario - Radio Popular Che Guevara
Monday, Dec. 19, 2011
Los días 8, 9 y 10 de diciembre se realizó en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario el primer Encuentro Nacional de Familiares de las Víctimas del 2001. El encuentro fue considerado por sus participantes un punto de inflexión en la búsqueda de justicia contra la impunidad reinante en los 38 asesinatos que se cobró la represión gubernamental: “un instrumento de organización, un instrumento de participación y de lucha que hasta ahora no lo teníamos nacionalmente".
El primer Encuentro Nacional fue vivido por los familiares con mucha emoción, con la necesidad de compartir y contarse cosas, con el cuestionamiento de por qué se tardó diez años en hacer un encuentro como este, con muchas preguntas sobre las responsabilidades gubernamentales, sobre el ninguneo de estos casos en tanto violaciones a los derechos humanos, con el balance compartido de que sobre la represión reina una muy homogénea y casi absoluta impunidad, independientemente del signo político de los gobiernos de entonces y de ahora. Con la convicción de que a partir de ahora la lucha por justicia se llevará adelante con renovada energía. “La idea es que juntos pensemos en cómo seguir juntos, qué hacemos con esta impunidad para seguir dándole pelea”, resumió Celeste, hermana de Claudio “Pocho” Lepratti.
En todo el país, una minoría de los autores materiales fueron condenados, la mayoría de los asesinatos quedaron impunes. Pero donde hay una unanimidad absoluta es en las responsabilidades políticas: los que ordenaron la represión asesina no fueron ni siquiera procesados, mucho menos condenados. Todos ellos libres: el presidente Fernando de la Rúa, los entonces gobernadores Carlos Ruckauf (Buenos Aires), Carlos Alberto Reutemann (Santa Fe), Sergio Alberto Montiel (Entre Ríos), Julio Miranda (Tucumán), Pablo Verani (Río Negro), José Manuel De La Sota (Córdoba), Colombi (Corrientes). Estos dos últimos son gobernadores actualmente, en tanto que Reutemann como Verani son senadores de la Nación.
Debate político sobre el 19 y 20
La primera jornada, el jueves 8, tuvo eje en el debate y balance sobre la significación política de las jornadas del 19 y 20. Con una amplia participación de organizaciones populares -sociales, culturales, sindicales, comunicacionales y otras- la jornada la abrió el uruguayo Raúl Zibechi con una reflexión, que luego continuó en un taller de intercambio sobre los ejes "¿Qué nos conmovió? ¿Qué nació después del 19 y 20?". Se buscó encontrar, mediante las experiencias y los recorridos, qué ideas, qué herramientas, qué prácticas cruzan a las expresiones sociales, nuevas y no tanto, a lo largo de la última década.
Entre los participantes tomaron la palabra integrantes del Frente Darío Santillán; de Farolitos y los clubes barriales que los acompañan, como El Federal y el Luchador; los muralistas de Arte Por Libertad; el Bodegón Casa de Pocho de barrio Ludueña y la biblioteca Popular Pocho Lepratti, Gustavo Terés de la CTA, que habló de las experiencias de base que expresan, al interior del sindicalismo, las mismas prácticas democráticas de las asambleas populares y los movimientos de trabajadores desocupados; la Asamblea del Ombú, una de las asambleas de Rosario que sigue activa a diez años del 19 y 20; Indymedia Rosario, que fue fundada a partir de la revuelta popular del 2001, quienes celebramos este debate y sostuvimos la necesidad de mantenerlo abierto para evitar las operaciones de reescritura de la historia que con fines de apropiación política pretende ejercer el kirchnerismo; entre otras organizaciones.
“La memoria toma la palabra”
El viernes 9 la posta pasó a los familiares de las víctimas. Con hincapié en la justicia y la lucha contra la impunidad, con intercambio entre los familiares, contando sus casos, sus recorridos por justicia y como han enfrentado las tácticas que buscan garantizar la impunidad por parte del poder político-judicial en cada una de sus provincias de origen.
El calor pesaba; la charla se trasladó afuera, bajo los viejos árboles que se encuentran junto al anexo de la Facultad de Ingeniería. El viento sacudía las hojas en la tarde y de a poco, uno a uno, los padres, hermanos, hermanas, hijos e hijas, fueron tomando la palabra y contando sus historias. Algunos con la entereza de una década de pelear contra la maquinaria de la impunidad estatal; otros, llorando a sus seres queridos como si se los hubieran arrebatado ayer.
“Se viene viviendo muy emotivamente, a cada rato nos quiebra algún relato, algún recuerdo, alguna cosa que un familiar se anima a compartir”, decía Celeste Lepratti al finalizar la larga, intensa charla. “Pero también al lado del dolor y de la tristeza y por ahí el desánimo que aparece, están también las ganas de organizarnos, de juntarnos, de seguir juntándonos. Hoy nos estamos encontrando y la idea es pensar cómo seguir, como familiares de las víctimas a diez años del 2001, qué hacemos con esta impunidad que es la única cosa que existe a diez años. Esto lo escuchábamos en los distintos relatos, es lo mismo acá en Santa Fe que en Buenos Aires, que en Tucumán, que en el sur, en Río Negro. Por todos lados hay impunidad. Entonces qué bueno que nos encontramos para seguir dándole pelea”.
Uno de los relatos, tan ejemplar de la impunidad reinante, lo contó Norma Arapí, hermana de Ramón Arapí, asesinado en Corrientes. Ramón estaba tomando tereré en la puerta de la casa de su madre cuando se desató una feroz represión policial en la calle, de la nada, de la misma forma que ocurrió en otras provincias; aparecía la policía a disparar en cualquier calle de barrio, aprovechando el caos, aprovechando la piedra libre que había dado el gobierno nacional para disciplinar a los vecinos de los barrios pobres. Impactado por la balacera, Ramón quedó inmóvil y al reaccionar se escapó, intentó entrar en la casa de una amiga pero al ver acercarse a un efectivo policial, se escondió en un rincón del jardín. El policía ingresó al domicilio, lo buscó y le disparó a quemarropa, en el pecho, asesinándolo de inmediato. El homicida arrastró el cuerpo a la calle y lo empezó a patear. Cuando los vecinos reaccionaron e intentaron detenerlo, con la esperanza de que Ramón todavía viviera, el policía levantó el arma y amenazó con disparar sobre los presentes.
Hay un proceso judicial abierto, pero está estacando. Norma lo explica así: “Ningún juez quiere dar sentencia porque el gobernador que estaba y está actualmente en funciones en Corrientes, Ricardo Colombi, afirma que en su gobierno no hubo ningún muerto”.
“Pero sí lo hubo, es Ramón Alberto Arapí. A diez años no podemos tener tranquilidad por el dolor, parece que se fue ayer” concluye Norma, intentando contener la dura emoción que busca desbordarla por momentos.
“Una herramienta de organización”
La tercera jornada, el sábado 10 de diciembre, día internacional de los derechos humanos tuvo como eje la redacción de un documento conjunto, pasando en limpio las conclusiones de las charlas de intercambio y reflexión de las dos jornadas previas.
El debate se inició por la mañana y continuó durante largas horas, mientras los familiares y otras compañeras y compañeros participantes sintetizaban lo charlado en días previos, pero abriendo también nuevos debates, buscando consensos y sentando bases de acción para seguir actuando en conjunto de aquí en adelante.
Raul Zibechi valoró como “muy importante que se haga este encuentro en Rosario, donde por cantidad de población es el lugar del país donde más víctimas hubo”, y consideró que la reunión “me hizo acordar a las primeras reuniones de las Madres de Plaza de Mayo e HIJOS”.
Sobre lo escuchado en las jornadas, Zibechi señaló que “los chicos graficaban que las clases medias en el centro se manifestaban y caceroleaban, y no había policía, y la policía se concentró en los barrios populares donde hizo verdaderas masacres. Esto marca toda la década. Las clases medias se pueden manifestar, y el grueso de la represión cae a los de más abajo, los más pobres a través de la criminalización cotidiana de la pobreza y la protesta impidiendo la organización de la gente, en una tenaza que por un lado es policía y por el otro lado son políticas sociales: paquetes de arroz y balas”.
Por su parte, Sandra Martínez, una de las organizadoras, participante de la Asamblea a Diez Años del 19 y 20, consideró que "hay dos o tres cosas que son centrales. Una es la posibilidad para los familiares de encontrarse y reconocerse mutuamente, en el sentido en que hay algo común que les pasó a todos; es doloroso, pero también fortalecedor. Eso lo expresaron todos, el poder salir de aquí fortalecidos, de saber que esto le había pasado a otros. Poder concretar un espacio que empiece a funcionar como caja de resonancia para que las distintas realidades puedan expresarse y se convierta en un instrumento de lucha para los familiares".
"También", continuó planteando Martínez, "la posibilidad de poder repensar lo que como pueblo hicimos en diciembre de 2001 y poder detrás de eso ir fortaleciéndonos y encontrando en ese proceso de lucha cosas que nos ayuden a seguir. Y otra cosa muy importante para mí es la presencia de los jóvenes, los hijos de las víctimas, muchos que están participando y haber podido generar un espacio para que se encuentren y pueda circular la palabra entre ellos, cosa que hasta ahora no lo habían podido hacer. Un instrumento de organización, un instrumento de participación y de lucha que hasta ahora no lo teníamos nacionalmente".
María Martínez y Aldana Pereyra, viuda e hija de Rubén Pereyra (asesinado a los 20 años)
Dalis Bel, madre de Claudio Lepratti (asesinado a los 35 años)
Luis Moreno, padre de David Moreno (asesinado a los 13 años)
Laura Lepratti, hermana de Claudio Lepratti, y Raúl Zibechi
Norma Arapí, hermana de Ramón Arapí (asesinado a los 22 años)
Edda Luchelli, madre de Gastón Riva (asesinado a los 31 años)
Juan Domingo Riva, padre de Gastón Riva
Jesús Esquivel, tío de Eloísa Paniagua (asesinada a los 13 años)
Lila Mansilla, madre de Yanina García (asesinada a los 15 años)
Sara, hermana de Walter Campos (asesinado a los 24 años)
Fuente:IndymediaRosario
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