17 de enero de 2012

ALREDEDOR DEL DEBATE ENTRE CARTA ABIERTA, PLATAFORMA Y ARGUMENTOS.

ALREDEDOR DEL DEBATE ENTRE CARTA ABIERTA, PLATAFORMA Y ARGUMENTOS
Teoría y práctica de los intelectuales
La polémica desatada entre distintos grupos con visiones diferenciadas sobre la actualidad política ya genera reflexiones, como las que se publican en esta página, sobre el papel de los intelectuales y el momento y la forma que eligen para dar a conocer sus conclusiones.
Mucha doxa y no tanta episteme
Por Alicia Entel *
Quiero hacer una afirmación: en la historia argentina nunca hubo tanta libertad de expresión como actualmente. Todo el mundo opina, claro que a través de diferentes medios. Algunos muy masivos y otros sólo mínimos. En los últimos años se ha extendido, casi como un permiso interno desde las subjetividades ciudadanas y una habilitación objetiva desde las instituciones, para que el opinar se extienda, para que los debates fluyan. Me parece muy bien.

Pero ya entre los griegos, así como diferenciaban doxa –opinión– de episteme –algo así como ciencia– también estaba presente la idea de kairós u oportunidad. Es decir, saber cuándo y cómo. En este sentido, no me parece oportuno que mientras la presidenta de la Nación se reponía de una cirugía que tuvo stress, susto, población apenada y felizmente un no al cáncer, diferentes grupos de intelectuales hayan dado sus opiniones en torno del Gobierno y del país. Algunos sesudos dirán que se trató de mera coincidencia de principio de año, otros insistirán en su deseo de marcar diferencias. Sinceramente, y quizás esto caiga mal, pero toda esa discursividad, especialmente de Plataforma 2012, me suena a tremendo narcisismo. A decir aquí estamos y no nos llamaron, ¡pero! Y hasta a los amigos de Carta Abierta les diría, con todo respeto, que vean cómo colaborar concretamente con la gestión. Así también a los de Argumentos, que parecen marcar una tercera posición, los llamaría a un trabajo cotidiano menos expuesto mediáticamente.

Una frase clave de muchos discursos de los colegas intelectuales ha sido “pensamiento crítico”. Se hacía referencia a la necesidad de ejercitar y validar dicho pensamiento. Desde la cátedra universitaria hace muchos años que analizamos y estudiamos lo que históricamente se llamó “teoría crítica” elaborada, sin ponerle ellos la denominación, por los pioneros de la llamada Escuela de Frankfurt (Adorno, Marcuse, Benjamin, Löwenthal). Teoría que dio lugar a controversias, que tiene su recreación latinoamericana, que inspiró acciones ya legendarias pero de reivindicaciones vigentes. Lo cierto es que no consiste simplemente en decir no, presupone un sustrato de pensamiento dialéctico, poético y de nueva sensibilidad. Me alegra que muchísimos ex estudiantes que han pasado por la cátedra –algunos hoy funcionarios– lo recuerden y hagan aportes concretos al respecto.

Creo –y tal vez me equivoque–, pero un problema que tiene el campo intelectual es el de la confusión entre discurso y acción. En alguna oportunidad fui funcionaria universitaria y advertía cómo diferentes grupos, cuando había un problema, escribían un documento bien redactado y creían que con eso bastaba, que el problema así ya estaba solucionado. Casi como si emergiera en ellos una suerte de pensamiento mágico. Sabemos profundamente que las cosas no son así. Que la política es lucha, negociación, oportunidad, acciones concretas Y lo importante, sobre todo en estos tiempos, es advertir hasta qué punto, con esa dosis de magia y cierto narcisismo, a quiénes se les está haciendo el juego.
* Doctora en Filosofía.

Las ideas y la experiencia social
Por Alejandra Rodríguez *
”Actuar con el pensamiento es propio de todos, por ende, de nadie en particular (...) En este sentido, nadie tiene derecho a hablar como intelectual, lo que equivale a decir que todo el mundo lo es.”
Jacques Rancière

El debate en torno de la figura del intelectual y su relación con el poder político es de larga duración. Esta tensión es reavivada por algunas situaciones que despuntan cada tanto en la escena pública; son ejemplo de ello en estos últimos días, la entrevista a José Pablo Feinmann en el diario La Nación y la aparición de Plataforma 2012, así como lo ha sido en su momento el cruce entre Vargas Llosa y Horacio González o la participación de Beatriz Sarlo en el programa televisivo 6,7,8.

Una de las características sobresalientes de este proceso político es justamente la aparición pública de los denominados y autodenominados intelectuales. A partir de esto nos permitimos reflexionar acerca de la condición del intelectual y su relación con la vida social, en tal caso, repensar esta denominación distintiva arraigada en el sentido común que les otorgamos a ciertas personas cuando las definimos como “intelectuales”.

Una primera aproximación al concepto “intelectual” admite la existencia de personas con determinadas características diferenciales en relación con otros. Ser un intelectual supone el ejercicio del intelecto, por lo tanto son intelectuales aquellos que trabajan con el pensamiento y las ideas. En muchos casos el término intelectual es utilizado como sinónimo de “académico”. Por otra parte, existe una idea romántica e iluminista en torno del intelectual, aquella persona que en soledad es capaz de gestar las ideas más brillantes y originales, por lo tanto es necesario que éste mantenga cierta distancia de la masa social, del poder político y de los medios masivos de comunicación para garantizar un pensamiento critico, complejo y original. La soledad es la garantía para que esto suceda. En esta línea, los intelectuales requieren del reconocimiento y valoración de sus ideas, y eso es legítimo, siempre que se considere que las ideas son propiedad de una cabeza ilustrada, reflexiva e iluminada.

En este sentido quisiéramos replantearnos esa posición frente a las ideas, ya que consideramos que éstas son productos de contextos socioculturales, de relaciones intersubjetivas y actos de comunicación que suceden entre las personas de una comunidad. Las ideas son sociales.

Los pragmatistas norteamericanos: Holmes, James, Pierce y Dewey, tenían diferencias personales y filosóficas, pero compartían una idea sobre las ideas, ellos creían que las mismas no están “ahí” esperando ser descubiertas, sino que son herramientas –como los tenedores, los cuchillos y los microchips– que las personas crean para hacer frente al mundo en que se encuentran.

Desde esta perspectiva todos somos intelectuales porque todos somos capaces de pensar; el pensamiento no es privativo de nadie, por más trayectoria académica que una persona posea. Este posicionamiento nos lleva a cuestionar la doxa, esa opinión que otorga autoridad a los intelectuales para intervenir en las cosas de la política. El proceso político transformador que estamos transitando necesita ser profundizado con constructores pensantes, por eso creemos que es necesario reconfigurar esa posición sostenida de que sólo aquellos habilitados y formados para pensar son los que pueden otorgar legitimidad o cierta claridad lumínica a los acontecimientos sociales. El tiempo que transcurre no necesita ser iluminado por los que piensan, como si fuesen una parte externa del mismo, un grupo de voyeurs hermeneutas, cuya racionalidad que sobrevuela el común de las personas es la indicada para develar y explicar el sentido de las contiendas políticas y culturales. El alumbramiento sucede en las múltiples expresiones comunicativas y en el carácter de autorreflexividad colectiva que los pueblos tienen producto de la experiencia social compartida.

En estas posiciones se dirime la sintonía fina de la disputa cultural del presente, un tiempo en el que la originalidad y la soledad del pensamiento (si es que esto fuese posible) no son valores primordiales. La generosidad de este momento político nos demanda la construcción de artilugios teóricos, discursivos y retóricos que sean interpelados en su aplicabilidad social, no para explicarles a los “no intelectuales”, ni para contribuir a la interpretación de lo que va sucediendo, sino para comprender colectivamente el devenir de este tiempo y el horizonte de nuestra experiencia. Esta comprensión de conjunto se construye en la vida social, no en la cabeza o la voluntad de una o algunas personas. La producción de igualdad es una tarea que nos debemos también en este sentido. Como sociedad nos queda el desafío de reinventar nuevos modos de producción de conocimiento, nuevos modos de pensar la relación entre el campo de las ideas y la experiencia social.
* Licenciada en Artes Combinadas (UBA), integrante de Pensamiento Militante y Red Mujeres con Cristina.
Fuente:Pagina12

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