Murió el Flaco Spinetta
PARA SABER CÓMO ES LA SOLEDAD
Por Diego Fischerman
El fundador de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Jade fue el compositor de algunas de las canciones más significativas de los últimos cuarenta años, más allá de los límites del rock.
LUIS ALBERTO SPINETTA FALLECIO AYER, A LOS 62 AñOS
Hoy todo el hielo en la ciudad
El fundador de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Jade fue el compositor de algunas de las canciones más significativas de los últimos cuarenta años, más allá de los límites del rock.
Por Diego Fischerman
En la tarde de ayer, Silvio Rodríguez subió en su blog una foto y la letra de una canción. La foto era de Luis Alberto Spinetta y la letra la de “El anillo del Capitán Beto”. El cantante y compositor cubano, atravesado como tantos por el dolor, ponía de manifiesto una verdad incontrastable. Algunos, los mejores, pueden ser nombrados tan sólo con sus obras. Estaban los datos fríos: el cáncer de pulmón diagnosticado en julio del año pasado, los mensajes en Twitter de sus hijos, la noticia descarnada: Spinetta había muerto a los 62 años. Más allá de la biografía, de las minucias de un periodismo amarillo que tampoco esta vez estuvo a la altura de las circunstancias, de una privacidad que no debió ser invadida ni debería serlo tampoco ahora, para sus hijos, que estuvieron a su alrededor en los momentos finales y que lo cremarán en privado, hay una historia. Y esa historia les pertenece sólo a ellos. Para los demás, Spinetta no ha muerto porque allí está, y seguirá estando, su obra.
Las exegesis abundarán en fórmulas como “padre” o “fundador del rock nacional”. Limitar su importancia a la mera estadística de un género sería, sin embargo, una injusticia mayúscula. Porque de lo que se trata no es de quién llegó primero a ningún lugar ni del modesto valor que pudiera tener la invención del rock argentino. Todo eso existe, eventualmente, pero lo que Spinetta hizo, como antes Dames, Demare, o Falú, fue crear algunas de las canciones más significativas de los últimos cuarenta años. Ni “Ella también”, ni “Barro tal vez”, o “Los libros de la buena memoria”, o “Las golondrinas de Plaza de Mayo”, o “Laura Va”, “Durazno sangrando”, “A estos hombres tristes”, “Los elefantes”, “Hoy todo el hielo en la ciudad”, “La cereza del zar”, “Credulidad”, “Seguir viviendo sin tu amor”, “Tema de Pototo” o “Tu vuelo al final”, por sólo nombrar algunas de sus canciones, las primeras en ser recordadas, se agotan en los estrechos límites de un estilo ni de una generación. Cuando, en 1968, Leonardo Favio cantó “Tema de Pototo”, cambiándole el título por “Para saber cómo es la soledad”, entendía, en todo caso, que de lo que se trataba no era de una canción de rock sino, simplemente, de una gran canción.
“La música es algo que va más allá de si uno da recitales o no. Hay que librarse de todo eso y quedarse con la naturaleza del sonido, como para ver bien a qué jugamos con este lenguaje tan maravilloso”, decía Spinetta en una charla abierta ante estudiantes de música, hace once años. Y concluía con una de esas iluminaciones, esas metáforas desaforadas con las que lograba forzar las palabras, invadirlas de un ritmo propio y hacerles decir lo que nadie había dicho antes: “Y a mí, que me siento un pequeño músico, frente a músicas que son el cielo, me encanta poder difundir algunas ideas que creo que son válidas. Me encanta poder hablar de lo sagrado que tiene el sonido, De esa arcilla con la que, si se tiene la visión del cielo, se puede elaborar el cielo”.
Figuraté
El arte de Spinetta, en todo caso, siempre había tenido que ver con llevar los materiales –una melodía de una amplitud melódica inédita, una armonía que la recorría con un significado sorprendente, unos acentos que la convertían en elemento vivo– a su propio terreno, allí donde estaba “la cereza del zar impulsada por él”; allí donde se compelía a figurarse que se perdía “la cabezá”. Esos acentos a contrapelo en la canción “Figuración”, incluida en esa suerte de mapa de futuros territorios que fue el primer disco de larga duración de Almendra, son, en ese sentido, toda una declaración. Porque podría pensarse en un error; en una falta de pericia en la manera de conciliar música y letra; en un trabajo apresurado o demasiado autocomplaciente. Pero, en cambio, están las versiones anteriores de ese tema, escuchadas en vivo, donde todo cabía perfectamente y todavía “cabeza” no se había perdido en un nuevo acento. Y esas versiones muestran que no hay error sino decisión. Que la desnaturalización de la palabra era necesaria para crear un efecto.
El tiempo era veloz, en los finales de la década de 1960. Un día los Beatles sacudían al mundo con la Banda del Sargento Pepper y al otro ya no existían. De un disco a otro de The Who, Procol Harum, Moody Blues o The Hollies había universos de distancia. Y la historia del grupo que cambió para siempre la historia de la música artística de tradición popular en la Argentina también fue rápida. En 1966 The Larks, un grupo en el que tocaban Luis Alberto Spinetta y el baterista Rodolfo García, cambiaba de nombre por The Mods y luego se unía a Los Sbrirros, donde tocaban el guitarrista Edelmiro Molinari y el bajista Emilio Del Güercio, ambos compañeros de Spinetta en la escuela San Román. Después de un año de paréntesis, motivado por el servicio militar de García, en marzo de 1968 el grupo retomaba sus ensayos y cambiaba de nombre. Pensaron llamarse La Organización o El Tribunal de la Inquisición. Finalmente eligieron Almendra. Una conversación casual con el productor discográfico Ricardo Kleiman (también factótum del programa radial Modart en la noche, patrocinado por su empresa familiar), a la salida de un recital de Los Gatos en el teatro Payró, derivó en la firma de un contrato con la RCA Victor. En agosto, la revista Pinap –la primera dedicada casi exclusivamente a lo que todavía se llamaba “música beat” y destinada explícitamente, en la Argentina, a un público juvenil–, en su número 5, hablaba por primera vez de ellos. “Almendra se llama el conjunto que, seguramente, se va a convertir en la sensación de la próxima primavera porteña”, sentenciaba. “El capo del group (sic), José Luis (sic, de nuevo), según algunos de los más entendidos músicos beats de Baires está destinado a ser una especie de prolífico Lennon argentino: tiene alrededor de sesenta temas compuestos, ‘uno mejor que el otro’ según dicen. Almendra ya está grabando sus temas y el mes que viene RCA los lanzará al mercado.” Ya eran capaces de vaticinar el éxito y calificar la música del grupo, aunque nunca la habían escuchado, no sabían el nombre de Spinetta, y anunciaban grabaciones que, en rigor, recién comenzarían un mes después, con el registro, el 20 de agosto, de “Tema de Pototo”.
Fantasía en blanco y blanco
Pero hay una canción grabada apenas unos días después, el 2 de octubre, que alcanza para poner en escena, con toda su magnitud, el talento de este supuesto “Lennon argentino”. El tema ocuparía el lado A del segundo simple del grupo. Su nombre era “Hoy todo el hielo en la ciudad”. La sola mención de la ciudad en un título ya significaba algo. Y esa ciudad era, en este caso, una fantasmagoría. Una ciudad cubierta por el hielo. Un blanco profundo permanente, arriba y abajo; de nada servía perforar el hielo y remontarse al cielo: sólo se podía observar el hielo en la ciudad. Allí aparecía, muy tempranamente, una guitarra distorsionada. También un vibrafón –tocado por Mariano Tito– y un pitido electrónico à la Pink Floyd. Y además, una escena genial. Como sucedería más adelante con el Capitán Beto –esa brillante continuación de Trafalgar Medrano, el camionero espacial que había creado Angélica Gorodischer–, esta fantasía en blanco y blanco aparecía anclada en Buenos Aires, aun cuando nunca se la nombrara. No podía ser otra la ciudad donde “inmóvil ha quedado un tren, entre el hielo de la estación” y en que “mientras no hay nadie que pueda ayudar, los niños saltan de felicidad”. En la ciudad de la dictadura de Onganía, allí donde no se podía hablar y reinaba la censura, y donde el tango venía cantándole a una ciudad irreal –sin casas de departamentos ni migración interna– y a un barrio idealizado y convertido en mito desde hacía décadas, por primera vez esa geografía imaginaria era trazada desde otra parte. Eran los años en que Cadícamo llamaba “cretinos y turros” a los que “escuchan a los Beat’s” y Spinetta cantaba, a los 18 años, “cuánta ciudad, cuánta sed, y tú un hombre solo”.
En 1968, lo que después se llamó rock no entraba en los diarios. Es más, allí no había crítica de música popular. El pionero, en esa materia, fue Jorge Andrés, en sus notas para la revista Análisis y, un poco después, en el diario La Opinión. “Antes de seis meses, no menos de 30 grupos de virginal anonimato lograron un contrato de exclusividad con alguna grabadora o productor independiente”, diagnosticaba en un artículo publicado por Análisis el 30 de marzo de 1971. Allí citaba a un buscador de talentos de un sello grabador diciendo “en la Capital hay por lo menos un conjunto en cada manzana” y afirmaba: “Al cabo de dos años de imprudente utilización, el rótulo música beat comprende ahora cualquier tipo de grupo, con la condición de que sus participantes sean jóvenes, no importa si practican una cerrada investigación underground o se dedican a las tonterías más calculadoras”. Para ese entones, ya todo había sucedido. El 21 de noviembre del año anterior Almendra había actuado en el primer B.A. Rock, en el Velódromo, estrenando gran parte de los temas de su doble, que terminaría de ser grabado seis días después y se publicaría el 19 de diciembre. En esa ocasión, la canción “Rutas argentinas” había sido chiflada por gran parte de los asistentes. Era “música comercial” para los oídos de barricada azuzados por la revista Pelo y su taxativa división entre “progresivo” o “complaciente”. El 25 de ese mes sería la última actuación, en el cine Pueyrredón de Flores.
Distinto, nuevo, desafiante
El protocolo indicaba que los grupos debían separarse, y Almendra se separó. Vino Pescado Rabioso, con la explicitación de un mandato más carnal (y la influencia de Led Zeppelin a cuestas). Pero estaba Spinetta, claro, y entonces todo acababa siendo distinto. Y nuevo, y desafiante. Y ese lenguaje “de época” se mezclaba con una serpiente que viajaba por la sal, y con una de las clásicas e inquietantes –y dolorosamente bellas– melodías de su autor. Después llegó Invisible. Y Jade. Y Los Socios del Desierto. Pero la originalidad siguió siendo la misma. “Veo a la música como el cielo”, decía Spinetta en aquella conversación con estudiantes de música. “Con la complejidad, la magnificencia y la sencillez del cielo”. Allí decía: “Inventar es maravilloso. Porque tenemos esa gran posibilidad de descubrir algo y volverlo cien por ciento efectivo, como decía John Cage. Lograr el máximo de utilidad de una materia sonora que originalmente no fue pensada como instrumento. Cuando no hay catálogo, cuando uno desvirga una materia, todo se inventa y al no haber con qué comparar lo que hacemos, eso es el máximo hasta que venga otro y le saque otro juguito. La materia, en esa primera vez, da todo de sí”. Definía la creación como una “colisión entre uno y los materiales” y “un milagro”.
Dos de las palabras más usadas por Spinetta en sus canciones son “luz” y “mirada”. Pero uno de sus sellos de fábrica –y de todo el rock argentino a partir de él– fue siempre la utilización de palabras inusualmente largas (“desenvolverás”, por ejemplo, en “Abrázame inocentemente”). Palabras que obligan a usar varios acentos o, directamente, a desplazarlos. En una tradición que, en el español, se remonta a Juan de Mena y a Francisco de Quevedo y, más cerca, a Rubén Darío, Spinetta (y curiosamente, casi al mismo tiempo Juan Gelman, en Fábulas) ya desde el primer disco de Almendra forzaba la prosodia. La colisionaba. “Es muy difícil conmoverse con la obra de uno”, decía. Se emocionaba con “ese instante en que la música puede enmudecerlo a uno”. Hoy, enmudecidos de tristeza, los demás, aquellos para los que no ha muerto, se conmueven –y seguirán haciéndolo– con su obra. Esa que ya es capaz de nombrarlo para siempre.
LO RECUERDAN LOS PADRES DEL COLEGIO ECOS
“Siempre nos acompañó”
Por Pedro Lipcovich
Los padres del colegio Ecos recordaron ayer, “en un día de mucho dolor”, a Luis Alberto Spinetta quien, desde el primer momento, los acompañó en la lucha por una mayor seguridad vial que ellos emprendieron luego del choque que mató a sus hijos en una ruta de Santa Fe, en 2006. La hija menor del fallecido músico fue alumna del Ecos y amiga de algunos de los chicos que murieron. “Era nuestro embajador”, señaló Sergio Levin, uno de los padres. “Luis nos acompañó desde el primer día. La primera vez fue en un acto en el colegio, cinco meses después de que murieron los chicos –recordó Levin–. Desde ese momento no se despegó de nosotros, ni nosotros de él. En sus recitales tenía nuestra remera, nuestro mensaje.” Esa remera, con la leyenda “Conduciendo a Conciencia” (el movimiento impulsado por estos padres), vistió Spinetta en el gran concierto que dio en el estadio de Vélez Sarsfield, el 4 de diciembre de 2009, celebrando los 40 años de su carrera como músico.
“Su hija Vera, un año menor que nuestros hijos, fue al colegio Ecos. Pero también iban varios hijos de padres famosos, y el único que se acercó fue él”, observó Levin. “Todos estamos mal hoy, es un día de mucho dolor –contó ayer Lucila de la Serna, otra de las madres–. Luis fue muy importante para nosotros; siempre estuvo su presencia, su amistad, su compromiso. Junto con León Gieco fueron los artífices de la fuerza que tuvieron todos nuestros recitales.” Cada año, el 8 de octubre, los padres vienen organizando recitales de rock para difundir mensajes por la seguridad vial y en recuerdo de sus hijos. “El año pasado no pudo acompañarnos, por su enfermedad, pero también estuvo presente por teléfono. Hoy quisiéramos acompañar a la familia. Sabemos que éstos son momentos para la intimidad, pero para ellos está nuestro amor.”
El 23 de diciembre del año pasado, en la carta pública donde confirmó que padecía cáncer, Spinetta se hizo lugar para destacar: “Pertenezco a Conduciendo a Conciencia y les recuerdo que, ahora en las fiestas, si van a conducir no deben beber”.
OPINION
Dale gracias
Por Roque Casciero
Tal vez no sea lo más apropiado en un momento de dolor, de pérdida irreparable, pero entre las lágrimas la primera palabra que brota es “gracias”. Gracias, Flaco, por hacer de la vida en este lugar del mundo algo mejor, más complejo, más intenso, con melodías que obligaban a devanarse los sesos tanto como esas metáforas imposiblemente perfectas. Gracias por haberle dado cuerpo al rock, por haber estirado sus límites estéticos, por haberlo llenado de imágenes increíbles, por haber sostenido con el ansia creadora eso de que “mañana es mejor”. Gracias por tanta luz en momentos de oscuridad, por esa desesperación para llegar al diccionario y tratar de entender qué era eso de la “credulidad”, por aquel “no tengo más Dios” que ponía en cuestión años de cultura y religión.
Gracias, Luis Alberto, por tanto nuevo amigo con el que tu nombre circulaba como contraseña de confianza inmediata, porque no había forma de que un tipo pudiera ser un hijo de puta si se emocionaba con “Todas las hojas son del viento”. Gracias por tanta cabeza abierta debido a tus canciones y a que no te guardabas el secreto de Castaneda o de Artaud. Gracias por aquel escalofrío imborrable cuando cantaste “Los libros de la buena memoria” en Badía y compañía junto a Pedro Aznar, un imposible momento en que los rayos catódicos transmitieron la sensación de quedarse oyendo como un ciego frente al mar. Gracias por ciertas siestas pueblerinas en las que tu música era el antídoto contra todos los males de este mundo. Por aquel “Rezo por vos” en la tele, por este más cercano que hizo que me empapara en Vélez.
Darte gracias por cada canción que me conmovió conformaría una lista interminable para un momento en el que los sentimientos dificultan escribir cada palabra. Porque eras de otra galaxia, de esa reservada para tipos como Bob Dylan, John Lennon, Lou Reed, Leonard Cohen o Jimi Hendrix. Quizás alcance con decir gracias por Almendra, por Pescado, por Invisible, por Jade, por los Socios, por Kamikaze, por Artaud, por La la la... Y no, seguro que no alcanza.
Gracias otra vez por la noche de Las Bandas Eternas, por tantas lágrimas, tanta emoción, tanta música, tanta poesía, tanto junto (y porque me quedé con las ganas de más, de muchas canciones más). Por “Ella también” con Rapopport, que esa vez abrió el torrente de las emociones. Por confirmar que Invisible o Pescado Rabioso le hubieran pasado el trapo a cualquier banda argentina en cualquier circunstancia. Y por Almendra, porque ese milagro improbable volvió a cristalizarse y a arrasar con cualquier posibilidad de permanecer incólumes, sin quebrarse y rehacerse en un ser humano más elevado por el solo hecho de escuchar esas cuatro voces en “Muchacha (ojos de papel)”.
Y, finalmente, gracias por haber sido tan cabeza dura como para insistir en el mensaje de Conduciendo a Conciencia hasta en tu última manifestación pública, cuando tuviste que salir a hablar sobre tu enfermedad porque algún buitre disfrazado de periodista olfateó carroña donde no la había. Gracias por esa actitud sabia, de ser de luz preocupado por la vida de todos.
Gracias, Flaco. Agnóstico y todo, rezo por vos.
REPERCUSIONES MEDIATICAS DEL FALLECIMIENTO DE SPINETTA
Twitter, medios y buitres para la despedida
El chauflaco fue trending topic de la red social. Desde Diego Torres hasta el Kun Agüero enviaron vía Twitter sus condolencias, en tanto la tele, esta vez, salvo algunos traspiés y golpes bajos, produjo una cobertura digna.
Por Mariano Blejman
#chauflaco decía ayer el videograph de Todo Noticias, mientras se sucedían las imágenes sobre el fallecimiento de Luis Alberto Spinetta en cadena nacional, sintetizando lo que pasó entre los medios convencionales y las redes sociales ante la shockeante noticia. #chauflaco fue el tema del momento en Twitter, mientras los portales abrían a título catástrofe, a pantalla completa, como para darle un sentido más trágico a la tristeza, intentando amplificar una muerte implosiva. #chauflaco fue la confirmación del impacto de la cultura digital en los medios tradicionales. La televisión respondió con notable frugalidad, ascetismo y concatenando fotos, videos y algunas cuantas entrevistas con la imagen del creador que falleció ayer. Nadie, hasta donde pudo ver este cronista, usó la foto macabra que le había sacado hacía unos días la revista Caras.
Decenas de músicos, compañeros de ruta y colegas suspendieron la rutina de la televisión, pusieron sus voces en la radio y se expresaron a través de las redes sociales. Lito Vitale, Miguel Mateos, Valeria Lynch, por poner unos pocos, enterándose en la tele, en vivo y en directo. Velocísimo consenso sobre el sentimiento masivo convertido en trending topic. Los periodistas del mundo rockero, siempre con alguna historia para contar, encuentros que adquieren valor como el precio que se le pone a un cuadro cuando el pintor fallece. El Flaco ya no va a volver a pintar su música. Salvo unos pocos traspiés, tal vez el de Mauro Viale preguntándole a Martín Ciccioli –con absoluta y confesa ignorancia– por el verdadero valor de su obra, e intentando una comparación con Serrat, la cobertura fue digna. C5N hizo un dúplex acertado: ponchó el programa de radio de La Mega y puso a los periodistas rockeros a entrevistar a músicos que lo conocieron: Silvina Garré, Celeste Carballo, Antonio Birabent, músicos de la Bersuit, y un largo etcétera muy bien conducido. Y canal Encuentro puso el especial sobre “Muchacha ojos de papel”.
Ante la ausencia de imágenes familiares, ante el perfil bajo del entorno, la letanía de los músicos y la perfidia de los paparazzi, la tele se dedicó a contar lo que pasaba en Twitter. Que los temas del momento eran #ChauFlaco, #HastaSiempreFlaco, Almendra, Pescado Rabioso, Artaud, Rezo Por Vos, Capitán Beto y que el primero de estos había llegado a ser tema del momento a nivel mundial. Twitter fue la confirmación de la noticia, sus hijos expresaron su dolor en 140 caracteres, curioso, imaginando un mundo donde siempre es hoy. Eterno presente para la ausencia del Flaco, pareciera ser el resultado de la primera emoción. Catarina Spinetta escribió “No habrá un destino incierto, ni habrá distancia que pueda alejarme de ti. Amor eterno a mi Padre”. Valentino Spinetta puso: “Te amo papá, siempre vas a estar en mi alma y mi corazón”. Dante Spinetta tweeteó: “Te amo por siempre Papá”. Vera Spinetta también: “Así mi corazón te añorará. Te amo papá”. Casi al mismo tiempo, como si se hubieran puesto de acuerdo. Sin intermediarios, la red social sirvió como cable de agencia de confirmación. Pero también Diego Torres, Jorge Drexler, René de Calle 13, todos hicieron llover frases que parecían perfectas para decir en la red de microblogging: “toda la vida tiene música”, “que nadie, nadie despierte al niño”, “morí sin morir”. Hasta el Kun Agüero salió a contar la noticia en inglés y español estimando que buena parte de sus seguidores internacionales no lo conocía, pero bien podría hacerlo.
La carroña mediática la encontró primero el diario sensacionalista Muy, perteneciente al grupo Clarín, y fue seguida por la “operación buitre” de Caras que –como contó Eduardo Fabregat en este diario– le pidió a un taxista que tocara el timbre para sacarle una foto al flaquísimo Flaco, para regodeo de quienes jamás escucharon un tema suyo. Ese regodeo siguió en Libre y ayer, ante la impotencia de la ausencia, volvió a circular por las redes sociales como tema del momento #RevistaCarasBuitre. Después de esa publicación, y mientras él mismo confirmaba su enfermedad con un dejo de ironía, la salud de Spine-tta se desplomó rápidamente. Y, en ese mismo barrio, donde lo escracharon al flaco, frente a su casa en el barrio de Villa Urquiza, la tele buscaba historias de vida cotidiana, barro tal vez, el flaco sacando la basura, el flaco comprando unas facturas en la panadería, una señora que recuerda que fue el primero que se bajó los pantalones, incluso antes de Charly García, “vos te acordás de eso”, le había dicho alguna vez, datos como para confirmar que Spinetta era un ser humano y no algo extraterrenal. Otra que se lo cruzó “acá a la vuelta” y le pidió un autógrafo para su hermano y él, con esa voz tan dulce, le agredeció por acordarse de él. En el momento en que lo trasladaban de su casa al velatorio, ingresó una Traffic verde de espalda hasta el portón de la casa, alguien puso un trapo rojo y “todas las hojas son del viento”, decía uno de los cronistas televisivos. La tele llegó hasta la puerta, y encontró una franja amarilla como de escena del crimen, pero el crimen no era otro que dejar ir al sonido más cándido que nuestros oídos puedan haber escuchado alguna vez.
“La música es una cosa indomable”
- “Detesto la música y la letra que sobreentiende que uno es chato de pensamiento y de alma. ¿Cómo combatir esa dejadez? Bien: leyendo, escuchando, escribiendo cada vez mejor, redoblando el poder lírico del que uno dispone.”
- “Hay que dejar la actitud rockerita inoperante y salir a ver con claridad para cambiar lo que está mal... si no puedo ni cambiar de tono, ¿cómo voy a poder cambiar lo que afecta la vida de mis semejantes y mi propia vida?”
- “El Luis Almirante Brown de Capusotto es genial. Y muy respetuoso. El personaje no se parece en nada a mí, y sólo utiliza la metáfora, a veces grotescamente desmedida, para referirse a mí. Me muero de risa. A veces, sus temas arrancan muy bien, haciendo alarde de convicciones spinétticas y tonos con vuelo, pero después mira de costado por encima de los lentes y se pudre todo... en casa morimos. Por suerte, yo no caigo en lapsus comerciales, ¡por ahora!”
- “Al lado de mi estudio hay una casa de fiestas. Cuando hay cumpleaños de chicos nosotros bajamos el volumen en el momento de apagar las velitas. Para que nuestra zapada no les invada el cumpleaños feliz. No hay derecho. Nada más lindo que un chico soplando las velitas, viste.”
- “La verdad, no soy tan buen abuelo. O sí, soy un gran abuelo. Mirá, acá pasa esto: ‘Abuelo dame hojas’, y se ponen todos a dibujar. Un regalo de Dios para mí. Les dibujo autos y los colorean, juegan, tocan los instrumentos. Son muy de agarrar la batería, crean, me dedican los dibujitos. Pero no soy de decir ‘el abuelo los lleva acá o allá’, porque yo casi ni salgo. Tengo una vida muy sentada. Ir al cine, al teatro, me cuesta porque todo el mundo te mira... ¡Spinetta, Spinetta!... Es una bendición que la gente te diga que te quiere, pero soy mucho más feliz en casa escuchando a Bill Evans, cocinando... Ahora, si tengo que ir al colegio de Brando, el hijo mayor de Dante, ahí voy con todos los abuelos.”
- “Mi viejo era cantante de tangos. Lo recuerdo ensayando con sus guitarristas. Yo tendría unos cinco años. Abrían esos estuches, brotaba el olor a madera de la guitarra. Y me veo escuchando a mi viejo en una RCA Víctor, tipo catedral, de madera, que había que esperar que se calentara. Hasta que salía la voz de mi viejo cantando por Radio El Mundo.”
- “Cuando empezamos a cantar ‘Muchacha’ con Almendra, veía pibes y pibas llorando cuando la escuchaban. Lo mismo pasaba con ‘Plegaria’. Muchos se flasheaban, lagrimeaban, y uno se ponía a llorar... Ahora veo esos conjuntos de tipos que se golpean y me parece tan horrible eso. La música puede estar fenómena pero la gente que se golpea me parece algo tan poco gentil... Una aberración.”
- “Es un mito eso de que lo mío es difícil. De todos modos, es preferible eso a que sea una cosa de lectura rápida, que no tenga vuelo y carezca de imaginación. Hay un montón de gente que nota la diferencia. Eso es lo más importante. Y para mí es excitante, porque me sitúa fuera del radio de acción del bobero.”
- “Para hacer la tapa de Durazno sangrando compré una pelota Pulpo de goma, la partí al medio y le vacié Poximix para hacer el durazno partido. Después, le hice una cavidad donde alojar un corazón que trabajé con plastilina y pinté con esmalte. Con Dylan (Eduardo Martí) nos tomamos el colectivo 130 a las cuatro de la mañana, en una de las noches más frías que se recuerden en Buenos Aires. Llegamos a los Bosques de Palermo y esperamos que hubiera más luz para fotografiar las ondas del agua simbolizando el durazno caído. En la compañía discográfica querían manejar el arte y me vinieron con un boceto de un durazno con un cuchillo clavado, todo azul con negro. Debería haberlo conservado como testimonio de la locura de algunos ejecutivos de las grabadoras.”
- “La música se parece más a un animal que al hombre. Es como si la música fuera una medusa o una mariposa. Tiene una animalidad, una cosa indomable. Por más que le escribamos o le combinemos lo que sea, siempre abarca mucho más. Y por otro lado despierta sentimientos que no están regidos por ningún rencor.”
- “Cuando veo un milico me da vergüenza, no entiendo cómo una persona se puede haber dedicado a un quehacer tan vil. Tampoco entiendo a los sacerdotes, aunque lucen eróticos al lado de un militar. Cuando me veo a mí mismo veo desfasajes, pero ninguno llega a tener la arbitrariedad de estas figuras. Tampoco voy a decir que lo que veo es un Adonis. Veo un flaco que tiene que bajar la panza de tanta cerveza que toma y a veces es medio tarado. Todas cosas normales.”
Las últimas cuatro citas pertenecen al libro Martropía. Conversaciones con Spinetta, de Juan Carlos Diez.
Otras voces
- Miguel Cantilo: Lo primero que pienso ante la noticia de la muerte de Luis es que su ser debe estar liberado de una enfermedad muy dolorosa. Perdí a mi compañera hace un año, y sé lo difícil que es atravesar por esta situación. Siento que era un espíritu libre y que, libre de esta convalecencia, ahora debe estar aún más libre. Pero lo más importante es su paso por el planeta: su obra fue tan valiosa, que va a poder ser juzgada por las generaciones venideras, y nos enorgullece a todos los que formamos parte de esta corriente de música y poesía. Ha sido una de las banderas más altas que se han levantado entre nosotros. Siempre lo recordaremos y estaremos junto a su obra, así como ha pasado con grandes músicos, para que las nuevas generaciones la tengan y aprendan. En su trayectoria ha habido muchos picos creativos, y a mí me sedujeron todos. Siento que su último concierto fue el broche de oro de una carrera brillante. Pero repito: lo más importante es que todo eso está al alcance de la gente, no es algo que está oculto, o por lo que hay que pagar un alto precio, es un legado que está a disposición de todos los que pueden interesarse por la buena música argentina.
- Fernando Ruiz Díaz (cantante de Catupecu Machu): Un artista, cuando muere, no se va. La del Flaco queda acá para todos. Antes de despedirlo con un Chau Flaco le digo: “Muchas gracias, Flaco”. Para mí, Spinetta fue un héroe. Me acuerdo de cuando dejó de tocar por un tiempo, y frente a las insistencias de su familia, de sus amigos y de los músicos, él dijo: “Wall Disney está congelado hace años y la gente sigue viendo dibujitos”. Pude conocerlo y saber que era un tipo bárbaro. Cuando pasó lo de Gaby (Gabriel Ruiz Díaz, bajista de Catupecu Machu que sufrió un grave accidente del que aún se está recuperando), Guillermo Vadalá, que en ese momento tocaba con Spinetta y había sido productor de bajo de Gaby, me dijo que el Flaco quería saludarme. Me dio mucha fuerza en ese momento, me dijo cosas muy lindas. Tengo cantidad de símbolos asociados a Luis: verlo tocar la guitarra y pensar en querer hacer eso, ser chico e ir a las Barrancas de Belgrano a verlo tocar gratis y flashear, o cuando Gaby lo votó en una encuesta de Página/12 como el artista argentino influyente, categoría en la que ganó el Flaco, de manera indudable. Para mí él y su obra son una inspiración muy fuerte. En una charla me dijo algo que me marcó para toda la vida. Fue en 2003: “Fernando, te tengo que decir algo. Catupecu me hace acordar a Pescado Rabioso. No por la música, por esa cosa de ayudar al complot universal para que explote todo”. Ahora, que la plaza de Cosquín se llame Próspero Luis Alberto Spinetta.
- Lito Vitale: Fue el gran padre del rock argentino, además de ser el músico de rock por excelencia, el fundador del rock en castellano. Lo que nos queda de él es su gran arte y su cabeza pensante. Fue un músico de avanzada. No se quedaba. Siempre trató de superarse, nunca se quedó quieto. Era intuitivo y genial. La noticia de su muerte es una gran tristeza. Tengo un recuerdo hermoso de él.
- Rodolfo García: Era una gran persona y un tipo de una riqueza interior infinita. Todo eso lo traducía en melodías, armonías y poesías. Todo lo que uno puede escuchar de él no es otra cosa que su alma puesta en exposición. Nos tocó vivir juntos una historia en la música, pero para mí era más que un hermano. Tuvimos una amistad que no se interrumpió nunca, primero en grupos amateurs, barriales, después en Almendra y en diferentes épocas de nuestra vida. Era un tipo increíble, fantástico como amigo y como persona.
- Moris: Spinetta ha mantenido a lo largo de estos años un estilo, una forma, una coherencia y una poética más allá de los vaivenes de las industrias y el comercio. Hemos perdido a un gran poeta. Venía a verme en mis primeras épocas, se emocionaba. Nos hemos encontrado en varios recitales, tocamos juntos, tomábamos cafés y charlamos. Fue muy sorpresiva su muerte, yo pensé que tenía un resto de tiempo, que podía tener la posibilidad de curarse. Esto ha impactado mucho, por la velocidad y el desenlace tan rápido que ha tenido. Quiero darle un cariño muy grande a sus hijos.
- Guillermo Vilas (tenista y padrino de Dante Spinetta): La desaparición física de Spinetta es un golpazo terrible. Se trata de una pérdida muy importante para la gente. Tuve la fortuna de haber compartido momentos muy lindos con Spinetta. Era una persona que tenía rigor en su trabajo, era innovador y se esforzaba por hacer las cosas bien. Cuando le dieron el alta creí que estaba bien. No conocía mucho el mundo de la música, me parecía un mundo aburrido, hasta que asistí a un concierto de Pescado Rabioso, y no dormí; iluminó a la gente. Me enseñó un nuevo camino y a partir de ahí fui a muchos conciertos, a los ensayos, tengo muchas fotografías juntos y nos hicimos amigos. Personas como Spinetta no deben irse de este planeta. Es una gran pérdida, especialmente para las personas que lo tenían como referente.
- Héctor “Pomo” Lorenzo: Con la muerte de Spinetta se fue la música, sin él no queda nada. Lo que soy se lo debo a él y ahora estoy roto porque se fue un pedazo mío. Con Luis viví 17 años de música. Y lo que me viene a la cabeza es Spinettalandia, que fue lo primero que hicimos. Fueron nuestros primeros palitos. Spinetta alimentó la vocación de muchos músicos porque se encargó de montar una fábrica de talentos. Compartí más que música. Viajamos a Europa juntos y salimos a pedir por los Campos Elíseos para comer una baguette con camembert. Sabía de la gravedad del estado del Flaco, igual que lo sabíamos todos porque la familia de Luis se encargó de cuidarlo para que su figura no estuviera bastardeada por los medios.
Producción: María Luz Carmona, Karina Micheletto y Luis Paz.
Fuente:Pagina12
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