Relatos desde Viedma
Nuevamente declararon víctimas de la localidad rionegrina de Viedma, en el juicio contra 17 imputados por delitos de lesa humanidad.
Sorprendentemente y a diferencia de lo que venía ocurriendo, en una de las audiencias del juicio a los represores, hubo ausencia de testigos. Sin embargo, eso no impidió que otros, llegados de la localidad rionegrina de Viedma, suban al estrado a brindar su testimonio.
Siguiendo con las ausencias, del lado de los imputados el que faltó por razones de salud, fue Héctor Luis Selaya, quien junto a otros 16, está siendo juzgado por delitos de lesa humanidad, cometidos durante la última dictadura en Bahía Blanca.
Luego de sortear una serie de desperfectos eléctricos que atrasaron la audiencia por casi dos horas, el día miércoles 15 de febrero de 2011, se dio inicio a la misma con la declaración de la testigo Susana Martínez, docente, quien en 1977, junto a su marido, sufrió un secuestro a manos de las fuerzas represivas.
En aquel año, Susana residía en Viedma, capital de la provincia de Río Negro, junto a su esposo y sus hijos de un año y medio, y tres años.
Consultada sobre si había sufrido algo similar antes, explicó que solo recibió, en una oportunidad, una citación y que, además, cuando Jorge Videla visitó Viedma, a fines del 76, fue a buscarla la Policía Federal pero no encontraron su casa.
En cambio, personas amigas de Martínez, sí estuvieron detenidas durante el tiempo que el genocida estuvo esa ciudad.
Por otra parte, Susana narró que en octubre del 77 fue cesanteada de su trabajo en el Instituto de la Vivienda, y una semana después, a las 14 horas, un ostentoso operativo se realizó en su casa.
Susana, su marido e hijos fueron llevados a la comisaría. Más tarde, pudo hablar con un amigo para que se lleve a los chicos, lo cual sucedió, mientras que ella y su esposo fueron trasladados en autos separados, al cruce de las rutas 3 y 22. Allí fueron entregados a personal del Ejército que los vendó y ató para llevarlos al Centro de Detención y Tortura La Escuelita de Bahía Blanca.
Del trabajo, a Susana la echan por un artículo que decía ser de “factor de perturbación real o potencial en el lugar de trabajo”. La misma suerte corrieron otras profesionales.
También mencionó que los policías que irrumpieron en su casa eran de la policía local, la Federal y del Ejército. Esto se desprende de una conversación posterior que tuvo el padre de Susana con un jefe policial.
El inconfundible Tío
Sin acusación alguna, Susana sufrió los primeros empujones y escuchó una voz que no olvidaría nunca, no era otro que el fallecido represor Santiago “Tío” Cruciani: “Un tipo grandote de pelo blanco y con una voz muy potente, muy autoritaria”.
El lugar donde se encuentra La Escuelita lo describió como un campo, donde había árboles, una casa antigua y mucho viento: “Se parecía a mi casa en el campo, cuando era chica”. También destacó que un tren pasaba muy cerca de allí.
El primer día comenzó en la sala de torturas con interrogatorios, preguntas sobre personas y también sobre una serie de libros.
Cuando Videla fue a Viedma, Susana y su marido, sacaron una caja de libros que tenían y que podían resultar sospechosos, y la dejaron en un baldío.
Al día siguiente fueron a buscarlos y ya no estaban. Los represores, se habían apoderado de los libros y ahora preguntaban por los mismos; “Fueron diez días atada a una cama y con los ojos vendados”.
Susana recordó los nombres de Cruciani y de Julián “Laucha” Corres como los de más jerarquía mientras que sobre el personal de guardia dijo que lo único que hacían era traer la comida y jugar al tejo afuera.
Sobre otros detenidos, habló de uno que se encontraba torturado y lastimado y que incluso un médico concurrió para revisarlo: “Según me decía lo estaban torturando desde agosto”.
Para Susana, el cautiverio en La Escuelita resultaba interminable: “Sacaba quinientas conclusiones por día, el tiempo era eterno ahí”.
Acerca de más nombres, señaló a Horacio Calzetta, fotógrafo que le sacó fotos en La Escuelita antes de que la trasladen. A Calzetta, Susana lo conocía porque, estando en Bahía Blanca, lo había visto sacando fotos en las manifestaciones y sabía que pertenecía a los servicios de inteligencia.
El 20 o 21 de octubre, se le devuelven sus cosas y le comunican que iba a quedar en libertad.
Dos oficiales de civil la subieron a ella y su marido en un auto, ambos atados y vendados, y los dejaron en un camino que podría ser La Carrindanga. Allí los abandonaron no sin antes advertirles que no hagan nada hasta que se vayan: “Porque si no íbamos a terminar viendo crecer el perejil desde abajo”.
Minutos después, aparecen dos oficiales y llevan a la pareja a la cárcel de Villa Floresta.
La dictadura que cambió a todos
Un tal Núñez era el encargado de los presos políticos en Floresta, dijo Susana, mientras que su mujer era celadora de la unidad. En una oficina, dos oficiales jóvenes, la interrogaron sobre su posible militancia política y nuevamente se le preguntó por los libros. Uno de ellos era “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano.
El 30 de noviembre Susana fue liberada. Una monja se ofreció a llevarla a lo de unos amigos y así sucedió. Durante su cautiverio, Susana Martínez nunca pudo ver a sus hijos. Su marido fue liberado tiempo después: “Los años de dictadura le cambiaron la vida a todo el mundo”, explicó Susana: “Aterrorizaron a todo el mundo y le cambió la vida a toda la Argentina”.
Autor: Redacción EcoDias
FuentedeOrigen:http://www.ecodias.com.ar
Fuente:Agndh
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