19/04/2012
Román, Minatta y Romero relataron cuando fueron privados de la libertad en Concepción del Uruguay
Continuarán hoy las testimoniales de ex detenidos políticos en el juicio por la Causa Harguindeguy
El juicio se sigue ante el Tribunal Federal Oral de Paraná.
Juan Carlos Rodríguez, Víctor Bandunciel y Carlos Atilio Martínez Paiva presentarán su testimonio este jueves ante el Tribunal Oral Federal de Paraná. Todos ellos fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad cometidos en Concepción del Uruguay durante el Terrorismo de Estado. Ayer tres ex detenidos políticos pudieron relatar su paso por el centro clandestino que operó en la Policía Federal de esa ciudad. César Román estuvo privado ilegalmente de su libertad durante una semana, en la que sufrió diferentes torturas y tormentos, que le dejaron secuelas físicas y psicológicas. “Creo que era una tortura punitiva”, reflexionó. Además, aseguró que en la delegación funcionaba un “régimen complejo”, con turnos, guardias especiales y Grupos de Tareas (GT). Roque Minatta, en tanto, dijo que sufrió dos formas de torturas: “Una psicológica, por parte de una persona preparada y muy capaz, que era (Francisco) Crescenso. Y otro física”. Por su parte, Juan Carlos Romero admitió que todavía siente temor a la “patota” y a los represores que están en libertad. “Tengo miedo permanentemente, me pasó al venir a declarar, pero lo hago por mis compañeros”, asentó.
Por B.S.G.
En la audiencia de ayer, Román precisó que la causa comenzó en febrero de 2006, habida cuenta de la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, más los indultos. “En el ‘83-84 se funda en Concepción del Uruguay la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, y ahí algunos de nosotros hicimos presentaciones, pero no alcanzaron a sustanciarse como denuncia”, puntualizó.
El profesor de Historia, de 53 años, relató su paso por el centro clandestino de detención. El secuestro se produjo el lunes 19 de julio de 1976, a las 21 aproximadamente. “A metros de mi vivienda se apersonan dos miembros de la Policía Federal, se identificaron de civil. Uno de ellos era morocho, de tez mate, bigotes y más adelante cuando ya estaba en la Policía, lo llamaban el Cordobés. El otro era una persona fornida, alrededor de 30-35 años, y se caracteriza por tener una mancha en el rostro”.
“Me agarran con violencia, de los brazos y del pelo. Uno de ellos me encañona con su arma. ‘Quedate quieto pendejo de mierda, vení con nosotros’, me dijeron y me subieron a un Dodge 1.500 negro”, contó. El testigo indicó que lo hicieron ingresar al asiento de atrás del vehículo. “Adelante había dos personas más, una de ellas tenía un arma larga que me apuntaba. Los insultos eran constantes. Desde ese momento me empiezan a interrogar. ‘Cantá dónde está el mimeógrafo, empezá a decir los nombres, pendejo de mierda, te vamos a matar’, me repetían”.
Señaló que detrás del Dodge iba un Fiat 125 color celeste. “Cuando sale esta caravana algunos vecinos la siguen y le informan a mi madre que me habían llevado. Luego ella me contó que mientras era secuestrado la casa fue allanada por el inspector Crescenso y por Julio César Rodríguez, alias el Moscardón Verde”. Román aseguró que el apodo era vox populi en la ciudad y que lo conocía porque concurría a la misma escuela que sus hijos, contradiciendo la afirmación del imputado, que negó ese sobrenombre.
“En la Policía Federal me dejaron en un lugar que se llama el Casino de Oficiales. Ahí me dejaron solo un rato, luego vino el subcomisario Ceballos, que era conocido de mi padre y me dijo ‘cantá pibe dónde está el mimeógrafo porque estos te van a matar’. Inmediatamente, entró Rodríguez, que me pegó una trompada y caigo de la silla. Entra (Darío) Masaferri y las dos personas que me secuestraron”. En ese momento lo trasladaron a una sala contigua, donde empezaron el interrogatorio.
“Fue una situación tremendamente violenta. En un momento me paran y me pegan una patada en los testículos, casi me desmayé, me quedé en el suelo. Traté de hacerme un ovillo y recibí golpes en todos lados, no sabiendo bien quién me pegaba”, narró el ex detenido político, que en ese entonces tenía 17 años.
Según manifestó, simultáneamente llegaban a la delegación otros estudiantes. “Cuando llegué estaba (José) Peluffo y Juan Carlo Rodríguez”, especificó. Y remarcó que todos eran llamados, aislados y torturados.
El testigo hizo hincapié en que en la delegación funcionaba un “régimen complejo”. Al respecto, explicó: “Durante la noche operaba un cetro clandestino de detención y durante el día la Policía Federal. Durante el día nos mantenían con un arma, lo que he llamado los celadores. Estas personas no ejercían violencia sobre nosotros. El problema era a mediados de la tarde, ahí venía el grupo de tareas. Además había un régimen de guardias”.
La semana que permaneció privado de su libertad, Román fue víctima de torturas y tormentos. En una oportunidad, Masaferri le puso un arma en la cabeza y le disparó varias veces, simulando que iba a matarlo. “Todos se reían… Yo creo que era una tortura punitiva, estaba más destinada a destruir mi identidad que a sacarme información”, enfatizó. Asimismo, destacó que le insistían respecto a un mimeógrafo: “Le contestaba que nosotros repartíamos los volantes, pero del mimeógrafo no sabíamos nada”, afirmó.
También narró que el miércoles lo sacaron al patio, lo hicieron quedarse en calzoncillo bajo la lluvia, acompañado de otros detenidos que no conocía. “El jueves fue el día más terrible, por lo que presencié. Me llevaron a los baños, me pusieron una capucha, me hicieron subir una escalera y entrar a una pieza. Lo primero que veo es Carlos Martínez Paiva. Yo creía que estaba muerto, por el color de su piel. Estaba en un elástico atado y tenía el rostro vendado”.
“Masaferri me miró y me dijo ‘empezá a cantar’, y me señaló con algo que pienso que era una picana eléctrica. Se la puso en los genitales a Martínez Paiva, que pegó un alarido tremendo. Ahí me desvanecí… Creo que eso es tortura psicológica. Me dí cuenta de que era imposible salir vivo de ahí”.
Al día siguiente “empezó a correr el rumor de que era probable” que los liberaran. Román contó que Crescenzo -a quien definió como una “persona ilustrada”- le hizo firmar una declaración, que no le dejó leer. “Sólo vi el título César Román delincuente subversivo. Cuando se va le pregunto ‘qué van a hacer con nosotros’, y me respondió que dependía del Teniente Coronel (Raúl) Schirmer”.
“El fin de semana fue mucho más tranquilo y el lunes por la noche tuvimos la reunión con Schirmer. Estaban sentados cada uno de nuestros padres. Nos informó que nos iban a dejar en libertad, pero sería una libertad controlada, vigilada. No recuerdo bien la secuencia cronológica porque estuve una semana sin dormir, pero creo que salí el martes”, describió.
Una vez en libertad, optó por no consultar a un médico por temor a que lo delaten. “Tenía moretones en el cuerpo, por mi propia cuenta decidí no ir a ningún médico. Era un contexto complejo. La gente tenía mucho miedo”, resaltó. Además, indicó que tuvo varias operaciones en sus genitales debido a las torturas. “No es sólo una marca física, sino que también psicológica”, asentó.
Consultado por el fiscal José Ignacio Candiotti, Román contó que se encontró con algunos de los torturadores durante sus regresos a Concepción del Uruguay, ya que su familia lo había enviado a Santa Fe y luego a Misiones.
“Recuerdo que me lo encontraba a Rodríguez, a Masaferri lo vi muchas veces”, detalló. Sin embargo, resaltó lo sucedido en el Mundial de Fútbol de ’78: “Cuando todo el mundo salió a festejar, en la plaza me encuentro con que encabezaba la marcha el Dodge en el que me habían secuestrado, con el Cordobés y Masaferri adentro. Pegué la vuelta y me fui a mi casa”.
El abogado querellante Marcelo Baridón le preguntó al testigo sobre sus grupos de pertenencia. Román subrayó su vínculo con el rock y el centro de estudiantes. Sobre éste último aclaró que “la práctica política es la que puede hacer hoy un chico, había un campo político, pero no eran acciones violentas”.
Respecto al allanamiento en su casa, relató lo que le había dicho su madre. “Fue Rodríguez y otro más y sacaron todos mis posters, rompieron algunos cajones y se llevaron libros. Mi mamá estaba asustada y quedó bastante afectada por esta situación”, refirió.
Párrafo aparte, realizó el reconocimiento de los imputados Rodríguez y Crescenso -éste mediante fotografías. También mencionó que localizó a uno de los uniformados en La Histórica. Precisó que trabaja en una concesionaria de Peugeot, y que puso al tanto a sus representantes al respecto. “Esto fue hace dos semanas aproximadamente”, aseguró.
Por último, el integrante del Tribunal Roberto López Arango consultó al testigo sobre las condiciones de detención y si hubo alguna orden de allanamiento, dejando al descubierto las graves irregularidades de ambos procedimientos.
Minatta: “Sufrí dos tipos de torturas”
“En 1975 comencé a militar en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y en la JP (Juventud Peronista), eran espacios que trabajaban juntos”, señaló Minatta, quien en su declaración explicó que antes de ser detenido se había producido un allanamiento en su casa, pero no se encontraba en la provincia.
De acuerdo al relato de sus padres, en el operativo estuvieron Moscardón Verde y Masaferri, quien le pegó a su padre y lo amenazó. Los uniformados se trasladaban en un Falcon, cuyo color no pudo determinar. Tras este episodio ilegal, su familia organizó su regreso a Concepción del Uruguay en avión para evitar que lo “chuparan”.
Antes de que llegara a la ciudad, Ceballos le advirtió a su padre que iba gente de Buenos Aires, de la Policía Federal y que tenga cuidado con su hijo. Frente a esto, el padre de Minatta lo llevó a la delegación y allí fue recibido por Ceballos, quien no le tomó declaración y lo trasladó al Casino de Oficiales.
“Sufrí dos formas de torturas. Una tortura psicológica, por parte de una persona preparada y muy capaz, que era Crescenso. Y otro física”, diferenció el testigo. En esa línea, puntualizó que recibía golpes de Rodríguez y Masaferri. Además, durante la detención .que duró tres o cuatro días- fue víctima de diversas formas de torturas y tormentos, entre ellas, un simulacro de empalamiento y otro de fusilamiento.
Igualmente, contó que lo amenazaron con asesinar a su familia y le hacían comentarios respecto de la vida privada de sus allegados, mostrando conocimiento de sus actividades. “’Cualquiera de ellos puede ser boleta si seguís rompiendo las pelotas con política’, me decían”.
Finalmente, cuando lo liberaron le pusieron condiciones, tales como dar aviso si salía de la ciudad. Las limitaciones siguieron durante toda la dictadura, por ejemplo, cuando no pudo seguir una carrera universitaria en Rosario porque el Ejército le había retenido el título secundario. De todos modos, remarcó que continuó militando bajo las mismas consignas, en la medida de las posibilidades que brindaba el contexto político.
En otro orden, refirió al uniformado que participó de los delitos y que se caracteriza por tener una mancha en el rostro. “Creo que se apellida Rodríguez, trabaja entregando notificaciones oficiales”, afirmó el ex subsecretario de Derechos Humanos de la provincia. Así, ratificó la declaración de Román, al tiempo que coincidió en que había un doble funcionamiento en la delegación policial.
Durante su declaración, Minatta enfatizó que no recibió atención médica y que estuvo en condiciones precarias junto a los demás detenidos políticos. Nunca obtuvo explicaciones sobre su detención –su familia presentó un habeas corpus que jamás fue respondido- y resaltó que fue el mismo Ceballos quien lo informó de que podía irse.
Sobre el final de la testimonial Crescenso se retiró mostrando indignación por las acusaciones. Al cierre de la jornada, pidió disculpas por su reacción y señaló que lo afecta escuchar las declaraciones.
“Todas las noches subían la música, porque estaban torturando”
Romero formaba parte del Centro de Estudiantes del Colegio Justo José de Urquiza cuando una madrugada irrumpieron en su casa oficiales de la Policía Federal y lo subieron a un auto. En el allanamiento participaron Masaferri, Rodríguez y otros oficiales que no pudo reconocer. Luego se fueron a buscar a otro estudiante, al cual también llevaron a la delegación.
“Nos metieron en una sala y nos empezaron a dar patas, golpear contra la pared”, contó. Posteriormente, los llevaron al Casino de Oficiales, donde había otros detenidos, entre ellos Román y Minatta. “El secuestro duró las dos semanas de vacaciones”, aseguró.
“Todas las noches subían la música funcional, porque estaban torturando o se metían dos o tres adentro y hablaban fuerte. No tengo muy en claro el cronograma, pero nos torturaban todas las noches”, describió. Además, señaló que algunas noches los sacaban encapuchados.
El representante del Ministerio Público Fiscal interpeló al testigo respecto de las torturas que sufrió. Mencionó simulacros de fusilamiento y que en dos oportunidades lo metieron de cabeza en una pileta y le pegaban en la planta de los pies. “Generalmente no podía ver quiénes me pegan, salvo un episodio en el baño”, precisó. Fue testigo además de las torturas a otros detenidos.
El deponente no recibió ayuda médica, pero sí vio a un profesional de la salud en la delegación. Tampoco accedió a todos los alimentos que le enviaba su familia.
Sobre la circunstancia en la que fue liberado, dijo que se llevó a cabo una reunión con los padres y representantes de todas las fuerzas de seguridad. “Después del discurso nos dijeron que nos iban a liberar, y así fue”.
De todos modos, declaró que lo volvieron a secuestrar a los pocos días y que desconoce dónde lo llevaron. “Me llevaron en un Falcon de la Federal, me encapucharon y detuvieron un día más o menos. Después me dejaron en la ruta”. Tiempo más tarde se fue de Concepción del Uruguay.
“Hasta el día de hoy tengo miedo. No sé cómo puede vivir una persona. Tengo miedo permanentemente. No puedo dormir. Claro que tuve miedo al venir a declarar, pero lo hago por mis compañeros, sobre todo, los que han fallecido”, sentenció.
Foto: Uno
Fuente:AnalisisDigital
Entre Rios| Jueves 19.04.2012
Exmilitantes de la UES contaron cómo fueron torturados por policías
Víctimas del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico militar brindaron sus primeros testimonios en el juicio al represor Albano Harguindeguy.
Crescenzo fue señalado como el interrogador de la Federal.
Alfredo Hoffman / Redacción de UNO
ahoffman@unoentrerios.com.ar
Tres exmilitantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) de Concepción del Uruguay, que fueron víctimas de secuestros y salvajes torturas durante las vacaciones de julio de 1976, aportaron ayer el relato de las atrocidades de las que fueron víctimas a manos de la patota de la Policía Federal local. Sus testimonios abundaron en coincidencias sobre la metodología aplicada por los represores para que escarmentaran por haber osado manifestarse en contra de la dictadura: allanaron sus casas llevándose libros y pósters y rompiendo pertenencias, los mantuvieron cautivos en condiciones inhumanas en la dependencia policial, los sometieron a tormentos que les dejaron secuelas físicas y psicológicas y los liberaron luego de varios días, tras aleccionarlos a ellos y sus padres sobre la prohibición de desempeñar actividades políticas.
El grupo de tareas que integraban los acusados Francisco Crescenzo y Julio César Moscardón Verde Rodríguez, el prófugo José Darío Mazzaferri y otros no imputados en la causa, interrogaban en todo momento por el mimeógrafo con el que los estudiantes imprimían volantes denunciando a la dictadura, que repartían en los boliches bailables de la ciudad. Esto hizo que aquellos sucesos sean ahora recordados como la Noche del Mimeógrafo.
César Manuel Román Yáñez, Roque Edmundo Minatta y Juan Carlos Romero fueron, en ese orden, los que abrieron la etapa de testimoniales en el juicio por delitos de lesa humanidad que tiene como principal acusado al exministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy. Los tres fueron aplaudidos por el público, que esta vez colmó la sala de 25 de Mayo 256 de Paraná. Los tres observaron y reconocieron personalmente a Crescenzo (también en una foto de la época) y a Rodríguez. Los tres, además, aportaron datos importantes para que se investigue a otro represor responsable de esos crímenes, que actualmente vive y trabaja en Concepción del Uruguay.
El horror
César Román, hoy con 53 años, profesor de Historia, fue quien radicó la denuncia en febrero de 2006, luego de la caída de las leyes de impunidad, que posibilitó la investigación. Ubicó el inicio de su relato en los primeros meses de 1974, cuando siendo un adolescente experimentó su “despertar político” y comenzó a vincularse con los centros de estudiantes. En 1975, con 16 años, lo expulsaron del Colegio Justo José de Urquiza luego de un permanente hostigamiento por actividades. En 1976 ingresó al turno tarde de la escuela Normal y allí se encontró con Minatta, presidente del Centro de Estudiantes. Cuando se perpetró el golpe de Estado, se eliminaron todas las conquistas: el medio boleto estudiantil, talleres literarios, el cineclub. Ante esto, decidieron expresarse a través de los volantes que imprimían con el famoso mimeógrafo. Pero la protesta duró hasta las vacaciones de invierno, cuando comenzó lo que él llamó “el horror”.
A Román lo secuestraron la noche del lunes 19 de julio a una cuadra de su casa materna, ubicada en 8 de Junio 216. Dos hombres de civil que se identificaron como de la Policía Federal lo tomaron de los brazos y del pelo, lo introdujeron en un Dodge 1.500 negro y lo encañonaron con un arma al grito de: “Quedate quieto, pendejo de mierda”. Los secuestradores se sentaron uno a cada lado; eran un morocho de bigotes al que llamaban El Cordobés y otro que se caracterizaba por una mancha en el rostro. Mientras tanto, la casa era allanada ilegalmente por un grupo que comandaban Crescenzo y Rodríguez, alias El Moscardón Verde, que se llevaron libros y los pósters del Che Guevara y Jimi Hendrix. A Rodríguez lo conocía porque vivía cerca de su casa y había concurrido a la escuela con sus hijos. El pseudónimo era vox pópuli en el pueblo.
Rodríguez y Crescenzo subieron a un Falcon verde. Detrás iba un Fiat 125 celeste. Los tres vehículos marcharon hacia la Policía Federal y en el trayecto abundaron los golpes, insultos y amenazas. Al llegar a destino lo ubicaron en el Casino de Oficiales y poco después, en una habitación contigua, fue víctima de una cruel golpiza. El Moscardón le propinó una patada en los testículos, que años después derivó en una intervención en la cual le extirparon uno. En el Casino de Oficiales, junto a otros estudiantes que iban llegando, permanecían sentados mirando a la pared; comían muy poco de lo que llevaban los familiares, no podían bañarse ni dormir. Si se dormían le pegaban con las manos abiertas en los oídos, forma de tortura que se conoce como “el teléfono”. Todas las tardes, luego de que terminaba la actividad habitual de la delegación policial, llegaba la patota y comenzaban las sesiones de tortura. Nunca fueron asistidos por médico alguno.
En una oportunidad estaba siendo interrogado por quien se hacía llamar “el inspector Crescenzo”, quien siempre vestía de traje, era bien hablado y parecía culto. “¿Así que vos sos el existencialista?”, ironizó. Entre los libros que le habían secuestrado estaba La náusea, de Jean Paul Sartre. Como no decía nada sobre el renombrado mimeógrafo, Mazzaferri se puso de pie, le colocó el arma en la cabeza y la hizo martillar en repetidas ocasiones. Todos los represores presentes en la habitación se rieron a carcajadas. Después le rompieron los pósters de Guevara y Hendrix, pensando que este era un referente de izquierda e ignorando que se trataba de un músico. “Todo se orientaba a destruir mi identidad más que a sacarme información”, recordó ayer la víctima.
Lo más terrible fue cuando lo llevaron hasta una dependencia en el piso superior a presenciar la tortura con picana eléctrica de que era víctima un compañero. Cuando lo vio atado al elástico de una cama, pálido y mojado, pensó que estaba muerto. Pero cuando le pasaron la picana se arqueó y dio un alarido que hizo que Román se descompusiera y comenzara a vomitar. “Soñé muchas veces con eso”, dijo ante el tribunal.
Días después Crescenzo le hizo firmar una declaración que no pudo leer. Sólo alcanzó a observar la frase “delincuente subversivo”. Finalmente, los llevaron a los estudiantes a una reunión en la oficina del jefe de la Delegación, Jorge Vera, que encabezó el entonces, jefe del Batallón de Ingenieros de Combate 121 con asiento en Concepción del Uruguay, teniente coronel Raúl Federico Schirmer. Allí estaban también el intendente de facto Gerardo Genuario, autoridades de otras fuerzas de seguridad y los padres de cada uno de los estudiantes secuestrados. Luego de que Schirmer (hoy fallecido) les hiciera un sermón sobre la subversión, todos fueron quedando en una suerte de libertad vigilada.
Una vez afuera, por consejo del subjefe de la Policía Federal Alfonso Cevallos (fallecido) dejó la ciudad. Durante unos años fue casi “un fantasma”, todo el tiempo preocupado por que no lo encontraran. De todos modos, cada vez que regresaba por algún acontecimiento familiar solía encontrarse con sus torturadores. Una vez vio a Rodríguez, quien desde su Falcon le apuntó con el dedo haciendo como que disparaba un arma. Cuando Argentina ganó el Mundial 78, en la Plaza Ramírez, vio al Dodge 1500 con Mazzaferri y otros de los represores en su interior, festejando. En ese momento interrumpió la celebración por la victoria deportiva y se volvió a su casa.
El mismo sufrimiento
Minatta y Romero, que también se desempeñaban en los centros de estudiantes, relataron los sufrimientos de que fueron víctimas en aquellas vacaciones de invierno, con los mismos detalles contados por Román y también reconociendo a los imputados. Minatta, quien fue hasta diciembre subsecretario de Derechos Humanos de Entre Ríos, estaba de vacaciones en Trelew cuando el grupo de tareas irrumpió violentamente en su casa en busca del mimeógrafo. Como no lo encontraron, amenazaron a su padre: le dijeron que sería “boleta” si él no aparecía. Fue entonces cuando regresó del sur en avión, con 18 años, vestido de traje y peinado a la gomina, para despistar. Cuando llegó a Concepción su papá lo esperaba junto al subcomisario Ceballos, que era vecino del barrio, que lo llevó a la Policía Federal. Allí comenzaron los tormentos físicos, a cargo de Mazzaferri, el Moscardón Verde Rodríguez y El Cordobés. Las torturas psicológicas estaban a cargo de Crescenzo, quien le hacía saber que conocía los movimientos de sus familiares, incluso que tenía una sobrina de 1 año. Lo más terrible fue un simulacro de fusilamiento que presenció en el patio de la delegación, del que fueron víctimas tres compañeros que no podían mantenerse en pie por la tortura.
Los familiares de Minatta presentaron un hábeas corpus ante el juez federal Héctor Neyra, quien se negó a recibirlo. Neyra fue luego juez de la democracia. Finalmente fue liberado por orden del teniente coronel Schirmer. Meses después, en noviembre de 1976, volvió a ver a Crescenzo: el interrogador se presentó en el acto de colación de 5° año de la Escuela Normal y fotografió a todos los egresados. También siguió viendo al Moscardón y a otros miembros de la patota. A Mazzaferri lo veía en los boliches, dijo que hacía sacar chicas para violarlas.
Romero, quien hacía el Secundario en el nocturno del Colegio Urquiza, tenía 19 años y fue sacado de su casa de madrugada, con los mismos métodos violentos ejecutados por Rodríguez y Mazzaferri. Antes de ingresar a la delegación la patota secuestró también a otro dirigente, Carlos El Negro Zenit. También debió atravesar la experiencia de torturas y maltratos físicos y psicológicos a manos de los mismos represores, y siempre interrogado por el artefacto para imprimir volantes. Dos semanas después de liberado fue nuevamente secuestrado por Mazzaferri y golpeado, para luego ser arrojado a la ruta 39. Entonces se vio obligado a dejar la ciudad.
“Desde que salí hasta la fecha, tengo miedo”, mencionó Romero. “No puedo dormir, porque tengo miedo. Mazzaferri, el más importante, está prófugo. Sentí miedo para venir a declarar, pero lo hago sobre todo por mis compañeros que ya fallecieron: El Negro Zenit, Darío Morend, Carlos Valente y Hugo Maffei”, finalizó.
El caso de El Manchado
Los tres testigos que declararon ayer mencionaron a un integrante de la patota de Concepción que no está entre los imputados, que tenía una importante mancha en la cara y al que llamaban El Manchado. No conocen su nombre, pero todavía se lo suele ver en la ciudad, trabaja en la concesionaria de autos León Banchik SA, situada en 9 de Julio 1616, y entrega cédulas de la Policía Federal. Román lo vio en la delegación de la institución cuando, años atrás, se realizó una inspección judicial. Los abogados querellantes solicitaron que se envíen copias de las declaraciones a la Fiscalía federal para que proceda en consecuencia. El Tribunal federal hizo lugar.
Fuente:DiarioUnoER
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