14.04.2012
Jorge Julio López: Memoria escrita
“Los escritos y dibujos de López son comparables al diario de Ana Frank”
El albañil dos veces desaparecido dejó testimonio escrito sobre su primer cautiverio y le entregó ese material
a su compañero de militancia Jorge Pastor Asuaje. Compilado por Jorge Caterbetti hoy se publica por primera vez.
Por: Ivana Romero
Arriba, a un costado de la página blanca escrita con birome azul, se lee: “Archivo negro de los años en que uno vivía donde termina la vida y empieza la muerte.” Esta frase –escrita con caligrafía cursiva, elemental, trémula– es el inicio de un relato que cuenta, por ejemplo, que a partir de 1977 los militares “cambiaron de estrategia para hacer desaparecer a los detenidos”. Entonces comenzaron a multiplicarse los cremaderos “acá en el cementerio de La Plata” y también las fosas comunes. Se precisan datos sobre la ubicación de esas fosas. Y se agrega: “Esto es muy coincidente entre muchos viejos vecinos del barrio y sepultureros y el que más seguro testigo fue el hombre que cortaba pasto en el propio lugar, yo lo conocía desde el año 1953 por ser muy aficionado a jugar a [las] bochas y un día me dijo mirá, gallego, un día yo estaba cortando el pasto y cuatro tipos tiraron cadáveres en un pozo (…) y vi uno muy parecido a vos, era muy parecido, pero a fin de abril apareciste y me saqué esa sugestión.”
Frente a un relato semejante, la respiración se corta. Pero si se agrega que el autor de este testimonio es Jorge Julio López, la respiración, además, se desgarra. Así se sintió el artista plástico Jorge Caterbetti cuando leyó por primera vez esas páginas escritas con urgencia, en el reverso de almanaques, de formularios continuos, de ofertas de supermercado. “Fue muy duro atravesar esos textos, de un albañil con segundo grado cumplido, sin ninguna pretensión que no sea dejar constancia de lo ocurrido, con una precisión extrema. Todas esas hojas que denuncian las atrocidades de la dictadura, las que cometió el comisario Miguel Etchecolatz y otros, no están movidas por el odio. Son páginas escritas por alguien que se sentía un militante en cumplimiento de su deber”, dice ahora Caterbetti.
Los escritos y dibujos de López –quien desapareció en La Plata en 2006, luego de que su testimonio fuera fundamental para la condena de Etchecolatz– fueron recopilados por Caterbetti para una muestra en el Centro Cultural Recoleta. Y también, para el libro Jorge Julio López. Memoria escrita, que acaba de publicar editorial Marea. Además de estos documentos, se incluyen textos de Hernán Brienza, Daniel Feierstein, Marcela Gené y Cecilia Rabossi. Y también, un extenso relato escrito por Jorge Pastor Asuaje. Allí cuenta cómo su amigo López –a quien conoció durante los comienzos de los setenta, cuando militaban juntos en la unidad básica Juan Pablo Maestre de la JP en el barrio platense de Los Hornos– le entregó estos papeles en 2004 o 2005. Junto a ellos, una carta que decía: “Pastor: te dejo esta carta por si algún día podés hacer justicia. Yo ya me aburrí de hablar con los Derechos Humanos, jueces y con gente de desaparecidos, pero me dicen que no pueden hacer nada porque son cosas que dice la gente y casi todo lo vi yo y deciles a los familiares de todos estos, estos crímenes no vencen nunca. Firmado Jorge López, detenido desaparecido.”
El cansancio que se advierte en esas frases tiene que ver con un proceso lento por transformar el silencio y la indiferencia que rodearon a la dictadura durante años, en un reclamo de justicia que ahora se traduce en más de 200 responsables condenados, según datos del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). López fue secuestrado por primera vez el 27 de octubre de 1976 por un grupo de tareas a cargo de Etchecolatz. Fue detenido y torturado en distintos centros clandestinos de detención (entre ellos, el Pozo de Arana) y liberado el 25 de junio de 1979. En su ensayo, Brienza sostiene: “Fue víctima, quizás, del aparato represivo más brutal que estableció la dictadura después de la ESMA: el temible Grupo La Plata, comandado por el coronel Ramón J. Camps, un hombre de peligroso pensamiento mesiánico.”
Todo ese calvario está registrado de un modo minucioso en las hojas que López le dio a Pastor. Allí aparece una escritura torrencial (su incipiente enfermedad de Parkinson también asoma en la caligrafía temblorosa), como si sintiera que no había tiempo que perder, que cada línea era una pequeña victoria contra el olvido pero también, la evidencia de que algo de la memoria siempre permanece incompleto, oculto. López escribe con el afán de quien lucha contra los límites de su propio recuerdo. También dibuja. Y sus dibujos, hechos con la línea endeble de un chico, registran las sesiones de tortura, la cara de los torturadores y por eso resultan doblemente terribles: no sólo hablan del horror sino que lo hacen en el único lenguaje que el albañil conoce; es decir, el lenguaje aprendido en dos años de educación primaria.
“Confieso que no supe qué hacer con ellos, porque él me estaba pidiendo mucho más que una nota en un diario o en televisión: ‘Te dejo esto para ver si un día podés hacer justicia’, me dice, y yo no sabía qué hacer, por dónde empezar”, escribe Pastor. Tras la desaparición de López, entregó estos papeles a la Justicia y los recuperó a fines de 2011. Por entonces Caterbetti estaba haciendo un trabajo investigativo para una instalación audiovisual que finalmente se vio en el Recoleta. “Comenzamos a encontrarnos con Pastor y luego de algunos meses, un día vino con las fotocopias de los documentos escritos por López. La contundencia de ese material modificó la obra, claro”, dice el artista.
Para este libro, Caterbetti trabajó junto al amigo de López y a las editoras Constanza Brunet y Virginia Ruano. El objetivo fue transcribir los originales, facilitando la lectura pero sin modificarlos de modo sustancial. “Leer los textos de López es advertir que hasta ahora, no hubo un relato de estas características en relación con la dictadura. Los escritos de López son a la historia de nuestro país lo que el diario de Ana Frank fue al exterminio nazi”, asegura Caterbetti. Y enfatiza que para él, como artista, es un acto de enorme responsabilidad “ética, no sólo estética” dar a conocer este material. “En el marco de una democracia que nos está llevando a lugares tan interesantes como éste, es importante que se sepa qué pasó con Julio, dónde está. Si no, es evidente que las patotas que lo secuestraron la primera vez fueron capaces de hacer lo mismo la segunda”, agrega.
El 18 de setiembre de 2006, cuenta Pastor en el libro, él estaba en un bar de Berisso cuando recibió una llamada de Gerardo Dell’Oro (cuya hermana Patricia está desaparecida) preguntando si López estaba con él. Ese día debía ir a los tribunales para declarar otra vez como querellante en la causa contra Etchecolatz, que culminó con su condena a cadena perpetua. Por entonces López, de 77 años, ya había dado testimonio en el marco de esa causa. Pero nunca llegó a presentarse y permanece desaparecido desde entonces. “La ausencia de López –escribe Pastor– es una presencia que nos apunta a todos y que nos pregunta, desde esa cara de anciano bonachón, desde su gorra y desde sus alpargatas, ¿qué estamos haciendo nosotros para ser dignos de él?” La edición de este libro sigue siendo una pregunta incómoda sobre la dignidad de una sociedad, sobre sus cuentas pendientes.
Fuente:TiempoArgentino

No hay comentarios:
Publicar un comentario