Megajuicio: ratifican que
Brizzi desapareció del Ejército
Cristina Cobos sostuvo ayer que su familia fue víctima del terrorismo de Estado por su tradición de militancia peronista. Dijo que su marido, sus hermanos y sus propios padres sufrieron las consecuencias del terrorismo estatal. “Trabajábamos por los que menos tenían, alfabetizábamos.
Esa era nuestra militancia política. Eso era por lo que éramos perseguidos”.
Tanto Cobos como el otro testigo que declaró en la víspera, Néstor Finetti, aportaron datos sobre la vinculación entre el Ejército, la Policía de Salta y el Servicio Penitenciario Provincial a los efectos de la represión.
En el caso de Cobos la persecución provino desde el Ejército y la Policía provincial. Cobos ratificó ante el Tribunal Oral en lo Federal de Salta que su marido, Víctor Brizzi, fue desaparecido del Destacamento de Exploración de Caballería Montaña 141 de Salta, a principios de marzo de 1976, cuando cumplía el servicio militar.
Aseguró que el Ejército montó una mentira para mostrar a Brizzi como un desertor. Responsabilizó por estos hechos al entonces jefe del Destacamento, Carlos Alberto Mulhall; al segundo jefe, Joaquín Cornejo Alemán, y a los oficiales Isidro Benjamín de la Vega, Marcelo Diego Gatto y Fernando Antonio Chaín.
La testigo se refirió también al ataque que sufrió su familia la madrugada del 25 de septiembre de 1976, cuando un grupo de tareas de la Policía de Salta entró a la casa buscando a un hermano suyo, Enrique Cobos, militante de la JP.
Además de maltratar a toda la familia, de romperle los dedos de la mano derecha a su padre, de destruirle el automóvil que usaba para trabajar de taxista, despertaron a los golpes a otro hermano, Martín Miguel Cobos, y terminaron matándolo a tiros cuando el joven intentó escapar.
“Dos o tres (hombres) recorrían la casa y encontraron a Martín. Empezaron a golpearlo: ‘Hijo de puta, vos sos Enrique’, le decían”. El joven logró zafar, saltó a la terraza, ganó la calle y, a pesar de ser tiroteado, alcanzó a llegar a un garaje que estaba en construcción, “ahí lo acribillaron.
Martín tenía alrededor de 30 balazos. Con la bayoneta le habían roto el labio… Estaba destrozado, pobrecito. Martín tenía 18 años”, recordó su hermana, con la voz quebrada.
Cobos aseguró que los integrantes de este grupo eran policías, tenían las caras cubiertas con medias, a excepción del jefe, a quien dijo que podría reconocer.
Como uno de los partícipes de este hecho identificó al comisario Víctor Hubo Bocos, que está siendo investigado por otros crímenes de lesa humanidad. Recordó que este policía se destacaba del resto porque parecía conocer a todos los miembros de su familia, y “tenía una ansiedad, una necesidad de quedar bien con el que andaba a cara descubierta”.
Años después, ya en democracia, lo volvió a ver, y lo identificó, en la Casa de Gobierno, donde por comentarios supo que era un “apretador” al servicio del entonces gobernador Juan Carlos Romero. Ordenanzas de la Casa de Gobierno le contaron que solían compartir asados con el comisario y que cuando se emborrachaba “se jactaba de lo que hacía durante la dictadura. Y que también lloraba y una vez nombró al chiquito Cobos”, como una de sus víctimas.
Persecución política
Víctor Brizzi y Cristina Cobos compartían la militancia en la JP con otros perseguidos políticos: su hermano Enrique, Gemma Ana María Fernández Arcieri de Gamboa, Guido Gamboa, Osvaldo Seggiaro, Francisco Corbalán, Carlos Urrutia. “La mayoría de los militantes fueron detenidos el 24 de marzo”, recordó Cristina.
En 1972, y 73, la JP había apoyado la candidatura a gobernador de Miguel Ragone, Lista Verde, con la condición de que investigara a los policías responsables de la persecución política. Cobos recordó que este grupo estaba encabezado por el comisario Joaquín Guil (que ya cuenta con dos condenas y está siendo juzgado ahora) y que, entre otros, estaban Abel Vicente Murúa, “Sapo” Toranzos, Misael Sánchez (fallecidos) y el propio Bocos.
Ragone cumplió con esa promesa y la detención de estos comisarios fue también un motivo para que el ex gobernador fuera secuestrado y desaparecido el 11 de marzo de 1976.
Cobos recordó que la persecución a los militantes se reinició ni bien cayó el gobierno de Ragone, intervenido en noviembre de 1974, y que ya en 1975 Brizzi y Enrique Cobos fueron detenidos varias veces.
Sobre la desaparición de Brizzi, recordó que tenía una prórroga porque era estudiante de abogacía. Sin embargo, en los primeros días de febrero de 1976 fue citado a prestar el servicio militar. Brizzi se presentó varias veces antes de que fuera incorporado. Cobos no lo vió nunca más, sí habló con él en al menos tres oportunidades.
La segunda vez el joven le dijo que había “algo raro”. “Estoy incómodo porque los instructores a mí me tratan mal. Hay un instructor que me tiene entre ojos”, le relató. Cobos recordó que Brizzi identificó al instructor con el apellido Chaín.
“Creo que la preocupación de él era ésa, como que lo estaban marcando, el acoso venía por el costado político”, añadió.
Ella recién supo de la desaparición el 9 de marzo, cuando una patrulla del Ejército fue a preguntarle por Víctor informándole que la noche anterior había salido del Destacamento porque tenía a su padre enfermo.
Esa misma noche, acompañada por sus padres, Cristina fue a hablar con el jefe del Ejército en Salta. “Mire señora, a su marido le dimos permiso porque hubo una llamada de su hermano que su papá estaba grave y por buen comportamiento le dimos permiso”, le aseguró Mulhall.
La insistencia de Cobos asegurando que Brizzi estaba en el Destacamento le valió que el militar llamara a la guardia para que los retiraran.
“A partir de ahí yo fui todos los días a preguntar por Víctor y me atendía el teniente De la Vega, en una habitación muy chiquita”, recordó.
De la Vega reiteraba la versión del jefe hasta el 24 de marzo, cuando cambió el discurso militar: el oficial le dijo que Brizzi pertenecía a “una organización subversiva y esa organización se lo llevó”.
Desde entonces las visitas de Cobos trocaron: en lugar de ser ella quien inquiriera por el destino de su marido, terminó siendo interrogada por un grupo de seis o siete hombres.
“Ahí yo ya tenía la certeza de que Víctor Brizzi no había salido del Ejército, de que eran ellos mismos los que sabían lo que había le había pasado”.
La testigo recordó que hizo la denuncia policial y que presentó un hábeas corpus en el Juzgado Federal, entonces a cargo de Ricardo Lona, pero que este juez “se declaró incompetente”, por entender que le correspondía intervenir a la justicia militar “por estar bajo bandera”.
“Mi suegro llegó hasta el Vaticano, Naciones Unidas. Hizo todo lo que pudo y más para saber por Víctor Brizzi. Nunca se supo nada”, contó. Dijo que por eso “quisiera que de este juicio surja qué hicieron con Víctor Brizzi y qué hicieron con su cuerpo”.
“No se meta porque
esto es una guerra”
En abril de 1976 Cristina Cobos y sus padres, Gregoria y Víctor Manuel, fueron a ver al arzobispo de Salta, Mariano Pérez, para pedirle que los ayudara a conocer el paradero de Enrique Cobos, detenido desde el 24 de marzo de 1976.
“Monseñor Pérez marcó un número (…) y pidió hablar con Cornejo Alemán”, narró la testigo.
Dijo que le preguntó por su hermano: “Mire, monseñor, Cobos está vivo pero usted no intervenga porque esto es una guerra”, le respondió el militar. La respuesta pudo ser escuchada por los visitantes porque el arzobispo acercó el parlante del teléfono. “No se meta, no intervenga, porque esto es una guerra”, reiteró Cornejo Alemán ante la insistencia de Pérez para saber algo más del joven.
Enrique estuvo detenido en la cárcel de Villa Las Rosas. Según contó, la libertad se la dio el propio Cornejo Alemán, con una advertencia: “Mirá chango, vos estás bailando un tango muy jodido. A ver si cambiás el paso porque ahora salís, pero después, no sé”.
Por Elena Corvalan
Envío:Agnddhh
Una mujer habló de la desaparición de su esposo y el asesinato de su hermano
Doloroso relato en el megajuicio de la UNSa
18.09.12
La testigo tuvo que esperar 32 años para contar la dramática historia vivida con su familia durante la dictadura militar.
Cristina Cobos.
Un testimonio cargado de emoción, de dolor y de profundo sentimiento fue el que brindó ayer la docente Cristina Cobos en el juicio por la megacausa de la UNSa, relacionado con los delitos de lesa humanidad cometidos en la provincia durante el último gobierno de facto.
La mujer tuvo que esperar 32 años para relatar ante el Tribunal Oral Federal de Salta el drama que le tocó vivir junto a su familia en aquellos años horrendos de nuestra historia.
Cobos sufrió la perdida de su esposo, Víctor Brizzi, cuyos rastros se perdieron en marzo de 1976, días después de haber sido incorporado como soldado conscripto en la Guarnición Ejército Salta.
Cuando se hallaba abocada a la búsqueda del hombre con el que se había casado en enero, en septiembre del mismo año una patrulla policial ingresó a la casa de sus padres y acribilló a su hermano de 18 años, Martín Miguel Cobos. Relató que durante un año concurrió al Ejército para preguntar por su esposo y le respondían con mentiras.
“Decían que Víctor había salido con permiso y que no regresó, y que quizás fue raptado por una organización subversiva, pero eso no era verdad”, dijo. Explicó que habló en reiteradas oportunidades con los imputados Carlos Alberto Mulhall e Isidro de la Vega y que fue sometida a interrogatorios. Según la testigo, su suegro hizo gestiones ante el Vaticano y las Naciones Unidas para ubicar al conscripto y que la Justicia Federal de Salta rechazó un habeas corpus que presentó ante el juez Ricardo Lona.
“Al final mis fuerzas se agotaron y con el tiempo me encontré con un abogado que hizo el servicio militar con Víctor y me comentó que un militar y un soldado lo sacaron de la cuadra al mediodía”.
Cristina Cobos también relató con dolor los sucesos de la madrugada del 25 de septiembre cuando un grupo armado irrumpió en la casa de sus padres, en la calle General G emes 1979.
“Estaban encapuchados y buscaban a mi hermano Enrique, pero él no estaba. Entonces ingresaron a la habitación de Martín Miguel y comenzaron a golpearlo con ferocidad”. Dijo que el adolescente logró salir y escapó por los techos y saltó a la calle, donde una patrulla que montaba guardia lo acribilló.
“Tenía treinta tiros y murió en la sala de operación”, recordó con dolor. La mujer sostuvo que esta situación terminó de minar su resistencias e indicó que “mi padre se murió de pena y mi madre perdió el habla durante varios meses”.
FuentedeOrigen:ElTribuno
Fuente:Agnddhh
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