“Hay una fantasía de que la clase media es la abanderada del progreso”
Año 5. Edición número 235. Domingo 18 de noviembre de 2012
Por Exequiel Siddin
“Tampoco tiene sentido el límite superior que impone el estudio: 50 dólares.
Un peón de albañil y una empleada doméstica están ganando más. Dos empleados de comercio con salarios buenos ya serían clase alta.”
Entrevista. Ezequiel Adamovsky. Historiador. El autor de Historia de la clase media argentina discute algunos postulados del informe del Banco Mundial, como por ejemplo definir una clase por su nivel de ingreso y no “como una relación”. La solidaridad interclases, el 8N y la dependencia intergeneracional.
Luego del crack existencial de la Argentina en 2001, Ezequiel Adamovsky se convirtió en uno de los más comprometidos e indeclinables activistas de la asamblea barrial del Cid Campeador. Comprometido con una cultura de izquierda, es desde marzo de este año, miembro de la Organización Internacional para una Sociedad Participativa, una institución que congrega adeptos de la nueva izquierda.
Historiador por la Universidad de Buenos Aires desde 1998, fue discípulo de José Emilio Burucúa, que lo guió en una tesis sobre “la imagen de Rusia en la construcción política de una identidad europea”. El año en que egresó, se convirtió en el joven compilador del libro Octubre hoy: Conversaciones sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto y 80 de la Revolución rusa.
Adamovsky se doctoró en Historia en la Universidad de Londres en 2004, en la Escuela de Estudios Eslavos y de Europa Oriental, donde persistió en sus estudios rusos.
También enhebró una carrera intelectual interesada por las clases medias como investigador del Conicet. Justamente su libro de 2009, Historia de la clase media argentina, se convirtió rápidamente en una fuente de referencia. Mientras inicia una investigación sobre “qué significa ser cabecita negra en la Argentina”, comenta aquí para Miradas al Sur el informe del Banco Mundial publicado esta semana, “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América latina”, que estimó que en la última década el sector social al que alude creció de 103 millones de personas en 2003 a 152 millones en 2009, un 30% de la población regional.
Lejos de estigmatizar a la clase media argentina con motes tales como facha y cacerolera, Adamovsky marca un interesante contrapunto en torno a lo que sucedió con ella luego de la caída del presidente Fernando de la Rúa. “A pesar de la percepción instalada –en parte, por el Gobierno– de que la clase media es reaccionaria o de derecha –o como decía recientemente la revista Barcelona: que recuperó “su nivel histórico de fascismo”–, a mí me parece que hay un horizonte político de afinidad entre sectores medios y bajos iniciada en 2001 que todavía marca el escenario.”
–¿Está de acuerdo con la definición de clase media que da el Banco Mundial: las personas que ganan entre 10 y 50 dólares diarios?
–Eso es parte de un error. Este trabajo tiene cosas valiosas, pero es estrictamente un trabajo sobre los cambios en los ingresos de la población de Latinoamérica. No tiene nada que ver con la estructura de clase. Confunde completamente el modo en que presentaron la información, diciendo que esto significa que crece la clase media. Lo que dice el informe es que hay más dinero en el bolsillo de los latinoamericanos y que hay una mejor distribución del ingreso en la mayoría de los países. Para el caso de la Argentina, usaron criterios que no tienen ninguna relevancia en otro país, como por ejemplo, digamos, Guatemala. Fijar el piso de pertenencia de clase media en 10 dólares per cápita para una familia por día, está fuera de lugar. Y tampoco tiene sentido el límite superior de 50 dólares: un peón de albañil y una empleada están ganando el doble. Tomando una pareja de dos empleados de comercio con dos salarios más o menos buenos ya son clase alta. No tiene ninguna relación con la sociedad argentina.
–Es llamativo que el estudio marque la existencia de una clase intermedia entre las clases populares y la media, la “clase vulnerable”, que representaría el 38% de la población latinoamericana.
–Claro, el criterio para hablar de la clase media está dado por aquella zona social en que ya no hay una vulnerabilidad inmediata de caer en la pobreza. Es decir, estaría el mundo de los pobres, luego una franja cercana que no son pobres que por sus ingresos están en riesgo de caer en el mundo de la pobreza y, de allí para arriba, el mundo de la clase media. Nuevamente, el problema es que una clase social no es un nivel de ingresos; una clase social es una relación. Los enfoques del Banco Mundial determinan que la pobreza es un problema de los pobres. Entonces, las políticas que sugieren van en el sentido de resolver un problema puntual, como por ejemplo la falta de capital social, de educación o de acceso al microcrédito. Y la verdad es que la pobreza es una relación. Por decirlo mal y pronto, el problema de la pobreza no son los pobres sino los ricos. Y eso los organismos internacionales de crédito nunca terminar de entender.
–El informe del BM expresa que la movilidad intergeneracional sigue siendo limitada en América latina. ¿En tal sentido el panorama no ha cambiado desde los ’70? ¿Cómo lo interpreta?
–Otro de los problemas de este reporte. Por un lado, imprime un optimismo desmesurado respecto de la duplicación de la clase media en diez años, y por el otro, indica que en verdad hay movilidad intrageneracional –que una persona mejora su situación en una década– pero que la intergeneracional es bajísima en Latinoamérica. Esto quiere decir que de padres a hijos no está mejorando la condición social. América latina sigue siendo una de las regiones más desiguales del planeta.
–¿Cómo explica este crecimiento de la clase media con el cacerolazo del 8 de noviembre? ¿En qué cifra el descontento de lo que parecen ser clases acomodadas?
–Primero, diría que aparentemente no son clases acomodadas, sino que salió gente también de otra condición social. Es evidente que no hubo gente de clase baja, al menos en un número apreciable, pero sí gente de sectores medios que están lejos de ser ricos. Otra cosa que me importa destacar es que hay una estigmatización muy fuerte de la clase media, como si ésta existiera como grupo social unificado, cosa que no creo. Tomar a la clase media en bloque es oscurecer lo que está sucediendo.
–El informe concluye que “la aplicación de reformas apropiadas convertirá a la clase media en un agente de cambio cada vez más poderoso para brindar prosperidad a quienes se han quedado atrás”. Parece volver al cántico “piquetes y cacerolas: la lucha es una sola”. ¿Lo comparte?
–Para que haya cualquier cambio profundo en un sentido progresivo, es necesario que haya algún lazo de solidaridad política entre los sectores bajos y por lo menos una porción de los sectores medios. Lo del Banco Mundial tiene que ver con una cierta fantasía acerca de que la clase media es como la abanderada del progreso. Y eso me parece que es sobrestimar el papel que ha tenido históricamente la clase media.
En América latina, buena parte de las mejoras que hemos tenido han tenido que ver más con luchas de clases populares. Ahora es cierto que aquellos cambios han tenido efectos más duraderos cuando se han comprometido otros sectores de la población.
–¿Le parece que el kirchnerismo ha encarnado esa sociedad que se vió muy patente en la época de las asambleas barriales de 2002?
–Quedó la idea de que la solidaridad en los años 2001 y 2002 entre ambos sectores fue una cosa muy excepcional, y yo diría más bien que a pesar de las apariencias, casi todo el siglo XX argentino está marcado por solidaridades entre clases sociales.
Antes de la llegada del peronismo hay lazos importantísimos, que se debilitan al final del segundo gobierno de Perón. Luego en los ’70, con la radicalización de los sectores medios, otra vez hay lazos fuertes de solidaridad que se quiebran durante el Proceso y la época de Alfonsín. Y al final, se vuelven a reconstruir a mediados de los ’90 con el neoliberalismo.
–¿Habría que hablar de las clases medias, en plural? ¿Qué cambios políticos, económicos y culturales pueden vislumbrarse desde 2003?
–No me gusta hablar sin un trabajo empírico detrás. A mí me parece que a pesar de la percepción instalada –en parte, por el Gobierno– de que la clase media es reaccionaria o de derecha –o como decía la revista Barcelona: que recuperó “su nivel histórico de fascismo”–, a mí me parece que hay un horizonte político de afinidad entre sectores medios y bajos iniciada en 2001 que todavía marca el escenario. No me refiero puntualmente al kirchnerismo sino a muchas otras expresiones políticas.
–¿Cuáles?
–Lo que sostiene la legitimidad de algunas de las políticas públicas que el kirchnerismo presenta como propias, es anterior a estos dos últimos gobiernos. El cambio de políticas económicas que significó reintroducir las retenciones a las exportaciones –que Menem había eliminado– lo impuso el nivel de conflictividad social que había en las calles.
Y esto las clases altas lo tuvieron que dejar pasar porque había consenso sostenido por el cuadro político previo al kirchnerismo. Lo mismo podría decirse respecto de la novedad más importante de los últimos veinte años en el país que es la instalación de un Estado con políticas sociales de asistencia a la desocupación, que antes no existían. Puede trazarse una línea desde los primeros Planes Trabajar, todavía en tiempos de Menem –arrancados por el movimiento piquetero–, hasta la Asignación Universal por Hijo, con ese colchón de consenso social y político que está por debajo.
Fuente:MiradasalSur
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