miércoles, 6 de febrero de 2013
Mujeres terriblemente madres
Lecturas y fragmentos del libro "Madres en duelo", de la antropóloga Nicole Loraux
Concebido a partir de las reuniones que el Colegio de Psicoanálisis de París realizó en 1989 sobre "La madre excluida en la política", la helenista recuperan el modo en que Grecia y Roma establecieron regulaciones al dolor de las madres.
Por María del Carmen Marini*
El libro Madres en duelo, surgió en base a una conferencia que dictó Nicole Loraux en una de las reuniones que el Colegio de Psicoanalistas de París, dedicó a "La madre excluida de la política", en 1989. Ella diserta y escribe sobre el modo en que Grecia y Roma establecieron los modos "permitidos" de expresión del dolor de las madres en duelo. Escribo "permitido" entre comillas para designar con ellas el absurdo de pretender una reglamentación de los afectos, y nada menos que los del dolor del duelo.
Allí dice: "Contra el riesgo del afecto demasiado intenso, la ciudad, en tanto colectividad bien organizada, forjó un aparato de leyes y reglamentaciones. Es necesario inscribir la cuestión del duelo y de las prácticas que apuntan a darle forma y límites, sin olvidar no obstante lo que tiene de impracticable" (página 20).
Al someter a los funerales a limitaciones muy estrictas, la ciudad reglamenta el duelo y el rol de las mujeres en el seno del duelo. Es posible sugerir también que reglamenta el duelo y por lo tanto a las mujeres. O quizás: las mujeres y por tanto el duelo, debido a lo mucho que se afirman la relación recíproca entre las mujeres y el duelo. (página 34)
La ciudad (es decir el Estado y la sociedad) reclama hijos a las mujeres y luego los quita al pensarlos como ciudadanossoldados. Intenta reglamentar el llanto protesta, el llanto lamento, el llanto imprecación cuando las despojan. ¿Por qué las limitan en la expresión de su dolor? ¿Qué asusta tanto del llanto de las madres, como para encasillarlo en tiempo (diez meses), lugar (la interioridad de su casa) y compañía (sólo cinco acompañando a la doliente)? ¿Qué tiene de tan arrasador como para que se sienta insoportable?
El ideal sería encerrar herméticamente el dolor femenino en el interior de la casa, sobre todo cuando la mujer enlutada es una madre que llora a su hijo.
Y puedo concebir allí la intención de invisibilizar ese dolor que amenaza el orden, peligroso para los defensores del orden social entonces, y peligroso después y aún hoy, para los defensores del olvido y del silencio.
Prosigue el texto: "La mujer romana está como clivada entre 'el tumulto habitual del dolor femenino' y el duelo asumido sin lágrimas de la matrona. El dolor en forma de herida hace de ella el equivalente del soldado cubierto de cicatrices" (página 54). Cóleras negras, nos lleva a las madres y a la noción de un dolor que no olvida y se nutre de sí mismo, peligroso (pues) su duelo ha quedado fijado como prueba de fuerza consigo misma y con los otros. Este dolor mutado en desafío lleva el terrible nombre de esta memoria colérica que los griegos denominan menis.
Menis es negro como un hijo de la Noche, es terrible y perdura. Es repetitivo y no tiene fin, tanto es así que el motor de la menis es precisamente el no tener nunca fin. Se instala de este modo un "siempre" (aeí) inmóvil" (página 70).
Encargadas de la función y guardianas de la memoria. Opuesto a la amnistía que estaría al servicio del orden de la comunidad y la mezquina comodidad que acalla reclamos y protestas. Madres y Abuelas. Susana Trimarco, Norma Castaño... y cuántas más... Encarnaron sin lágrimas ya, un sentimiento. En aquellas mujeres heridas en su maternidad, despojadas de sus hijos, el dolor y la cólera cobran proporciones colosales, apocalípticas. Las convierte en la encarnación de un reclamo de justicia de fuerza arrasadora.
Una furia y un dolor tan amenazantes, como para que se debieran poner límites, en aquel tiempo (¿y cuánto persiste hoy?) a la expresión del afecto, reglamentando el duelo. Hubo una intuición de la intensidad de ese sentimiento que ante él, el temor, el temblor, aún en los más aguerridos. ¿Cuánto de temor y temblor aún hoy ante las madres desgarradas por genocidios, por redes de trata, por mafias de traficantes?
No tiene, ni puede tener medida la violencia que el despojo suscita, porque no tiene, ni puede tener medida el dolor de la pérdida. No vi ni escuché a las griegas y romanas. Pero he sabido del sentimiento de otras madres aquí, hoy. Lo he leído en sus miradas, lo he escuchado en su mutismo. Ellas como un tsunami que resulta aterrador para los asesinos, desaparecedores y dealers, que como ratas se refugian en los pasadizos inmundos de las cloacas. Pero no hay lugar donde esconderse. Hay cosas que no se pueden dejar de hacer, de reclamar, de recordar. Y vale la consigna sostenida por años: No se trata de venganza sino de justicia.
De aquellas dice Nicole Loraux: Estuvieron demasiado cerca o llegaron demasiado lejos. Clavadas al cuerpo del hijo en un alumbramiento que no termina... Entregadas a su menis y castigando... no queda ninguna duda de que las madres dan miedo para que se las vista así de negro.
Pero a la Madre, loca por el duelo... "Ya no tenemos miedo porque no importa lo que se cuente sobre ellas, las Madres terribles de los griegos son terriblemente madres" (Página/124).
De éstas, madres terribles, terriblemente madres, que son nuestras contemporáneas, somos testigos de su fuerza, de su templanza, de su perseverancia. Las madres de los griegos, las madres de los romanos, las madres de otras historias como las que transitamos hoy aquí, todas ellas son las legítimas protagonistas de una interpelación. Una que no tiene aún la respuesta que debiera.
*Psicóloga, Magíster en Poder y Sociedad desde el enfoque de Género. UNR. Integrante del C.E.I.M. Facultad de Humanidades y Artes.
Concebido a partir de las reuniones que el Colegio de Psicoanálisis de París realizó en 1989 sobre "La madre excluida en la política", la helenista recuperan el modo en que Grecia y Roma establecieron regulaciones al dolor de las madres.
Por María del Carmen Marini*
El libro Madres en duelo, surgió en base a una conferencia que dictó Nicole Loraux en una de las reuniones que el Colegio de Psicoanalistas de París, dedicó a "La madre excluida de la política", en 1989. Ella diserta y escribe sobre el modo en que Grecia y Roma establecieron los modos "permitidos" de expresión del dolor de las madres en duelo. Escribo "permitido" entre comillas para designar con ellas el absurdo de pretender una reglamentación de los afectos, y nada menos que los del dolor del duelo.
Allí dice: "Contra el riesgo del afecto demasiado intenso, la ciudad, en tanto colectividad bien organizada, forjó un aparato de leyes y reglamentaciones. Es necesario inscribir la cuestión del duelo y de las prácticas que apuntan a darle forma y límites, sin olvidar no obstante lo que tiene de impracticable" (página 20).
Al someter a los funerales a limitaciones muy estrictas, la ciudad reglamenta el duelo y el rol de las mujeres en el seno del duelo. Es posible sugerir también que reglamenta el duelo y por lo tanto a las mujeres. O quizás: las mujeres y por tanto el duelo, debido a lo mucho que se afirman la relación recíproca entre las mujeres y el duelo. (página 34)
La ciudad (es decir el Estado y la sociedad) reclama hijos a las mujeres y luego los quita al pensarlos como ciudadanossoldados. Intenta reglamentar el llanto protesta, el llanto lamento, el llanto imprecación cuando las despojan. ¿Por qué las limitan en la expresión de su dolor? ¿Qué asusta tanto del llanto de las madres, como para encasillarlo en tiempo (diez meses), lugar (la interioridad de su casa) y compañía (sólo cinco acompañando a la doliente)? ¿Qué tiene de tan arrasador como para que se sienta insoportable?
El ideal sería encerrar herméticamente el dolor femenino en el interior de la casa, sobre todo cuando la mujer enlutada es una madre que llora a su hijo.
Y puedo concebir allí la intención de invisibilizar ese dolor que amenaza el orden, peligroso para los defensores del orden social entonces, y peligroso después y aún hoy, para los defensores del olvido y del silencio.
Prosigue el texto: "La mujer romana está como clivada entre 'el tumulto habitual del dolor femenino' y el duelo asumido sin lágrimas de la matrona. El dolor en forma de herida hace de ella el equivalente del soldado cubierto de cicatrices" (página 54). Cóleras negras, nos lleva a las madres y a la noción de un dolor que no olvida y se nutre de sí mismo, peligroso (pues) su duelo ha quedado fijado como prueba de fuerza consigo misma y con los otros. Este dolor mutado en desafío lleva el terrible nombre de esta memoria colérica que los griegos denominan menis.
Menis es negro como un hijo de la Noche, es terrible y perdura. Es repetitivo y no tiene fin, tanto es así que el motor de la menis es precisamente el no tener nunca fin. Se instala de este modo un "siempre" (aeí) inmóvil" (página 70).
Encargadas de la función y guardianas de la memoria. Opuesto a la amnistía que estaría al servicio del orden de la comunidad y la mezquina comodidad que acalla reclamos y protestas. Madres y Abuelas. Susana Trimarco, Norma Castaño... y cuántas más... Encarnaron sin lágrimas ya, un sentimiento. En aquellas mujeres heridas en su maternidad, despojadas de sus hijos, el dolor y la cólera cobran proporciones colosales, apocalípticas. Las convierte en la encarnación de un reclamo de justicia de fuerza arrasadora.
Una furia y un dolor tan amenazantes, como para que se debieran poner límites, en aquel tiempo (¿y cuánto persiste hoy?) a la expresión del afecto, reglamentando el duelo. Hubo una intuición de la intensidad de ese sentimiento que ante él, el temor, el temblor, aún en los más aguerridos. ¿Cuánto de temor y temblor aún hoy ante las madres desgarradas por genocidios, por redes de trata, por mafias de traficantes?
No tiene, ni puede tener medida la violencia que el despojo suscita, porque no tiene, ni puede tener medida el dolor de la pérdida. No vi ni escuché a las griegas y romanas. Pero he sabido del sentimiento de otras madres aquí, hoy. Lo he leído en sus miradas, lo he escuchado en su mutismo. Ellas como un tsunami que resulta aterrador para los asesinos, desaparecedores y dealers, que como ratas se refugian en los pasadizos inmundos de las cloacas. Pero no hay lugar donde esconderse. Hay cosas que no se pueden dejar de hacer, de reclamar, de recordar. Y vale la consigna sostenida por años: No se trata de venganza sino de justicia.
De aquellas dice Nicole Loraux: Estuvieron demasiado cerca o llegaron demasiado lejos. Clavadas al cuerpo del hijo en un alumbramiento que no termina... Entregadas a su menis y castigando... no queda ninguna duda de que las madres dan miedo para que se las vista así de negro.
Pero a la Madre, loca por el duelo... "Ya no tenemos miedo porque no importa lo que se cuente sobre ellas, las Madres terribles de los griegos son terriblemente madres" (Página/124).
De éstas, madres terribles, terriblemente madres, que son nuestras contemporáneas, somos testigos de su fuerza, de su templanza, de su perseverancia. Las madres de los griegos, las madres de los romanos, las madres de otras historias como las que transitamos hoy aquí, todas ellas son las legítimas protagonistas de una interpelación. Una que no tiene aún la respuesta que debiera.
*Psicóloga, Magíster en Poder y Sociedad desde el enfoque de Género. UNR. Integrante del C.E.I.M. Facultad de Humanidades y Artes.
Fuente:CasaPueblos
Envío:Andrea Benítes-Dumont
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