Megajuicio
Acusan a Ovalle de ser partícipe del secuestro de Silvia Aramayo
Acusan a Ovalle de ser partícipe del secuestro de Silvia Aramayo
Por Elena Corvalan
La testigo Nora Aramayo acusó a Juan Manuel Ovalle de ser partícipe del secuestro de su hermana, la docente Silvia Aramayo, de apenas 23 años, que fue sacada de su casa en la madrugada del 24 de septiembre de 1976 y desaparecida desde entonces. Nora sostuvo ayer que Ovalle “fue puesto en la Universidad (Nacional de Salta, donde conoció a Silvia) justamente para hacer eso, para controlar a los estudiantes. Eso lo sabían todo, que era un infiltrado”. Reiteró que Ovalle visitaba frecuentemente a su hermana, “en calidad de novio” y que su madre, Brunilda Rojas, lo reconoció como uno de los secuestradores.
También el testigo Rubén Darío Mayta, militante de la JP; aseguró que Ovalle era una espía, y que integraba la Juventud Sindical, agrupación de derecha que se oponía al gobierno de Miguel Ragone. Ovalle es uno de los 17 acusados por delitos de lesa humanidad que están siendo juzgados por el Tribunal Oral en lo Federal de Salta. Es el primer civil juzgado en la provincia por violaciones a los derechos humanos. Nora memoró que la madrugada del 24 de septiembre de 1976 cuatro o cinco hombres armados, con pelucas y anteojos, y de civil, golpearon la puerta de la casa de su casa diciendo que eran de Gendarmería Nacional. Por la manera en que se comportaron, parecían conocer la vivienda y a sus habitantes: “Mi mamá se acercó a la puerta, evidentemente sabían cómo se abría porque le pegaron un manotazo y entraron”, relató.
Mientras unos amenazaban a su madre y a su hermano, dos hombres fueron directo al dormitorio que compartían las hermanas, arrancaron de su cama a Silvia, y se la llevaron en camisón (“de plush rosa”), sin siquiera darle tiempo a calzarse. Nora narró lo que vió y lo que le dijo su madre, quien buscó por años a su hija y está ahora imposibilitada de declarar, por razones de salud.
Por lo que contó, la irrupción y el secuestro no les dio tiempo a reaccionar: “Fue una cosa de segundos. Fue como un viento que abrió las puertas y se volvieron a cerrar”. Igual, su madre alcanzó a ver el automóvil en el que se llevaron a Silvia: un Ford Falcon “grande, sin patente” que rato después vio estacionado frente a la Central de Policía, cuando fueron a pedir al jefe, el represor Joaquín Guil, que investigara el secuestro de la docente.
La reunión con Guil, que también está acusado por la desaparición de Silvia, se produjo a eso de las 5 de la mañana, en la Jefatura. También estuvo Vicente Abel Murúa (imputado, ya fallecido). “¿Cómo a mí ni a usted nos pasan estas cosas?”, recordó Nora que la interrogó Guil cuando le planteó que habían ido a denunciar el secuestro de su hermana.
Luego les dijo que les avisaría si se enteraba de algo, y las mandó de regreso sin tomar la denuncia por escrito. Como otros testigos, Nora memoró que su hermana era docente en la Universidad Nacional de Salta, donde militaba en política, y donde había conocido a Ovalle, que la visitaba “en calidad de novio”.
En la familia sabían que era medio hermano de Murúa. Silvia era consciente de que estaba señalada por su actividad política, porque su casa había sido allanada. Pero parecía no tener miedo: solía decir, recordó Nora, que a ella no le iba a pasar nada. Y Nora le respondía que se debía a que era novia de un policía.
El día del secuestro Nora salió a buscar a Ovalle para pedirle, de parte de su madre, que averiguara el paradero de Silvia. Él le mandó decir que iría a la noche, para informarle lo que hubiera averiguado, pero “nunca más volvió”. Nora contó que recién cuando comenzó a hacer las denuncias formales su madre reveló que había reconocido a Ovalle entre los secuestradores.
La poeta Teresa “Cuqui” Leonardi de Herrán sostuvo que la docente Silvia Aramayo era una “mujer realmente extraordinaria. Por su coraje, su militancia, su solidaridad con los más desposeídos”.Teresa Leonardi fue la primera testigo de la jornada de la víspera en el juicio oral y público que se sigue contra 17 hombres acusados de delitos de lesa humanidad cometidos en la provincia entre enero de 1975 y mediados de 1978.
La poeta contó que conoció a Aramayo en la Universidad Nacional de Salta, a la que ella ingresó, como docente, en 1972 y en 1973 formó parte y adhirió al proyecto universitario del rector Holver Martínez Borelli, de participación y horizontalidad.
También Aramayo participaba de este proyecto, como ayudante en el año básico común, para los mayores de 25 años que no habían terminado el secundario y querían ingresar a la Universidad. Leonardi sostuvo que en ese marco “lo único que podía hacer era admirar a esta joven”, por su trabajo con los cursos de nivelación y en los barrios.
Persecución desde 1974
El testigo Rubén Darío Mayta sostuvo ayer que la persecución a los militantes de la izquierda comenzó el 1º de mayo de 1974, cuando Domingo Perón echó de Plaza de Mayo a los jóvenes de Montoneros. “La persecución siempre estuvo, (pero) a partir de los actos del 1º de mayo de 1974 fue ya tremenda la persecución que sufríamos del aparato represivo”, afirmó. Dijo que en esa situación pasaron a la clandestinidad.
Mayta militaba en la Juventud Peronista, donde conoció a Víctor Brizzi, Néstor Oliva, Francisco Corbalán, Carlos Urrutia, Enrique Cobos, Eduardo González y Nora (de) González. En este proceso se investiga el destino de Brizzi, desaparecido el 8 de marzo de 1976 cuando cumplía el servicio militar.
También están desaparecidos Oliva (cuando cumplía el servicio militar), Corbalán, Urrutia y González.
Otro testimonio de la militancia de Gamboa
La ex jueza laboral Gloria Martearena ratificó ayer que Héctor Domingo Gamboa era parte de la organización Montoneros. Contó que fue ella quien lo presentó en la Juventud Peronista de Salta. Martearena recordó que su amiga Mirta López, militante peronista “que estaba en la pesada”, a quien conocía de la Universidad en Tucumán, le pidió que presentara a Gamboa en la JP salteña.
Gamboa tenía una zapatería en la calle Mitre, negocio que compartía con el marido de Martearena, José Justo “Pepe” Suárez, y con un hombre de apellido Paredes. Según recordó la ex jueza y es defensora de detenidos políticos, en ese negocio se había construido una especie de armario cerrado (lo que en la jerga de las organizaciones se conocía como “canuto”) en el que guardaron papeles, libros y fotografías que los represores podrían haber considerado subversivo.
Gamboa fue secuestrado el 25 de septiembre de 1976 junto a su esposa, Gemma Fernández Arcieri de Gamboa, de su casa en el barrio Santa Lucía. Esa misma madrugada fue secuestrado otro militante, Daniel Loto Zurita, que trabajaba en la zapatería.
Los tres están desaparecidos. En diciembre pasado Reneé Ahualli, militante montonera, declaró que en 1972, como militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), se enteró de que Gamboa también integraba esta fuerza, luego fusionada con Montoneros. Contó que Gamboa era santiagueño, estudiaba en Tucumán y le había sido encomendada la organización en Salta.
Se reiniciaron las audiencias en la megacausa por delitos de lesa humanidad
Refugiados políticos chilenos salieron de su país por Salta Por Elena Corvalan
En 1973, tras la caída del gobierno socialista de Salvador Allende, en Chile (el 11 de septiembre de 1973), militantes peronistas de Salta colaboraron en la huida de perseguidos por la dictadura que en el país transandino encabezaba Augusto Pinochet.
El dato lo trajo al presente ayer el testigo Eduardo Fernández Muiños al declarar en la primera audiencia de 2013 del juicio que se sigue en esta ciudad en contra de 17 hombres, entre militares, policías y un civil, acusados por delitos de lesa humanidad cometidos entre enero de 1975 y mediados de 1978.
Siete testigos declararon en el reinicio de las audiencias en este proceso que comenzó en mayo del año pasado.
Fernández Muiños sostuvo que en 1973 colaboró con la docente Gemma Fernández Arcieri de Gamboa en un grupo que ayudaba a refugiados políticos chilenos que salían de Chile por Salta. “Se les buscaba habitación y comida. (…) Sé que se quedaban poco tiempo acá en Salta; adónde iban, no lo sé, pero sé que esa actividad (de colaboración con los que escapaban de Chile) se desarrollaba en Salta muy fuertemente”, recordó.
Además de las desapariciones de otras 28 personas y las detenciones ilegales y vejámenes en perjuicio de otras cuatro personas, en este debate se investiga la suerte corrida por Fernández Arcieri y su esposo, Héctor Domingo Gamboa, secuestrados en septiembre de 1976 y desaparecidos desde entonces.
Fernández Muiños sostuvo que por esta colaboración con los perseguidos políticos chilenos, y porque fue su alumno en la Sede Regional de Orán de la Universidad Nacional de Salta, sabe que Gemma Fernández militaba en el peronismo. Recordó que la docente participó también de las manifestaciones que hubo en la Universidad cuando fue derrocado Allende.
“Éramos peronistas”
“El 90% de los desaparecidos de la UNSa eran peronistas”, aseguró el ex secretario de Derechos Humanos de la provincia, Rafael Estrada.
Estrada, que en la década del 70 estudiaba Ciencias Económicas y junto a otros estudiantes había formado la Lista Azul y Blanca, con la que participaban en la vida política universitaria, reivindicó su pertenencia al peronismo de la Tendencia Revolucionaria. Afirmó que la persecución en la Universidad comenzó con la caída del gobierno de Miguel Ragone, en noviembre de 1974.
Ambos testigos contaron que tras la intervención en la Universidad de Salta, algunos docentes fueron obligados a renunciar y otros fueron cesanteados.
Estrada aseguró que la persecución comenzó ni bien fue depuesto el rector Holver Martínez Borelli, quien fue detenido y luego debió exiliarse. Estrada sostuvo que él, igual que otros militantes peronistas, como Víctor Brizzi, Enrique Cobos y Francisco Corbalán, fueron perseguidos y algunos de ellos desaparecidos, como ocurrió con Brizzi y Corbalán.
“Ellos eran, como he sido yo, pertenecientes al partido peronista. Yo pertenecía, como ellos, a la Tendencia”, destacó.
También recordó la persecución a Silvia Aramayo, a Gemma Fernández Arcieri de Gamboa y a Carlos Figueroa Rojas, que permanecen desaparecidas.
Por su parte, Fernández Muiños sostuvo que los interventores obligaron a renunciar o ceseantearon a docentes que luego terminaron desaparecidos, como el caso de Fernández Arcieri.
Estrada coincidió con Fernández Muiños en afirmar que docentes y estudiantes de la Universidad pública salteña fueron objeto de tareas de inteligencia. “No me cabe la menor duda”, sostuvo ante la consulta del fiscal Ricardo Toranzo acerca de la existencia de informantes en el seno de la Universidad, algo que vienen denunciando familiares de desaparecidos.
Contó que él mismo fue perseguido, que primero anduvo escondiéndose (en casas de compañeros y de docentes) y luego se fue a la precordillera, mientras la casa de su familia era “allanada todas las noches” por grupos de tareas que integraban los comisarios Joaquín Guil, Abel Vicente Murúa y “Sapo” Toranzo.
Fernández Muiños, que estudiaba Antropología en Orán, recordó que en la Sede de esa ciudad “controlaban a todos, porque Gendarmería Nacional tenía gente inscripta en el ciclo básico común. Y no lo disimulaban para nada, si hasta iban con uniformes”. Añadió que nunca supo que alguno de ellos se presentara a rendir o se hubiera recibido.
Citan a una prima
La prima de Víctor Brizzi, Adelfa Requena, hermana del capellán del Ejército Mario Requena (fallecido), será citada a declarar en el juicio por la desaparición del estudiante y trabajador universitario, desaparecido el 8 de marzo de 1976, cuando cumplía el servicio militar en la Guarnición Ejército Salta.
El nombre de la prima surgió en la declaración del cuñado de Brizzi, Julio César Ceriani, quien contó que con su mujer, Violeta, hermana de Víctor, residían en Orán y se enteraron de la desaparición del joven por una llamada de Adelfa, que trabajaba en la Policía de Salta y se comunicó para preguntarles si Brizzi estaba con ellos y les contó la versión oficial: que el joven se había ido del Regimiento con permiso, porque su padre estaba enfermo. El Ejército siguió luego afirmando que Brizzi se había ido por su propia voluntad y que había desertado, lo que sus familiares desmienten.
Ceriani contó que viajó a Salta para ver a su suegro, Roque Brizzi, y lo encontró “en perfecto estado de salud”. Roque le reiteró entonces que se había enterado de la desaparición por la visita de un sargento que había ido a preguntar por él.
Ceriani también ratificó que vio a Víctor Brizzi en el Regimiento, cuando estaba haciendo la instrucción, en una visita familiar. Y recordó los padecimientos de los padres del joven, “anímicamente destrozados”. Recordó asimismo que cuando su suegro estaba agonizando “no sé cómo, apareció el padre Requena” y habló por una hora con el moribundo, tras lo cual este entró en un coma del que ya no se recuperó.
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