26 de marzo de 2013

EL TESTIMONIO DE ANGELA “LITA” BOITANO EN EL JUICIO POR LOS CRIMENES EN LA ESMA.

EL TESTIMONIO DE ANGELA “LITA” BOITANO EN EL JUICIO POR LOS CRIMENES EN LA ESMA
“Tienen que abrir los archivos”
La referente de Familiares de Detenidos y Desaparecidos reclamó que se hagan públicos los documentos del Vaticano y las Fuerzas Armadas referidos a la última dictadura.
Por Alejandra Dandan
“Necesito que me encuentren los restos de mis hijos, yo los quiero ver.”Imagen: telam
“Nosotros también nos estamos muriendo porque tenemos una edad muy similar a la de ellos, pero Dios nos puso todavía acá para hacer memoria. Para hacer justicia están ustedes”, les dijo Angela “Lita” Boitano a los jueces. “Pero la verdad todavía no la tenemos, ningún juicio nos la dio: tienen que abrir los archivos de los militares, porque ellos ¡los tienen! Emilio Mignone lo decía en el ’76, nunca los militares van a destruir las pruebas de una guerra que consideraron ganada.” Lita Boitano no sabía cómo iba a estar para declarar un día después del 24 de marzo. Pero llegó. Se lo debía a sus hijos, dijo, Miguel Angel y Adriana, los dos desaparecidos. “Pido a Dios que me dé salud para poder vivir estos años después de tanta lucha. Creo que son años fundamentales. Y pedir como lo pido siempre al Equipo de Antropología Forense, que necesito que me encuentren los restos de mis hijos, yo los quiero ver.”

En la sala del juicio por los crímenes de la ESMA, la rodeó la muchachada de Hijos que encontró cobijo en la Casa de la calle Rivadavia, donde funciona desde hace años la sede de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, y donde Lita Boitano atiende el teléfono todas las tardes. En la primera fila se sentó Vera Jarach, de Madres de Plaza de Mayo, con su pañuelo. La escuchó un compañero de su hijo, Miguel Angel Boitano, secuestrado el 29 de mayo de 1976. Lita le pidió al papa Francisco por los archivos del Vaticano, pidió la autocrítica que nunca hizo la Iglesia. Durante la declaración no paró de hablar, rió y lloró. “Esa noche yo me quedé en un hotel, me duché, me acosté y me quedé esperando a las chicas: y yo sentí un sable, como un sablazo en mi corazón, pero muy fuerte, la única vez que lo sentí: lo mataron a Miguel Angel, me dije.”

Miguel Angel estudiaba Arquitectura, militaba en la Juventud Universitaria Peronista. “El 28 de mayo toma su té, estaba muy resfriado y se va a la casa de la novia. Es la última vez que lo vi”, dijo. “Yo voy a Devoto y paso la tarde en la casa de mi prima y cuando vuelvo, vi operativos en la calle San Martín y me dije: ‘Dios quiera que Miguel Angel esté en casa o en la casa de su novia María Rosa’. Llegué a casa y más o menos a las diez de la noche recibí un llamado de Cristina, una persona que yo no conocía’.” Cristina, que era la mujer de Roberto, un compañero de su hijo. Le contó que esa tarde iban a estar juntos y en algún momento iban a dejar la casa de los padres de Roberto y tomar un colectivo en Ugarte y Panamericana. “Ese lugar que me quedó grabado –dijo ella–: ahí por supuesto me empecé a poner muy nerviosa, soy muy optimista, pero la realidad es una.”

Lita empezó la búsqueda primero con María Rosa, la novia de su hijo: “Ya era como la una de la mañana, salimos las dos, empezamos a deambular por Santa Fe, a llamar a los padres de María Rosa, y nada. Nos vamos en colectivo a la casa de ella con la esperanza de que estuviera ahí, esperamos hasta la mañana. Salimos y fuimos a ver a los padres de ella, en Villa del Parque, y con el auto nos dirigimos a mi casa”.
En ese cruce de nombres, calles y datos, Lita se detuvo en la escena frente a su casa. Otros compañeros de Arquitectura habían empezado a caer en marzo. La hija más grade de Lita, Adriana, vivía en San Pablo.

Durante esos días de rondas en casas de familiares en estado de pánico, patotas que “hicieron un desastre” en casa de una vecina, luego de una prima embarazada y con un niño, Lita que es creyente visitó a un capellán de policía que “con sorna me dijo: ‘Señora no se haga problema, seguramente se haya ido con una chica’ –siguió ella–. ¿Cuál es el otro trámite que puede hacer una persona creyente? No sé si me lo dijo Cata (Lugones) o quién, pero alguien me dijo que fuera a ver a monseñor (Emilio) Graselli”, dijo. A Graselli lo vio por segunda vez a comienzos de agosto del ’76. Había otros esperando. “Cada una que salía lloraba, me tocó casi última. Cuando me recibe, no voy a olvidar nunca que estaba ahí (Adolfo) Tortolo. Y muy suelto de cuerpo me muestra dos cuadernos y dice: ‘¿En qué libro estará su hijo, en el libro de los vivos o de los muertos?’ Lo mira y dice: ‘Yo ya le diría señora que no busque más’. Nunca más lo vi, lo que sí requiero es que sea juzgado, indagado, porque las aberraciones de respuesta que hemos tenido muchos padres es tan tremendo... que es una persona con la que me enfrentaría, no sé de qué manera, a los golpes lo haría.”

En la sala hubo alguna sonrisa. Lita contó parte de la historia de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas. El primer encuentro en Callao y Corrientes, casi a tientas, después de un llamado en enero de 1977 de Katy Neuhaus, de Madres Línea Fundadora. “La mayoría habíamos empezado con gestiones individuales. Y ella me dijo: ‘Mirá, Lita, tu número me lo dio Cata Lugones. La reunión es muy importante en Corrientes y Callao’, sin decir exactamente el número. Vimos cierta cantidad de gente que entraba a un edifico, en Corrientes 1785, la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en el 5° J, arriba de la confitería Opera. Y allí había una sala destinada a familiares que necesitaban denunciar el secuestro de los hijos, padres, abuelos, hermanos, una gran cantidad de gente. Cuando me toca a mí, se admiraron muchísimo porque no había hecho un hábeas corpus.”

Todos los días había un grupo trabajando. “Nosotras éramos las viejas, aunque teníamos 45 o 46 años, y todas lo mismo: decíamos mi hijo era estudiante, trabajaba en tal fábrica, o el nieto, había abuelas con los chiquitos que eran los hijos de sus hijos, era una cosa impresionante. Entro directamente a Familiares a hacer el trabajo, hacíamos todo lo que necesitábamos para buscar y poder sentirnos vivos y útiles para nuestros hijos.”

El 24 de abril del ’77 secuestraron a Adriana. Lita no habló del secuestro porque espera hacerlo en su propio juicio. A partir de ese día, a ella le pasó otra cosa. “Quedé directamente ahí para luchar por mis dos hijos y realmente todo el miedo que tuve antes y después con Adriana desapareció, es una sensación que nunca podría explicar. Todas las tensiones y los nervios y el temor desaparecieron. La entrega fue total porque ya me habían sacado todo, por lo tanto la lucha tenía que ser para mis hijos y para el resto.”

Como hizo Baltasar Garzón la semana pasada, cuando le pidió al papa Francisco que abra los archivos del Vaticano, en busca de la información que Juan Pablo II recibió de las personas que lo visitaron durante la dictadura que sufrió la Argentina, Lita dijo lo mismo. “Hay algo me gustaría decir, señor presidente”, le dijo Lita al juez Leopoldo Bruglia. “Y es muy importante: que apenas llegué a Roma me entero de que habían secuestrado a Thelma Jara de Cabezas, que estaba en ese momento viviendo en casa de mi madre.

Preparamos una denuncia, la llevé al Vaticano, había que lograr entrar y ahí me atiende un abogado. Pide una ficha y esa ficha tenía mi nombre como denunciante del secuestro de mi hijo y de mi hija. Así que es muy probable que el Vaticano tuviera el archivo más completo de los desaparecidos, esa ficha era de fichero. No podría decir si tenía los datos de los centros clandestinos o en qué lugar los hubieran destinado los militares genocidas.” En la sala, primero levantó la mano un abogado y en vez de hacerle una pregunta le agradeció.

Luego lo hizo otra abogada. Cuando la defensa intentó oponerse, la sala completa la aplaudió.
Fuente:Pagina12


25 03 2013
TESTIMONIOS
Día 34. "Todavía no tenemos la verdad", dijo Lita Boitano, madre de desaparecidos
Hoy, además de Ángela Boitano, presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, madre de dos hijos detenidos-desaparecidos, declaró Paulina Lewi, madre de un detenido-desaparecido.
La primera testigo fue Ángela Catalina Paolin de Boitano, Lita, presidenta del organismo de derechos humanos Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Su hijo Miguel Ángel era estudiante de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y fue secuestrado el 29 de mayo de 1976.

Lita se casó a los 20 años y tuvo dos hijos: Miguel Ángel y Adriana Silvia, desaparecida también casi un año más tarde. “Cuando secuestraron a mis hijos estaba sola, vivía sola, mi marido había muerto. Yo crecí con mis hijos durante todos esos años”.

El secuestro de Miguel Ángel

“El último día que lo vi a mi hijo fue el 28 de mayo, vino a casa, se bañó y se fue para la casa de la novia. El 29 lo pasé en lo de mi primo y cuando volví a casa me llamó Cristina, [la esposa de Roberto Horacio Aravena Tamasi] a quien yo no conocía, y me preguntó si Miguel Ángel había vuelto a casa”. Cristina le comentó que ambos habían salido juntos de la casa de los padres de Roberto: “Roberto y Miguel Ángel desaparecieron juntos, probablemente en las inmediaciones de Ugarte y Panamericana, cerca de la casa de los padres de Roberto”, aclaró Lita. Al rato la llamó la novia de Miguel Ángel, María Rosa, para preguntarle también si tenía noticias de Miguel Ángel. Nos fuimos con María Rosa.

“Luego le pedí a la mamá de María Rosa que fuera a mi casa y tocara el timbre, que si no atendía nadie tocara el timbre de unos vecinos con los cuales teníamos relación. Cuando volvió confirmé que a Miguel Ángel lo habían secuestrado”, contó. Lita narró que la mamá de María Esther, su vecina, le dijo que a las 6 de la mañana se habían llevado a su hija y al yerno. Después de un tiempo, los vecinos le relataron a Lita que se los habían llevado encapuchados y les dijeron que Miguel Ángel era “un terrorista metebombas” y además “les hicieron notar que en ese lugar estaban secuestrados mi hijo y yo”.

“Mi hijo militaba en la Juventud Universitaria Peronista”, agregó. “Al día siguiente nos comentan que además habían secuestrado a Alejandro Calabria y Enrique Tapia y a una chica que luego fue liberada. Esta chica fue la que lo vio a Miguel Ángel en la ESMA”, refirió.

“Tres días después del secuestro lo llamé a mi primo Ángel Lionel Martin, contraalmirante, que estaba en Bahía Blanca. A los dos días estaba en Buenos Aires. Le pedí que haga algo por Miguel Ángel. Él me prometió hacer lo posible. Siempre le creí a mi primo”, dijo.

También contó que una semana después del secuestro dos o tres personas de civil ingresaron a la casa de su prima, donde se estaban quedando con María Rosa, y le preguntaron sobre las dos personas que estaban viviendo con ellos. “Con todo el dolor del alma las estamos teniendo acá porque mi prima está desesperada”, le dijo su prima. Esas visitas se repitieron durante varios meses. Incluso declaró que tres días después del secuestro allanaron su domicilio.

La Iglesia

“Hice la denuncia en la comisaría 19 y después la fui a hacer al Departamento Central de Policía. Antes pasé por la iglesia italiana y el párroco me acompaña. Allí hablamos con el capellán del Departamento que me dijo: ‘señora, no se haga problema, seguro se fue con una chica’”.

Por recomendación de Catalina Lugones, madre de César Lugones, aún desaparecido, Lita se acercó a Monseñor Graselli, que estaba en la capilla Stella Maris, del obispado castrense. “Mi primo me aconsejó que le dijera que era su prima y que le preguntara si no podrían ser los mismos compañeros los que se los llevaron: ‘Pero señora, dígale a su primo que fueron los militares’, me dijo Graselli”. Al tiempo, la cuñada de Lita recibió un llamado para que se presentara. “Cuando fui había otras madres. Cada una que salía, lloraba. Graselli me muestra dos cuadernos: ‘¿En qué libro estará su hijo, en el de los vivos o en el de los muertos?’. Se fija y me dice: ‘Yo le diría, señora, que no lo busque más’”. Ya era agosto.

“No creo que nadie, ningún familiar, haya dejado de mandar su denuncia al Vaticano, fuera de la religión que fuera”, aseguró.

Lita fue elegida por Familiares para viajar a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, en 1979. Ella contó que el Papa Juan Pablo II no recibió a ninguno de los organismos pero tuvieron entrevistas con todos los prelados que estaban ahí. También pudieron conseguir una entrevista con el cardenal Pío Laghi, nuncio del Vaticano en la Argentina entre 1976 y 1980. Lita relató que “éramos cinco madres con hijos desaparecidos desde 1976 y le dijimos: ‘hace tres años que no sabemos nada de nuestros hijos’ y él nos contestó: ‘claro, tres años es mucho tiempo y si están muy torturados los militares no los van a dejar en libertad’”.

Ya en Puebla, a Lita le aconsejan sus propios padres que no volviera al país. Con ayuda logró llegar a Bélgica. Ahí les dijeron que “el Papa era el único que podía hacer algo por nuestros hijos”. Por este motivo viajaron a Roma donde “nos colamos entre la gente y le dijimos a Juan Pablo II que éramos madres de desaparecidos, él nos preguntó si eran muchos los desaparecidos y nosotras le decimos que ellos ya habían recibido muchas denuncias. Le pedimos una entrevista. A los tres días nos avisan que no iba a poder”.

“Siempre pensé que el Vaticano tenía el archivo más completo de los desaparecidos dado que todos enviamos allí las denuncias”, aclaró Lita y pidió “que recibamos una autocrítica de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Argentina. Todavía la estamos esperando”.

Familiares

En enero de 1977 tuvo una reunión en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Se había destinado una sala para los familiares de desaparecidos. Allí Lita firmó su primer hábeas corpus. “A partir de ahí empecé a tener presencia en el organismo, que todavía no era organismo. Queríamos hacer cosas útiles para nuestros hijos”, relató.

“El 24 de abril de 1977 la secuestran a Adriana. Yo vi cuando se la llevaron. Ahí quedo sola para luchar por mis dos hijos. Ahí todo el miedo, la tensión, desapareció. La entrega fue total porque ya me habían sacado todo, por lo tanto la lucha tenía que ser para mis hijos y para el resto. Vivíamos el dolor y la angustia de los nuestros y de los otros. Dejé el trabajo y volví a la casa de mis padres”, narró. También agregó que dos días después del secuestro de su hija se lo llevan a Guillermo Carlos Boitano, su sobrino.

“Familiares fue para mí y para muchos una nueva familia. La potencia nos la íbamos transmitiendo entre nosotros”, aseveró. “Solo necesitábamos nuestras piernas para caminar y hacer”.
“También luchamos muchísimo por todos los presos políticos. Desde Familiares hicimos todo lo que pudimos. Toda la ayuda económica que conseguíamos iba para los presos y sus familias, dijo Lita.

El sargento Ricardo Ruiz

Ruiz pertenecía al Regimiento I de Palermo. Lita contó que daba información sobre los desaparecidos a cambio de dinero. Cuando ella se contactó “me entregan una hoja donde a Miguel Ángel lo ubican en el grupo de César Lugones y luego, una parte novelada donde, por ejemplo, decía: ‘está contento porque su mamá lo está buscando’ y hasta había otro texto que sugería que si seguíamos pagando no lo trasladarían. Fue tanta la gente que iba a verlo que lo sacaron del Regimiento y lo veíamos en el Sindicato de Alimentación de la calle Salta. Luego desapareció. Hicimos esto porque ya no sabíamos qué hacer”.

“Somos madres como cualquier otra madre”

“Agradezco a Dios tener salud para poder presenciar estos momentos tan importantes y agradezco a todos los sobrevivientes. Los hijos, todos, que para mí son como mis nietos, y que además se juntan en Familiares, son el empujón que a mí me hacía falta para poder estar acá. Aunque no tengo tantas pruebas para defender a Miguel Ángel, esto se lo debo a mi hijo y a Adriana y pido salud para estar viva en estos días que para nosotros son fundamentales. Nosotras somos madres como cualquier otra madre, que todo lo que hicimos y hacemos lo hacemos por ellos y porque ellos luchaban lo por lo mismo por lo que están luchando los jóvenes ahora”, dijo.

“Agradezco poder estar acá en este momento muy importante para mí. Creo que Miguel Ángel estaría contento de que su madre todavía esté hablando de él, espero poder hacerlo por Adriana, también. Lo hago por los 30.000, por los más de 10 mil presos, por los cientos de asesinados, por los abogados, por mis compañeros. Espero que se haga justicia. Estamos acá para hacer memoria, para hacer justicia están ustedes”, le dijo a los miembros del tribunal. “Pero la verdad todavía no la tenemos, ningún juicio nos la dio. Como decía Emilio Mignone, las Fuerzas Armadas jamás van a destruir las pruebas de una guerra que ellos consideran ganada. Por eso, creo yo, es necesario que abran los archivos”.

“Espero que se haga justicia”, finalizó, mientras el público presente en la audiencia la aplaudía.

“Todo lo que sé, lo diré”

Así juró Paulina Lewi, madre de Jorge Claudio Lewi, desaparecido junto con su esposa, Ana María Sonder, antes de declarar.

“Claudio era brillante, estudiaba Bioquímica, y Ana María una excelente persona”, declaró. “En esa época fui cobarde porque eludía saber y no pude saber muchas cosas”, confesó Paulina.

El primer allanamiento

“Antes del secuestro de Claudio, uno o dos meses antes, vinieron a mi casa, una noche, rompiendo todo, robando todo lo que pudieron, gente con uniformes militares. ‘Buscamos a su hijo’, dijeron. A mi esposo lo llevaron a otra habitación y lo maltrataron. A mi me dejaron en el comedor, me lastimaron el brazo y me pusieron una venda en los ojos. Uno de ellos prendió fuego la venda. Otro que estaba ahí le preguntó qué estaba haciendo y el que la había prendido le dijo ‘¿Qué te parece, dos judíos menos?’. Cuando la apagó yo ya no tenía pestañas. Estuvieron desde las 10 de la noche hasta las 6 de la mañana. A mi esposo se lo llevaron al [centro clandestino] Atlético y lo devolvieron con una infección en la cara”, declaró.

El Olimpo
“Después supimos que se habían llevado a mi hijo y a su esposa al [centro clandestino] Olimpo. Una sobreviviente, Graciela Trotta, consiguió mi número de teléfono y me llamó, había estado en la enfermería con Claudio, quería contarme lo que le hicieron, pero yo no quería saber. Mi esposo, César, se juntó con ella. Ahora me parece una cobardía, pero qué ganaba yo con saber todo lo que le hicieron. Lo peor que le puede pasar a una madre es perder a un hijo”, comentó.

“Nos dijeron que alguien que había estado en la celda de al lado de Claudio vivía en Tandil. Mi esposo y yo nos fuimos para allá. Tanto Trotta como ellos nos dijeron que del Olimpo se los llevaron el 24 de diciembre”, relató.

El secuestro

A Claudio y Ana María “se los llevaron el 8 de octubre de 1978, con la nena, que en ese momento tenía un año y medio. A mi esposo, los vecinos le contaron que habían venido muchos coches y que mi nuera no quiso dejar a la chiquita con los vecinos. Era chiquita, pero hablaba y se agarraba a las paredes del auto”, relató Paulina sobre el secuestro.

“El 10 de diciembre los padres de Ana María nos invitan a su casa. Recién ese día nos dijeron, un mes después, que se los habían llevado”, Paulina había contado que ellos los llamaban seguido para ver si tenían novedades de los chicos. “Dos días después del secuestro les llevaron a la nena, con la foto de mi hijo en la ropa. También vieron que en el auto había más bebés”, continuó. “Mi esposo y yo estábamos enojadísimos. En ese momento, por la patria potestad, nos hubiera tocado a nosotros la tenencia de la nena, pero no quisimos hacer nada porque ya le habían quitado a los padres, no queríamos quitarle a sus abuelos”, dijo.

La ESMA

“Un amigo de mi cuñada nos envió una lista donde aparecían los nombres de ellos y al lado decía ‘trasladados a la ESMA’, en inglés o francés, no recuerdo”, contó Paulina.
Además, la madre de Ana María le dijo que una vez llamaron a su casa, primero habló un militar que les dijo que le iban a hablar los chicos. Esto fue el 24 de diciembre.

Segundo allanamiento

“Vinieron de nuevo a mi casa y yo no quería que se llevaran de nuevo a mi marido. El militar me dice: ‘señora, ¿quiere venir usted también?’. Mi marido me dijo que me quedara. A él le pusieron un número y le dijeron que se olvidara de su nombre. Luego supo que quien tenía le número siguiente era el hermano de Ana María, Juan Carlos Sonder. Esta vez lo dejaron ir por plata. ‘Usted tiene plata, ¿cuánto nos puede dar?’, le dijeron”, declaró.

Un nombre que se repite

Como en el testimonio anterior, César Lewi también fue con Pío Laghi. Días después les mandó una nota en la que decía que no podía hacer nada.

“Los tiraron al río”

“Yo conocía una persona cuyo marido trabajaba en ENTEL, en un puesto alto y ella y su marido iban a fiestas organizadas por los militares. Yo le pedí que averiguara y ella me dijo, un par de días después: ‘no se puede hacer nada porque los tiraron al río’”, relató. “Yo en mi cobardía me arrepentí hasta de haberlo preguntado. Hoy me arrepiento de no haber preguntado más. El sobrevivir para mí no tiene ninguna importancia, a mi me importa mi nieta que ha perdido a sus padres de tan chiquita. Quiero que la vida le devuelva todo lo que le quitó, es algo que siempre pido”.
“Yo quiero que haya justicia, es lo único que pedimos. Devolvernos no nos van a devolver a quienes queríamos”, aseguró Paulina.

Próxima audiencia

El juicio continuará el miércoles 27 de marzo desde las 10:00 horas con una declaración testimonial. Se espera que declaren alrededor de 800 testigos durante el juicio.
Fuente:MegacausaEsma


25.03.2013
La beba, de año y medio, había sido secuestrada junto con sus padres
ESMA: Paulina Goldstein dijo que cuando le devolvieron a su nieta "en el coche tenían varios bebés"

Desde la ESMA se "administró" el robo de bebés, la entrega de bebés y también la devolución de bebés. 
Una anciana de 84 años que declaró hoy como testigo en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA aseguró que cuando los militares le devolvieron a su nieta secuestrada junto a sus padres, en el auto en que la trajeron "había varios bebés". El testimonio ante el Tribunal Oral Federal 5 lo dio Paulina Goldstein de Lewi quien también dijo que el entonces nuncio apostólico Pío Laghi le aseguró que nada podía hacer por su hijo Jorge Claudio Lewi, secuestrado el 8 de octubre de 1978, pero "me recomendó rezar por él". La anciana testimonió por el caso de su hijo y su nuera Ana María Sonder, apenas dos de las 800 víctimas en este juicio y se refirió al caso de su entonces nieta de año y medio Adriana Victoria Lewi, secuestrada junto a sus progenitores.

Rememoró que sus consuegros se comunicaron telefónicamente con ellos en diciembre de 1978 para que concurrieran a su domicilio y al llegar al lugar se encontraron con su pequeña nieta, a quien "los militares les habían traído en un coche".

La mujer relató emocionada que adherida a la ropa de la beba estaba la fotografía de su hijo, extraída de los documentos que los captores le habían quitado, a la que exhibió en la audiencia.

"En el coche tenían varios bebés", dijo la mujer citando los datos dados por sus parientes políticos que habían recibido a la criatura. La anciana explicó que de acuerdo a testimonios de sobrevivientes su hijo había estado detenido en el centro ilegal de El Olimpo hasta la Navidad de 1978 cuando fue trasladado a la ESMA. 
Fuente:Telam

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