18 de abril de 2013

SAN JUAN: El albañil que no termina de morir.

JUICIOS POR LA DICTADURA EN SAN JUAN
El albañil que no termina de morir 
La impactante historia de Nicolás Farías, asesinado en 1976 y cuyos restos fueron exhumados este año, en un paso inédito en San Juan en la investigación de los crímenes de lesa humanidad. 
Por Miriam Walter. 
JUEVES, 18 DE ABRIL DE 2013
Este año, 37 después de haber sido ejecutado a balazos por los militares, Nicolás Alberto Farías tiene muchas cosas para decir. Hablará su cuerpo, tras minuciosos estudios del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que por primera vez trabajó en San Juan con la exhumación de un cadáver en el marco de la investigación de los crímenes de lesa humanidad en la Provincia. Estos y otros elementos serán claves para elevar la causa a juicio, con vistas a 2014. 

Ese fue un hecho bisagra para la familia Farías, para saber cómo murió Nicolás y tratar de llegar a la verdad sobre una historia que aún es un rompecabezas. Gabriel, el hijo mayor de ese albañil y militante de la JP y Montoneros asesinado en 1976, cuando tenía 23 años, cuenta que la exhumación del cuerpo de su papá, que descansaba en un cementerio en Albardón y ahora está en poder del EAAF, lo reconfortó: “Me sirvió porque es algo que había que hacer, yo me vengo preparando hace mucho tiempo para esto, el cuerpo habla y puede aportar muchas cosas al juicio. 

Nosotros queremos saber por qué lo secuestraron, por qué lo torturaron y mataron a mi viejo. Yo sé por qué, porque pensaba distinto y lo demostraba”. En la madrugada del 17 de agosto de 1976, unos encapuchados de botas abrieron a patadas la puerta de la casa de los suegros de Nicolás en el barrio Güemes (Rawson), donde vivía con su esposa Victorina Ortíz que tenía entonces 20 años, Gabriel y los padres y hermanos de Victorina. 

Los obligaron a tirarse al suelo, a punta de pistola, incluso a Victorina que estaba embarazada de 5 meses, preguntando por un tal “Gabriel de la Fuente”, que nadie en la casa conocía. Se llevaron unos electrodomésticos y a Nicolás en calzoncillos. Alcanzaron a ver por la ventana un Fiat 125 que se alejaba pero calculan que eran varios autos más. 

Fueron 10 días de peregrinar por las comisarías. La primera que visitaron fue la que estaba enfrente de la casa. “Nos vigilaban día y noche. Mi papá la conoció a mi mamá militando en Rawson y nunca dejaron de hacerlo ni se escondían, en la familia de mi mamá eran peronistas al punto que mi abuelo no descolgó el cuadro de Perón ni cuando se lo llevaron a mi viejo”, cuenta Gabriel, quien cuando fue el operativo tenía apenas un año y dos meses.

“Los secuestradores me tiraron una frazada en la cabeza para que dejara de llorar”, dice. “Mi papá no estaba en el Penal, sabíamos porque mi abuelo trabajaba ahí, pero lo habían marcado y lo metieron a hacer tareas administrativas entre 4 paredes y no se movía de ahí. Salían con mi vieja a rastrearlo a mi papá en colectivo, de comisaría en comisaría”, cuenta Gabriel. 

“A los días del secuestro cayó de nuevo un operativo a mi casa, buscándola a mi mamá. Esta vez, a cara descubierta. Estaban mi bisabuela, mi abuela y mi tía abuela y les dijeron que mi mamá no estaba, que había salido a buscar a su esposo. Le dejaron un mensaje: ‘dígale que la próxima es ella y el bebé que lleva’”, relata Gabriel. Y dejaron dicho algo más, que les heló la sangre a las mujeres: que el cuerpo de Nicolás estaba en la morgue del Hospital Rawson.

“Me imagino ese momento de mil maneras. Me dice un amigo que eso es ser masoquista, pero yo tengo que imaginar para entender. A la morgue van mi abuelo Chicho, con mi bisabuelo y otro tío. Mi abuelo reconoció el cuerpo de mi papá. Estaba barbudo, con una ropa que no era de él, con golpes visibles por todos lados, cicatrices de cigarrillo en la cara y un balazo en la cabeza”, recuerda Gabriel. Y agrega: “Mi abuelo me dijo que alzarlo era como alzar una bolsa con tablitas”. 

Por esos días había salido una noticia en el diario que decía que un grupo de tareas había abatido en un enfrentamiento en Marquesado a un subversivo de apellido Farías. “Inventaron todo, dijeron que él iba manejando un vehículo y no tenía ni carnet porque no sabía manejar”, analiza Gabriel. A Nicolás lo velaron en la casa donde nació, en Chimbas y “el sepelio fue prácticamente de noche porque la orden era no sacarlo de día”, agrega el hijo. “Después del sepelio empezaron las torturas psicológicas.

Pasaban en la madrugada en auto y le gritaban a mi mamá ‘China, soy yo’, porque ‘China’ le decía mi papá. Entonces mi mamá, que estaba embarazada, se fue a la casa de un pariente en Capital hasta que nació mi hermana. Yo me quedé con mis abuelos siempre”, sigue contando. Victorina tuvo que parar la olla sola, con el dolor de haber perdido a su marido y dos hijos chicos.

“Hizo de todo, fue niñera y después trabajó mucho en una boutique. Fue muy duro, a mí y a mi hermana nos decían en la escuela ‘a tu papá lo mataron’. Mi mamá entonces me decía ‘sentate y te cuento’ y me explicaba ciertas cosas”, dice. En 1980 Victorina rehízo su vida y tuvo su tercer hijo. Pero la desgracia reapareció 8 años después, cuando ella murió tras la explosión de un calefón a leña en la misma casa donde habían secuestrado a Nicolás 4 años atrás. 

“Entonces fueron tiempos mucho más difíciles, se nos fue la vida, nos faltaba todo”, dice Gabriel. Entonces empezó a trabajar de adolescente para ayudar en la casa, porque sus abuelos ya estaban jubilados. “Con mi hermana terminamos la secundaria de noche, yo repetí primer año, pero salimos”. 

Con los años, la familia pudo reconstruir a medias lo que le pasó a Nicolás con datos que le acercó gente que investigaba lo que pasó en los ’70. En los ’90, Gabriel obtuvo un certificado de defunción de su padre, que decía “muerte violenta”: “En un enfrentamiento no murió. Pudo haber estado en cualquier lugar. Se cree que estuvo detenido en Zonda, en la comisaría que funcionaba frente al camping de Rivadavia. En esos años no pasaba nadie por ahí y podían torturar sin problemas. 

Otra versión dice que mi papá estuvo en (el centro clandestino de detención) La Marquesita”, afirma. También Gabriel y su hermana pudieron reconstruir la figura paterna: “Era un tipo alegre, con un corazón muy grande, que tocaba la guitarra. Muy instruido a pesar de no tener la educación básica, porque le gustaba leer. Y muy fiel a su ideología, muy militante, no se escondía”, enumera. 

Los hermanos Farías empezaron a militar en la agrupación HIJOS en búsqueda de la verdad y la justicia y se convirtieron en padres. Gabriel da charlas sobre la militancia y la dictadura en los colegios y se prepara para su turno en tribunales presenciando las audiencias del actual megajuicio por la dictadura, repleto de historias como la de su padre. Trabaja de electromecánico, su hermana es instructora de aeróbics y su hermano se dedica a la informática. Gabriel confiesa que con el juicio que vendrá el año que viene sentirá que cierra su historia, llena de vacíos y dudas. Y concluye: “A mí me criaron sin prejuicios ni odios”.
Fuente:TiempodeSanJuan

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